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La verdad es incómoda y dura para la mujer camerunesa

«Woman’s Day, Woman’s Day, Woman’s Day» vitorea la multitud emocionada al unísono.

Ayer Widikum se levantó vestido de naranja y de morado, con la misma tela pero cada uno diferente, cada uno su estilo. Y este mar de brillantes colores se reunió frente al colegio para celebrar este día especial, el día de la mujer.

Las enfermeras del hospital ataviadas para la ocasión

Las enfermeras del hospital ataviadas para la ocasión

Por un día, la mujer no está a cargo de los niños, de la casa, de cocinar; pero no se trata sólo de eso. Es un día de reflexión sobre el género femenino, sobre su papel en la sociedad camerunesa, sobre su potencial y los problemas que le impiden alcanzarlo.
Los temas han sido variados: desde evitar el embarazo y matrimonio prematuro, hasta demostrar que una mujer también puede construir una casa o partir leña. También se ha puesto en evidencia situaciones tristemente reales como  los chantajes sexuales por parte de la autoridad, la alienación de las viudas o la infidelidad y el maltrato. Temas incómodos, con algunos de los implicados entre el público, impunes.

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De todo ello se ha hablado reunidos este día, entre discursos, teatrillos, bailes y bromas. Todo aparentemente inofensivo pero encerrando una verdad que aquí es aún más incómoda y dura que nunca: todavía queda mucho camino por recorrer.

Los habitantes veteranos del hospital

Cada mañana al entrar en Saint Therese, la zona de ingreso de los hombres en el hospital, ya te llega el tarareo ausente de Papá Pi desda la esquina.

«Good morning everyone», «Good morning doctor», te responde con una sonrisa mirando con sus ojos ciegos. Y se ríe y comienza con una alegre verborrea en pidgin durante la cual no te suelta la mano.

Papá Pi

Papá Pi

Emmanuel en la otra esquina levanta las dos manos a modo de saludo y con la misma sonrisa te dice que va mejor poco a poco, que sus heridas se van recuperando. Richard, un tanto más reservado, se mantiene callado en su cama a no ser que te dirijas a él, siempre igual de amable y discreto.

Se trata de nuestros tres pacientes más peculiares, enfermos cuyo ingreso es tan largo que ya se han convertido en habitantes de plantilla del hospital. Papá Pi llevará alrededor de un año recuperándose de sus quemaduras y continúa con nosotros por su situación, y probablemente porque con su naturalidad ya se ha ganado un hueco en el corazón de todas las hermanas y del personal del hospital. Emmanuel se quemó las dos piernas al poco de llegar yo a Widikum y Richard se cayó en una letrina cortándose la pierna antes de Navidad.

Los pacientes que han ganado en paciencia a todos, los milagros a largo plazo y, mientras la curación se alargue, parte de nuestra improvisada familia. Y, ante todo, la gratificante sonrisa diaria asegurada que reconforta en los momentos difíciles.

No solo llevamos tragedias a nuestras espaldas

No dejaba de cantar. Nunca, ni siquiera para ir al baño. Ni siquiera dormía. Esa era su enfermedad, de la noche a la mañana de pronto comenzó a bailar y a cantar y no paró. Así fue cómo conocimos a Verónica. Entrevistarle era un triunfo y se expresaba de una manera tan cómica, que costaba no sonreír al verla. Parecía la persona más feliz y excéntrica del mundo. Pero bastaba con mirar a su marido abatido a su lado para volver a la tierra: Era algo serio, no tenía sentido y asustaba. ¿Cómo es posible despertarse loco de atar y no recobrar la cordura? Y ¿qué podíamos hacer, por dónde empezar?

Existen casos en los que la malaria puede dar síntomas psiquiátricos y neurológicos. No es infrecuente, y con el tratamiento atajas rápidamente a niños que bien podrían estar poseídos, berreando y revolcándose por el suelo. No es de extrañar que fuera nuestro primer paso poner dicho tratamiento. A partir de ahí sólo era cuestión de tiempo.

