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Capítulo 29 de Mastín: los que ya no están con nosotros

11074198_10204073328179172_928155775_oNuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, que guste a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 28:

Despertó incómodo y de repente. Apenas era capaz de recordar que era lo que había estado soñando, tan solo unos retazos inconexos y algunas sensaciones, pero sabía bien que ella había estado en su sueño. Envidiaba a todos aquellos que parecían recordar con todo detalle lo que vivían mientras dormían; libros y películas estaban llenos de esos afortunados. Aunque tal vez era mejor así, tal vez era más fácil recordar poco y olvidar ese poco lo antes posible.

Hacía un calor terrible en su habitación. La lámpara de aspas que su madre le había comprado (y habían puesto entre ambos) en lugar de la vieja de Buzz Lightyear se limitaba a mover el aire caliente que se acumulaba en su cuarto. Teniendo en cuenta lo mucho que había sudado aquella noche, el calor que hacía pese a que apenas eran las nueve de la mañana y el estado en el que se encontraba, una ducha fría le vendría la mar de bien.

En la calle se estaba mejor que en casa, a esa hora aún se podía pasear. Estaba siendo un arranque de estación insoportable. Caminó seguido por el viejo pitbull hasta la estación y se sentó en el pequeño parque que había enfrente. Desde aquella noche de mierda procuraba pasear por lugares que Manu no frecuentaba. Le daba rabia, sabía que era un cobarde y que no debería esconderse, pero aún no le apetecía encontrársela de frente.

Con Mal no había tenido tanta suerte, vivía en su mismo bloque, así que era complicado esquivarla. Desde el día que le había dado la noticia de la muerte de Bruce Willis se la había encontrado cinco veces, con y sin su galgo. Se mostraba tan normal como siempre, sin presionarle para volver a la protectora ni dejar ver nada que recordase su metedura de pata. Toda naturalidad. Martín lo intentaba y creía estar lográndolo, aunque no podía evitar soñar y despertarse confuso y sin aliento.

En agosto iría tres semanas con su madre de vacaciones, como todos los años, y podría dejar atrás todo aquello hasta llegar a la huida hacia delante que sería empezar en la universidad. Aunque cuando lo pensaba con detenimiento, lo cierto es que no le apetecía demasiado desaparecer aquel año en el piso de playa en el que su abuela huía del sol de justicia que había en el centro.

– Buenos días –

Un perrillo tirando a orondo y de raza indefinida, con bastante más dignidad que tamaño, se había acercado a saludar a Logan. Llevaba un llamativo collar con la bandera de España y un cascabel. Tras él venía un anciano, tan orondo como el perro y equipado con una garrota.

– Buenos días – contestó el chico a la figura, que ya se alejaba sin perder el paso seguida por el tintineo que producía el trote del chuchillo siguiéndole.

Al chico le gustaban esos perros pequeñajos que estaban bien socializados, que se sabían perros y no bolsos de mano y no tenían problemas relacionándose con perros grandes y pacíficos como el suyo. No era la primera vez que veía a aquella pareja haciendo su ronda matutina.

No dejaba de ser curioso, se percató Martín, del paralelismo que había entre él, con sus diecisiete años, y aquel anciano que superaba los ochenta. Aquel mes tórrido ambos paseaban con la fresca para luego encerrarse en su casa aprovechando lo justo el tiempo o en alguna casa ajena. Puede que, al caer la noche, ambos volvieran a lanzarse a la calle en compañía de algunos amigos. Tenían en común un exceso de tiempo libre. Pero no debería ser así, pensó el chico. Aquel hombre seguro que se había ganado su estado ocioso, y seguro también que cuando tenía su edad ya estaba harto de trabajar. Él, en cambio, se limitaba a matar el tiempo esperando ser admitido en alguna de las carreras que había solicitado por descarte para dedicar luego varios años de su vida a estudiarla sin tener demasiado claro que realmente quisiera embarcarse en todo aquello.

Aún no le apetecía volver a casa y tampoco seguir aquella línea de pensamiento, así que cogió el móvil y, cuando quiso darse cuenta, estaba en la página de la perrera. Vio un par de perros y tres camadas de gatos que no conocía y que estaban pidiendo un hogar desde Internet en el peor momento posible, con mucha gente pensando en irse de vacaciones y muy poca en adoptar. Entró a continuación en la página de «los que ya no están con nosotros», pero no encontró a Bruce Willis. La última entrada era de marzo, un gato con leucemia que había muerto en su casa de acogida. Entró a continuación en el apartado de perros en adopción, filtró por tamaño seleccionando a lo más grandes y allí lo encontró. El enorme mastín que pocos meses antes su madre y él habían sacado de la calle le observaba con su mirada tranquila e inteligente en un par de fotos que había hecho él, como si aún estuviera vivo y tuviera alguna opción de encontrar un hogar.

No había apenas manos para atender a los animales, actualizar la página de los que iban muriendo no era una prioridad. Era más importante mostrar a los que aún estaban vivos. ¿Quién podía reprochárselo?

Caminaron de vuelta a casa sin apresurarse, al ritmo que marcaba Logan. En cuanto llegó encendió el ordenador y entró en la web de la protectora. Sabía que no les molestaría. Era algo de lo que él se había estado ocupando, así que tenía la contraseña. Buscó la página de perros en adopción en el administrador de WordPress y eliminó a Bruce Willis, luego entró en la de los que habían muerto y le colocó ahí, el primero.

Sí que tenía unos ojos penetrantes, aquel animal había vivido mucho y no era la mirada de un simple perro. O no lo notaba así Martín en aquel momento. Parecía estar diciéndole que el tiempo era precioso, que nada tenía más valor. Dejarlo transcurrir sin darle ningún sentido era dilapidar el mayor tesoro. Y era justo lo que estaba haciendo.

Martín se dirigió al cajón del mueble del salón en el que su madre guardaba todas las llaves y rebuscó hasta dar con la del trastero. Le costó casi una hora, pero logró sacar a La Flaca, llenar de aire las ruedas, engrasarla y limpiarla sin desorganizar demasiado todo lo que había allí metido a presión. Su padre siempre la llamaba así, La Flaca. Era una bici de montaña normal y corriente e infrautilizada. Con ella no tardaría en llegar a la perrera.

Necesitaban manos. Y ya había estado holgazaneando bastante.

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Keyla tiene unos dos o tres años y es un cruce de labrador y galgo. Es muy buena, tranquila y cariñosa.

A Keyla la encontraron en la calle en abril del año pasado en los huesos. Y ahora la persona que la tenía dice que ya no se puede hacer cargo de ella porque se va a mudar y no le dejan tenerla. Ha encontrado otra acogida temporal, pero necesita un hogar definitivo.

Contacto: Nayara 680183337

Capítulo 28 de Mastín: Juan

imageAquí os dejo un nuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, capaz de gustar a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 28:

– Comencé a decir a los diez que era del Madrid por llevar la contraria a mi padre que era del Atleti. Pero realmente me la trae al pairo que ganen o que pierdan unos u otros desde que él murió. El baloncesto también lo hacía por él. A mí lo que me gustaba era correr. Mi padre, el del Atleti, me apuntó de crío a su club de atletismo. A veces íbamos juntos a alguna carrera popular –

– Ya no corres tampoco – afirmó él.

– No era ninguna estrella – contestó él encogiéndose de hombros.

– A mí me gusta el pádel y el tenis. Tampoco soy ninguna estrella, pero lo paso bien. Mi padre juega desde antes que yo naciera. Ahora empiezo a ganarle –

Martín miró a Juan con detenimiento, no tenía ni idea de que le daba a la raqueta. No tenía idea de nada en lo que tocaba a su vida fuera del instituto la verdad. No dejaba de ser chocante teniendo en cuenta que iban juntos a clase desde el primer año de Secundaria.

– También me gusta esquiar, aunque últimamente no vamos mucho. Cuando era más pequeño sí que nos íbamos al menos una semana al año a esquiar, pero desde hace cuatro o cinco, nada – continuó contando Juan.

– ¿Y eso? – preguntó automáticamente Martín mientras comenzaba a encajar a su compañero en el universo de los niños pijos, o al menos en el de los que venían de familia con pasta como Andrés, que de pijo no tenía nada y tampoco tenía culpa de que sus padres no tuvieran que hacer números para llegar a fin de mes.

