Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Archivo de noviembre, 2013

Huir por dentro

Huir ya

No te imaginas la cantidad de gente que usa taxis, también el mío, para huir de algo. Normalmente huyen de otra gente: Huyen de sus casas por problemas familiares, huyen de acreedores, huyen de peleas callejeras o incluso para escapar de algún delito.

Una vez montó en mi taxi una mujer recién maltratada por el cabrón de su marido. Nada más subir, sin yo saber nada de lo sucedido, le pregunté: «¿Dónde te llevo?» y la mujer, aún en estado de shock, me dijo: «No lo sé». Otra vez un hombre me pidió dar esquinazo al coche del Cobrador del Frac que le venía siguiendo. Otra, montó un chico ensangrentado huyendo de una reyerta. Al salir echando ruedas alguien lanzó una botella de cristal que impactó en el techo del taxi.

Son sólo tres ejemplos de otros muchos que he vivido. Pero más que estos, llaman sobre todo mi atención aquellos que parecen huir de nadie en particular, sino de sí mismos. Buscan evadirse y escapar, pero no saben de quién, ni a dónde. Toman mi taxi pensando, tal vez, que los problemas que llevan dentro son estáticos, o pesan más que el cuerpo que les habita, y por eso necesitan moverse rápido: para dejarlos atrás o tener la sensación de que se pierden o que se escapan por las rendijas de la distancia. Piensan que el cambio de aires les dará la perspectiva precisa y con eso olvidarán su culpa o se disolverá el error cometido como quien lanza cenizas al viento. Y creen que les funciona porque el taxi se mueve, avanza por ellos con ellos dentro, pero los problemas no afrontados no se matan evitando pensar o pensando en otras cosas. Hay que soltarlos. Por eso algunos, los más valientes, hablan con el taxista. O con la peluquera. O con el del estanco. Y aunque el taxista, o la frutera, o el ciego del cupón sólo escuche, a veces les funciona.

Cuando el pez gordo le muerde la cola al pez chico

peces escher

Ahora el tinglado funciona de la siguiente manera: el inversor es Dios, los gobiernos sus Apóstoles y el resto de los mortales, es decir, parados, curritos, pymes y eso que antes llamaban clase media, los nuevos tullidos. Si crees que exagero observa los cambios adoptados por PSOE y PP desde el inicio de esta crisis: Primero, reforma de la Constitución para fijar un tope de déficit y anteponer su cumplimiento a todo lo demás. Es decir, recortar los presupuestos del Estado de donde haga falta, sin límites, con la única intención de cumplir con los inversores. Segundo, reforma laboral que abarata el despido y flexibiliza las condiciones de los contratos en vigor (y los que vengan). Es decir, mano de obra más barata. Tercero, privatizar los servicios públicos para animar a los inversores a encontrar nuevos nichos de negocio. En este punto y por mucho que digan (sin aportar pruebas, claro), es radicalmente falso que una empresa privada consiga desempeñar el mismo trabajo que una pública con los mismos recursos, menos dinero y aun así dejar un margen de beneficios al inversor. Cuarto, amnistía fiscal para las grandes fortunas y barra libre para la creación de SICAVs. Y quinto, subida de impuestos al consumo, lo cual merma aún más al tullido y sigue sin afectarle al inversor que tributa en Suiza.

Los inversores sólo buscan rentabilizar su dinero. Les importa un carajo cómo se consiga: sólo ven cifras. Sólo quieren ver blindada su inversión. Así pues, las grandes empresas, dependientes todas ellas de los grandes inversores, se valen de un camino previamente allanado por el gobierno de marras para aumentar sus márgenes de beneficios, lo cual mantiene contento al inversor a la vez que atrae a nuevos inversores. Por eso no es casual que el IBEX suba mientras los sueldos bajan o se destruye empleo. Por eso no es casual que el telefónico Alierta o el capo Botín digan que ahora en España entra dinero por todas partes. Nos ha jodido. Están en la espiral del pez que se muerde la cola. O mejor dicho: el pez gordo mordiéndole la cola al pez chico.

Un ejemplo claro de todo esto lo estamos viendo y sufriendo ahora con la huelga de recogida de basuras en Madrid. La secuencia está bien clara: El Ayuntamiento privatiza el servicio con la excusa de que sale más barato (falso). Las empresas concesionarias no sólo reciben un buen puñado de millones por la adjudicación, sino que también se nutren del inversor externo que apostó por ellas. Las juntas de accionistas sólo quieren su margen de beneficio, su cifra, y como el inversor es intocable, las empresas recortan por abajo. ¿Conclusión? Paco, el barrendero de mi calle, y otros 999 más, a la puta calle. Y a los peces chicos no les gusta que una panda de pirañas les muerdan la cola. Por eso están en huelga y seguirán, espero. Aunque la alcaldesa intente enmendar los abusos del sector privado contratando una empresa pública. Así de cínicos son los liberales.

