Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Archivo de noviembre, 2013

La vida en dos semanas

FOTO: @simpulso

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A veces conviene frenar y tomar distancia. Aunque vayas el primero en la carrera del mundial, a escasos metros de la meta: echarte a un lado, frenar en seco y dejar que el resto te adelante. Al principio el público y los demás competidores pensarán que te falló el motor, así de simple es el hombre blanco. Luego, al verte salir de tu bólido con la única intención de tirarte al suelo y jugar con las hormigas, creerán que te has vuelto loco. En cualquier caso, el que iba segundo ganará el gran premio, pero tú te sentirás libre: pudiste elegir ganar. Te basta con eso.

Hace un par de semanas participé en una timba de poker con un usuario. Simplemente montó en mi taxi, me dijo que le esperaban unos amigos para jugar al poker, y al ver que yo entendía del asunto, me ofreció participar. Así que aparqué el taxi en su destino y entramos juntos en la trastienda de un bar. Éramos cinco en total (y dos botellas de Jack Daniel’s).

Las apuestas comenzaron flojas, pero poco a poco la cosa se fue calentando. En la última mano quedamos dos: mi rival comenzó a subir su apuesta y yo a subir aún más la suya. Mis cartas eran malas (pareja de damas), sin embargo me enroqué en ocultar mi farol apostando muy fuerte con la única intención de que él se rindiera. Y al final no se rindió. La apuesta se me fue de las manos y alcanzó una suma que no podía pagar, pero había algo en mí que me empujaba a seguir apostando: tal vez mis ganas de tocar fondo y empezar de cero, o demostrarme a mi mismo que este mundo, que mi mundo, estaba acabado.

Volteamos nuestras cartas sobre el tapete y las suyas me dejaron de una pieza: él también iba de farol y mis damas acabaron ganando a su pareja de sietes.

Y gracias a ese golpe de suerte, el mayor y más extraño de mi vida, me he comprado un taxi nuevo. Aunque después de eso, como ya os he contado, vino lo del robo en mi casa, lo de mi novia pillándome con otra y lo de mudarme solo a una pensión de mala muerte.

Arriba y abajo, en fin. La vida.

Ponle un precio a tu libertad

FOTO: @simpulso

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Imagina que tu novia, en un arranque de cuernos, te cambia la cerradura de tu propia casa y no te deja entrar, ni siquiera para coger algo de ropa o tu cepillo de dientes. Imagina que, además, te dejaste las tarjetas de crédito en la mesilla y sólo llevas encima treinta euros y las llaves de un taxi sin apenas combustible. Tendrás que pensar en cómo hacerlo para comer, dormir y asearte durante un tiempo indeterminado, al menos hasta que se aclare el asunto. Por lo pronto echarás quince euros de gasoil y plantarás tu taxi en la primera parada que encuentres con la intención de optimizar al máximo el consumo.

Esperas en la parada cuarenta minutos y se monta una mujer. Te indica un trayecto cercano, de apenas 5,50€ con propina. Luego, en la siguiente parada, tienes algo más de suerte y en menos de media hora consigues hacer otra carrera de 9,70€. De este modo, en algo más de seis horas de parada en parada, consigues un total de 64€. En metálico. Hoy no admites VISA.

Navegando con el móvil encuentras una pensión cutre en el centro por 35€ la noche y allá que vas. Le dices al recepcionista (un tipo calvo, amarillento, de aspecto cirrótico) que no sabes cuántos días vas a quedarte. De todos modos, añades, le pagarás al día. El hombre te acompaña a tu nueva habitación (un cuartucho viejo con una pequeña cama, un armario, un escritorio con su silla de madera, y una tele barata colgada en la pared) y te instalas con lo puesto: nada de ropa extra y un maletín con tu ordenador portátil y conexión 3G. Luego bajas al chino de la esquina donde compras una yonkilata de cerveza y un par de sandwiches.

