Lo lógico es cesar al director de Tráfico por los malos resultados de las elecciones catalanas y por lo bien que va todo en general. Se matan dos pájaros de un tuit. Se cierra la crisis antes de que se abra.
En vez de alabar al gobierno porque su brillante gestión ha acabado con la sequía, le criticamos porque nieva más de la cuenta.
Las culpas, al de Tráfico.
Tráfico es la víctima propiciatoria ideal. Todo el mundo tiembla ante ese negociado cuyo objetivo es cobrar multas con el mínimo gasto: todo automatizado. Las multas se cobran solas. Si la eficiencia recaudatoria se trasladara a la industria no tendríamos rival.
Las multas, bien optimizadas, podrían pagar las pensiones. Así el pobre Tesoro no tendría que abrir los lunes. Y el multado sabría que su hemorragia no es en vano.
Excepto para cobrar, España funciona casi peor que la república de 8 minutos catalana; lo único que salva a España es la deuda: mientras haya deuda, hay país.
Rajoy es el gestor de deuda perfecto. Nunca pasa nada. Sus ministros son figuras de relleno. Ni siquiera hace falta quitarlos y/o ponerlos. Son como figuritas de belén, sonrosadicas pastorcillas y pastorcillos ausentes. Bonachones full time. Siglo XIX a tope.
Aun estoy flipando con el vestido de Cospedal en la Pascua Militar. ¿Es que no hay semiólogos de guardia?
La Restauración está sobreactuada. Además, que no haría falta restaurar nada: la mayoría de la población no sabe que el régimen ha caído. Es posible que ni siquiera haya caído. Los únicos indicios son los peinados.
La deuda une mucho.
La única explicación de por qué nos dan tanta monserga con los globos de oro es porque les debemos algo… o todo.
¿Es que no tenemos globos autóctonos?
En vez de unidad de destino, unidad de deuda; en vez de proyecto sugestivo de vida en común, plan de devoluciones.
La máxima de Rajoy: Si hay que cesar a alguien, que sea sin motivo. Y mediante ascenso.
Estos ceses salen carísimos. Además, siempre hay un familiar que puede hacerlo peor.
Ah, el radar, qué gran invento español.