Archivo de febrero, 2016

Las lechuzas les producen escalofríos

Ha sido un día normal y corriente, de esos en los que el primer pensamiento de la jornada es tan básico cómo si habrá o no luz para preparar café. De esos en los que, antes de que te quieras dar cuenta, ya estás empezando la ronda de visitas a los ingresados en el hospital. Como parpadees ya estarás a punto de terminar de ver a todos los niños de la lista de los ingresados por diarrea. Y en esas andábamos todo el equipo: un par de voluntarias, otro de enfermeros y la hermana; cuando oímos un alboroto.

lechuza

Un trabajador sostiene una lechuza en sus manos

Para no variar, ante el mínimo signo de entretenimiento que surge en los alrededores del hospital, todos los pacientes y familiares ya formaban un corrillo. En el centro tres lechuzas muertas en fila, y un trabajador venía con la cuarta revoloteando en su mano. «Pero, ¿por qué las matáis?». Les dan miedo, son animales malvados, son brujas, nos explican.

No son los únicos animales que les producen escalofríos, los gatos tampoco son de fiar para ellos. Como el doctor  César me explicó: para ellos, no se puede esperar nada bueno de un animal tan reservado que nunca lo verás haciendo sus necesidades o apareándose. Son criaturas diferentes, no son naturales… Tendrá que ser magia.

El veneno como arte de pesca en el río

Ha sido por casualidad, por desviarnos del camino, por querer encontrar algo nuevo que nos hemos chocado con esta imagen. El río, en su parte más alta, antes de llegar a Widikum, cubierto de jirones de espuma.

«Pero, ¿qué es esto?», le preguntamos a la amable mujer que nos había enseñado la ruta.

«Pescadores, echan veneno al río para matar a los peces, así los pescan más fácilmente».

Jirones de espuma en la parte alta del río

Jirones de espuma en la parte alta del río

Tal cual, matando moscas a cañonazos; corrompiendo la única fuente de agua de la población para conseguir pescado. Tan solo una hora después llegamos al pueblo, donde la gente chapotea en la orilla, los niños juegan y salpican, las mujeres lavan la ropa, los trabajadores agotados se acercan para tomar un sorbo de agua. Un agua que a saber qué efectos tendrá.

Niños bañándose unos kilómetros más abajo

Niños bañándose unos kilómetros más abajo

Pero a pesar de todo, si lo gritamos, si supieran lo que está pasando, ¿qué harían? Cuando no hay otra opción, donde no existe el concepto de elegir, ¿hay espacio para cambiar?

Los habitantes veteranos del hospital

Cada mañana al entrar en Saint Therese, la zona de ingreso de los hombres en el hospital, ya te llega el tarareo ausente de Papá Pi desda la esquina.

«Good morning everyone», «Good morning doctor», te responde con una sonrisa mirando con sus ojos ciegos. Y se ríe y comienza con una alegre verborrea en pidgin durante la cual no te suelta la mano.

Papá Pi

Papá Pi

Emmanuel en la otra esquina levanta las dos manos a modo de saludo y con la misma sonrisa te dice que va mejor poco a poco, que sus heridas se van recuperando. Richard, un tanto más reservado, se mantiene callado en su cama a no ser que te dirijas a él, siempre igual de amable y discreto.

Se trata de nuestros tres pacientes más peculiares, enfermos cuyo ingreso es tan largo que ya se han convertido en habitantes de plantilla del hospital. Papá Pi llevará alrededor de un año recuperándose de sus quemaduras y continúa con nosotros por su situación, y probablemente porque con su naturalidad ya se ha ganado un hueco en el corazón de todas las hermanas y del personal del hospital. Emmanuel se quemó las dos piernas al poco de llegar yo a Widikum y Richard se cayó en una letrina cortándose la pierna antes de Navidad.

Los pacientes que han ganado en paciencia a todos, los milagros a largo plazo y, mientras la curación se alargue, parte de nuestra improvisada familia. Y, ante todo, la gratificante sonrisa diaria asegurada que reconforta en los momentos difíciles.