Aquel instituto era un sitio en el que la mayoría sí que tenían que hacer esos números en mayor o menor medida, unos cuantos estaban bien jodidos, aunque no era algo que fueran anunciando precisamente, y solo unos pocos parecían vivir despreocupados. Aunque no había ningún millonario tampoco, gente normal con más o menos ingresos simplemente, tal vez con más o menos suerte.

– Mi padre perdió el curro. Luego encontró otro, pero en esa época se divorciaron y ahora tiene que pagar dos casas, pasar la pensión y todo el plan de vacaciones ha cambiado bastante, la verdad –

Logan apenas se separaba ya de él, caminaba tranquilo si la menor intención de echar alguna carrera. Antes era acercarse al pinar y comenzar a ponerse nervioso, para salir corriendo desbordante de energía y alegría en cuanto le soltaban la correa. Procuraban ir a horas en las que un pitbull desmadrado no pudiera asustar a nadie. Todos los perros necesitaban verse sueltos de vez en cuando y era una putada que con razas como la de Logan les pusieran las cosas tan difíciles, por mucho que el perro fuera una malva. Lo mejor sería que algún experto fiable evaluase al perro para comprobar si era equilibrado y confiable, independientemente de su raza, y entregasen una chapita o algún distintivo. Estaba convencido de que era una idea cojonuda, que jamás podría llevarse a la práctica. No solo por la falta de medios y ganas, sino porque aunque los hubiera no se haría bien. Ahora se estaba examinando a la gente que quería tener a esos perros y daba la risa. Se hacía en los mismos sitios en los que te sacabas lo del carné de conducir y el permiso de armas, pagando por ello. ¿Cómo iban a ponerse duros en las evaluaciones? Si alguno de esos sitios de verdad fuera serio perdería todos los clientes. A menos que te vieran claramente un peligro público no te iban a negar el permiso. Así no se podían hacer las cosas.

Mientras pensaba miraba en torno suyo. Sabía bien lo que estaba buscando; recordaba perfectamente aquellos ojos dorados del podenco que encontró allí con Manu. No tenía esperanzas de volver a verlo varios meses después, pero no podía evitar buscarlo. Además, buscándolo fue como encontró a Bruce Willis. Bruce Willis que estaba muerto, pero que al menos había acabado su vida atendido y feliz en la protectora.
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Tan concentrado estaba pensando en lo suyo, doblando en el interior de su mano la correa de Logan, que no se dio cuenta de que Juan había dejado de hablar hasta que lo hizo de nuevo cambiando por completo el tono.

– ¿Por qué miras todo el rato alrededor? ¿Esperas encontrarte con alguien? ¿Es que te daría palo que te vieran conmigo? –

Martín se paró en seco. Juan sonaba al mismo tiempo enfadado, incómodo y tímido.

– De eso nada. No me preocupa lo más mínimo –

– ¿Y entonces porqué has querido que nos viésemos en este sitio? No hay ni un alma – insistió Juan, aún enojado.

– Ese sitio me gusta. Y así podía venir con Logan. Creí que aquí charlaríamos tranquilos, no hay más – explicó Martín, conciliador, preguntándose si tal vez su compañero tenía un poco de razón. Puede que, inconscientemente, había elegido ese sitio para evitar encuentros incómodos.

– Sí, claro. Por eso estás mirando todo el rato a ver si viene alguien. Y no te preocupa lo que te cuente, ahora mismo estabas a lo tuyo, sin escucharme –

– Vale, mira. Aquí me encontré no hace mucho dos perros abandonados, uno al que pude ayudar y otro al que no. No puedo evitar mirar por si veo algún otro, puede que ese que se me escapó – dijo sintiéndose aún algo culpable.

Juan se limitó a observarle, aún contrariado.

– Y sí, me despisté un poco. Lo siento. Tendría que haberte escuchado con más interés –

El chico siguió mirándole un momento y luego algo en él se relajó y echó a andar, Martín se puso a su lado en cuanto logró apartar a Logan de un resto casi fosilizado de tórtola que al pitbull le parecía perfecto para revolcarse y oler como debe hacerlo un perro.

– Vale. No pasa nada. Pero dime por qué has querido que nos viéramos. No creo que fuera para hablar de tenis –

Martín se encogió de hombros

– No, no sé. La verdad es que mi madre me dijo que hablase contigo cuando le conté lo de la pelea, porqué me había metido en ella –

– ¡Se lo contaste! – dijo Juan molesto de nuevo – ¿Es que te molaba hacerte el héroe? Eso me incumbe solo a mí –

– ¿Y qué querías que hiciera? – espetó Martín – Mírame la cara, aún se me nota. Llegué a casa hecho un cromo. Además quería denunciarlo, hablar con tus padres. ¡Qué sé yo! Me pareció mala idea y quedamos en que al menos yo hablaría contigo, para que supieras que si querías denunciar podías contar conmigo y para asegurarme de que estabas bien. Sé que no suena bien, parece que es mi madre la que me ha obligado a quedar contigo, pero no es así. Yo también quería –

Juan asintió. – Vale. Y estoy bien, en serio. Estoy bien y estaré mejor. Creo que lo peor ha pasado ya, he logrado salir de aquel sitio de mierda –

Dieron unos cuantos pasos más en silencio por aquel pinar alfombrado de amarillo. La breve primavera madrileña había desaparecido. Por suerte Logan tenía el pelo muy corto y poco propenso a que se le clavarán espigas.

– Has tardado en hacerlo – dijo Juan.

– ¿En hacer qué? –

– Hablar conmigo después de aquella noche –

– Sí, es que no estaba por la labor de hacer nada. Lo dejé con Manu, lo de la universidad me agobia un poco, metí la pata hasta el fondo con una persona importante, mi madre me quiere presentar a su novio… yo qué sé. Demasiado en poco tiempo. Solo quería estar en casa con la consola. Pero me he dado cuenta de que no se puede uno pasar la vida en el sofá con un mando en la mano –

– ¿Te apetece venir a casa a echar una partida a algo? Tengo la Play 4 – invitó de repente Juan.
– ¡Joder! ¿Tú también? – rió Martín.

– ¿También? ¿Quién más? –

– Andrés. Por pasar la Selectividad –

– En mi caso fue mi cumpleaños, hace poco. Tengo el nuevo Batman si le quieres echar un ojo –

¿Le apetecía en serio pasar la tarde jugando con un tío al que no había hecho ni caso todos los años precios de instituto? La verdad es que Martín no tuvo que pararse a pensarlo mucho. Sí que quería. Estaba a gusto con él, cómodo, le ayudaba a pasar a un segundo plano sus problemas.

– Vale, pasamos por casa a dejar a Logan y vamos. Te pega que te guste el Batman – añadió Martín.

– Jodido mentiroso. Lo que acabas de pensar es que me pega que me guste Robin – bromeó Juan dejando a Martín de piedra durante un par de segundos, sin saber cómo reaccionar hasta que Juan rió y Martín lo hizo con él.

– Y no te preocupes por tu cara. Un corte en una ceja nunca le ha sentado mal a un tío. Puede que incluso te favorezca. El rollo malote y tal, ya sabes –

No hablaron más que de videojuegos el resto de la tarde, estuvieron un par de horas echando un vistazo al Batman y compitiendo al FIFA, relajados y bromeando, y se despidieron sabiéndose ya colegas y en el camino de ser buenos amigos.

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Alguien recogió a esta mastina de una carretera, a punto de ser atropellada, y la dejo atada en un polígono de Ejea de los Caballeros (Zaragoza).

La pobre está en los huesos, se ve que llevaba varios días vagando por la carretera.no hay sitio para ella y es muy probable que acabe en la perrera, es preciso encontrar para ella una casa de acogida, de ello desde su vida.

Contacto: ejeacontraelmaltratoanimal@gmail.com 622 026 953

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Si buscáis lectura para el verano, podéis comprar mi primera novela, Galatea, una novela de ciencia ficción solidaria con los perros y gatos abandonados, ya que la mitad de los beneficios irán destinados a ellos.

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Capítulo 27: Hora de volver al mundo

Aquí os dejo un nuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, capaz de gustar a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 27:

906008_10153121742000852_8879101469532297800_oNo tenía ánimos para volver a la protectora, no le apetecía quedar, ni leer, ni pensar. La fase musical había acabado pronto y lo único que le pedía el cuerpo ahora era vegetar en el sofá con el mando de la consola entre las manos, y precisamente era eso lo que se estaba dedicando a hacer. Bastante intenso había sido el curso, sobre todo las últimas semanas, no pasaba nada por darse un respiro. A su madre, que no lo veía igual que él, había tenido que convencerla. “Vale, te dejaré en paz; pero no te creas que te vas a tirar así todo el verano. Porque sé bien que la primera vez que te dejan es una putada, que si no…”.

