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Los caramelos y globos que regala el ‘hombre blanco’ a los niños

Puede pasarte tomando una cerveza en un bar, o sencillamente andando por la calle. Hagas lo que hagas es una pequeña sombra que te sigue, con sus pasos cortos, sus ojos como platos y la boca abierta. Tus admiradores más devotos, y las personas a las que saludar con la mano puede convertir ese día en el más importante de su vida: los niños.

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Sin embargo, se trata de un poder de cuyas consecuencias has de ser consciente. Ser el centro de la atención de alguien tan influenciable no es tarea fácil. Te encuentras ante un dilema, por un lado, tienes la capacidad de dar una felicidad suprema con un sencillo globo o caramelo. En el mismo momento de entregarlo puedes hasta palpar la ilusión: cómo les brillan los ojos, cómo procuran no parpadear por si desaparece. Ni el mejor de los videojuegos es capaz de generar una emoción igual.

Pero está el otro lado de la moneda, el largo plazo y la parte más difícil. Cuando das un juguete no estás haciendo sólo eso. Puede que no seas consciente pero el color de tu piel te marca como referente, lo que hagas no lo estarás haciendo únicamente tú sino “the whiteman”, en sus ojos representas a toda una raza. Si un día das un globo, al siguiente blanco le pedirán otro, se irán agolpando los niños, pegándose entre ellos y fingiendo que aún no han recibido nada. Al final el que ganará será el que más pide no el que más lo necesita. Aunque para ser sinceros, sus verdaderas necesidades nada tienen que ver con globos.

No es fácil, no hay solución correcta. Poco se puede hacer más que intentar demostrar que esa diferencia de color que ven tan grande en realidad no lo es tanto. Enseñar que se puede decir que no a un niño, aunque no tenga nada, porque le estás dando algo mucho más valioso, ejemplo. Y así, poco a poco, aplacar reacciones como la de Kingston, de apenas 11 años, cuando supo que venía un grupo de blancos de visita.

“¿Cuánto van a tardar? Si me doy prisa me da tiempo a mojarme el pantalón y practicar mi cara de pena y hambre

No puedo culparlo. Es un niño, un niño sin madre que únicamente ha aprendido a sobrevivir.