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Capítulo 39 de #Mastín: «Vete y vuelve»

Todos los viernes desde enero publico en este blog un capítulo de Mastín, una novela juvenil apta para adultos con la protección animal como fondo.

CAPÍTULO 39:

Salió de casa sencillamente porque no podía permanecer allí, ni siquiera en el santuario en que se había convertido su dormitorio. Tras comprobar que era incapaz de concentrarse en nada y que se iba a tirar dos horas dando vueltas por su habitación como un león enjaulado, decidió marcharse. Si se daba prisa podía llegar a la tienda en la que Mal trabajaba a tiempo de verla a la salida, así que abrió la puerta y salió sin decir ni adiós.

Nunca había estado allí. Un tren y un autobús le dejaron a unos diez minutos andando de la puerta del comercio. Justo enfrente había un banco muy bien pensado para que se sentara a esperarla. Nunca había estado porque ella no había querido. Martín se había ofrecido un par de veces para acompañarla, pero Mal siempre había puesto una u otra excusa. Ahí estaba. Él la vio antes y se puso en pie, conteniéndose para no correr hacia ella. Iba vestida con la ropa que vendía, mas formal de lo que era ella, y se despedía de otras dos chicas y un tipo, todos entre los veinte y los treinta. Le alegró que Fran no estuviera, porque solo le apetecía estar con ella.

Cuando Mal se giró y lo vio se le ilumino la cara. No se estaba engañando, así había sido. Pero al llegar frente a él se limitó a saludarlo con la misma sonrisa que habría dedicado a un amigo cualquiera.

– ¿Alguna vez podré recibirte con un beso y darte la mano para andar por la calle? – preguntó el chico, dividido entre la alegría que le producía verla y la mala hostia que aún le duraba y que su templado recibimiento no había mejorado.

– ¿Cómo es que te ha dado por venir aquí? – dijo ella, ignorando deliberadamente su pregunta.

– Ya ves, para que puedas decirle a tus compañeros que tu primo pequeño ha venido a buscarte – escupió Martín echando a andar a su lado.

La chica se paró en seco y le miró con dureza. – No sigas por ahí Mastín, que tampoco estoy yo en mi mejor día –

Martín dudo por un momento cómo reaccionar, finalmente suspiró y decidió relajarse. Con Manu también había estado disimulando que no había nada entre ellos dentro del instituto, pero aquello era diferente, con Manu al menos sabía que el secreto no duraría mucho si seguían juntos.

– Perdona, vengo directamente de pelearme con mi madre –

– ¿Y ahora por qué? –

– Sigue empeñada en que me vaya en agosto con ella al piso de mi abuela, sería casi todo el mes. No atiende a razones, no le da la gana de dejarme aquí– soltó con rabia.

– Ya veo, todo un drama –

– ¡No quiero estar sin verte tres semanas! Ya veo que a ti te da igual – El tono ligero de ella lo había exasperado. Precisamente ella era el principal motivo por el que no quería irse, pero no parecía preocuparle en absoluto su ausencia.

– No me da igual, pero sé que tres semanas pasan volando, sobre todo si vas mentalizado de disfrutarlas. Si lo nuestro tiene algún futuro, tres semanas sin vernos no deberían ser ningún problema –

– ¿Y lo nuestro tiene algún futuro? – se atrevió a preguntar el chico.

Ella se detuvo de nuevo para mirarlo antes de hablar – ¿Quieres que te mienta Mastín? No voy a hacerlo. No tengo la menor idea –

***

El trayecto de vuelta se le había hecho interminable. Sentados uno junto al otro, sin rozarse, hablando de cualquier cosa que no fueran ellos. Era una tortura notarla tan cerca y no poder tocarla, mientras hablaban de sus pequeños gatos filósofos, de que en agosto estarían al cuidado de Mal, del precio de la matrícula en el primer año de Historia, del descubrimiento que había sido Juan o de algo que a Martín le resultaba cada vez más incomprensible, que era la poca colaboración entre las diferentes sociedades protectoras.