Su madre había aprovechado su estado apático para proponer que conociera al tal Daniel que se estaba tirando y había aceptado. Una noche de esas irían a cenar a algún restaurante americano, el Ribs, el Foster o algo así. Territorio neutral en el que se notara que se habían plegado a sus gustos de varón adolescente.

Realmente ya le daba igual. Casi todo le daba igual.

El cabrón de Andrés ya tenía la Play 4. Premio por haber aprobado en junio, como si tuviera ocho años. Aunque lo que pasaba en realidad es que el padre de Andrés también la quería y cualquier excusa era buena. Martín tenía la Play 3, tampoco se podía quejar. Pirateada, eso sí, que si no en su hogar monoparental hubiera sido imposible acceder a más de dos juegos al año.

En aquel momento estaba entregado al FIFA 16. Su propio padre también era bastante jugón, así que había nacido ya con consolas en casa. Cuando era pequeño jugaba con él al Pro Evolution, pero la franquicia fue de mal en peor y, aunque ahora estaba intentando recuperar lo que fue, seguía prefiriendo el FIFA. También estaba enganchado al NBA 2K15 y al Fórmula 1, pese a que conducirlo sin volante no era lo mismo. Andrés tenía un volante y unos pedales y el juego ganaba bastante.

Justo el día anterior había terminado Beyond: Two Souls. Tampoco era difícil. Como juego no tenía mucho, pero como película en la que usabas el mando no estaba nada mal. Además, la protagonista estaba inspirada en Ellen Page que le parecía una preciosidad. Recordó una conversación con Manu y Luis, muy aficionado a todo lo japonés, sobre que los personajes de los videojuegos estaban mucho más buenos que los actores o cantantes. En este caso no tenía claro si la regla se podría aplicar, porque Ellen Page era de carne y hueso. Igual que Jennifer Lawrence, que era un bellezón y tenía un cuerpazo, por mucho que las rubias no eran lo suyo y se parecía a Ellen Page como un huevo a una castaña.

Pocas conversaciones tendría ya con Manu. En parte por el fin del instituto, pero también porque, al menos en aquel instante, no le apetecía lo más mínimo.

Volviendo a Jennifer Lawrence, se había estado leyendo los libros de Los juegos del hambre. No estaban mal, el primero sobre todo. El último era el que menos le había gustado, aunque el cierre le había fascinado. Se había leído las últimas dos páginas varias veces. Imaginaba que impresas serían un par de páginas, porque él sólo veía porcentajes de lectura,

Se los había descargado en inglés sin pagar un euro y sin cargo de conciencia, tenía la pasta justa y la escritora estaba tan forrada que no iba a notar esos tres ventas menos. Manu no era de la misma opinión con los libros, aunque bien que se descargaba series de televisión alegremente. Mejor dicho, le pedía a él que lo hiciera. Ahora tendría que espabilar si quería seguir devorando capítulos al mismo ritmo.

Oyó los maullidos desde el otro extremo de la casa. Detuvo el partido y se dispuso a preparar los biberones seguido por Logan. Tenía a los gatitos en casa. Como ya no tenía que ir a clase, como no tenía que hacer nada realmente, le había dicho a Mal que se los quedaba él, que ya no tenían que andar cambiándolos de casa. Cuanto menos la viera, mejor. Aunque actuaba como si no hubiera pasado nada, verla le recordaba tanto su rechazo como su deserción del voluntariado en la protectora.

Estaban realmente grandes y les habían tenido que cambiar a una caja a juego. Cuando recordaba aquellas bolitas de ojos cerrados y hocicos rosas le costaba creer que en tan poco tiempo se hubieran convertido en esos pequeños exploradores sin miedo que pronto podrían comenzar a tomar comida húmeda. Los gatos crecían muy deprisa, más que los perros. Su etapa como cachorros duraba menos. En cierta manera era una maldición: por aquellas fechas previas a que media España se detuviera por las vacaciones nacían y crecían camadas sin parar y no había adoptantes bastantes. Para cuando asomara el invierno muchos serían casi adultos y ya no había apenas posibilidades para ellos.

En cuanto les alimentó y jugó un poco con ellos, volvió a su sofá y su consola, dispuesto a sentirse en las botas de Cristiano Ronaldo, que seguro que no tenía que preocuparse del precio de los videojuegos o los libros.

Antes de bajar a Logan para ir con él a buscar a su madre a la estación, decidió hacer algo productivo y puso un mensaje a Juan por Facebook proponiendo quedar. No hubo respuesta y tampoco insistió. Si no respondía al menos podría decirle a su madre que lo había intentado.

***

Aquel jueves a media mañana, con su madre en el curro, se sentía como Logan cuando dormitaba ajeno a todo. No había respuesta de Juan y le daba igual. Seguía sin importarle mucho nada, pero estaba en paz. Cuando llamaron a la puerta estaba dándole una oportunidad al GTA, que era de los videojuegos que le mareaban y le hacían sentirse un fraude como adolescente.

Lo último que esperaba era encontrarse a Mal. Tan preciosa para él como Ellen y al alcance de su mano. Muy seria.

Abrió la puerta arrepintiéndose de las pintas que tenía. Llevaba una camiseta vieja y algo sucia del Springfield y una pantaloneta aún más vieja de cuando jugaba al baloncesto. Le hubiera gustado estar mejor afeitado o haber ido a cortarse el pelo como llevaba insistiendo su madre dos semanas. En fin, en ese momento nada de aquello tenía remedio. Con saber que no olía mal tendría que ser suficiente.

– Bruce Willis ha muerto –

Supo que no se refería al actor y su estómago se convirtió en una piedra.

– Fue ayer noche. Una torsión de estómago. Típico en perros tan grandes. No se pudo hacer nada – añadió ella.

– ¿Vas ahora para la protectora? –

– No, voy a trabajar. Hoy entro a la 13 –

– Tal vez pueda llevarme mi madre esta tarde, cuando vuelva de trabajar. También puedo ir andando –

– Para, para. ¿No has ido a la protectora en casi un mes y ahora te entran las prisas? ¿Para qué quieres ir ahora corriendo? No hay ningún velatorio, ningún entierro. Se le incinera y listo. Nos quedan los recuerdos que nos dejó. Ya está. No te imaginas la de animales que ni siquiera dejan detrás alguien que se acuerde de ellos con cariño. Si quieres hacer algo útil, vuelve el sábado a echar una mano. Las flores, en vida, como decía mi abuela – espetó su vecina.

El chico no contestó, se limitó a mirarla intentando que todas las emociones que bullían en su interior, las que habían despertado con la noticia de la muerte del mastín y las que había estado enterrando y congelando los últimos días amenazaban con desbordarle. Si hablaba sabía que no podría controlar la voz.

– He sido demasiado dura. Bruce fue el primer perro que recogiste. Perdóname. Si quieres ve, no servirá de nada a nadie, salvo tal vez a ti. Si te ayuda… tú mismo –

Martín asintió. Recordó al perrazo que encontró en el pinar, con su cojera y su mirar digno y tranquilo. Luego sintió a Logan tumbarse a su lado. Su viejo pitbull que apenas hacía otra cosa que dormitar. La muerte del mastín le hizo de repente más consciente de los muchos años de su propio perro, de lo cerca que estará de sentir eso mismo multiplicado por cien.

A duras penas lograba estar de pie. Se limitó a despedir con un gesto a Mal, que le dijo adiós con una expresión cargada de cariño, y volvió a su sofá. Esta vez no cogió el mando, sino su teléfono móvil.

Puede que Juan fuese de los que no hacen caso al Facebook. Seguro que Laura tenía su teléfono. Y seguro que Íker tenía el teléfono de Laura.

Ya era hora de volver al mundo.

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Áxel es un cruce de mastín nacido en mayo de 2006. Toda su vida ha estado dedicado a ser perro guardián, y ahora espera que le llegue una jubilación de oro desde la asociación asturiana Amigos del Perro. Cuentan que «es un perro tranquilo y delicado, agradecido y dulce. Tiene fuerza pero pasea genial. Se lleva bien con otros perros».