Jugando se puede vivir una aventura

La sonrisa de un niño te puede transmitir muchas cosas, quizás más que la de cualquier otro. Tiene algo especial, es fresca y sincera, totalmente transparente, casi como el agua. Aquí, sin embargo y a pesar de las circunstancias, tiene algo aún más especial, es más natural y más salvaje. No puedo evitar pensar que hay algo que los niños tienen aquí que en casa nos falta.

Quizás sean los juegos, o la falta de ellos, la necesidad de crear algo lo suficientemente emocionante para esos momentos libres en los que no están en la granja ayudando a sus padres o en la escuela. La imaginación les desborda y empujar una rueda con un palo por un camino se convierte en algo apasionante. El tajo de una rama de palmera seco de pronto se vuelve en el trineo perfecto para las pendientes de arena y hierba. Incluso tiene algo de especial ver a un bebé revolcándose por el suelo polvoriento sin preocupar a nadie por que chupe una sandalia.

Niños jugando en Widikum

Niños jugando en Widikum

La diversión aquí es salvaje: Se puede chapotear en la orilla de un río y perseguir lagartos azules. No hay móviles ni consolas, no hay ordenadores o televisiones y, lejos de ser una tragedia, en ocasiones da la impresión de haberse quitado un peso de encima. Como algo que había olvidado, que las cosas sencillas y naturales pueden ser emocionantes, que jugando se puede vivir una aventura.

No solo llevamos tragedias a nuestras espaldas

No dejaba de cantar. Nunca, ni siquiera para ir al baño. Ni siquiera dormía. Esa era su enfermedad, de la noche a la mañana de pronto comenzó a bailar y a cantar y no paró. Así fue cómo conocimos a Verónica. Entrevistarle era un triunfo y se expresaba de una manera tan cómica, que costaba no sonreír al verla. Parecía la persona más feliz y excéntrica del mundo. Pero bastaba con mirar a su marido abatido a su lado para volver a la tierra: Era algo serio, no tenía sentido y asustaba. ¿Cómo es posible despertarse loco de atar y no recobrar la cordura? Y ¿qué podíamos hacer, por dónde empezar?

Existen casos en los que la malaria puede dar síntomas psiquiátricos y neurológicos. No es infrecuente, y con el tratamiento atajas rápidamente a niños que bien podrían estar poseídos, berreando y revolcándose por el suelo. No es de extrañar que fuera nuestro primer paso poner dicho tratamiento. A partir de ahí sólo era cuestión de tiempo.

Pero el tiempo pasaba y nada. No callaba, no dormía y apenas comía. La familia estaba desesperada, parecía más cosa de espíritus, cosa de contrimedicine. Nos pidieron llevársela del hospital y con esfuerzo conseguimos rascar un día más. Hicimos una última apuesta, el test era negativo, pero ¿y si era toxoplasmosis? La recuperación fue milagrosa, un solo día y ya volvía a ser ella misma, sonriendo como si nada hubiera pasado. No pudimos evitar darle un abrazo al verlo. Nos recordaba, pero no era consciente de lo que había hecho, todo era muy confuso, pero estaba bien, sana.

Veronica

Verónica nos ha vuelto a visitar en la consulta.

Hoy Verónica ha venido a la consulta después de dos meses de vida normal y me ha traído a la memoria su historia y ese día en que sentí que hicimos casi magia. Hoy he recordado cómo a nuestras espaldas pesan las tragedias, pero no es lo único que llevamos.

Una carrera de obstáculos en un campo de minas

Ser médico no es fácil. Desde antes de empezar a estudiar ya lo sabes a medias, lo sospechas. Puede que comiences a entenderlo mejor a medida que avanza la carrera, cuando te enfrentas a tu primer paciente o la primera vez en que algo se te escapa. Curso tras curso te vas dando más cuenta de que ser médico no es nada fácil. Ahora bien, ser médico en África es peor que una carrera de obstáculos en un campo de minas.

Fuera del conocimiento, de la carga emocional, de la patología tropical y sus dificultades existe otro problema mayor. Como dirían en pidgin «Money not there». El médico tiene que aprender a hacer malabares con recursos y precios, con necesidades y posibilidades. Y lo peor es que no siempre hay una solución a estos problemas.

