La política catalana lleva varios años en modo matrioskas rusas, y muy a menudo con un importante matiz: en lugar de una más pequeña, dentro de algunas muñecas hay en muchas ocasiones otra aún más grande. De la matrioska del concierto fiscal salió la del derecho a decidir. De la del derecho a decidir, la de la ruta a la independencia en 18 meses. De la de la consulta, la del plebiscito. De la del plebiscito con el 47% de los votos, la de la declaración soberanista dizque por mandato popular obviando al restante 53%. (Y ahí al lado, de la matrioska de la herencia del padre Florenci Pujol, la de los hijos, algunos parece que comisionistas).
Abierta esta tarde la matrioska Artur Mas, dentro se atisban por ahora una colección de matrioskas a cual más sorprendente: la de la intervención de facto de la gestión de la CUP por parte de Junts pel Sí, y sin asamblea de la CUP mediante; la del pucherazo tres meses después de unas elecciones del que además el que lo ha dado se jacta -«Lo que las urnas no nos dieron directamente se ha tenido que corregir a través de la negociación”, ha dicho Mas-; la de un nuevo president, Carles Puigdemont, independentista pata negra, no converso reciente, y que puede dejar al president saliente en un simple aficionado.
Se ignora a estas horas si en las próximas se atisbará o aparecerá como por arte de ensalmo alguna matrioska más, mañana en el pleno del Parlament, por ejemplo, pero lo cierto es que el pacto de Barcelona entre Junts pel Sí y la CUP va a impactar y mucho en Madrid. En Mariano Rajoy, en Pedro Sánchez, en Pablo Iglesias, en Albert Rivera…
A Sánchez lo presionarán internos, externos y mediopensionistas para que ceda una abstención que le dé a Rajoy rápidamente la investidura como presidente de un Gobierno que afronte el nuevo reto catalán. Al PP, se le presionará desde el PSOE y quién sabe si desde Ciudadanos para que Rajoy dé un paso al lado -ya que lo ha dado Mas- y el candidato del Partido Popular a presidente sea otro u otra, o incluso de otra formación o de ninguna. A Iglesias se le presionará desde cerca -ya lo han hecho días atrás de alguna manera Mónica Oltra y Carlos Jiménez Villarejo- y desde el PSOE para que el nuevamente complicado y enrevesado escenario catalán tenga enfrente un Gobierno de centroizquierda con recetas de tipo federal. A Rivera, para que no sea dúctil y maleable solo a la solución de centroderecha sino también hacia la de centroizquierda.
Quién sabe. A lo mejor el nuevo Govern en Barcelona es una oportunidad para un Gobierno en Madrid con más cintura y más capaz de reaccionar al problema catalán, a ese número creciente y ya muy crecido de ciudadanos que no están allí cómodos ni contentos con su encaje institucional con el resto de los españoles.