Contacto: 619370991 adopciones@amigosdelperro.org

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Capítulo 26: Algunos se merecen que les partan la cara

11018339_10153996238773098_8383988440855262460_nAquí os dejo un nuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, capaz de gustar a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 26:

Tardaría aún unos días en contarle a su madre que había roto con Manu. Lo que no pudo evitar fue explicarle a la mañana siguiente de aquella noche para olvidar la razón por la que tenía la cara hecha un cuadro. Tal vez podría haber regateado la verdad sin demasiados problemas, pero le apetecía ser sincero y compartir aquello con alguien, aunque ese alguien fuera su madre.

– Tal vez deberíamos poner una denuncia – murmuró pensativa cuando Martín dejó de hablar.

– No, mamá, por favor. Te lo he contado todo, pero no para eso –

– Pues al menos debería contárselo a los padres de Juan, que sepan a lo que se enfrenta a diario su hijo en el instituto –

– El instituto ha acabado. Ya no se enfrentará más a ello. Podrá hacer borrón y cuenta nueva. No creo que sea buena idea tampoco. Tal vez ya lo sepan. Y si no se lo ha dicho él, sus motivos tendrá –
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Capítulo 25: Magullado por dentro y por fuera

El segundo capítulo de julio de mi folletín animalista, escrito a pesar del calor que da el portátil en estas noches madrileñas de verano. Ya sabéis que con Mastín pretendo hacer una buena novela juvenil, capaz de gustar a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 25:

El grito se había convertido en un lloriqueo. Martín corrió buscando el origen del sonido sin saber quién gritaba o qué haría ante lo que se encontrase, sin preocuparle por qué sentía esa imperiosa necesidad de responder a esa petición de auxilio.

Alguien pedía ayuda en el silencio oscuro de la madrugada, alguien que no podía estar a más de un par de calles. Oír su llamada le había sacado del estado ausente y sordamente doloroso en el que estaba inmerso, eso era todo lo que necesitaba saber en ese momento.

Se detuvo al final del callejón en el que encontró lo que había estado buscando. Al principio le costó ver lo que pasaba. Un bulto oscuro que era incapaz de reconocer se protegía la cabeza con las manos; estaba sentado en el suelo gimoteando. De pie, frente a él, estaba Alberto propinándole pataditas desganadas en las piernas.

– ¡Vamos, levántate! Si no te he hecho nada todavía. No seas tan marica –

Otra sombra que estaba apoyada en la esquina contemplando el espectáculo rio con la voz de Carlos.

– Levanta, que no te va a pasar nada. Tal vez te abofetearemos un poquito como a una chica, nada más. Solo si no eres buena –

Martín ya no necesitaba más para saber quién estaba ovillado contra la pared.

Tal vez si se hubiera parado a pensarlo no hubiera actuado así. Podría haber llamado al 112. También podría haberse dado la vuelta y vuelto a casa, igual que había dado la espalda a Juan muchas veces en el instituto. Pero es que no fue algo premeditado, fue una reacción instintiva. Puede que simplemente necesitara salir de aquel estado mental en el que se había visto inmerso, puede que algo hubiera cambiado en él sin saberlo. Fuera lo que fuera, el chico caminó hacia sus tres compañeros, con zancadas largas pero tranquilas para intentar domar ese rojo vivo que sentía crecer en su interior, una sensación conocida que no quería que le desbordase. Se recordó a sí mismo sobre el tipo que lanzó a los gatos y la voz de Mal pidiéndole prudencia. Respiró profundamente. Alberto y Carlos no tardaron en verle aproximarse.

– Dejadle en paz, ya está bien – dijo en el tono más conciliador que encontró. Eran dos y Martín jamás se había visto metido en una pelea seria.

– No te metas. Pírate –

– ¿Quieres que sea tu novio? ¡Sí! ¿Es eso, verdad? Quieres follarte a Juan – dijo Alberto explotando en carcajadas forzadas .

– ¿Por qué no os vais vosotros? ¿No tenéis nada mejor que hacer? – Martín intentaba ignorar a Alberto y miraba directamente a Carlos, que le parecía un tío algo más razonable pero que se limitó a mirarle haciendo los coros a su colega.

– Otro maricón en clase. ¿Por eso vino tu novia buscándome? –

Las señales de calma no habían funcionado. Notaba la rabia arreciando y adueñándose de él.

– Manu te hizo un poco de caso porque sabía que me cabrearía verla cerca del mayor gilipollas de la clase – le espetó Martín.

– ¿Gilipollas? ¿Quién es aquí el gilipollas, eh? ¡Hijo de puta!-

– ¡Cabrón, vete a meterte en tus asuntos! ¡Déjale en paz!-

Alberto avanzó encarándose directamente con él. Ambos se gritaban a pocos centímetros uno del otro, erguidos, cuadrándose. Carlos seguía sonriendo, atento, Juan no se había atrevido a moverse. Martín se interpuso entre el chico acuclillado mientras seguían insultándose. Como un enganchón entre dos perros jóvenes, en el que rara vez se derrama sangre porque lo que pretenden es imponerse sin daño, pero en aquella ocasión sí que la habría. Alberto le empujó y Martín le lanzó contra la pared. En ese instante el fuego se adueñó de Martín, que no supo más que los golpes llovían, que se defendía como podía y agarraba, empujaba y golpeaba sin saber a quién. Notó algo húmedo resbalando por la cara y le ardía una mano. En medio del caos vio a Juan y luego notó que Alberto había desaparecido de su particular rifirrafe, enzarzado con su víctima en el suelo. Logró zafarse del agarrón de Carlos y lo embistió con la intención de alejarlo, tal vez de lanzarlo también al suelo. En cambio cayeron ambos engarzados contra un coche cuya alarma se disparó. El estridente sonido, aún más ensordecedor en plena madrugada, logró detenerles en el acto. Se miraron durante un instante y luego se alejaron en direcciones opuestas con un trote dolorido de aquel lugar antes de que se presentara la policía o cualquier vecino. Martín sabía que Juan le seguía, se detuvo en unos soportales sombríos cuando consideró que ya se habían alejado bastante.

– Gracias – dijo Juan con la respiración aún agitada y sin atreverse a mirarle a los ojos. Tenía un lateral del vaquero totalmente manchado, unos arañazos en el brazo y algo de sangre entre los dientes.

Martín estaba exhausto, harto y tan despierto como ausente se había sentido pocos minutos antes. Se llevó la mano a la cara. Estaba sangrando bastante.

– Te han abierto un poco la ceja, es más escandaloso que otra cosa. Y se te va a hinchar el labio –

Martín se tocó el labio inferior. Palpitaba y comenzaba a doler. La ceja seguía sangrando y tuvo que cerrar el ojo para que no se le llenara de sangre. Se quitó la camiseta y se apretó el corte intentando detenerlo. Otra camiseta a la basura. La mano también le molestaba, se había desollado los nudillos, probablemente contra la pared.

– Lo siento mucho. Gracias – repitió Juan.

– No tienes que sentirlo. No es culpa tuya. Me metí en medio porque me dio la gana –

– ¿Quieres que te acompañe a Urgencias para que te miren ese corte? –

– No, no es nada. Vivo aquí al lado, me voy a casa –

– ¿Te acompaño? –

– ¡Te he dicho que no! – gritó Martín. Juan dio automáticamente un paso atrás, dolido, y el chico lamentó haberle hablado así, pero quería irse, necesitaba irse, perderle de vista, intentar tranquilizarse y digerir todo lo que había pasado en la última hora. – No quería gritarte, he tenido una noche complicada. Me voy a casa. Ya hablaremos, ¿Vale? –

Juan se limitó a sonreír, lo que en aquel rostro vapuleado, sucio y despeinado le hacía parecer poco más que un niño vulnerable. Martín dio media vuelta y enfiló el camino a casa sin dejar de apretar la camiseta contra su ceja, aún rabioso, aún doliente, aún incapaz de encontrar la calma y pensando, aunque no le importaba demasiado, que buena se iba a poner su madre cuando viera que se había estado peleando.


***

Se detuvo ante la puerta el tiempo suficiente para hacerse notar ante Logan, al que sintió olisqueando el suelo al otro lado. Su madre debía estar ya dormida. La luz de la escalera se apagó y no volvió a encenderla. En penumbras bajó las escaleras y se encontró por segunda vez buscando refugio ante la puerta de Mal.