Pero el tiempo pasaba y nada. No callaba, no dormía y apenas comía. La familia estaba desesperada, parecía más cosa de espíritus, cosa de contrimedicine. Nos pidieron llevársela del hospital y con esfuerzo conseguimos rascar un día más. Hicimos una última apuesta, el test era negativo, pero ¿y si era toxoplasmosis? La recuperación fue milagrosa, un solo día y ya volvía a ser ella misma, sonriendo como si nada hubiera pasado. No pudimos evitar darle un abrazo al verlo. Nos recordaba, pero no era consciente de lo que había hecho, todo era muy confuso, pero estaba bien, sana.

Veronica

Verónica nos ha vuelto a visitar en la consulta.

Hoy Verónica ha venido a la consulta después de dos meses de vida normal y me ha traído a la memoria su historia y ese día en que sentí que hicimos casi magia. Hoy he recordado cómo a nuestras espaldas pesan las tragedias, pero no es lo único que llevamos.

Una carrera de obstáculos en un campo de minas

Ser médico no es fácil. Desde antes de empezar a estudiar ya lo sabes a medias, lo sospechas. Puede que comiences a entenderlo mejor a medida que avanza la carrera, cuando te enfrentas a tu primer paciente o la primera vez en que algo se te escapa. Curso tras curso te vas dando más cuenta de que ser médico no es nada fácil. Ahora bien, ser médico en África es peor que una carrera de obstáculos en un campo de minas.

Fuera del conocimiento, de la carga emocional, de la patología tropical y sus dificultades existe otro problema mayor. Como dirían en pidgin «Money not there». El médico tiene que aprender a hacer malabares con recursos y precios, con necesidades y posibilidades. Y lo peor es que no siempre hay una solución a estos problemas.

Mary

Mary y su permanente sonrisa

Mary llegó al hospital con tos persistente y el oxígeno en sangre por los suelos. Pasaban los días y a pesar del tratamiento no había cambios, en cuanto le quitábamos las gafas nasales el oxígeno volvía a caer. Con nuestros recursos no podíamos hacer mucho más y cada día que pasaba con nosotros su factura aumentaba sin mejoría. Decidimos referirla al Hospital Regional de Bamenda, la ciudad más cercana, fue el equilibrio que encontramos entre ayudarla lo mejor posible por el menor coste para la familia.

Tardaron cinco días en llevársela. «Money not there» para pagar la factura de nuestro hospital. Pero si no pagan antes de irse, huyen sin pagar. Y si el hospital no recupera el dinero de las medicinas y el ingreso de los pacientes se va a pique, no tiene otro tipo de financiación. Si se apela a la caridad no habrá hospital para nadie, y menos en un hospital como este, barato y de calidad.

No es fácil ser médico aquí. Saber qué hay que hacer, cómo ayudar, y tener que quedarse sencillamente mirando sin poder hacer nada.

Randy, el ‘niño sin sangre’

Conocimos a Randy al poco de mi llegada a Camerún. Lo trajeron con los ojos amarillos, semiinconsciente y con una anemia de esas que sólo se ven en África. Con sus 5 años parecía más una marioneta sin hilos que un niño. Tras la primera trasfusión no remontaba y no había nadie más para darle la sangre que necesitaba. Al final, fue Pablo, el ingeniero voluntario que llevaba el proyecto de canalización del agua, quien se la dio, y quizás eso fue lo que hizo que Randy se convirtiera en un niño especial para nosotros, el niño al que salvó Pablo.

Esta historia es el pan nuestro de cada día en el hospital. El parásito de la malaria se aloja en las células rojas de la sangre y las rompe, se llama anemia por hemólisis. Aquí los llaman los “niños sin sangre”, niños que vienen con hemoglobinas de 4, de 2 o incluso alguna de 1.2 cuando el valor mínimo normal es 12. En muchos casos es inexplicable que sigan respirando. Los traen tarde, después de días y días con fiebre, habiendo probado todo tipo de medicinas a las dosis que les viene en gana… Ocurre prácticamente a diario y siempre es una emergencia: O trasfundes cuanto antes o se te mueren ante tus ojos.

