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Entre la necesidad y el ‘postureo’, un abanico de precios

El precio, ese valor arbitrario que se da a las cosas. Siempre cambiando, aunque lo que no cambia es la sensación de si dicha cantidad es justa o no, si hay algún timo escondido. Los precios de una región también pueden enseñar mucho de ella: qué se valora y qué no, qué es aquello que marca estatus, qué tiene que llegar a todo el mundo.

Camerún, una vez más, no difiere. Los precios son distintos que en el mundo más desarrollado, en la mayor parte de los casos, como cabría imaginar, bastante más económicos. Pero aparte de esa tendencia general, existe un gran abanico de diferencias que hablan por sí solas.

Para comenzar, el tratamiento del SIDA es gratuito, así como la prueba diagnóstica para los menores de edad. Un plato de arroz con algo de carne puede costar 300 francos (45 céntimos de euro) a la par que una cerveza son 600 (90 céntimos) y un racimo de unos 10 kilos de plátanos 1.000 francos (1,5 euros).

El otro día estuve en el mercado de Bamenda con las hermanas y vendían 3 pantalones por 15 céntimos, a 5 céntimos el pantalón, y sin embargo la gasolina para llegar ahí está a un precio similar al de España. Habla por si mismo ¿no?

En el mercado de Bamenda

En el mercado de Bamenda

Las diferencias no sólo hablan de necesidades, sino que dicen mucho más. Con lo rápido que crecen los pies de un niño, es raro verles con algo diferente a chanclas o sandalias, y es quizás por eso que a pesar del polvo no verás un zapato camerunés sucio. El reflejo del cuidado hacia algo que les había sido privado por una simple diferencia de precio. Y no exagero, a Pablo y a mi nos han llegado a desaparecer todos los zapatos de la puerta para reaparecer al día siguiente limpios.

Otra de las consecuencias de este salto de precio no sorprende que sea el llamado ñangá, o para entendernos, el «postureo». Llevar gafas de sol es un lujo, no una necesidad, y como tal se consideran un atuendo idóneo para llevar orgullosamente el domingo a misa. O tomar cerveza en lugar de mimbo, la bebida alcohólica tradicional diez veces más barata. O cambiar de peluca cada semana.

Sea como fuere, forma parte de ellos, de su cultura y sus preferencias, de aquello que consideran importante. Aquí no te perseguirán demasiado cuando intentas regatear y haces el amago de irte, preferirán no vender a un precio injusto si pueden permitírselo. Ahora ya, está en manos del comprador decidir si lo es o no.