Tras comer en la misma habitación abres el portátil y empiezas a escribir este post (la silla es incómoda; el escritorio cojea). En un receso te tumbas en la cama y piensas que podrías acabar acostumbrándote a esto: a vivir sin nada, sólo con lo que sacaras cada día de tu taxi. Tal vez mañana, con lo que sobre de la recaudación después de comer y pagar la pensión, podrías comprar un par de mudas y un cepillo de dientes para salir del paso. De hecho, a medida que profundizas en ello, comienzas a notar ciertos aires de libertad soplándote en la nuca. Hacía tiempo que no sentías esto. Tuviste que quedarte sin casa, sin novia, sin dinero, sin ropa, tuviste que quedarte sólo con tu taxi y tu portátil para darte cuenta.

Ahora sabes que la supervivencia, el día a día, no deja el hueco preciso para echar nada de menos. Ni siquiera a ella, a tu novia. Perdón: a tu ex.

La huella del delito

FOTO: @simpulso

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Ayer entraron en casa a robarme, como ya os dije. Pero la cosa no quedó ahí. Después de llamar al 091 (y al cerrajero para que abriera la puerta atrancada), entrar en casa y encontrármelo todo arrasado, llegó la policía científica a tomar huellas. Luego acudí a comisaría a formalizar la denuncia y volví de nuevo a casa, con mi novia, pensando que todo había acabado ¡al fin!

Craso error. Apenas 24 horas después me llamaron de comisaría. Habían encontrado una huella distinta a las nuestras, y querían que acudiéramos los dos con la intención de verificar con sus archivos si conocíamos a la persona en cuestión. De inmediato fui en mi taxi a buscar a mi novia al trabajo, y nos fuimos a comisaría.

El comisario nos estaba esperando. Pasamos a su oficina, tecleó unos códigos en su ordenador y a golpe de INTRO apareció en pantalla una foto que me dejó pálido: Era Laura, una usuaria de mi taxi con quien, digamos, tuve una aventura hace apenas una semana.

Fue un desliz imperdonable, lo reconozco. La tal Laura había montado en mi taxi, me empezó a decir que acababa de romper con su novio, que necesitaba vengarse y liberarse, y una cosa llevó a la otra… y mi mala cabeza, la de abajo, se dejó llevar por sus insinuaciones, y aprovechando que mi novia estaba en el trabajo acabamos en mi casa.

Jamás habría pensado, en fin, que aquella desafortunada historia se destapara de ese modo, en una comisaría, pero así fue. Aunque lo realmente extraño llegó después: el caso es que antes de que yo pudiera reaccionar e inventarme una excusa convincente o derrumbarme y confesar los hechos, mi novia, con tono serio, le dijo al comisario:

-Sí. Es… una amiga mía. Vino a casa el otro día a tomar café.

Aquello no me lo podía creer. Sin duda era imposible que mi novia conociera a esa usuaria casual de mi taxi; menos aún que hubieran quedado a tomar café juntas en nuestra misma casa. Me costaba entender por qué había dicho eso.

-De acuerdo. Entonces, falsa alarma. Les llamaremos si encontramos algo más.

Nos despedimos del comisario, y volvimos a casa en completo silencio. Luego, al entrar en el garaje y aparcar el taxi, mi novia me dijo:

-Ni se te ocurra subir a casa conmigo. Hoy dormirás aquí, en tu queridísimo harén con ruedas.

No me dejó opción, la verdad. Era lógico que estuviera enfadadísima. Así que me quedé en el taxi, pensando, y un par de horas después salí a la calle a por tabaco.

Saliendo del portal me extrañó cruzarme con el mismo cerrajero que vino ayer a cambiarnos el cerrojo.

-¿Otra vez aquí? -le dije.

-Eh… sí. Me llamó tu… compañera… para que volviera a cambiar otra vez la cerradura. Lo siento, tengo prisa. Adiós.

Se marchó corriendo y en esto me fijé en unas marcas recientes, enrojecidas, de mordiscos en su nuca y manchas de pintalabios en el cuello de la camisa. Las manchas eran del mismo color que el pintalabios de mi novia.