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No tenemos banco de sangre, así que ésta suele venir de la persona que trae al enfermo o de algún familiar, se les hacen algunas pruebas de las principales enfermedades de transmisión sanguínea y listo. Pero cuando tienes prisa y la vida de un niño en juego, puedo asegurar que conseguir sangre se convierte en tu peor pesadilla. Empiezan a llegar problemas: El grupo sanguíneo no es compatible, no hay nadie a quien pedir sangre, no hay dinero o la persona que tiene que conseguirla se bloquea pensando a quién pedírsela. Mientras tanto, el tiempo sigue corriendo.

Eso sí, si lo consigues, si la sangre llega a tiempo, la recuperación es milagrosa. Al día siguiente tienes a un niño casi completamente sano, que juega y que se queja y llora cuando intentas explorarle. Randy no fue diferente, fue a darle las gracias a Pablo al segundo día y al tercero no paraba de reír. Nos dio pena decirle adiós al darle de alta.

Sin embargo, hace un par de días Randy volvió al hospital. Esta vez estaba completamente inconsciente, respiraba con dificultad, estaba completamente al límite. La sangre del padre no era compatible y mientras él buscaba alguien más, mientras miraban si yo misma tenía suficiente hemoglobina para darle, Randy dejó de respirar.

No pudimos hacer nada, pero dolió igualmente. Sobre todo cuando el último recuerdo de él  era sonriendo. Sobre todo cuando si lo hubieran traído un día antes, unas horas o incluso 30 minutos, Randy estaría otra vez sentado en su cama esperando pacientemente su turno para decirme que se encuentra bien, que quiere jugar. Y sobre todo porque da igual lo que les digas a los padres, la de veces que lo expliques. Seguirán llegando niños sin sangre, seguirán muriendo, y no por malaria, por ignorancia.

Entre la necesidad y el ‘postureo’, un abanico de precios

El precio, ese valor arbitrario que se da a las cosas. Siempre cambiando, aunque lo que no cambia es la sensación de si dicha cantidad es justa o no, si hay algún timo escondido. Los precios de una región también pueden enseñar mucho de ella: qué se valora y qué no, qué es aquello que marca estatus, qué tiene que llegar a todo el mundo.

Camerún, una vez más, no difiere. Los precios son distintos que en el mundo más desarrollado, en la mayor parte de los casos, como cabría imaginar, bastante más económicos. Pero aparte de esa tendencia general, existe un gran abanico de diferencias que hablan por sí solas.

Para comenzar, el tratamiento del SIDA es gratuito, así como la prueba diagnóstica para los menores de edad. Un plato de arroz con algo de carne puede costar 300 francos (45 céntimos de euro) a la par que una cerveza son 600 (90 céntimos) y un racimo de unos 10 kilos de plátanos 1.000 francos (1,5 euros).

El otro día estuve en el mercado de Bamenda con las hermanas y vendían 3 pantalones por 15 céntimos, a 5 céntimos el pantalón, y sin embargo la gasolina para llegar ahí está a un precio similar al de España. Habla por si mismo ¿no?

En el mercado de Bamenda

En el mercado de Bamenda

Las diferencias no sólo hablan de necesidades, sino que dicen mucho más. Con lo rápido que crecen los pies de un niño, es raro verles con algo diferente a chanclas o sandalias, y es quizás por eso que a pesar del polvo no verás un zapato camerunés sucio. El reflejo del cuidado hacia algo que les había sido privado por una simple diferencia de precio. Y no exagero, a Pablo y a mi nos han llegado a desaparecer todos los zapatos de la puerta para reaparecer al día siguiente limpios.

Otra de las consecuencias de este salto de precio no sorprende que sea el llamado ñangá, o para entendernos, el «postureo». Llevar gafas de sol es un lujo, no una necesidad, y como tal se consideran un atuendo idóneo para llevar orgullosamente el domingo a misa. O tomar cerveza en lugar de mimbo, la bebida alcohólica tradicional diez veces más barata. O cambiar de peluca cada semana.

