Por José Jiménez y Aurora González
Nada más cierto y evidente que el indubitable hecho de que, en los primeros meses del embarazo, lo que la gestante lleva en el útero no es más que una mera y simple parte de sí misma y no ningún «niño», ni ser alguno con entidad o naturaleza propia como tal, ya que a eso sólo se llega bastante más adelante. De ahí que pueda haber —y haya, en la práctica— sietemesinos, pero no ‘dos-mesinos’ o ‘tres-mesinos’…
Por lo que los planteamientos y exigencias ‘anti-abortistas’, pretendidamente en defensa de la vida y convulsivamente contrarios a las leyes de plazos en la interrupción del embarazo, carecen por completo de todo válido fundamento y del menor asomo de razón. Y más aún, cuando esa sin-razón se quiere imponer con el Código Penal.
Pero resulta más que oportuno señalar un agudo elemento de contraste en los comportamientos y las actitudes —por activa y por pasiva— de esos supuestos defensores de la vida y de quienes organizan sus protestas y algaradas. Cada día, cientos de familias sufren —judicial o extrajudicialmente— la pérdida forzosa de sus hogares y se dan no pocos casos de suicidios por desahucios, lo cual, tan injusto e indefendible, figura en cabeza de las grandes calamidades sociales que nos está tocando padecer en los hodiernos tiempos. Y, ante eso, no vemos ni oímos que los referidos presuntos defensores de la vida eleven o promuevan queja alguna. No cabe, pues, sino sostener que es absoluto su desprecio de la verdadera y efectiva vida: la de los nacidos, la de las personas, como seres que lo son, que en esa condición, sienten y sufren.