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Nota: Paco, con su sueldo de barrendero, cogía mi taxi las pocas veces que salía a cenar o al cine con Concha, su esposa. Ahora, por motivos obvios, dejará de hacerlo.

Al otro lado

corbata soga

Escribes por la mañana, por la tarde y alguna noche de insomnio. Escribes porque no te puedes creer que la vida sólo consista en eso: en pasar las mañanas, las tardes y las noches. Comida, desayuno y cena. Inviernos y veranos. Echar un polvo de vez en cuando, llenar el depósito del taxi, mear en los aseos de la Fnac, usar crema exfoliante o insultar a Montoro. Escribes porque estás seguro de que hay algo mucho más profundo detrás de todo aquello. Detrás del edredón de tu cama, detrás de la tele del salón, detrás de tu propio páncreas. Pasión por lo inmaterial, te gusta llamarlo. Buscas palabras en el fondo de tu alma para no parecerte a todos esos gilipollas que suben, cada día, en tu mismo taxi. Los master en administración y dirección de empresas. Los economistas que no aciertan una pero se lo llevan muerto. Las jóvenes promesas de la banca. Los que invierten ingentes cantidades de dinero en productos tóxicos. Los que sólo se dedican a mover dinero para convertirlo en más dinero sin importarles cómo, ni a cambio de cuántos despidos o de cuántas reducciones del sueldo de otros. Los que aumentan beneficios a base de abrir con forceps la brecha salarial. Los que menosprecian al que fabrica los productos que ellos venden aun sin saber lo que venden. Hay que aprender a sentir desprecio por esos cortes de pelo de cien euros, esos Rolex de oro y esas corbatas de seda. Por eso te fijas en ellos con tu disfraz de taxista: para hacer todo lo contrario. Por eso escribes. Para no ser nunca ni querer ser nunca como ellos. Para ganarte la vida honradamente mientras creces por dentro.

Por cierto: Ser honrado, crecer como persona, compartir. Tres palabras en desuso.

Es fácil dejar de fumar si no piensas en ella

bowie cigar

Tus tetas me producen ansiedad. Saber que puedo y podré tocarlas cuando quiera, aun en mitad de la noche, o estando tú en la oficina y yo dando vueltas con mi taxi y en un momento dado pueda llamarte y decirte «Necesito que bajes del despacho en diez minutos para tocarte las tetas. Te espero en el árbol de siempre» y tú lo hagas, divertida. Todo eso me produce ansiedad. Y también que me mires a la boca. Que yo te hable mientras tú me miras a la boca. Y luego tú me hables y yo te mire a la boca, y después tú a mí, y yo a ti, como jugando los dos al tenis, del verbo tener. O cuando me escondo en tu espalda y me abro paso entre tu pelo usando la nariz, moviendo la nariz entre tu pelo hasta alcanzar tu nuca, hasta notar el calor de tu nuca. No sabes cuánta ansiedad me produce eso.

Y pensar en el futuro. Pensar que mi futuro será la mitad del tuyo. Pensar en otra casa mas grande con más habitaciones y vistas al interior de tu mundo, en comprar un taxi nuevo con asientos Isofix y sin espejos, y esas noches de insomnio cuando mi cabeza se convierte en una hoja de Excel con su celda del Debe, con su Haber de dónde lo saco, con su Saldo negativo y su mañana dios dirá. Y los versos que me quedan por escribirte, y tú por cantarme, y esos cientos de relatos pendientes de inventarnos juntos, y viajar contigo a Detroit y besarte sin lengua en una fábrica vacía.

Todo eso me produce ansiedad. Y cuando tengo ansiedad, fumo.

Los chicos con las chicas

rebelde web

Yo de niño jugaba en los recreos con las chicas. No me gustaba el fútbol ni lanzar piedras ni escupir al suelo, qué le vamos a hacer. Los chicos de mi clase me llamaban mariquita y me daban de lado. Por eso nunca tuve un solo amigo: Amigas, muchas. Sin embargo, gracias a jugar con ellas a la comba, a la rayuela o a los pases de modelos, aprendí a conocerlas mejor. Las chicas me fascinaban porque eran diferentes: hacían cosas diferentes y se mostraban más sensibles que los chicos.

Pasó el tiempo y lo que había aprendido de ellas (aun siendo como soy, normal tirando a feo) me sirvió para seducirlas. Los chicos guapos sabían mucho de canicas, chapas y dar patadas, pero una vez empezaron a notar cierto interés por el ligoteo, con ellas se mostraban torpes. Y ahí fue cuando pasaron de llamarme mariquita a tenerme envidia y querer mi amistad.