La chica abrió sobresaltada, escoltada por su sombra en forma de galgo. Llevaba un viejo vestido de tirantes con el que claramente había estado durmiendo y el pelo recogido en una trenza. Martín se imaginó como debía estar viéndole ella, medio desnudo, sucio de sangre y con la camiseta hecha una bola contra la cabeza.

– No sé qué estaba pensando cuando he llamado a tu puerta. Perdona, me voy a casa –

Mal le cogió del brazo y le condujo al interior, sentándolo en el viejo sofá que ya conocía. No parecía enfadada por la irrupción y Martín comenzó a relajarse. La chica desapareció y volvió al poco rato con una bandeja en la que había un cuenco con agua, algodón, un bote de Betadine, gasas y esparadrapo. Le hizo reclinar la cabeza contra el respaldo y se puso de rodillas en el sofá , a su lado, para limpiarle y cerrarle el corte, que ya había dejado de sangrar. En aquella postura sus pechos, sueltos en aquel vestido gastado, estaban a la altura de su cabeza; notaba el calor que irradiaba su cuerpo y su respiración mientras sus dedos y el algodón recorrían con delicadeza su rostro. Martín sintió que se excitaba y cerró los ojos avergonzado.

– Lávate las manos anda, que te ponga también Betadine – dijo ella tras terminar con su cara.

– ¿No me vas a preguntar qué ha pasado? – preguntó Martín una vez ella dio por terminadas sus curas.

– No, ya sabes que no me gusta interrogar a la gente –

– Ni contar cosas tuyas –

– Tampoco, tienes razón Mastín. Pero es que además lo que tienes que hacer ahora es irte a casa y descansar. Mañana ya hablaremos, si es que te apetece contármelo –

Mal se puso en pie y se dirigió a la puerta de la casa, seguida por trancos y por Martín, que sabía que aquello significaba que tenía que irse. Su vecina abrió la puerta y esperó, ligeramente apoyada en ella. Estaba preciosa, descalza y tan pequeña, con esos ojos que parecían entenderlo todo mejor que él.

Estaba claro que aquella iba a ser una noche que no olvidaría.

Cogió su cara con las manos y la besó, un beso suave, prolongado, que ella no respondió. Sus brazos colgaban laxos y simplemente se dejaba hacer. Aquello enfureció al chico, que hubiera preferido que le hubiese apartado, y la besó con más furia, haciéndose daño en el labio herido. Quitó las manos de su rostro para apretarla contra él y abrió la boca. Al principio no pasó nada, Mal permaneció impasible, sin responder, pero luego Martín notó que el cuerpo de ella se curvó adaptándose al suyo, los labios se abrieron un poco, muy poco. Todo tan sutil que parecía no estar pasando. Al poco se apartó respirando con rapidez y mirándola con una intensidad que se extinguió rápidamente. Ella se limitaba a observarle pensativa. No parecía enfadada, aunque tenía derecho a estarlo. Tampoco precisamente dispuesta a lanzarse a sus brazos.

– Tal vez debería haberte desanimado con más ganas, pero es agradable tontear inofensivamente con un chico guapo. Mea culpa – dijo al fin – No es buena idea. Créeme, yo he pasado por esto antes. Estar con alguien a quien quieres, aunque no sea el amor de tu vida, y ponerle los cuernos con otra persona. Lo pasas bien un rato, sí. Disfrutas de las mariposas en el estómago y del sexo con alguien diferente. Pero ese poco tiempo no compensa. A mí al menos no me compensa. Juraría que a ti tampoco. Decide sí quieres seguir con esa chica o no, pero no en función de si tienes alguna oportunidad con otra. Y no le hables de esto. Si quieres seguir con ella o con cualquier otra en el futuro y le pones los cuernos, aprende a encajar tu propia mierda. Pero ahora no es el momento de hablar de eso. Vete a casa a descansar –

– Ya no estoy saliendo con Manu –

– Lo estabas ayer – apuntó ella alzando una ceja.

– Pues ya no – dijo él encogiéndose de hombros.

– Me da igual. O mejor dicho, con más motivo esto no tiene sentido. Una vez rompí a un hombre, no tengo la menor intención de romper a un niño. Además, lo nuestro probablemente fuera ilegal – quiso bromear.

– ¡Eh, que no tengo catorce años! – protestó él.

– No, tienes diecisiete. Y yo veintiséis. Y eso es un universo entero. Ve a dormir, mañana hablaremos – dijo empujándole suavemente hasta que traspasó el umbral. La puerta se cerró y Martín, magullado por dentro y por fuera, subió a casa sintiendo que odiaba más que nunca su edad, que la vida era una mierda, pero que también, de algún modo extraño y soterrado, estaba llena de maravillas.

 

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Esta camada de perros ha aparecido metida en una bolsa dentro de un contenedor en Zamora el 7 de julio.

Seis vidas con las que alguien ha intentado acabar metiéndolas en una bolsa de plástico y tirándola a un contenedor de basura. Basura es la persona que ha hecho esto. ¿Cómo se puede ser tan mal nacido para meter seis cachorritos en una bolsa para que mueran asfixiados?

La semana pasada otro caso en León aunque de ese seguramente tengamos video del abandono y eso nos permitirá llegar hasta las últimas consecuencias con el o la culpable de esta atrocidad. Junto al contenedor de ese pueblo de León hay una empresa con cámaras de vigilancia y el propietario de la empresa está buscando el video del abandono para que podamos denunciar.

Ahora necesitamos casas para estos pequeños, la familia que los ha rescatado de una muerte segura los cuidará hasta que tengan buenos hogares.

Contacto: Defensa Animal Zamora defensanimalzamora@gmail.com

Capítulo 24 de #Mastín: no hay electricidad

imageAquí os dejo un nuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, capaz de gustar a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 24:

Habían quedado en el polideportivo que había justo al lado del instituto, aprovechando que en aquellas semanas de buen tiempo, en las que las clases y las ligas locales habían acabado, lo mantenían abierto hasta bastante tarde para acudir a hacer deporte. Con algunos lo lograban; en ese momento había una panda de unos dieciséis años tirando a canasta y en la pista de atletismo daban vueltas al trote un trío de cuarentones. Poco más.

Martín entró en aquel recinto al aire libre sin quitar ojo al enorme cuadrado de ladrillo visto y hormigón en el que había pasado toda su adolescencia. Era una sensación extraña, tanto tiempo deseando perderlo de vista y ahora que había llegado el momento, casi le daba pena.

Sentados en una esquina de césped irregular al que las espigas le estaban comiendo el terreno estaban Claudia, Blanca, Iker y Luis. Martín los saludó sin acercarse y se dirigió a las gradas, en las que gran parte de sus compañeros se diseminaban por parejas o grupos. Subió hasta sentarse junto a Andrés, Dani y Laura, casi en la misma bancada en la que había besado a Manu dando comienzo a su historia, en la que se había reconciliado con ella. Se acomodó al lugar y a la charla llena de risas y nervios liberados tras los exámenes para esperarla.

No tardó más de diez minutos, llevaba el pelo negro recogido en una larga coleta y un vestido corto y suelto que sabía que a él le gustaba, no precisamente por su estilo o estampado. Avanzaba buscándole con la vista. El chico lo supo y se contuvo para no hacer ninguna señal y poder así observarla unos segundos más; sonreía distraída y saludaba sin dejar de buscarlo. Resultaba agradable saberse el destinatario de tanto interés. Cuando al fin lo encontró y sus miradas se cruzaron, todo lo demás se desplazó a un segundo plano. Ya no importaban los resultados de la prueba de acceso a la universidad, tampoco que no supiera qué hacer con su vida una vez pasado el verano, que se sintiera perdido en un momento de su vida que intuía crucial o que se notara a sí mismo, su forma de pensar,de obrar y de ser, cambiante, como mercurio líquido. Justo en el instante en que se vieron y se sonrieron lo único que importaba es que era joven, que tenía una chica lista, preciosa y con el paso firme que a él le faltaba y que, tal vez por eso, se sentía inmortal, como uno de los dioses del Olimpo.

En momentos así uno llegaba a creerse chorradas como las de Romeo y Julieta, Titanic o los libros de Crepúsculo. El amor más grande que la vida y todo eso…
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Capítulo 23 de #Mastín: lo más normal del mundo

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CAPÍTULO 23:

Puto Aristóteles, pero sobre todo, puto examen de matemáticas. En el resto de pruebas creía haberse defendido razonablemente bien, pero en filosofía probablemente la había cagado. En matemáticas la cagada era segura, no tenía la menor duda de haber hecho casi todo mal. Se habían pasado con el examen, incluso Mariano, su profesor del instituto, reconocía que había sido muy difícil. Al menos ya había pasado todo.