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Nota: Escribo esto desde el portátil, en el garaje, sentado en mi mismo taxi. Intenté entrar en casa, pero la llave no encaja. Amor, sé que leerás esto. Perdóname, por favor. Juro por lo que más quieras que no volverá a pasar.

Disculpen la impotencia

FOTO: @simpulso

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Ayer me robaron en casa. Simplemente reventaron el bombín y ni puerta blindada ni hostias: entraron sin más. Llamé a la policía y luego al cerrajero, que con apenas un par de movimientos me demostró lo tremendamente fácil que es abrir una puerta acorazada con cinco anclajes. Cuando al fin conseguimos entrar, primero la policía y después yo (había luz) estaba todo revuelto, como si hubiera pasado un huracán. Cajones volcados, armarios abiertos, la ropa por el suelo, las fotos de mi novia y sus prendas íntimas esparcidas sobre la cama, la nevera abierta… Apenas se llevaron unos cuantos objetos de valor, dinero en efectivo de mi recaudación con el taxi y un pack de seis cervezas de la nevera. En fin, nada importante. No tocaron ni mis libros, ni mi colección de DVDs (foto), ni el manuscrito de mi novela, ni los pendrives con mis relatos. Tampoco entraron estando mi novia en casa, y ella se encuentra bien, algo alterada, pero a salvo. Eso es lo importante. Lo demás me importa un carajo.

De todos modos es evidente que hay algo que no funciona en esta sociedad de consumo. La invasión de tu propia intimidad, tus fotos esparcidas, la ropa interior de tu novia expuesta y esparcida por el suelo, los joyeros abiertos, el valor sentimental de alguna joya, tus extractos del banco, tu pasaporte tirado en un rincón: Sé dónde vives, sé cómo vives, sé cuándo sales y llegas a casa, sé quién eres. Y todo por un puñado de dinero. El puto dinero. Siempre el puto dinero. No tocaron los estantes de mis libros, quiero decir. Se llevaron una tele de plasma pero no Los Enamoramientos de Javier Marías. Disculpen la impotencia.

Amor binario

FOTO: @simpulso

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Otro usuario de mi taxi me habló de su extraña relación con su novia, una tal Liliana, residente en Colombia. Se conocieron a través de un chat de internet y desde entonces, hace ya cuatro años, viven pegados al teclado, atentos a la vida del otro. Lo extraño, como digo, es que aún no se conocen en persona ni lo harán: él no tiene intención de viajar a Bogotá ni ella a Madrid, ya que temen, los dos, que al romper la barrera de lo físico también pierdan la magia que les une. Prefieren, en fin, seguir así por siempre, idealizándose el uno al otro allende los cibermares.

Además, como cualquier otra pareja al uso, quieren seguir dando pasos: ahora Liliam le ha propuesto vía webcam tener un hijo juntos. Así que él está pensando en enviarle por correo especial una muestra de esperma congelado para que ella se insemine en una clínica de fertilidad de Bogotá.

-Creo estar preparado para ejercer de padre a través de internet -me dijo.

Luego llegamos a su destino, me pagó la carrera por PayPal y, al bajarse del taxi, sacó del bolsillo uno de esos cigarrillos electrónicos y le dio una profunda calada.

Las arrugas son costuras del envés del alma

Instagram (mariam_otea)

Instagram (mariam_otea)

Todo pasa. El tiempo pasa. El tiempo pasa de todo. De todos. Los niños se mofan del anciano porque es lento, es torpe, arrugado, come blando y no pelea. Pero los niños no saben que el tiempo se mide en artritis. Desconocen que el corazón es un reloj de arena incapaz de voltearse ni aun haciendo el pino, y esa fina arena siempre cae hacia abajo y se amontona en el riñón y forma piedras que llaman cálculos por eso mismo: porque su peso calcula el paso del tiempo. Los niños no saben de esas cosas porque no les duele la minga al orinar. Y dicen que son sinceros, dicen que los niños y los borrachos nunca mienten, pero su sinceridad se debe a que no saben, no son conscientes, del paso del tiempo. Los niños y los borrachos pasan por encima del tiempo con la misma frialdad que un sicario pasa por encima de un cadáver.