Hoy me dedico a escribir profesionalmente, en parte gracias a la sensibilidad que aprendí de ellas. También conduzco un taxi, y cada noche duermo con la mujer más guapa de este mundo.

Un loco (re)cuerdo

manos anciana

La anciana, de unos ochenta años, me indicó un destino, pero al llegar me dijo:

-¿Por qué me ha traído usted aquí?

-Usted me lo dijo. Calle Echegaray número 7.

-Pero esta no es la calle Echegaray.

-Le puedo asegurar que sí.

-Le puedo asegurar que no. Ese no es mi portal.

-¿Vive usted en la calle Echegaray?

-Y tú también, Jacinto. ¿Qué pasa? ¡No me digas que has vuelto a caer en las drogas¡ ¡Dios bendito..!

Ahí me di cuenta que aquella mujer sufría algún tipo de trastorno, tal vez Alzheimer. Aparte de no reconocer su calle, me había confundido con un tal Jacinto.

-Si es que ya no hablamos, Jacinto. ¿Reniegas de tu madre? -volvió la mujer entre sollozos.

Entonces se me ocurrió pedirle el DNI para saber dónde vivía realmente y llevarla hasta ahí.

-Madre -dije siguiéndole el juego. -Déjeme un momento el DNI.

-¿Para qué?, ¿para venderlo y comprar drogas? -me dijo.

-No, mujer. Sólo quiero comprobar una cosa.

La señora, compungida, sacó de su cartera el documento, y lo que en él leí me dejó atónito: En efecto, vivía en la misma calle Echegaray número 7. Pero no en Madrid, sino en Lorca, Murcia.

-Ya no me llevas a tomar un chocolate y charlar de nuestras cosas, como antaño… -siguió la mujer.

Aquella situación y sus palabras me llenaron de tristeza. Por eso decidí aparcar, sacar a la mujer del taxi y llevarla del brazo a tomar un chocolate, también con la intención de sonsacarle información que me llevara a saber por qué no estaba en Lorca sino aquí, en Madrid.

Entramos en el bar más cercano y, sentados frente a frente en una mesa, comenzó a hablarme la infancia de Jacinto como si fuera yo, recordando momentos con sumo detalle, mirándome a los ojos y cogiendo mis manos.

Lo raro llegó después, cuando al salir con ella de aquel bar, no reconocí la calle. Extrañado, miré una placa en la fachada. Era la calle Echegaray. Pero no estábamos en Madrid, sino en Lorca, Murcia.

-Hijo, ¿subes a casa? -me dijo la anciana.

Y subí con ella.

Dilema laboral

club web

Me sucedió anoche. Un grupo de cuatro adultos tomaron mi taxi y el líder, algo borracho y crecido, me pidió que les llevara a un club de putas. Los cuatro estaban de paso por Madrid, en viaje de negocios, y el motivo del negocio debió de resultar satisfactorio, ya que el jefe del grupo decidió premiar a sus tres empleados con una buena juerga a cargo de la empresa. Esa juerga, anotada en concepto de «gastos de representación» incluiría copas, putas y desconozco si algo más.

De los tres empleados del jefe, dos parecían moderadamente entusiasmados con su plan (uno de ellos incluso guardó en la cartera su anillo de casado; típico gesto de quien intenta ocultar cualquier rastro de culpa). Sin embargo, el cuarto en discordia, no podía evitar sentirse realmente incómodo. Era el más nuevo en la empresa, y aquellas prácticas tal vez no conjugaran con su estilo de vida, ni por supuesto figuraban en la letra pequeña de su contrato, tal vez mileurista (con lo que jode, además, ver cómo tu jefe se gasta en putas en una noche lo que ganas en un mes con sacrificio). Además, el incómodo en discordia dijo que tenía novia, y que con ella se bastaba y se sobraba para satisfacer todas sus fantasías sexuales. Pero claro, era el nuevo y los demás, los tres restantes con su jefe a la cabeza, le tomaban por triste y no hacían más que llamarle «corta rollos». 

No sé vosotros, pero yo entendí perfectamente su dilema: ¿Cómo mantenerse íntegro sin perder puntos ante un jefe putero y unos compañeros, todos ellos, pelotas con el jefe y puteros también? Al final entró con ellos en el club, desconozco si dispuesto a la cópula infiel o sólo a tomarse una copa en la barra, zafándose de las putas a la espera de que el resto consumara.

Expuestos los hechos, os traslado la pregunta: ¿Cómo actuarías en su misma situación?