Recordaba como si fuera un sueño extraño los tres días pasados en aquel campus universitario tan moderno, con su césped, sus enormes y desconocidos edificios y los centenares de estudiantes repasando por las esquinas, bromeando y cariacontecidos. Había coincidido a ratos con Manu, a ratos con otros, habían comentado las preguntas y las respuestas a la salida, comido en una pizzería cutre que había junto a la parada de autobús, revisado esquemas y apuntes e informado por móvil a sus padres, que en muchos casos estaban más pendientes de aquellas pruebas absurdas que sus hijos.

Absurdas, sí, porque unos exámenes sueltos corregidos a contrarreloj por desconocidos suponían casi la mitad de la nota media para acceder a la universidad. Podías tener un día malo, podías sucumbir a los nervios o simplemente tener mala suerte con la elección de los examinadores y tener una nota de mierda. En su caso, que seguía sin saber qué hacer tras el instituto, tal vez no era tan grave, pero para gente que tenía clara una vocación, que no pudieran entrar en la carrera de su elección por todo aquel sistema era una mierda. Ahí estaba Manu, sin ir más lejos, empeñada en ser bióloga desde que estaban a punto de terminar Primaria. Era injusto que esos tres días le cortaran o dificultaran el paso.
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Capítulo 22 de #Mastín: «los gatitos huelen raro»

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CAPÍTULO 22:

– ¡Joder! –

Se despertó sobresaltado cuando sonó el despertador. Había estado soñando con ella. Con la dichosa PAU. Tenía el examen de filosofía delante y no era capaz de distinguir las preguntas, solo veía garabatos ilegibles.

No era de los que más nerviosos estaba ni mucho menos, pero la inminencia de esos exámenes que suponían el 40% de la nota media que les permitiría acceder a la universidad les traía a todos de cabeza esos días. Quedaban apenas dos días y poco se podía hacer ya que no se hubiera hecho antes, pero todos se forzaban a repasar apuntes, intentar permanecer tranquilos y abstenerse de juergas, aunque fuera sólo por las apariencias.

Se arrastró hasta el baño buscando la ducha. Estaban en el arranque de junio, pero hacía un calor espantoso. Martín llevaban fatal las temperaturas elevadas, casi tan mal como Logan que dormitaba jadeando todo el día sin pedir salir a la calle. El chico dormía con la ventana abierta y en calzoncillos por el pudor justo ante la pareja de señores mayores que podían verle desde el patio si se asomaban a la ventana de su cocina, aún así daba vueltas y sudaba toda la noche. Su madre se negaba a poner aire acondicionado en los dormitorios, tanto por lo que costaba como porque decía que era insano dormir con ese frío artificial puesto. Si la cosa seguía así se iría a dormir al salón con el aire, por mucho que su madre protestara. ¿No quería que le saliera bien la selectividad? Pues para eso necesitaba descansar.

Extendió la alfombrilla en el suelo del baño y abrió los grifos. Tal vez si el plan hubiese sido estudiar a solas se hubiese conformado con ponerse una camiseta y sentarse ante los cuadernos, pero en un rato iba a llegar Manu y quería sentirse limpio.

El agua estaba tibia y caía con presión sobre su nuca y su espalda. Adoraba aquella sensación. En días así, en los que no había prisa, tenía que reunir toda su fuerza de voluntad para cerrar aquel chorro de deliciosos alfileres que le enviaban a un plano mental en el que nada importaba salvo el agua recorriendo su cuerpo y limpiando su interior.

Al salir y plantarse chorreando ante el espejo arrancó la nota que le había dejado su madre antes de irse a trabajar.

«He dado de comer a los michis, te toca a ti hacerlo de nuevo a las 10. No me ha dado tiempo de bajar a Logan. Hazte pasta. ¡Estudia!»

Cuando abrió la puerta del baño, el viejo pitbull estaba allí, con su sonrisa de dientes gastados que se extendía hasta el vibrante extremo de su cola. Apenas un año antes el perrazo negro habría ido a darle los buenos días en cuanto hubiera puesto un pie fuera de la cama, pero el chico sospechaba que ya no oía bien. Martín le rascó tras una de las orejas canosas.
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Capítulo 21 de #Mastín: Llueven gatos

Aquí os dejo un nuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, capaz de gustar a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 21:

IMG-20150606-WA0012Tras la charla que tuvieron en el coche, la relación de Martín y de Mal había cambiado. Habían sumado un par de niveles de confianza, estaban más relajados y bromeaban constantemente, con frecuencia con temas que a priori no parecían ser cosa de risa, como las carencias de la perrera, los imbéciles que iban allí con la intención de llevarse gratis cachorros de chihuahua (y que lo único que conseguían era hacerles perder el tiempo y la paciencia), o el “ay de ti si tuviera diez años más” en múltiples variantes, como una forma de exorcizar cualquier posible interés real.

En aquel momento Martín andaba haciendo inventario de camisetas y guardándolas en diferentes cajas según colores y tamaños de cara al evento de junio. Si eras voluntario en una protectora acababas haciendo una variedad asombrosa de tareas: Martín había reparado y formateado un ordenador, servido como auxiliar veterinario, recibido a gente que venía a adoptar o a entregar un animal encontrado (más lo segundo, por desgracia) hasta que pasaban a manos más experimentadas, reparado un vallado, limpiado todo tipo de cosas y superficies, fotografiado perros y gatos y actualizado el Twitter de la protectora, trasladado sacos de pienso y de arena para gatos durante toda una mañana a pura fuerza bruta, eso sin contar con ejercer de rastreador y rescatador de la pobre Manu. Su parte preferida seguía siendo ganarse la confianza de los perros más tímidos y temerosos para que tuvieran más oportunidades de conseguir un hogar, llevárselos de paseo, sentarse con ellos y descubrir de paso gracias a esos animales que tenía mucha más paciencia de lo que habría jurado.

Estaba doblando unas cuantas camisetas infantiles de diferentes colores que clamaban que un animal era un amigo y no un juguete, cuando Mal abrió la puerta y asomó la cabeza.

– ¿Me echas una mano? –

– Mataría dragones por ti si me lo pidieras – contestó Martín con la voz más grave que fue capaz de poner. Mal le lanzó como respuesta una breve risa.

– Déjate de matar animales mitológicos y ven a quitar mierda de perro conmigo, que Miguel está con lumbago desde hace tres días y el pobre no puede casi moverse. Luego, que ya hará demasiado calor, puedes seguir aquí dentro a la sombra con lo tuyo –

Era cierto, aquel sábado de finales de mayo amenazaba con imitar a julio a mediodía, en cambio a las diez de la mañana el aire era fresco e invitaba al zafarrancho. Soltó la camiseta que tenía en la mano y siguió a la chica hasta los primeros cheniles, en los que tenían a los perros de tamaño más pequeño, los que más posibilidades tenían de ser adoptados. Martín había comprendido pronto que había una serie de factores que complicaban bastante que un perro tuviera su segunda oportunidad. Por maravilloso que fuera su carácter, si era de tamaño grande, de color negro o atigrado, tenía más de cinco o seis años y era de alguna raza potencialmente peligrosa o cruce de ella, tenía muy pocas papeletas en la rifa de las adopciones. Aquello último le jodía especialmente. Logan, su viejo Logan que le esperaba en casa tumbado de costado en los frescos azulejos del baño, era un perro fantástico y era un pitbull negro bastante grande. Además cada vez entraban más pitbulls y cruces de pitbulls, aproximadamente el treinta por ciento de los ocupantes de la perrera lo eran. Para adoptarlos se necesitaba tener una licencia especial y pocos adoptantes les daban una oportunidad, por mucho que los trabajadores de la perrera insistieran en que alguno era un trozo de pan, y no insistirían en ello si no lo tuvieran del todo claro. La gente los veía demasiado imponentes, les daban miedo, intuían más problemas paseando con ellos por la calle, no se fiaban y allí se seguían pudriendo los pobres.

– Yo los dejaré salir a que corran un poco en el vallado, tú vete quitando la mierda y ahora iré a ayudarte con la manguera – dijo poniéndole una pala con el filo recto en una mano y un escobón en la otra.

