La televisión ha creado un mundo esquizofrénico en el que entre el individuo y lo global no hay nada. Alain Touraine

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Calvin Klein cambia de hombre. Yo, de calzoncillos.

Andy Warhol elegía los perfumes en función su publicidad; el olor le daba lo mismo, Warhol sólo compraba los perfumes de los anuncios que le parecían bonitos.

A mí me pasa lo mismo con la ropa interior: me compro sólamente la que lucen los modelos más guapos. Me da igual que me siente fatal.

Hasta ahora – y tras la campaña protagonizada por el futbolista sueco Freddie Ljungberg – usaba Calvin Klein, aunque debo confesar que la primera vez que me embutí en uno de los nuevos modelos estuve a punto de denunciar al diseñador norteamericano por publicidad engañosa: nada que ver el efecto de esos slips sosteniendo mis michelines con su apariencia bajo la amenazante pantera del sueco. Pero nada.

Ahora, tras el cambio de modelo para sus nuevas campañas, voy a tener que mudar de marca de ropa interior. El nuevo, un regatista llamado Parker Shinn, no me gusta nada. Tan flaco. Tan blanco. Tan Tadzio veneciano… no me va nada ese giro hacia la languidez, no encaja en mis gustos publicitarios de ropa interior ni en mi dieta alimenticia.

Ya sé que parece una tontería, pero me angustia tener que ponerme a hacer de nuevo un casting de modelos en calzoncillos para elegir mi nueva marca de ropa interior. Ya sé que suena frívolo, pero es que yo – como decía Andy Warhol – «soy una persona profundamente superficial» y estas cosas me las tomo muy a pecho (sin tatuar ni depilar).