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El big data del alma

Indecisiones frotando el frotis

La mayoría de la gente que cambió su voto a última hora el pasado 28 de mayo volverá a cambiarlo el día 23 de julio. El indeciso suele olvidar lo que ha votado, pero ahora lo tiene muy reciente. Este podría ser un motivo para el súbito adelanto electoral, pero el sanchedrín no tenía ni idea de este fenómeno. (Sanchedrín es el sanedrín electoral sanchero).

El indeciso espera una indicación o sugerencia de un familiar o allegado para votar, pero en este caso no necesita ese estímulo pues le basta con invertir el sentido de su voto. (El indeciso solitario es indescifrable con la actual IA). El indeciso no se reconoce como tal: si lo supiera no lo sería. Aquí procedería un “elogio de la indecisión” basado en la ausencia de libre albedrío o libertad de decidir pero hay cosas más urgentes como, por ejemplo, desalojar al gobierno y/o renovarle el mandato. La “y” obedece a que se puede desalojar al gobierno y a la vez renovarle el mandato, pero es prematuro hablar de eso.

Lo que interesa ahora es saber si los indecisos se anulan entre sí.
La indecisión es la más espiritual de las bellas artes pues sus artífices operan en el alero o más arriba aún, como el escultor paracaidista.

Ya se ve que este artículo va saltando de un tema a otro sin posarse en ninguno, es un artículo gorrión. En todo caso, la tesis principal (primera frase ya olvidada, cualquiera sube a verla) se complementa con esta evidencia: el indeciso espera siempre el milagro de la decisión como un alumbramiento del destino.

Por supuesto, nadie dice nunca la verdad, y menos el indeciso, que no la sabe (pues ignora su condición dubitativa), pero al cocinador arúspice de las encuestas le basta con leer todas las respuestas al revés, y sale la cuenta exacta y equivocada.

Que nadie diga la verdad se hace para coincidir con aquellos a los que ha de elegir, que dilatan el disimulo en un juego de espejos: así el cuepro electoral funciona en la misma onda y se sobrentiende que el autoengaño universal equivale a una sinceridad inversa.

El sanchedrín (sanedrín sanchero) propone cada semana o día un reto a sus rivales (comprimidos en uno). El lunes de autos –24 mayo– propuso adelanto de elecciones generales. El lunes pasado, 5 de junio, propuso al principal rival seis debates cara a cara seis. El rival respondió que no va a entrar a ese trapo. Las metáforas taurinas satisfacen el casticismo residual y evidencian falta de recursos expresivos, así como el verbo “retar”.

El sanchedrín sale a fajarse cada lunes, seis lunes seis, y no hay nadie enfrente. El rival ha dicho que habrá debate si se pacta todo, no por imposición. Se entiende que no seis.
Como el número de indecisos no varía porque la indecisión, como todo, es algo del cableado, lo lógico es que los indecisos, por la ley del péndulo rápido, voten justo lo contrario de la otra vez. El sanchedrín no conoce estos axiomas de la indecisión y por eso ha incurrido en proponer el número fatídico, el seis, que es cifra par, y los números pares repugnan al indeciso, que se bloquea. Por suerte para el sanchedrín el rival no ha entrado al retotrap del seis, pero la simple mención del número par, asociada al que la ha propuesto, le pone en peligro ante los indecisos.

El segundo problema del sanchedrín por el adelanto electoral es que debe gestionar los asuntos –entre ellos los miles de millones de euros de UE–, desde la doble rendija: si gana o ganase, y si pierde o perdiese. Se le duplica el trabajo, y se añade a la propia campaña que él mismo ha decretado. Son unas elecciones relámpago con 90.000 millones en la mesa, en las urnas.
Se frotan el frotis.

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