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Jack White edita un vinilo de tres velocidades

A John Anthony Gillis, uno de los diez hijos de un empleado del arzobispado de Detroit —como demuestra el número de vástagos, católico y practicante— le debemos agredecer que haya optado por el mucho más llevadero alias artístico de Jack White y además que, acaso por la consideración del trabajo como redención que aprendió como monaguillo (estuvo matriculado en un seminario pero en el último momento se arrepintió), sea un desatado workaholic.

A una edad temprana para las estrellas consolidadas —el próximo miércoles cumple 39 años que ha maquillado con perfección gracias a operaciones de estética y tratamientos de adelgazamiento—, White es dueño de una carrera amplísima e impecable, solamente dañada por una inncesaria propensión a estar siempre presente en los titulares.

Pese a algunos patinazos artísticos —sobre todo Get Behind Me Satan (2005) e Icky Thump (2007), los dos últimos y desnortados álbumes de The White Stripes, el dúo con su exmujer Meg (sí, estaban casados como demuestra la licencia de divorcio)—, las excentricidades son bastante menos gravosas que los golpes de genio en el el caso de este músico inapelable y, desde hace más de diez años, también protagonista de una carrera como empresario con coraje.

«¡Tu giradiscos todavía funciona!». El lema, que no es ninguna broma de merdacotecnia —la vida media de un tocadiscos supera con creces a la de cualquier otro aparato reproductor de música, incluso teniendo en cuenta que la aguja debe ser reemplazada cada, digamos sin ponernos exquisitos, mil horas de uso—, es la bandera de White en su casa discográfica, Third Man Records, que desde 2009 tiene la sede en una de las ciudades donde el viento sopla canciones, Nashville-Tennessee.

"Lazaretto - The Ultra Lp"

«Lazaretto – The Ultra Lp»

El vídeo que inicia esta entrada es un resumen de las prestaciones de la edición del último disco de White, Lazaretto, The Ultra LP, un prensaje limitado y especial del álbum que resume la intención del músico y sus socios de llevar al límite las posibilidades de los vinilos y demostrar que tienen una enorme capacidad de sorpresa y gran elásticidad como producto industrial.

El disco, que se vende, al menos en los EE UU, a buen precio (20 dólares, menos de 15 euros), está prensado en vinilo de 180 gramos que garantiza la mejor calidad de escucha —el estándar es de 120-140— y tiene características que lo hacen único: esconde dos temas que se escuchan colocando la aguja del tocadiscos sobre las etiquetas de papel de una y otra cara (uno de ellos suena a 45 revoluciones por minutos y otro a 78 mientras las demás canciones van a 33: es el primer disco con tres velocidades del que se tenga noticia), diferentes inicios según en qué surco coloques la aguja, un holograma impreso que sólo es visible iluminando el vinilo con una luz directa, uno de los lados debe ser reproducido desde el final y hacia afuera…

¿Caprichos de empresario? Algo de eso hay, pero es injusto reducir a lo extravagante la labor de White como defensor a ultranza del vinilo. Third Man, que no es una discográfica integrista y también comercia con formatos digitales, se ha aliado con United Records, una de las empresas de fabricación y prensaje de discos con mayor grado de excelencia —están en activo desde 1949 y tienen una cartera de clientes de impresión: desde los Beatles hasta Radiohead—, para poner en el mercado vinilos que rechazan los límites y rozan la locura.

Vinilo relleno de líquido

Vinilo relleno de líquido

En 2002 White editó un single de 12 pulgadas de su canción Sixteen Saltines y en medio del vinilo transparente del prensaje inyectaron líquido; en 20o9 puso en el mercado un sencillo de 7 pulgadas que brilla en la oscuridad de los góticos The Dead Weather, que también firman el que quizá sea el producto más radical de la discográfica, el single Blue Blood Bones, compuesto por un disco de 7 pulgadas insertado dentro de uno de 12: la única forma de escuchar el primero era destruir físicamente el segundo, romperlo

White explica la cruzada en defensa del vinilo —sin duda el mejor de los soportes nunca inventado para escuchar música (al menos rock, blues, jazz y derivados)— y las extravagancias de su discográfica en términos incontestables. «Algunos me preguntan. ‘¿qué hay de la música?’ Mi respuesta es: ¿Deberíamos haber pedido a los Ramones que se quitaran las chaquetas de cuero o a la Jimi Hendrix Experience que se afeitasen los pelos afro porque eso no tenía nada que ver con la música? «.

Aunque los productos especiales de White parten de la cultura de lo estrambótico —algunos son sólo para pudientes: como la notable caja de blues The Rise and Fall of Paramount Records 1917-1932, Volume 1: casi 300 euros— y no estamos hablando de discos pirata nacidos de la necesidad, como los grabados sobre radiografías usadas que se usaban en la URSS para burlar la censura que reseñamos hace unos días, me merece todo el respeto la defensa del goce pleno de la música con todos los matices y riqueza cromática que se han perdido con la digitalización y los smartphones y ordenadores como reproductores únicos.

Como firma al pie del contrato de militancia con el vinilo, White acaba de anunciar que va a vetar de sus conciertos los teléfonos móviles. Me parece que tiene razón: a las iglesias se entra sin chips.

Ánxel Grove