Romaine Brooks, pintora central del lesbianismo

Romaine Brooks, Self-Portrait, 1923 -Smithsonian American Art Museum

Romaine Brooks, Self-Portrait, 1923 -Smithsonian American Art Museum

Atonal, con la paleta de color esporádica y mitigada. Ambigua, de mirada directa pero sombreada. En cualquier caso y sin duda, moderna. El autorretrato es de 1923 y Romaine Brooks, de 57 años, viste como un hombre ataviado por una elegante sastrería. El porte es aristocrático, pero la androginia se concibe como un guiño: las lesbianas de clase alta se identificaban unas a otras por la indumentaria, la elegancia y el porte de mando. Eran la nueva mujer.

Acaba de concluir en Smithsonian American Art Museum de Washington (EE UU) la exposición The Art of Romaine Brooks, que presenta como «artista central» de su época a la pintora, nacida en 1874 en Roma en una familia adinerada estadounidense, residente en París buena parte de su vida —con escapadas de verano a la costa de Bari— y muerta en Niza. Vivió mucho, estaba a punto de cumplir 96 cuando falleció y, como queda claro, siempre supo elegir escenarios con distinción.

Fue una rebelde y no escondió nunca el lesbianismo, aunque debe anotarse que le resultó fácil porque vivía de la herencia millonaria que le dejó una de sus abuelas y se movía entre la clase alta europea y los expatriados estadounidenses de entreguerras, gente en la que solían confluir tres singularidades: eran creativos, bohemios y homosexuales.

Romaine Brooks - Dame en Deuil, ca. 1910 - Smithsonian American Art Museum

Romaine Brooks – Dame en Deuil, ca. 1910 – Smithsonian American Art Museum

Romaine Brooks - Azalées Blanches, 1910 - Smithsonian American Art Museum

Romaine Brooks – Azalées Blanches, 1910 – Smithsonian American Art Museum

Romaine Brooks - La jacquette rouge, 1910 - Smithsonian American Art Museum

Romaine Brooks – La jacquette rouge, 1910 – Smithsonian American Art Museum

La Dama de Negro, Azaleas blancas y La chaquetilla roja fueron pintados casi en continuidad, en 1910, cuando Brooks acababa de instalarse en París atraída por las emociones fuertes que ofrecían Montparnasse y Montmartre y, no con menos interés, por su amante de entonces, Winnaretta Singer, heredera del imperio de las máquinas de coser y casada en una de esas uniones blancas que los sajones llaman lavender marriage —entre homosexual y lesbiana— con el Príncipe de Polignac.

Los cuadros de Brooks, que expuso por primera vez en la capital francesa ese mismo año, eran casi monocromos, de trazo frío y valientes. Un par de ellos eran desnudos, tema vedado a las mujeres pintoras por la moralina de la época.

En 1911 Brooks se enamoró con locura de la bailarina rusa-judía Ida Rubinstein, una de las bellezas icónicas de la Belle Époque. La pareja fue feliz durante un tiempo y Brooks usó a su amante como modelo frágil y andrógina en varios cuadros, algunos, como La crucifixión, de descarado matiz sexual: Rubinstein parece en coma o yaciendo tras el éxtasis, tendida sobre una superficie blanca que puede simbolizar el ala angélica de su dedicada amante.

Romaine Brooks - Le trajet, c. 1911 - Smithsonian American Art Museum

Romaine Brooks – Le trajet, c. 1911 – Smithsonian American Art Museum

Romaine Brooks - Femme aves des fleurs, 1912 - Smithsonian American

Romaine Brooks – Femme aves des fleurs, 1912 – Smithsonian American

Romaine Brooks - Ida Rubisntein, 1917 - Smithsonian American Art Museum

Romaine Brooks – Ida Rubisntein, 1917 – Smithsonian American Art Museum

La artista también retrató a la bailarina como reina de las flores y en poses más realistas, pero el romace fue interrumpido por la I Guerra Mundial y la negativa de Brooks a vivir a un retiro rural que pretendía Rubinstein. La pintora era una adicta a las relaciones sociales y necesitaba el vértigo de la ciudad como decorado vital.

