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Muere Carolyn Cassady, musa (muy a su pesar) de la generación ‘beat’

Carolyn Cassady (1923-2013)

Carolyn Cassady (1923-2013)

Muchos de los obituarios que estos días merece Carolyn Cassady están basados en un fracaso. La llaman «musa de la generación beat» cuando esta mujer inteligente, culta y trabajadora dedicó las últimas seis décadas de vida a renegar de la existencia del movimiento, que entendía como un «invento publicitario» de Allen Ginsberg, los medios de comunicación y los departamentos universitarios de Literatura, que de algo tienen que vivir.

Cassady sabía de lo que hablaba: estuvo casada con Neal Cassady —el Rimbaud de los beat— y fue amante de Jack Kerouac —el Verlaine de esta historia—. Los consideraba seres «lamentables» y «malas personas». Pese a ello, amó a ambos con devoción.

Fallecida el 20 de septiembre, a los 90 años, por las complicaciones que la edad añadió a una operación de apendicitis, Cassady nunca se sintió cómoda en el papel de chica beat. Aunque aparece en varias obras de Kerouac (es la «dulcísima Camille» de la novela pivotal En el camino), los chicos de aquel club de licenciosos bebedores, machistas practicantes y amigos traidores le parecían, como no dejó de decir en entrevistas, «miserables». Tampoco ocultaba que resultaban «brillantes», «eléctricos» y «conquistadores» —una excepción, William S. Burroughs, al que consideraba «maligno y perverso, nunca te dirigía la palabra si eras mujer y a tus espaldas te llamaba puta»—.

Nacida en abril de 1923 como Carolyn Robinson en una familia de valores victorianos, fortuna amplia (padre bioquímico y madre profesora de Inglés) y una biblioteca de 2.500 volúmenes, tenía muy poco que ver con Cassady y Kerouac, el par de pillos expertos en sablear a quien hiciera falta para mantener el hedonista go go go! (¡vamos, vamos, vamos!) que utilizó el primero como lema vital— para atravesar los EE UU en cualquier dirección y a cualquier precio durante los años cincuenta.

Cassady (izquierda) y Kerouac, retratados por Carolyn Cassady en 1952

Cassady (izquierda) y Kerouac, retratados por Carolyn Cassady en 1952

Carolyn estudiaba Arte y Teatro en Denver cuando, en 1947, conoció a la pareja de trotamundos. Se lió con Cassady, al que encontraba irresistible y vital, quedó embarazada y se estableció en San Francisco. La pareja, que se casó en 1949, no fue estable por la avidez sexual de él, que Carolyn consentía.

Durante una larga temporada, que narraría en los libros Heart Beat: My Life With Jack and Neal (1976) —que sirvió de inspiración a la película Generación perdida: los primeros beatniks (1980)— y Off the Road: My Years With Cassady, Kerouac and Ginsberg (1990), vivieron como trío, pero Carolyn, cansada de ser la madre que se quedaba en casa con los niños durante las andanzas de los pillastres, se divorció de Cassady en 1963. Cinco años después él murió en México tras una larga parranda de drogas y alcohol («era lo mejor que le podría haber pasado, se sentía una piltrafa y no estaba feliz consigo mismo«, dijo ella)..

Carolyn Cassady, que terminó trasladándose a Inglaterra, se dedicó al diseño de vestuario y decorados para teatro. Nunca renegó de sus años beat, pero tampoco se cansó de despotricar contra los fanáticos que santifican la época y la autodestrucción que ejercieron los protagonistas: «Todos creen que fueron años maravillosos de alegría, alegría y alegría, pero no lo fueron en absoluto. Los imitadores nunca supieron lo miserables que eran aquellos hombres«.

Ánxel Grove

El (mal) poeta Ginsberg era un gran fotógrafo

Allen Ginsberg - "William Burroughs, 11 pm late March 1985, being driven home to 222 Bowery…", 1985

Allen Ginsberg - "William Burroughs", 1985

Siempre pensé que Allen Ginsberg se equivocó de oficio.

Se presentaba como poeta, pero era tremendista y sediento de artificios y estaba esclavizado por el adjetivo.

Además, recitaba de pena.

Howl, la obra que estudian en las facultades de filología españolas pese al olor a cadáver que desprende, es de una torpeza tan infinita que avergüenza a quienes alguna vez la leímos:

He visto los mejores cerebros de mi generación destruidos por la
locura, famélicos, histéricos, desnudos,
arrastrándose de madrugada por las calles de los negros en busca de
un colérico picotazo,
pasotas de cabeza de ángel consumiéndose por la primigenia conexión
celestial con la estrellada dinamo de la maquinaria de la
noche

El tridente inicial –famélicos, histéricos, desnudos- y la casi Russian Red primigenia conexión celestial hacen tanto daño y presagian tanto calvario que yo le recomendaría dejarlo. Que se ocupen en ganar puntos los profesores agregados de departamento publicando algún articulito en una de esas revistas gremiales y masturbatorias.

