Archivo de enero, 2016

Entre la necesidad y el ‘postureo’, un abanico de precios

El precio, ese valor arbitrario que se da a las cosas. Siempre cambiando, aunque lo que no cambia es la sensación de si dicha cantidad es justa o no, si hay algún timo escondido. Los precios de una región también pueden enseñar mucho de ella: qué se valora y qué no, qué es aquello que marca estatus, qué tiene que llegar a todo el mundo.

Camerún, una vez más, no difiere. Los precios son distintos que en el mundo más desarrollado, en la mayor parte de los casos, como cabría imaginar, bastante más económicos. Pero aparte de esa tendencia general, existe un gran abanico de diferencias que hablan por sí solas.

Para comenzar, el tratamiento del SIDA es gratuito, así como la prueba diagnóstica para los menores de edad. Un plato de arroz con algo de carne puede costar 300 francos (45 céntimos de euro) a la par que una cerveza son 600 (90 céntimos) y un racimo de unos 10 kilos de plátanos 1.000 francos (1,5 euros).

El otro día estuve en el mercado de Bamenda con las hermanas y vendían 3 pantalones por 15 céntimos, a 5 céntimos el pantalón, y sin embargo la gasolina para llegar ahí está a un precio similar al de España. Habla por si mismo ¿no?

En el mercado de Bamenda

En el mercado de Bamenda

Las diferencias no sólo hablan de necesidades, sino que dicen mucho más. Con lo rápido que crecen los pies de un niño, es raro verles con algo diferente a chanclas o sandalias, y es quizás por eso que a pesar del polvo no verás un zapato camerunés sucio. El reflejo del cuidado hacia algo que les había sido privado por una simple diferencia de precio. Y no exagero, a Pablo y a mi nos han llegado a desaparecer todos los zapatos de la puerta para reaparecer al día siguiente limpios.

Otra de las consecuencias de este salto de precio no sorprende que sea el llamado ñangá, o para entendernos, el «postureo». Llevar gafas de sol es un lujo, no una necesidad, y como tal se consideran un atuendo idóneo para llevar orgullosamente el domingo a misa. O tomar cerveza en lugar de mimbo, la bebida alcohólica tradicional diez veces más barata. O cambiar de peluca cada semana.

Sea como fuere, forma parte de ellos, de su cultura y sus preferencias, de aquello que consideran importante. Aquí no te perseguirán demasiado cuando intentas regatear y haces el amago de irte, preferirán no vender a un precio injusto si pueden permitírselo. Ahora ya, está en manos del comprador decidir si lo es o no.

El evento social de la semana llega con ritmo de música africana

Son las seis de la mañana y todo Widikum se despereza para prepararse con esmero. Cogen sus mejores galas, limpian sus zapatos a fondo y arreglan su peinado. El colegio está cerrado y en su campo de fútbol pastan los bueyes, no hay nadie en las calles y se respira una cierta calma. Hoy es domingo por la mañana, y la gente se encuentra en la iglesia de la cima de la colina.

misa

Camino de la misa dominical

Nada más entrar ya notas algo extraordinario en el ambiente, con la luz dorada del amanecer entrando por las ventanas e iluminando el polvo que flota colándose entre las personas. Hay toda suerte de ellas: mujeres con vestidos de brillantes colores, hombres con sus camisas tradicionales, niñas vestidas de princesas con volantes por todos lados, bebés que van de brazos en brazos hasta conseguir la calma…

misa3

Y entonces comienza a cantar el coro. Si con un poco de suerte el estridente micrófono no funciona, la música es una verdadera belleza. Acompañada por poco más que unos tambores y unas maracas podría describirse como una fusión de góspel y sobre todo música africana.

misa1

 

Todo el mundo baila, la mayoría moviéndose discretamente hacia los lados y algún que otro valiente con un poco más de brío. Es una cosa verdaderamente especial, con los niños corriendo por doquier y la gente en profunda concentración alrededor, el evento social de la semana. Creas en lo que creas es imposible no disfrutarlo, no sentir la solemnidad y alegría que te rodea, la relevancia que dos horas pueden tener para la sencilla gente de esta región.

Un puente de lianas comunica las dos orillas del río

El puente de lianas, una malla de estas flexibles ramas trenzadas que, hasta hace bien poco, constituía el único modo de atravesar el río hacia Olorenti. A grandes rasgos, cruzarlo es parecido a estar atravesando una malla de caza, con una base que es poco más ancha que un pie y una red de rudimentarios agarres a ambos lados que se extienden por encima de la cabeza.  Sin embargo, recientemente este invento se enfrenta a una batalla bien conocida: la innovación contra la tradición.

Un hombre atraviesa el río hacia Olorenti

Un hombre atraviesa el río hacia Olorenti

Un material tan caduco necesita reparaciones porque entre las lluvias y el calor, al cabo de seis meses atravesarlo se convierte en una actividad de riesgo. La tarea de reparación comienza con el Chief de Olorenti, que llama a todos los habitantes con un instrumento tradicional tocando una melodía particular. Nadie osa enfrentarse a tal llamada, por mucho que se trate de un anciano que vive  humildemente en una casa llena de cabras, todo el mundo acude. Las reparaciones se llevan a cabo a lo largo de un día y consiste básicamente en tirar abajo el antiguo puente y construir uno nuevo. Así de radical y sencillo, y así cada seis meses.