Un anciano en mi taxi, mirándome a través del espejo, es la viva imagen del abismo que me queda por vivir. Las canas, la experiencia y el olvido. La estampa del amor desmesurado. Ese dolor calmo mitigado por la anestesia de la resignación. Esa tierna mirada de quien se encuentra de vuelta de todo, ese último intento por dejar el mundo atado y bien atado. Y la distancia de saberse que, detrás del próximo GAME OVER, ya no habrá un INSERT COIN.

Las arrugas son costuras del envés del alma. Y detrás de ese anciano, dentro de ese anciano, hubo un niño. No lo olvides.

La banca bipolar

(Khaled Elfiqi/EFE)

(Khaled Elfiqi/EFE)

Circulando con mi taxi libre por el Paseo de la Esperanza sonó el teléfono.

¿Diga?

Buenos días, don Daniel, soy Sandra, del Banco XXXXXXXX… Veamos… Usted tiene una Cuenta de Autónomo con nosotros, ¿verdad?

Sí, respondí.

Y es usted taxista, ¿verdad?

Sí, respondí.

Perfecto… POR DESGRACIA, como bien sabrá, su profesión cuenta con un alto índice de riesgo hacia su persona. No sólo por el amplio abanico de enfermedades derivadas del estrés por conducir entre atascos durante tantas horas, tales como infartos de miocardio, ictus cerebrales o pérdidas de visión al volante, sino también por el elevado número de accidentes que sufren ustedes, en el peor de los casos, con resultado de MUERTE. Pero tranquilo, está usted de enhorabuena. Si contrata nuestro SEGURO DE VIDA y usted fallece, sus familiares directos recibirán CIENTO CINCUENTA MIL EUROS. Sí, ha oído bien. CIENTO CINCUENTA MIL. De este modo usted le daría a sus hijos la seguridad que merecen después de haber perdido de repente a su propio padre por motivos derivados de su actividad profesional. En estos momentos tenemos una promoción que blindaría el futuro de sus hijos por tan solo…

Colgué asustado.

Me eché a la cuneta y detuve el taxi. Por un instante noté que me faltaba el aire. No tengo hijos, pero no podía evitar pensar en ellos, pobrecillos. ¿Qué sería de mis hijos si yo perdiera momentáneamente la visión por culpa del estrés, y acabara chocando mi taxi contra el remolque de un camión de siete ejes y éste derramara mercancías peligrosas y/o inflamables y explotáramos todos?

Pasé el día hecho polvo, pensando en si debía contratar ese seguro, para tranquilidad de los hijos que no tengo. Al llegar a casa, abrí el buzón y saqué, entre otras, una carta con el membrete del mismo banco. Pensé que era ya, directamente, mi parte de defunción. Así que la abrí corriendo y allí mismo, en el portal, la leí:

«Estimado Daniel: ¿Sabía usted que la ESPERANZA DE VIDA continúa en aumento gracias, entre otros motivos, a los avances médicos y a la mejora en la alimentación? ¿Sabía usted que puede llegar a vivir en las condiciones actuales MÁS DE CIEN AÑOS? Es su oportunidad: Si usted desea CIEN AÑOS de tranquilidad contrate nuestro PLAN DE PENSIONES con las mejores condic…»

Arrugué el papel y lo tiré.

Esa noche no dormí. La pasé comiendo techo, pensando en todo y en nada…

#escriboporque

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Hace unos días publiqué en este blog algunos de los motivos que me impulsan a escribir con la ansiedad de un condenado a muerte: por qué necesito escribir, qué resortes saltan cuando escribo, o si es droga o placebo la escritura. Poco después de publicarlo, recibí una mención en Twitter de Melisa Tuya (a la sazón coordinadora del universo blog en 20minutos.es) sugiriéndome un reto: Expuestos mis motivos, ¿por qué no conocer los suyos? ¿Por qué no conocer los motivos del resto de los blogueros?