Si quieren poesía, compren a Juan Ramón, a Celan, a Vallejo, a Rilke…

Nunca se fien de un tipo que, según cuentan en todas las biografías, estaba deseando que llegase el momento cumbre del recital para desnudarse y permitir a sus testículos entrar en una primigenia conexión con el auditorio.

Como fotógrafo era condenadamente mejor y por eso le traigo hoy a Xpo.

Sabía manejarse con una cámara, sobre todo, porque para hacer fotos no es necesario abrir el piquito (aunque el pobre Allen no era capaz de dejar sin firma ningún papel en blanco y se ponía a garrapatear larguísimos pies de foto para explicar lo que ya había explicado, y mucho mejor, con la imagen).

Allen Ginsberg - "Jack Kerouac", 1953

Allen Ginsberg - "Jack Kerouac", 1953

En esta impagable foto de Jack Kerouac, por ejemplo, anota:

Jack Kerouac vagabundeando por la Calle 7 Este después de visitar a Burroughs en nuestro apartamento, pasando frente a una estatua del congresista Samuel ‘Sunset’ Cox, el amigo de los carteros, en la plaza Tompkins cerca de la esquina de la avenida A, en el Lower East Side; [Kerouac] está poniendo cara de loco a lo Dostoievski o de be-bop ruso o de Om mientras camina por el vecindario preparando ‘Los subterráneos’, lápices y cuadernos asomando de su camisa de algodón, otoño de 1953, Manhattan.

¿Por qué me cuentas todo eso (y tan mal escrito, tan lleno de lugares comunes y ajeno a la caballerosidad de una buena puntuación), viejo? ¿No ves que estoy ante la foto y que me está mostrando que Jack era un torbellino? ¿A quién demonios le importa el amigo de los carteros? ¿Por qué no me cuentas la apertura del diafragma, la velocidad de obturación, la sensibilidad de la película? ¿Por qué no te quedas callado y me dejas ejercer el sentido de la mirada?

Allen Ginsberg - "Jack Cassady y Nathalie Jackson", San Francisco, 1955

Allen Ginsberg - "Jack Cassady y Nathalie Jackson", San Francisco, 1955

La foto de Jack Cassady -el gran protagonista de On the Road, la novela más rápida y furiosa de la historia- merece el cielo y demuestra que Ginsberg era un fotógrafo avispado y de buen ojo.

El abrazo al ligue de turno (Jack era un seductor nato); la marquesina del cine anunciando a Brando en The Wild One (Salvaje), la película de moteros fuera de la ley de Stanley Kramer (1953); todos los personajes secundarios dándonos la espalda, caminando, como sombras, en dirección contraria a los iluminados y radiantes protagonistas…

Cada apunte de la foto, cada punctum, condensa el sueño beat.

Parafraseando a Kerouac, la foto repite, sin decir, con la afásica potencia de las imágenes, la cita-emblema de On the Road:

Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida, mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas…

Allen Ginsberg - "W. S. Burroughs", 1991

Allen Ginsberg - "W. S. Burroughs", 1991

Finalmente, esta foto tardía que por sí misma justifica a Ginsberg ante la eternidad.

William Burroughs fue el mejor escritor de la generación beat, un corsé demasiado estrecho para su obra volcánica y su excepcional vida de ruina y genio.

La foto le muestra, quizá adormecido por el láudano, quizá concentrado en un sueño sobre virus y chiquillos con ganas de sexo, tumbado en un viejo sofá. La ropa, como a todos los yonquis, le abraza con elegancia casi mística.

Acaso piensa: «Un hombre podría morirse, simplemente, por no ser capaz de soportar la idea de permanecer dentro de su cuerpo».

O: «Fue una vieja y sabia marica, a quien llamábamos Bobo, quien me enseñó que tenía el deber de vivir y llevar orgullosamente mi yugo, a la vista de todo el mundo, para vencer los prejuicios y la ignorancia y el odio con el conocimiento y la sinceridad y el amor. Cada vez que una presencia hostil te amenaza, sueltas una espesa nube de amor como la nube de tinta que suelta el pulpo».

Las bellísimas fotos de Ginsberg fueron expuestas el año pasado por la National Gallery of Art de Washington. En esta web hay algunas más.

«Lo que vemos está en gran medida determinado por lo que oímos», decía Burroughs en uno de sus libros.

Aún sin admitir esa certeza, el (mal) poeta Ginsberg demostró, haciendo fotos, la verdad plena del axioma.

Ánxel Grove