– ¿Sabes? Bien pensado, no mataría dragones por ti. Quitaría la mierda de su cueva. Quitar mierda de dragón; eso sí que tiene que ser heroico teniendo en cuenta cómo huele y lo que cuesta limpiar la de unos perros –

A ella se le escapó una carcajada, transparente y clara como una ráfaga de viento. Martín, dejó el escobón y la pala apoyados y comenzó a desenrrollar la manguera. Era larga y muy pesada, si cuando Mal regresara de soltar a los perros se la encontraba extendida, se ahorraría un buen esfuerzo. El chico recordó la mañana de los sacos y llegó a la conclusión de que esto de ser voluntario era mucho más útil e igual de efectivo que acudir a un gimnasio a mazarse como algunos de sus colegas.

***

Un par de horas más tarde estaban ya adecentando el último chenil, el más recóndito. Se estaban tomando su limpieza con calma, tal vez porque era la última, tal vez por el calor, puede que porque quisieran regalar unos minutos más de pretendida libertad a aquellos cinco perros que corrían en el vallado. Los cinco eran poco más que cachorros, dos cruces de bretón de distinta edad y tres hermanos de camada a los que llamaban ‘los canicas’, no tenía ni idea del motivo. Martín se quedó muy quieto, mirándoles con una ligera sonrisa en el rostro.

– Anda, ven aquí conmigo Mastín. Nos hemos ganado un descanso – dijo Mal palmeando el suelo de cemento a su lado. Se había sentado con las piernas estiradas y la espalda contra la zona cubierta del chenil, viendo jugar a los perros. Llevaba las botas de agua amarillas de Miguel, cuatro o cinco números por encima de su talla, algo que se notaba mucho más en aquella postura.

– Pareces un payaso fugado del circo con esas botas – dijo el chico sentándose a su lado.

– ¡Imbécil! – rió ella propinándole un imperceptible puñetazo en el hombro.

Luego callaron. Ver la alegría liberadora y despreocupada de aquellos animales era contagioso, uno de esos instantes de felicidad pura que ojalá fuera posible embotellar y preservar para cuando fuera necesario salir de algún estado de ánimo oscuro.

– Son como tú Mastín – dijo ella sin mirarle.

– ¿A qué te refieres? –

– Son adolescentes, llenos de energía –

– Y con un futuro incierto – apuntilló él.

Se habían sentado muy juntos, Martín podía escuchar la respiración pausada de Mal, los ladridos esporádicos de los perros, algún coche circulando por la carretera que pasaba al lado de la perrera y unos pasos que se aproximaban. “Tal vez Miguel ha salido de la cama y viene a ver qué tal se nos ha dado”, pensó el chico, al que no le apetecía lo más mínimo interrumpir aquel momento.

Entonces vio algo que aterrizó a metro y medio de su mano. Una bola oscura e indeterminada que parecía haber caído del cielo. Estiró el brazo y la cogió. Por un instante no supo lo que era, su cerebro se negaba a creer lo que sus ojos veían. Era un gatito muy pequeño, probablemente recién nacido, aún se notaba algo del cordón umbilical. La cabeza estaba destrozada, seguro que por dentro también habría reventado. Aquel animal que un minuto antes respiraba y pugnaba por crecer, ahora yacía completamente laxo y deforme en su palma.

Martín levantó la vista y se encontró con los ojos de Mal, perplejos y ardiendo de furia en cuanto comprendió lo que había pasado. La alegría desbordante no era la única emoción contagiosa. Martín sintió que la rabia se adueñaba de él.

Por un extremo de su campo de visión percibió una nueva parábola. Otro gatito había caído, esta vez justo ante Mal. Ambos se pusieron en pie, ella no podía ver nada, pero Martín era bastante más alto y alcanzó a ver al hijo de puta que estaba haciendo aquello. Era un tipo de unos cuarenta años, un poco entrado en kilos y en canas, que también le vio a él. Inmediatamente depositó una bolsa en el suelo y salió corriendo.

IMG-20150606-WA0008Martín miró alrededor, como si estuviera decidiendo qué hacer. Luego entró de dos zancadas en el chenil que ocupaban ‘los canicas’ y los bretones, saltó sobre el tejado de la parte cubierta y volvió a saltar para salir del recinto. Aterrizó apoyándose en las manos y desollándoselas de nuevo. En aquel momento no se dio ni cuenta, aunque luego bromearía con que ser pianista o modelo de manos estaba reñido con colaborar en una protectora.

En cuanto se incorporó tras el salto, salió corriendo detrás de aquel cabrón que se divertía lanzando gatos por los aires. Corrió tan deprisa que temió perder el control de las piernas y caer, pero justo antes de llegar a la carretera supo que le tenía a su alcance y se lanzó sin pensar contra el hombre. Aterrizó encima de él y aprovechó para aplastarlo de cara contra el suelo. El tipo se revolvió, pero poco podía hacer contra más de ochenta kilos muy cabreados encima de su espalda. Martín le cogió del pelo para verle la cara, leyó ira, miedo y desconcierto y aquello último casi le desarma, pero entonces recordó el peso muerto del pequeño gatito en su mano y levantó el puño. Nunca había pegado un puñetazo a nadie desde que tenía nueve años, pero si alguien se lo merecía era aquel bastardo.

– ¡No! ¡Para! – la voz de Mal le detuvo, ninguna otra voz podría haberlo hecho. La chica venía a la carrera. Debía habérselas apañado también para saltar desde el tejadillo. El hombre aprovechó el momento para retorcerse, hacer palanca con la rodilla y escapar corriendo. Martín iba a salir de nuevo detrás de él, pero Mal le detuvo.

– No le partas la cara a esta gentuza porque te puedes buscar un buen problema. Un puñetazo bien dado a un malnacido que se lo merece puede salir más caro que torturar y matar a un animal. Así están las cosas en este país – dijo poniéndose frente a él y cogiéndole de los antebrazos para serenarle. – Y puede ser peor, puede acabar haciéndote daño él a ti –

La voz le temblaba mientras hablaba. Estaba tan furiosa como él, pero conservaba el control. Martín lo había perdido completamente. Tomó aire y lo expulsó con fuerza por la nariz intentando serenarse. Notaba el temblor propio de un subidón de adrenalina.

– Me alegra haber llegado a tiempo de pararte Mastín, me da que le habrías dejado hecho un poema –

Mal sonaba menos agitada, acarició los brazos que había tenido aferrados, arriba y abajo como habría hecho para tranquilizar a un animal alterado.

– Estoy bien, estoy bien. Se merecía que le hubiera partido la cara –

– Si, lo merecía, pero hubiera sido peor, créeme. Ven conmigo de vuelta, que soltó una bolsa junto a la tapia y me temo lo peor. Creo que en la bolsa que soltó había más gatitos, lo importante ahora es comprobarlo y ayudarlos si estoy en lo cierto. Y poner una denuncia-

Y, efectivamente, había cuatro gatitos dentro de la bolsa, que hociquearon aún ciegos cuando Mal los sacó y e intentó acomodarlos en la parte delantera de su camiseta. “Demasiado corta, demasiado estrecha”, pensó Martín quitándose su vieja camiseta talla XL y tendiéndosela a la chica, que los envolvió con cuidado.

– No es la primera vez que nos lanzan animales dentro de la perrera, pero en las anteriores ocasiones esperaron a la noche, este cabrón lo ha hecho a plena luz del día –

Comenzaron a rodear el perímetro de la protectora a buen paso, era imposible entrar por dónde habían salido.

– Que sepas que ha sido tremendo verte salir detrás de él como una bala. Estoy impresionada – dijo ella – una parte de mí se arrepiente mucho de no haberte dejado destrozar a ese psicópata –

– Que sepas que a mí también me ha impresionado que saltaras desde aquel tejadillo – contestó Martín, pendiente del hatillo lleno de gatitos en el que se había convertido su camiseta verde.

– ¿Saltar? Más bien me dejé caer – objetó Mal sonriendo de nuevo.

– Puto asesino. Me pongo malo solo recordándole. ¿Sabes? Podríamos formar un equipo de superhéroes contra el maltrato animal, en plan X-Men o Los vengadores –

Mal casi se ahoga con la carcajada repentina – ¿Tú qué te metes chaval? –

– ¡Eh! Tú has conseguido verme sin camiseta, yo quiero verte con el disfraz de licra negra de catwoman –

Seguía estando muy cabreado, pero bromear tras la brutalidad que acababan de presenciar le ayudaba a centrarse.