Lanzado y recogido el guante, Melisa se puso en marcha: contactó con todos ellos, y al instante comenzaron a llover correos de blogueros de toda clase y condición uniéndose a una espiral que acabó por llamarse #escriboporque. El resultado (podéis ampliarlo pinchando en cada nombre) lo resumo aquí:

Calpur

El bueno de Cuttlas (Calpurnio): Sus motivos los demuestra como mejor sabe hacerlo: a través del dibujo que encabeza este post creado en exclusiva para #escriboporque (¡Gracias, maestro!).

 

Melisa unoEn busca de una segunda oportunidad (Melisa Tuya): «Escribo por necesidad, escribo por placer, escribo para ganarme la vida, escribo para conocerme y para sorprenderme, escribo para comunicarme con otros, escribo para desahogarme, escribo para dejar constancia, escribo para intentar ayudar a otros y para intentar ayudarme a mí misma». Y añade: «Escribo este blog procurando que haya una mayor conciencia animalista y que algunos animales encuentren un hogar».

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Melisa dosMe crecen los enanos (Melisa Tuya): «Leer y escribir es lo único que se me ocurre que puedo hacer para luchar contra el paso del tiempo». «Leo y escribo soñando que mis hijos también disfruten algún día leyendo y escribiendo, convencida de que leer y escribir será para ellos la munición indispensable en su vida».

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EduardoCasi enteros (Eduardo Madinaveitia): «Todo parte, claro, de la lectura. Desde muy pequeño soy un lector compulsivo, que lee todo lo que cae en sus manos, o en sus pantallas, y siempre tiene unos cuantos libros abiertos, sin terminar, pero se plantea el reto de terminar todo lo que empieza. Y si te gusta leer es bastante fácil que te acabe gustando escribir». Y añade: «Me gusta hacerme la ilusión de que con lo que escribo aporto algo a los demás, especialmente al sector publicitario en el que me muevo».

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NicoUn cuento corriente (Nicolás M. Sarriés): «Primero porque me gusta; el hecho mismo de escribir es un acto placentero: hilvanar ideas, encontrar la palabra adecuada, tallar las frases y los párrafos hasta dejar un texto que refleja tu pensamiento (bueno o malo). Segundo, por atender a una pulsión que anda a medio camino entre la necesidad y la vanidad. La tercera razón no es individual, sino colectiva. Soy un convencido del debate como una herramienta que nos hace mejores».

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NachoEuropa inquieta (Nacho Segurado): «Siempre he sido de preguntarme más por qué no escribo —por qué he escrito tan poco— que por lo contrario». «Mis razones para no escribir, o para prolongar agónica y culpablemente el acto de no escribir, son: aún no lo he leído todo, quiero antes alcanzar la madurez, otros que terminaron triunfando a mi edad tampoco habían escrito nada, no tengo genio suficiente para hacerlo, el periodismo aniquila mi originalidad, debo vivir antes«.

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GusReality blog show (Gus Hernández): «La respuesta está en los cientos (no es una exageración) de mensajes que vosotros mismos me hacéis llegar. No me refiero a cuando se presentan en mi casa señores de Europa del Este y me parten la cara, me refiero a los mensajes y comentarios que me dejáis en el blog. Me decís siempre que os pasáis un buen rato, que os reís mucho, que es muy divertido… (sí, también hay quien me dice que estoy desperdiciando mi vida y que considere la idea de bañarme con una tostadora enchufada). Pues por eso lo hago, porque en este mundo lleno de penurias, de dificultades, de pena, de dolor, de desasosiego, de injusticias, de autoritarismos, de frustraciones… un poco de risa es un pedazo de felicidad que le robamos al día«.

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Alfred

Ya está el listo que todo lo sabe (Alfred López): «Empecé con el blog de la forma más inocente que puede existir: como medio de ordenar y colocar todas las curiosidades y anécdotas que había ido coleccionando durante casi tres décadas y que guardaba en trozos de papel y libretas dentro de unas cajas. El motivo de esa afición por las curiosidades nació a raíz de mi acentuada procastinación y el habito a pasarme las horas de clase (cuando era estudiante de EGB) oensando en las musarañas».

