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El ciclo del aceite de palma se cierra con un rastro de aliento cargado de alcohol

Con la salida del sol comienza el proceso: los hombres parten camino del «Bush», hacia lo frondoso del bosque. A la espalda llevan el machete y bajo el brazo el llamado ‘rub’, un artilugio fabricado con la rama de la misma palmera. Con ello rodean el tronco del árbol y agarrando ambos extremos, se inclinan hacia atrás. A partir de ahí sólo consiste en impulsar el rub y trepar, impulsar, trepar, y así ir poco a poco ascendiendo.  Una vez en la cima ya únicamente queda, a base de machetazos, recoger el fruto.

Palmas que dan el fruto con el que se hace el aceite

Palmas que dan el fruto con el que se hace el aceite

Comienza la segunda fase y las mujeres entran en escena: fabricar el aceite de palma. Un trabajo laborioso que consiste en hervir y después pisar bien el fruto para exprimir el jugo, como si de uvas se tratase. Luego hay que filtrar el aceite, mezclándolo una y otra vez con agua. Horas y horas de trabajo, pero al fin la garrafa está llena de tan valioso material y lista para cargarla a cuestas hasta el punto de venta.

Llega el día de mercado y en la cima de la colina se acumulan los bidones con tan preciado botín. La gente se arremolina para conseguir los mejores precios,  y las mujeres charlan sobre los charcos de grasa.

Mercado en Widikum

Mercado en Widikum

Todo el aceite está vendido, pero falta la parte importante del ciclo del aceite. El final, el destino de esas monedas  que son la causa y consecuencia de todo. El dinero pasa de la mano de la mujer a la del hombre. Como era de esperar, de la mano del hombre desaparece, dejando como único rastro de su paso un aliento cargado de alcohol.