Sea como fuere, forma parte de ellos, de su cultura y sus preferencias, de aquello que consideran importante. Aquí no te perseguirán demasiado cuando intentas regatear y haces el amago de irte, preferirán no vender a un precio injusto si pueden permitírselo. Ahora ya, está en manos del comprador decidir si lo es o no.

El evento social de la semana llega con ritmo de música africana

Son las seis de la mañana y todo Widikum se despereza para prepararse con esmero. Cogen sus mejores galas, limpian sus zapatos a fondo y arreglan su peinado. El colegio está cerrado y en su campo de fútbol pastan los bueyes, no hay nadie en las calles y se respira una cierta calma. Hoy es domingo por la mañana, y la gente se encuentra en la iglesia de la cima de la colina.

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Camino de la misa dominical

Nada más entrar ya notas algo extraordinario en el ambiente, con la luz dorada del amanecer entrando por las ventanas e iluminando el polvo que flota colándose entre las personas. Hay toda suerte de ellas: mujeres con vestidos de brillantes colores, hombres con sus camisas tradicionales, niñas vestidas de princesas con volantes por todos lados, bebés que van de brazos en brazos hasta conseguir la calma…

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Y entonces comienza a cantar el coro. Si con un poco de suerte el estridente micrófono no funciona, la música es una verdadera belleza. Acompañada por poco más que unos tambores y unas maracas podría describirse como una fusión de góspel y sobre todo música africana.

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Todo el mundo baila, la mayoría moviéndose discretamente hacia los lados y algún que otro valiente con un poco más de brío. Es una cosa verdaderamente especial, con los niños corriendo por doquier y la gente en profunda concentración alrededor, el evento social de la semana. Creas en lo que creas es imposible no disfrutarlo, no sentir la solemnidad y alegría que te rodea, la relevancia que dos horas pueden tener para la sencilla gente de esta región.

Un puente de lianas comunica las dos orillas del río

El puente de lianas, una malla de estas flexibles ramas trenzadas que, hasta hace bien poco, constituía el único modo de atravesar el río hacia Olorenti. A grandes rasgos, cruzarlo es parecido a estar atravesando una malla de caza, con una base que es poco más ancha que un pie y una red de rudimentarios agarres a ambos lados que se extienden por encima de la cabeza.  Sin embargo, recientemente este invento se enfrenta a una batalla bien conocida: la innovación contra la tradición.

Un hombre atraviesa el río hacia Olorenti

Un hombre atraviesa el río hacia Olorenti

Un material tan caduco necesita reparaciones porque entre las lluvias y el calor, al cabo de seis meses atravesarlo se convierte en una actividad de riesgo. La tarea de reparación comienza con el Chief de Olorenti, que llama a todos los habitantes con un instrumento tradicional tocando una melodía particular. Nadie osa enfrentarse a tal llamada, por mucho que se trate de un anciano que vive  humildemente en una casa llena de cabras, todo el mundo acude. Las reparaciones se llevan a cabo a lo largo de un día y consiste básicamente en tirar abajo el antiguo puente y construir uno nuevo. Así de radical y sencillo, y así cada seis meses.

Pero ya han pasado más de siete meses y la estructura se ha dado de sí, al dar algunos pasos las ramas ceden tanto bajo el peso que podrías llegar a tocar el agua; y sin embargo no hay puente nuevo.
¿Por qué? Porque en realidad sí que lo hay, pero es demasiado nuevo. Ahora existe otro paso por el que hasta un coche puede cruzar y esta maravillosa tradición se tambalea.

Por ahora, el doctor ha hablado con el Chief reivindicando la importancia de la tradición y la belleza del puente como fuente de turismo, y ha recibido una respuesta esperanzadora. Ya sólo queda comprobar el resultado, y si éste perdurará o desaparecerá con las próximas lluvias, sustituido por un triste bloque de cemento.

Los caramelos y globos que regala el ‘hombre blanco’ a los niños

Puede pasarte tomando una cerveza en un bar, o sencillamente andando por la calle. Hagas lo que hagas es una pequeña sombra que te sigue, con sus pasos cortos, sus ojos como platos y la boca abierta. Tus admiradores más devotos, y las personas a las que saludar con la mano puede convertir ese día en el más importante de su vida: los niños.