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JuanEl nutricionista de la general (Juan Revenga): «Quisiera gritar a los cuatro vientos lo que honestamente creo la gente debería de leer y saber sobre nutrición, alimentación y demás. Como no puedo gritar tan fuerte como para que todo el mundo se entere, y ya que me dan la oportunidad de poder publicarlo en este medio, lo aprovecho para alcanzar al mayor número de gente. Escribo para mí porque tengo memoria de pez. Otra cosa importante, escribo por que me pagan, no lo dudéis. Pero no te confundas, solo escribo lo que yo quiero escribir… ni más ni menos».

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CesarLa crónica verde (César-Javier Palacios): «¿Por qué escribo un blog de medio ambiente? La respuesta es sencilla: Quiero ayudar a lograr un mundo mejor, más sano, solidario, bello, sostenible, armónico, feliz. ¿Se puede conseguir algo así tan sólo escribiendo? Seguramente no, pero me gustan las causas imposibles teñidas de color verde esperanza, especialmente si en ellas nos va el futuro. Y al menos intentarlo».

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span

Runstorming (Spanjaard): «Mi pregunta no es tanto si yo escribo por una necesidad personal o por que se me ocurren ideas mientras oxigeno mis piernas». «Yo creo que las palabras tienen que pedir una respuesta de quien las lee. Han de sacar una emoción. Desgranar metros y minutos es feo. Quizá ayuda a que identifiquemos que ‘este es de mi gremio’. Bien, necesitamos el grupo. Lo describen los sociólogos. Pero si jugamos a escritores se nos pedirá que metamos algo más que contar los minutos por kilómetro o los kilómetros como si fueran los litros de gasolina que quedan en un bidón».

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EduQué fue de… (Eduardo Casado): «Si escribo es porque siento la verdadera necesidad de hacerlo. Si no me gustara la historia del deporte, lo haría sobre otra cosa, estoy seguro. Es el mismo motivo por el que elegí la profesión de periodista, una droga dura de la cual muchas veces te arrepientes de estar enganchado (por sus nocivos efectos secundarios), pero de la que no hay escapatoria alguna. No conozco a nadie a quien le guste escribir (o sienta la necesidad de ello) y no le guste leer. Leo mucho. Decían los romanos que Quid scribit, bis legit (el que escribe, lee dos veces)».

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LilihEl blog de Lilih Blue (Lilih Blue) «Dejémoslo, pues, en que lo intento. Porque eso es lo que me ofrece este blog: oportunidades.Oportunidades de experimentar, de descubrir, de reinventarme. De aprender cada día, de ponerme a prueba, de superarme. Y de acercarme a vosotros, los lectores, que me ponéis del revés con vuestros comentarios y opiniones al hacerme saber que estáis ahí, que existís, que al otro lado hay gente y que sois de carne y hueso». «Pocas cosas me dan más miedo que un folio en blanco; pero también es cierto que me he enfrentado a ello muchas menos veces de las que me gustaría; muchas menos veces de las que debería».

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MiguelArquitectación (Miguel Morea): «Siempre he escrito, con distinta intensidad y frecuencia. Más en los momentos muy malos o muy buenos, en los albores de un nuevo amor y tras las ácidas rupturas, en los momentos felices y en las grises decepciones. Había llegado el momento de iniciar un diario con Hello Kity en la portada o escribir un blog y comprenderéis que la decisión era obligada». «Me da bastante vergüenza pensar que tengo algo que decir al mundo sobre arquitectura. Sin embargo me gusta pensar que tengo mucho que decir sobre como ve el ciudadano normal la arquitectura, porque por encima de todo, somos eso, ciudadanos, y luego, mucho más tarde, arquitectos, albañiles, cobradores del frac o asesinos en serie».

