Veinte Segundos Veinte Segundos

El big data del alma

Supervivientes nadando hacia la eternidad

Vigilo desde una atalaya y me vuelvo a esconder. Una vez por minuto asomo la cabeza a ver qué ocurre. En este trance de la agonía de varios regímenes y sistemas toda precaución es poca. El aire acondicionado está envenenado de serie, pero ya hemos criado alvéolos adecuados, mutamos más deprisa que el entorno y eso nos salva.

Ahí fuera se oye mucho ruido, pero hemos afinado el rango de escucha, llevamos oídos de perro injertados en el hueco del maxilar, y así podemos discernir el ruido de la furia. Que no es lo mismo.

El caso es que no nos decidimos a salir. La coincidencia de que se hundan regímenes y sistemas a la vez nos estresa aun más que cuando ambos funcionaban a todo gas. No hace ni quince años nos estábamos matando de puro éxito.

Y mucho antes de eso fenecieron regímenes sistémicos alguna vez, pero estaba lejos y pudimos verlo en la tele como una película más. Y aun antes de aquellas debacles por lo visto cayeron otros emporios recientes.

Ahora somos restos de todo aquel esplendor, fachadas llenas de luz, imágenes para excitar a seis o siete mil millones de personas, cifras trillonarias de quita y pon, ensoñatividad inconmensurable. Podemos hacer algunas cosas que asombrarían a nuestros padres, pero esos fenómenos no dan tanto como costó crearlos. O quizá sí, quizá ha coincidido con esto.

No nos cargamos el planeta, que está bien sano por dentro: nadie tiene la culpa, se nos fue la olla, la pinza.

La foto es un selfie de cómo nos verían ahora, si hubiera alguien para vernos: paramecios sobrevivientes resistentes a todo, nadando hacia la eternidad. Lo que más miedo nos da es el aburrimiento, pero ahora ya no hay marcha atrás. Para llegar hasta aquí, a esta evolución extrema que ya no conoce límites, hemos tenido que renunciar a la reversibilidad.

Ya ves que plan.

 

 

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