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Sin embargo, se trata de un poder de cuyas consecuencias has de ser consciente. Ser el centro de la atención de alguien tan influenciable no es tarea fácil. Te encuentras ante un dilema, por un lado, tienes la capacidad de dar una felicidad suprema con un sencillo globo o caramelo. En el mismo momento de entregarlo puedes hasta palpar la ilusión: cómo les brillan los ojos, cómo procuran no parpadear por si desaparece. Ni el mejor de los videojuegos es capaz de generar una emoción igual.

Pero está el otro lado de la moneda, el largo plazo y la parte más difícil. Cuando das un juguete no estás haciendo sólo eso. Puede que no seas consciente pero el color de tu piel te marca como referente, lo que hagas no lo estarás haciendo únicamente tú sino “the whiteman”, en sus ojos representas a toda una raza. Si un día das un globo, al siguiente blanco le pedirán otro, se irán agolpando los niños, pegándose entre ellos y fingiendo que aún no han recibido nada. Al final el que ganará será el que más pide no el que más lo necesita. Aunque para ser sinceros, sus verdaderas necesidades nada tienen que ver con globos.

No es fácil, no hay solución correcta. Poco se puede hacer más que intentar demostrar que esa diferencia de color que ven tan grande en realidad no lo es tanto. Enseñar que se puede decir que no a un niño, aunque no tenga nada, porque le estás dando algo mucho más valioso, ejemplo. Y así, poco a poco, aplacar reacciones como la de Kingston, de apenas 11 años, cuando supo que venía un grupo de blancos de visita.

“¿Cuánto van a tardar? Si me doy prisa me da tiempo a mojarme el pantalón y practicar mi cara de pena y hambre

No puedo culparlo. Es un niño, un niño sin madre que únicamente ha aprendido a sobrevivir.

La infancia se termina en el momento en que pueden cargar peso

Franklin llegó al hospital con los ojos cubiertos de pus y la piel convertida en un sarpullido. Otro caso más de sarampión. Lo tratamos y no iba mal, los síntomas cada día iban desapareciendo: la conjuntivitis, la tos… Sólo había uno que se resistía, día tras día: “No quiere comer”, me decía su madre, Mercy, entre risas. Cada día me comía mi indignación, y miraba alrededor buscando apoyo mientras replicaba que no era gracioso, que era algo grave. Pero nada de lo que dijera podría cambiarla, porque Mercy está simple y llanamente loca. Y tiene dos hijos sin padre y otro en camino. Franklin no comía porque su madre no sabía que tenía que darle de comer.

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La infancia aquí es distinta. Carritos, chupetes, cunas, juguetes… Son fantasías, se desconoce su existencia. No es el entorno el que se adecúa al niño, desde el mismo comienzo de la vida es él el que debe adaptarse. Las madres tienen que continuar cultivando en la granja, limpiando, trabajando; así que los bebés crecen a su espalda hasta aprender a andar. A partir de entonces ya son independientes, no es extraño ver a niños de hasta dos años solos por la calle, corriendo por los caminos o jugando con machetes. Sin embargo, lo más característico de la niñez es lo efímero de su duración. En cuanto un niño puede vender cacahuetes, llevar un bidón de aceite de palma o a sus hermanos a cuestas, se acabó. En el momento en que pueden cargar peso, la infancia se termina.

Esa es la base sobre la que partimos, la normalidad sobre la que luego se añaden historias como la de Franklin, como los huérfanos, como los hijos de familias en las que no hay dinero ni para un plato de arroz. Casos que son más habituales que raros.

Así son las cosas, luchamos contra lo que podemos mientras soportamos la frustración de ver todo lo que nos falta, alimentándonos de momentos en los que parece que hemos conseguido que algo cambie, por pequeño que sea. Con imágenes como Mercy corriendo con su sonrisa al enseñar a su hijo. “Mira, mira, está comiendo”