Un anoche más

reno espejo

Tardaste algo más de una hora en vestirte y peinarte y pintarte buscando el detalle: Poco tacón, medias oscuras, falda no demasiado corta, ligero escote, pelo suelto, alisado, sombra de ojos y carmín en los labios (besando después una esponja con polvos para matar el brillo). No quieres que tu aspecto físico eclipse los demás aspectos, pero sí saberte guapa; demostrar, con tu encanto natural, que no eres de las que busca, sino de las que encuentra. También por ello, mientras te duchabas, pusiste en bucle esa canción de Lighthouse Family, elegante y vitalista, aunque con ciertos toques de melancolía que definen, en fin, lo que eres y serás esta noche.

Saldrás con amigas, tomaréis copas y ellas bailarán mientras tú te ocupas de vigilar los bolsos, o tal vez bailes con ellas sin apenas moverte o moviendo levemente las caderas. Eres tímida y prefieres observar. Observar a tu alrededor, a la gente que baila. Y tal vez, como siempre pasa, se acercará a vosotras un grupo de chicos, y el más descarado hablará con la más descarada de tus amigas, y los otros chicos observarán a tu grupo, y tú te fijarás en el más tímido, en el más cabizbajo. Y tal vez acabes hablando con él, y tal vez encajes con él o le encuentres algún defecto, o al final te acabe entrando el miedo escénico y te sientas incómoda y te quieras marchar. Y con cualquier excusa saldrás del bar sola a las tres de la mañana, dejarás a tus amigas ligando con esos chicos, y pensarás que otra noche más es una noche menos para ti. Pero en esto tomarás un taxi, le dirás al taxista tu calle y callarás aunque notes que el taxista te observa a través del espejo. Y no te sentirás incómoda porque tal vez el taxista te esté observando con ojos cálidos, como buscando cobijo en tus ojos. Y tal vez después comience a hablarte y sus palabras encajen contigo y tú te desates también y te abras, y le hables, y sientas cosas, y no quieras bajarte de ese taxi nunca. Y acabes pensando que, a veces, lo importante no es el destino, sino el trayecto.

El chándal de papá

niño zapatos

(Conversación real entre una madre y su hijo Samuel de cinco o seis años en el asiento trasero de mi taxi):

-¿Por qué corren esos señores? ¿Llegan tarde a algún sitio? -dice el niño en referencia a un par de hombres haciendo footing.

-No, Samuel. Están haciendo ejercicio.

-¿Y tú cómo sabes que están haciendo ejercicio y no corren porque tienen prisa?

-Por su ropa. Llevan ropa de deporte. Zapatillas deportivas, pantalón corto…

-Y si en lugar de hacer deporte corrieran porque tienen prisa, ¿qué ropa llevarían?

-Cualquier otra. Chaqueta y corbata, por ejemplo.

-O sea, que si un señor corre con corbata, es porque tiene prisa. Pero si el mismo señor corre con ropa de deporte, es que está haciendo gimnasia.

-Eso es.

-¿Y papá?

-¿Cómo dices?

-¿Por qué desde que le echaron del trabajo va siempre en chándal si no tiene prisa ni corre ni nada?

-Porque está deprimido.

-¿Deprimido?

-Sí, ya sabes: triste.

-¿Cuando alguien está triste usa chándal para ir al bar?

-Algunos sí.

-Me gustaba más papá con corbata. ¿Se la dio a su jefe cuando le echaron?

-No, cariño. Esas corbatas siguen siendo de papá. Aún las guarda en el armario.

-¿Y también guarda en el armario la felicidad?

(Silencio)

Ducha fría

lluvia web

Abres, desnudo, la llave de la ducha. Es importante buscar la temperatura exacta, la presión exacta, el monótono sonido de las gotas. Es importante sentir hormigas bailando claqué sobre tu cráneo. Tu cuerpo erguido, inmóvil, y las gotas jugando a arrastrar tu culpa a lo largo de tu mismo cuerpo: de la cabeza a las plantas de los pies, pasando por los labios, las amígdalas, la tráquea.

El pecho, el embalse de tu ombligo, los muslos, las corvas, los tobillos.

Bajas la vista y el agua que engulle el desagüe parece igual de limpia, cristalina, porque sabes que la culpa no destiñe. La culpa es incolora, inodora y amarga.

Tu chica ya no es tu chica, estás pensando. Tu chica nunca más será tu chica, estás pensando. Tu chica se fue con otro, pero aquí sigues: manejando la lluvia a tu antojo. La presión exacta. La temperatura exacta.

Aunque hoy, sólo hoy, prefieres el agua más fría. Hoy prefieres castigarte y sentirte más vivo a la vez. Terapia de shock, lo llamas. Forzar el frío. Porque sabes, en fin, que nunca llueve a gusto de todos.