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Si la arquitectura te rodea, deberías empezar a fijarte en ella

Arquitectos de anuncio y anuncios de arquitectos

Uno ve los anuncios y no da crédito.

A mí, los que me impactan sobremanera hasta que mis allegados me piden calma y que deje de echar exabruptos y espumarajos, son aquellos en los que un impoluto o impoluta profesional de la construcción, con su casco reluciente a modo de soldado imperial mira un plano que con gesto elegante acaba de sacar de su cartera de piel y ante la mirada sonriente del operario, (también impoluto) indica (que no ordena) amablemente aquello que debe ser hecho sin demora.

los arquitectos

Aquí, los arquitectos. Vamos, lo normal.  Fotos de imagerymajestic. Freedigitalphotos

 

El operario, que por alguna extraña razón, lleva un peto y una camisa de cuadros, -indumentaria que jamás se ha visto en una obra- asiente y agradece al mismo tiempo esa genial idea con la que está tan de acuerdo. A veces, incluso enarca las cejas y parece decir: ¿cómo no se nos habrá ocurrido antes?

Es en  estos momentos cuando la bilis me sube e inunda el cristalino de mis ojos. Es el peor momento para te pongas a mi alcance. Mi familia, establece un perímetro de seguridad y clausura prudentemente todo acceso hasta mi persona.

Y es que la imagen que de la arquitectura y la construcción trasciende está a años luz de la realidad.

Especialmente en ese casco blanco e impoluto.

No, ‘my friend», en la obra todo sucede tras una capa de polvo y el trabajo en equipo, en general, parece ser una lucha entre aquello que uno pretende y lo que pretenden los demás, que por definición suele ser opuesto.

Del peto ni hablamos.

El casco. Ese casco blanco, virginal, suele estar mil veces mancillado por golpes, arañazos, graffitis y años de dar tumbos por las obras y en mi caso, en el maletero del coche, entre las botas de goma, llenas de barro seco y algunas muestras de materiales que llevan tanto tiempo allí, que sospecho que me las dieron en el concesionario.

Los planos. Es materialmente imposible mantener un plano seco (en cuanto lo abres, llueve) sin ensuciar y sin arrugar.

La ropa. En este trabajo sería mejor ir desnudo. Si te arreglas de más, das mala imagen, distante y casi prepotente y por supuesto esa americana tan chula que te has mercado en el «máximodutideturno», se mancha de algo que no sale. Jamás sale. Y si no te arreglas, peor, quedas como un perro-flauta. Ah, y también te manchas, de eso no te libra nadie.

Y todo junto hace que cuando veo ese anuncio de seguros con ese modelo vestido de Ken arquitecto, Ken operario y esa Barbie promotora, me salten los puntos de aquella operación de hernia de hiato y me vuelva un sociópata.

Nota del arquitectador: El texto es de antes de conocernos tu y yo, querido lector, de aquella época oscura en que no atracaba en estos puertos, pero hay cosas que no pasan de moda jamás. Como los lamparones de hormigón en la americana.

2 comentarios

  1. Dice ser Melisa

    Y entonces como te vistes: ¿vaqueros y camisa de leñador como los jefes de obra de las pelis yanquis?

    02 mayo 2012 | 13:00

  2. Dice ser ELMOREA

    Me visto con lo que menos plancha necesite….

    10 mayo 2012 | 07:25

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