Pero ya han pasado más de siete meses y la estructura se ha dado de sí, al dar algunos pasos las ramas ceden tanto bajo el peso que podrías llegar a tocar el agua; y sin embargo no hay puente nuevo.
¿Por qué? Porque en realidad sí que lo hay, pero es demasiado nuevo. Ahora existe otro paso por el que hasta un coche puede cruzar y esta maravillosa tradición se tambalea.

Por ahora, el doctor ha hablado con el Chief reivindicando la importancia de la tradición y la belleza del puente como fuente de turismo, y ha recibido una respuesta esperanzadora. Ya sólo queda comprobar el resultado, y si éste perdurará o desaparecerá con las próximas lluvias, sustituido por un triste bloque de cemento.

Los caramelos y globos que regala el ‘hombre blanco’ a los niños

Puede pasarte tomando una cerveza en un bar, o sencillamente andando por la calle. Hagas lo que hagas es una pequeña sombra que te sigue, con sus pasos cortos, sus ojos como platos y la boca abierta. Tus admiradores más devotos, y las personas a las que saludar con la mano puede convertir ese día en el más importante de su vida: los niños.

yata1

Sin embargo, se trata de un poder de cuyas consecuencias has de ser consciente. Ser el centro de la atención de alguien tan influenciable no es tarea fácil. Te encuentras ante un dilema, por un lado, tienes la capacidad de dar una felicidad suprema con un sencillo globo o caramelo. En el mismo momento de entregarlo puedes hasta palpar la ilusión: cómo les brillan los ojos, cómo procuran no parpadear por si desaparece. Ni el mejor de los videojuegos es capaz de generar una emoción igual.

Pero está el otro lado de la moneda, el largo plazo y la parte más difícil. Cuando das un juguete no estás haciendo sólo eso. Puede que no seas consciente pero el color de tu piel te marca como referente, lo que hagas no lo estarás haciendo únicamente tú sino “the whiteman”, en sus ojos representas a toda una raza. Si un día das un globo, al siguiente blanco le pedirán otro, se irán agolpando los niños, pegándose entre ellos y fingiendo que aún no han recibido nada. Al final el que ganará será el que más pide no el que más lo necesita. Aunque para ser sinceros, sus verdaderas necesidades nada tienen que ver con globos.

No es fácil, no hay solución correcta. Poco se puede hacer más que intentar demostrar que esa diferencia de color que ven tan grande en realidad no lo es tanto. Enseñar que se puede decir que no a un niño, aunque no tenga nada, porque le estás dando algo mucho más valioso, ejemplo. Y así, poco a poco, aplacar reacciones como la de Kingston, de apenas 11 años, cuando supo que venía un grupo de blancos de visita.

“¿Cuánto van a tardar? Si me doy prisa me da tiempo a mojarme el pantalón y practicar mi cara de pena y hambre

No puedo culparlo. Es un niño, un niño sin madre que únicamente ha aprendido a sobrevivir.

El mercado que atrae los accidentes

 

Vendedora de calabazas en el mercado

Vendedora de calabazas en el mercado

Ya desde por la mañana el día se respira diferente. No te despiertan los gallos sino los gritos de los cerdos y una cierta inquietud va tomando forma. Como cada ocho días es market day, el día de mercado.

 

Hoy Widikum se convierte en el centro de la vida a 50 kilómetros a la redonda. La gente recorre distancias de hasta diez horas a pie cargando a la espalda todo lo posible: aceite de palma, plátanos, gallinas, cabras… Hasta los cerdos se meten boca arriba en cestas. Las calles rebosan con gente que se agolpa sumida en la eterna lucha entre conseguir el mejor precio y hacer que el trayecto hasta allí merezca la pena. No hay día en que Widikum esté más vivo.

 

En el hospital, sin embargo, este día se vive con inquietud. La fila de la consulta ocupa toda la longitud del pasillo, las peticiones de ecografías se multiplican, el seguimiento de las embarazadas, los nuevos ingresos… Sin olvidar que hay que continuar visitando a los enfermos de la planta y el seguimiento de los pacientes . Todo ello para un solo médico, pero no es lo peor.

Lo que más temor produce en el hospital es otra cosa: los imprevistos. Entre ellos podemos encontrar accidentes de tráfico, cesáreas de urgencia, cortes con los machetes, peleas… Lo que sea. Pacientes críticos que llegan a un hospital ya saturado de trabajo, y que suelen necesitar cirugía, otra labor nada fácil de encajar en el día del médico.
Así son los días de mercado, llenos de vida y llenos de muerte, con un doctor César haciendo malabares con tiempo y prioridades, intentanto abarcar lo que en muchas ocasiones es inabarcable. Pero este día no es invencible y a pesar del cansancio y la tensión, termina. Y con él vuelve esa calma relativa, ese mirar atrás y ver que de una manera u otra las cosas han salido. Ese saber que pase lo que pase, lo has conseguido, has sobrevivido.
El mercado a rebosar de gente

El mercado a rebosar de gente