Las cosas saben diferente cuando eres consciente de que se acaban. Cuando el final se acerca escuchas más a los pájaros, miras más a las montañas, respiras más. Intentas atrapar todo lo que has vivido, lo que has aprendido, cada pequeña cosa que te acercó poco a poco a la persona que eres ahora.
Es una sensación extraña la de decir adiós a las cosas, la de saber que será la última vez que te reirás con algún enfermero, la última operación, el último paciente. Incluso la última emergencia a mitad de la noche no parece tan horrible. Procuro absorberlo todo, hasta la última palmera, sacar lo máximo de cada minuto. Pero aunque el tiempo se dilate, aunque se enlentezca al máximo, no cambia nada. Porque es lo que tienen los finales, que siempre llegan.
Y no lo describiría como algo triste, no es malo ni melancólico. Es el momento en que tomas consciencia de estar llena: de experiencias, de sentimientos, de gente y lugares… Llena y lista para volver a casa. Y quién sabe lo que depara la vida, quizás no sea un adiós, sino un hasta la vista.