Uno de los momentos cumbre de Brooks, sobre todo por inesperado dada su aparente indolencia y apego al hedonismo, ocurrió cuando en 1914, cuando presentó La Cruz de Francia, un cuadro que subastó para recaudar fondos para la Cruz Roja y mostrar una oposición clara a la guerra. La obra, con Rubinstein como modelo, muestra a una mujer heroica con traje de enfermera contra un paisaje desolado barrido por el viento mientras, al fondo, se adivina la ciudad en llamas de Ypres, atacada por los alemanes. Tras la guerra el gobierno de Francia concedió a Brooks la Legión de Honor. El galardón es la visible mancha roja que aparece en la solapa en el autorretrato que abre esta entrada.

Romaine Brooks - La France croisée, 1914 - Smithsonian American Art Museum

Romaine Brooks – La France croisée, 1914 – Smithsonian American Art Museum

Durante el resto de su carrera, Brooks, que nunca alcanzó cotas de artista de referencia, siguió pintando expresivos retratos de mujeres lesbianas que funcionaban como prolongación de su vida —mantuvo una intensidad amorosa constante, libre y cambiante, con algunas relaciones no convencionales y duraderas, sobre todo el trío con la escritora Natalie Clifford Barney y Lily de Gramont—.

Sus óleos eran, como señaló con su cinismo despreciativo habitual el novelista Truman Capote, él mismo homosexual, una «galería de bolleras». Más allá de la aportación de Brooks como abanderada del lesbianismo hay también en sus cuadros un estilo tan libre como su propia vida —terminó dedicándose por completo al dibujo con pretensiones surrealistas y no convencionales, mediante líneas fluidas y continuas que creaba sin levantar el lápiz del papel—. 

Los organizadores de la muestra del Smithsonian —que, por cierto, es propietario del legado manuscrito de la artista— destacan que se trata de una pintora que pudo ser transgesora gracias a su posición social y económica, pero que no por ello es menos notable.

Como lesbiana residente en Europa durante los períodos sucesivos de la liberación y la represión (…) Brooks pertenecía a una subcultura cultural y legalmente marginada. Sus retratos giran en torno a la identidad lésbica, por lo que ella y hacen presentes, visibles y deseables a los miembros de este grupo. Al igual que muchos modernistas, Brooks llevó a cabo una exploración de sí mismo a través de su trabajo. Para ella, como para la mayoría de las mujeres de su época, esa tarea significó la recuperación de sí misma y de su vida erótica (…) Las identidades femeninas heroicas que Brooks expuso en Francia e Inglaterra durante la década de 1920 muestran una estética moderna con afinada destreza: las capas de colores apagados, superficies bien articuladas, líneas fluidas y espacios cuidadosamente elaborados crean una atmósfera cargada emocionalmente entre el aislamiento y la independencia.

Quizá quien mejor haya explicado la obra y la vida de la artista sea ella misma, que dejó escrito el epitafio que preside su tuma: «Aquí está Romaine, que sólo pertenece a Romaine».

Jose Ángel González

2 comentarios

  1. Dice ser Arioch

    «le resultó fácil porque vivía de la herencia millonaria que le dejó una de sus abuelas y se movía entre la clase alta europea y los expatriados estadounidenses de entreguerras, gente en la que solían confluir tres singularidades: eran creativos, bohemios y homosexuales. »

    En pocas palabras, eran una manada de parásitos cebados con la sangre del proletariado.

    13 octubre 2016 | 19:41

  2. Dice ser hablando de sexo pongamos fotos de un prado...

    http://i3.imgchili.net/93345/93345963_alejandra_guilmant.3.jpg

    La mujer es hermosa, tenga la orientación sexual que tenga.
    EN lso desfiles de moda brilla cuando supera muros de prendas. Así resulta superior a los machismos ancestrales heredaos que aún hacen creer a los tontos y tontas que el cuerpo es algo malvado.

    14 octubre 2016 | 01:47

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