Ya se anima la cosa, aunque todavía no pasa nada. Se anima y se aplaza.
El atasco de los microchips (ya endémico y asumido) y el escandaloso precio de los chupachups y chicles y chuches en general aboca a la población al malsano tabaco, al puritanismo, etc.
Sobrellevar el espanto sin fútbol puede derribar un caballo. Las tormentas secas, las nubes sin llover y el ruido de las bombas de Ucrania atontan la cabeza en este atribulado confín. ¿Qué harán los 40M de turistas si persiste el tenso nublado?
A Nueva York no van a ir.
Lo peor para el gob saliente es que quedan pocos capítulos de la serie que sostiene la calma de la tarde hispana. El final de La promesa va a caer en plena campaña electoral. El sanchedrín no ha previsto esta tragedia. Las series y las telenovelas sujetan el temple. La audiencia votante se queda huérfana en un momento delicado. Puede pasar cualquier cosa.
La promesa engancha y fija al sofá a 1,2 M de espectadores.
En un submundo tan volátil quedarse de repente sin la serie puede provocar un vuelco dentro del vuelco. O sea, lo previsto por Aemet.