– Voy a llamar a la Policía en cuanto entremos. Espero que esté Jorge hoy currando, nadie mejor que él para esto – dijo Mal llamando a la puerta de la perrera. Unos minutos después Laura abría la puerta. Miró primero a Martín, semidesnudo y acariciándose las manos magulladas, y luego a Mal, con el pelo escapando de la coleta y la camiseta del chico hecha una bola entre las manos.

– ¿Qué demonios hacéis fuera? ¿No estabais dentro limpiando? –

Mal se limitó a abrir retirar un poco la camiseta para mostrar a los gatitos, montados unos sobre otros.

***

Durante el regreso a casa, era Martín el que llevaba, además de una camiseta puesta de las que estaba previsto vender en el mercadillo, una pequeña caja forrada con una toalla en la que dormitaban los gatitos. Mal conducía y no dejaba de hablar explicando cómo había que cuidarlos: la preparación de los biberones, lo importante que era que estuvieran calientes, que había que estimulares con un gasa húmeda para que hicieran pis y caca… el chico escuchaba con atención intentando no pensar demasiado en su madre, deseando que no estuviera en casa cuando llegase.

Mal había dicho que se llevaría los gatitos a su casa, que se encargaría de ellos todas las noches, todo el tiempo que pudiera. Las pocas casas de acogida que tenían ya estaban hasta arriba, sacar adelante gatos recién nacidos era bastante esclavo, y a fin de cuentas en esos momentos ella no tenía ningún perro acogido, solo estaba Trancos. Pero adelantó que iba a necesitar ayuda.

– Vivimos en el mismo edificio, podría ayudarte cuidándoles, dándoles las tomas…- se había ofrecido Martín, sintiéndose responsable de aquellos pequeños bultos de pelo, recordando el diminuto cadáver roto que había sostenido en la mano.

Había insistido en que no habría problema, que su madre no pondría ningún inconveniente, y Mal había accedido porque le tocaba trabajar aquella misma tarde.

En cuanto introdujo la llave supo que no había tenido suerte, su madre sí estaba en casa. Siempre que se iba dejando la casa vacía daba todas las vueltas que admitía la cerradura.

– Mamá, ya sé que no quieres tener en acogida un perro. ¿Qué opinas de unos gatos recién nacidos? A eso no me habías dicho que no– gritó a modo de saludo empujando la puerta con un hombro. Tenía las manos ocupadas con un flexo, una caja con gatitos huérfanos y una bolsa con empapadores, dos biberones y leche en polvo especial para gatos.


Lo que véis no son fotos repetidas, son diecisiete cachorros de gatos que fueron abandonados en una caja en la puerta de una residencia animal con el cartel de «gatitos», sin más.

Nos ahorramos las palabras para describir a la clase de persona , si se le puede considerar como tal,que ha tenido la desfachatez de abandonar a pleno sol a estos pequeños en una caja cerrada a la espera de que fuesen recogidos. Se han llevado a todos al veterinario a revisión y desparasitar, no presentan ningún síntoma de enfermedad.

Ahora mismo están viviendo en un establo Sabemos que es una misión casi imposible pero necesitamos acogida para ellos urgente, ya sea uno, dos o los que cada uno buenamente pueda.

Están en Murcia pero se envían a cualquier provincia para su adopción con chip, vacuna, cartilla, desparasitados y comprosimo de castración. Para acogida, preferiblemente Murcia o provincias cercanas, salvo otras protectoras animales que no importa la provincia.

Contacto para adopciones, adopcionesbastet@gmail.com, y para voluntariado y donaciones, equipo.bastet@gmail.com

Capítulo 20 de #Mastín: «La adolescencia no es lo mío»

Fiel a mi cita, aquí os dejo un nuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, capaz de gustar a adultos y con el marco de la protección animal para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 20:

Las fotos no eran nada del otro mundo, ni en calidad ni en contenido. Juan aparecía ante el espejo ensayando posturitas, en un par sin camiseta. Estaba flaco y no tenía ni un solo pelo en el pecho. Era lo que más le había llamado la atención a Martín, que hubiera jurado que habría tenido bastante vello en el cuerpo viendo su barba cerrada, una de esas que es preciso pasar por el coñazo de afeitarse a diario igual que le pasaba a él. Tal vez se depilaba. Había algunos selfies en los que se le veía en primer plano, poniendo boca de pato y con peinados raros. En todas parecía feliz, exhibiendo una sonrisa confiada que rara vez se le escapaba en el instituto, y extrañamente vulnerable. Entre sus fotos también estaba una imagen de Justin Bieber en una pose que quería ser desafiante y se quedaba en ridícula, luciendo tableta de chocolate. Tal vez si hubiera sido una chica no hubiera pasado gran cosa, pero casi todo el instituto consideraba hilarante que un chico llevara a Bieber semidesnudo escondido en su móvil y se fotografiara en aquellas actitudes, porque todo el instituto había visto ya esas nueve imágenes gracias al cabrón de Alberto, que las había distribuido por Whatsapp.

Juan no se había presentado ese día a clase y todos sabían que no estaba enfermo. Humillado sí, en el punto de mira para recibir coñas, miraditas y vacíos, también, pasándolo fatal, seguro; pero no enfermo. Martín estaba convencido de que no acudir para afrontarlo empeoraba las cosas. Claro que también se preguntaba qué habría hecho él en su lugar y no acababa de decidirse. Toda su vida había procurado pasar desapercibido, estaba convencido de que era la mejor estrategia para terminar aquella etapa sin lesiones emocionales o en la autoestima. Pero una vez puesto en la picota, aquello de procurar no llamar la atención era imposible. Juan tampoco quería atraer los focos, pero el pobre chico no había podido evitar que su modo de moverse, sus intereses, atrajeran a los cuervos.

– Tal vez deberíamos decírselo a alguien, a algún profesor – dijo Martín.

– ¿Te crees que no lo saben? ¿Es que no tienen ojos en la cara para ver lo que está sucediendo? Pasan de complicarse la vida a menos que les estalle en la cara. Deben estar pensando que apenas nos quedan diez días aquí y no tiene sentido remover la mierda, que eso siempre huele mal –

– Aún así son diez días que a Juan se le pueden hacer muy largos. No puede decir que está enfermo todo ese tiempo – insistió Martín. Cada vez le ponía de peor hostia todo aquello, una mala hostia fría y soterrada, nada explosiva, que nunca antes había experimentado.

– ¿Y quieres acusar a Alberto y que él se entere de que has sido tú? – Manu se apretó a su costado mientras caminaban, como una gata a punto de ronronear. De hecho la voz que usó para seguir hablando recordaba a los maullidos que rodeaban a Laura cuando entraba con el pienso- Siempre hay parias, en todas las clases. En algunas lo son más que en otras, pero siempre hay uno, dos o tres chicos a los que otros machacan. Luego probablemente se convertirán en genios cuando estén en la universidad y nos den por culo a todos cuando tengan cuarenta años y molen más que nadie. Juan es listo. Sobrevivirá. Y nos queda una moraleja: no tengas fotos comprometidas en tu móvil, que nunca sabes dónde acabarán –

Martín pensó en las imágenes que había en su móvil y descartó rápidamente que hubiera algún peligro. Si quería porno se iba a Youporn y luego borraba el historial para evitar que su madre indagara. No creía que fuera del tipo que hacía esas cosas, sentía su privacidad bastante a salvo, pero con las madres nunca se sabe. Andrés se había metido en un buen lío por unos cuantos archivos que tenía en el disco duro, y eso que sus padres tampoco lo parecían. No se le ocurría pedirle fotos a Manu ni, por supuesto, hacérselas él mismo o a sí mismo. Carlos llevaba el móvil lleno de fotos de su polla en diferentes estados de expansión y perspectivas, estaba obsesionado con ella, pero aunque se filtraran tampoco le iban a suponer ningún problema. Ya se había encargado él de enseñárselas a todo el mundo, casi siempre con ánimo de escandalizar y presumir, bromeando con un posible futuro como actor porno si no encontraba otro trabajo. Recordó entonces lo que le había dicho la siempre juiciosa Manu cuando habían hablado de ello: “sí, ahora no le preocupa, pero como se filtren cuando tenga treinta años y un curro respetable, ya verás…”
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