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Nota: Ahora te toca a ti. #escriboporque

Siete citas siete

siete citas

Un hombre de mirada triste me contó en mi taxi su plan fallido de esta noche. Venía de una suerte de cita a ciegas grupal, organizada por un café del centro. La cita consistía en lo siguiente: siete hombres solos, siete mujeres solas y siete mesas. Cada hombre tenía un total de siete minutos para charlar en una mesa, frente a frente, con cada una de las siete mujeres. Pasados los siete minutos, sonaba un gong y entonces rotaban a la siguiente mesa. La idea era que todos acabaran hablando con todas en dos rondas de siete minutos. Después de esto, anotaban en secreto en un papel con quién habían sentido mayor afinidad, y si el nombre escrito por ella coincidía con el nombre escrito por él, podían seguir charlando durante un tiempo indefinido (y lo que después surgiera). Los demás, los no afines, habrían de marcharse del café cada cual por su camino.

El usuario de mi taxi, como digo, venía de una de esas citas. Y venía solo. Me confesó que era demasiado tímido y no podía evitar comportarse torpe y tenso. No era fácil romper el hielo con mujeres que buscaban, como él, la misma chispa forzada a prenderse en apenas catorce minutos, siete en cada turno. Para él los primeros minutos eran clave: ¿De qué hablar sin parecer demasiado obvio? ¿Qué será mejor, tomar la iniciativa o dejar que empiece ella? ¿Mirar a los ojos, a las manos, o a la boca? Lo curioso, y ahí su fallo, fue que acabó sintiendo mayor afinidad por la mujer, a priori, menos atractiva de las siete congregadas. De hecho, a medida que hablaba con ella, le iba pareciendo más y más interesante, y fue la única con la que verdaderamente llegó a sentirse cómodo. Sin embargo acabó escribiendo el nombre de la más atractiva pero menos afín de las siete, una tal Teresa de preciosos ojos verdes y labios sensuales aunque parca en palabras, tirando a seca. La menos atractiva pero mucho más afín, por su parte, había escrito el nombre de él, y la guapa escribió el nombre de otro, así que al final, los dos más bien feuchos pero afines cien por cien se marcharon cabizbajos hasta perderse de vista. Y ahora aquel hombre se arrepentía, en fin, de haber pensado sólo con los ojos. Si hubiera escrito el nombre de Lucía, la afín e interesante Lucía, ahora seguirían charlando y no habría tomado mi taxi solo en su viaje de vuelta a casa. El mismo taxi en soledad que la semana pasada. El mismo taxi en soledad que la anterior.

La España fermentada

basura botella

Es posible acostumbrarse a cualquier cosa. A la basura en Madrid, por ejemplo. Detrás de ese contenedor quemado, detrás de esa piel de plátano, detrás de esa lechuga deshojada que yace en el suelo, hay una lucha. Un motivo. Un deseo de cambio.

En los últimos días mi taxi ha pisado montañas de desechos multiformes. Pluriolfativos. He visto gatos callejeros pedir la baja por ansiedad. He esquivado raspas de sardinas, bricks de leche ordeñados en perfecto desorden, incluso una vieja Olivetti sin la tecla S y sin la tecla P agonizando junto a una farola. Con las ruedas de mi taxi rompí por la mitad una foto de boda enmarcada en marfil. El novio se llevó la peor parte. También pinché un neumático por culpa del asta de un toro en miniatura. Era uno de esos toros que adornan la tele del salón y que alguien acabó tirando tras comprarse, tal vez, una tele más plana. De hecho, junto al toro, había una enorme caja de cartón de una BRAVIA de 42 pulgadas. Y una bolsa de patatas chips vacía. Y el esqueleto de un perfume. Y un cojín rojo con manchas blancas.

Resulta desolador ver las sobras putrefactas de nuestro Estado de Bienestar esparcidas por la acera, como un museo al aire libre de todo cuanto fuimos por dentro. Los insaciables acumuladores de basura buscaron nuestros límites, pero el último peldaño se plantó y al final ganaron los buenos. Sacar las vergüenzas a la calle y esperar a que fermenten: esa es la clave del éxito.

Por cierto: Qué belleza, la basura.