Mary

Mary y su permanente sonrisa

Mary llegó al hospital con tos persistente y el oxígeno en sangre por los suelos. Pasaban los días y a pesar del tratamiento no había cambios, en cuanto le quitábamos las gafas nasales el oxígeno volvía a caer. Con nuestros recursos no podíamos hacer mucho más y cada día que pasaba con nosotros su factura aumentaba sin mejoría. Decidimos referirla al Hospital Regional de Bamenda, la ciudad más cercana, fue el equilibrio que encontramos entre ayudarla lo mejor posible por el menor coste para la familia.

Tardaron cinco días en llevársela. «Money not there» para pagar la factura de nuestro hospital. Pero si no pagan antes de irse, huyen sin pagar. Y si el hospital no recupera el dinero de las medicinas y el ingreso de los pacientes se va a pique, no tiene otro tipo de financiación. Si se apela a la caridad no habrá hospital para nadie, y menos en un hospital como este, barato y de calidad.

No es fácil ser médico aquí. Saber qué hay que hacer, cómo ayudar, y tener que quedarse sencillamente mirando sin poder hacer nada.

Randy, el ‘niño sin sangre’

Conocimos a Randy al poco de mi llegada a Camerún. Lo trajeron con los ojos amarillos, semiinconsciente y con una anemia de esas que sólo se ven en África. Con sus 5 años parecía más una marioneta sin hilos que un niño. Tras la primera trasfusión no remontaba y no había nadie más para darle la sangre que necesitaba. Al final, fue Pablo, el ingeniero voluntario que llevaba el proyecto de canalización del agua, quien se la dio, y quizás eso fue lo que hizo que Randy se convirtiera en un niño especial para nosotros, el niño al que salvó Pablo.

Esta historia es el pan nuestro de cada día en el hospital. El parásito de la malaria se aloja en las células rojas de la sangre y las rompe, se llama anemia por hemólisis. Aquí los llaman los “niños sin sangre”, niños que vienen con hemoglobinas de 4, de 2 o incluso alguna de 1.2 cuando el valor mínimo normal es 12. En muchos casos es inexplicable que sigan respirando. Los traen tarde, después de días y días con fiebre, habiendo probado todo tipo de medicinas a las dosis que les viene en gana… Ocurre prácticamente a diario y siempre es una emergencia: O trasfundes cuanto antes o se te mueren ante tus ojos.

sangre 2

No tenemos banco de sangre, así que ésta suele venir de la persona que trae al enfermo o de algún familiar, se les hacen algunas pruebas de las principales enfermedades de transmisión sanguínea y listo. Pero cuando tienes prisa y la vida de un niño en juego, puedo asegurar que conseguir sangre se convierte en tu peor pesadilla. Empiezan a llegar problemas: El grupo sanguíneo no es compatible, no hay nadie a quien pedir sangre, no hay dinero o la persona que tiene que conseguirla se bloquea pensando a quién pedírsela. Mientras tanto, el tiempo sigue corriendo.

Eso sí, si lo consigues, si la sangre llega a tiempo, la recuperación es milagrosa. Al día siguiente tienes a un niño casi completamente sano, que juega y que se queja y llora cuando intentas explorarle. Randy no fue diferente, fue a darle las gracias a Pablo al segundo día y al tercero no paraba de reír. Nos dio pena decirle adiós al darle de alta.

Sin embargo, hace un par de días Randy volvió al hospital. Esta vez estaba completamente inconsciente, respiraba con dificultad, estaba completamente al límite. La sangre del padre no era compatible y mientras él buscaba alguien más, mientras miraban si yo misma tenía suficiente hemoglobina para darle, Randy dejó de respirar.

No pudimos hacer nada, pero dolió igualmente. Sobre todo cuando el último recuerdo de él  era sonriendo. Sobre todo cuando si lo hubieran traído un día antes, unas horas o incluso 30 minutos, Randy estaría otra vez sentado en su cama esperando pacientemente su turno para decirme que se encuentra bien, que quiere jugar. Y sobre todo porque da igual lo que les digas a los padres, la de veces que lo expliques. Seguirán llegando niños sin sangre, seguirán muriendo, y no por malaria, por ignorancia.