– ¿Por que no os ayudáis más? Cada uno haciendo la guerra por su cuenta hará que se avance más despacio. Y el tiempo se paga en vidas –

– Pues tienes toda la razón, pero por desgracia no es tan fácil que la gente se ponga de acuerdo, ni siquiera cuando tienen un objetivo similar. Hay muchos motivos. Somos muy distintos, a veces vemos la protección animal desde diferentes prismas y nos fijamos más en las diferencias que en la semejanzas, tenemos nuestros propios problemas que nos comen el día a día, no nos caemos bien, competimos por los mismos pocos recursos, desconfiamos de los otros… Muchas cosas. Y al final somos reinos de taifas incapaces de hacer frente común. Yo ya he aceptado que es inevitable. Si ni siquiera en las comunidades de vecinos se ponen de acuerdo. ¿Qué digo en las comunidades de vecinos? En una misma familia muchas veces cuesta, ¿qué se nos puede pedir a nosotros? –

Hablaron mucho ambos, probablemente por olvidar otros temas latentes y que les preocupaban más. Y al menos también en el caso de Martín, para contener sus manos. Tal vez por eso subieron el portal en silencio, separados, para lanzarse uno contra el otro en cuanto hubieron cruzado la puerta de la casa de Mal. Recorrieron besándose el pasillo, esquivando ael recibimiento de Trancos hasta llegar al sofá, y se derrumbaron allí hambrientos, ambos con los ojos cerrados, dejándose guiar por las caricias, los gemidos, los olores. Al poco estaban uno encima del otro, moviéndose rítmicamente. El chico la notaba bajo sus manos, contra su cuerpo, tan pequeña… siendo dolorosamente consciente de la ropa que los separaba y deseando que desapareciera. Y entonces ella, como si hubiera leído su mente, le quitó la camiseta, le desabrochó los vaqueros y se los bajó hasta las rodillas. Él seguía encima, besándola, moviéndose, notando que ella le envolvía entre sus piernas, hasta que las manos que le habían estado acariciando se detuvieron sobre su pecho, empujándolo para que se separara.

– Para. No. Para – pidió ella sin aliento. Tenía el cuello y el rostro encendidos, los ojos brillantes; a Martín nunca le había parecido tan hermosa. Podría haberla abrazado hasta romperla, en cambio paró y no preguntó el motivo. La besó suavemente en los labios, luego en la frente y se sentó en el sofá para subirse los pantalones.

– Esto no puede ser. Vete esas tres semanas. Necesito ver todo esto en perspectiva. Y probablemente tú también, aunque ahora no lo creas. Vete y vuelve – ordenó Mal triste y convencida, sin mirarle.

Martín se rindió. No, así no podía ser, ella tenía razón. Se puso la camiseta y las zapatillas y acarició al galgo, que se había puesto en pie al verle dirigirse a la puerta

– ¡Eh, Mastín! – lo llamó ella desde el sofá, aun arrebolada y con la sombra de una sonrisa. Tenía que haber visto de alguna manera la desolación que sentía. Martín la observó desde el quicio de la puerta, sin atreverse a acercarse.

– Son solo tres semanas. Y he dicho que vuelvas a mí –

– Al menos cuando lo haga seré ya mayor de edad. Si es que eso realmente importa en algo – dijo él a modo de despedida.

Y cerró la puerta a su espalda, dejando tras él al galgo y a la chica que amaba. Porque si obedecer e irse de aquella manera no era amor, no tenía ni puta idea de qué lo era.

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Gorriones y córvidos son mis aves preferidas. Pájaros inteligentes que saben adaptarse. Pues bien, el cuervo de los libros ha vuelto y este domingo, 18 de octubre, estaré presentando bajo sus alas Galatea. Será a las 19:30 en la carpa de la feria del libro de Getafe Negro, en la plaza General Palacios. Recordad que la mitad de los beneficios del libro van destinados a los animales abandonados.

En las presentaciones de Galatea he procurado acompañarme por gente que me quiere bien y a la que correspondo. Quería asociar esos momentos con personas a las que aprecio. Conmigo han estado en anteriores ocasiones Espido Freire‬, que ha sido siempre toda generosidad conmigo, Javier Yanes y Ata Arróspide.

Este domingo estará a mi lado Arancha Serrano Lorenzo, una buena amiga, compañera desde hace muchos años en el periódico que ha logrado hace poco su sueño de ver publicada Neimhaim‬, su primera novela. Un sueño dulce porque está teniendo mucho éxito. Y lo merece. Charlaremos de lo oscuro que hay en mi novela y lo pasaremos bien. Os lo aseguro. Estáis invitados a venir a hablar de libros y reír con nosotras. Porque habrá risas y buen rollo por muy negro que sea todo, no lo dudéis.

¡Os espero!

Capítulo 38 de #Mastín: No me pienso ir

Todos los viernes desde enero publico en este blog un capítulo de Mastín, una novela juvenil apta para adultos con la protección animal como fondo.

CAPÍTULO 38:

El agua parecía evaporarse con aquel calor. Había llenado los bebederos nada más llegar y tendría que hacerlo de nuevo antes de irse. El final de julio estaba siendo abrasador. Logan se pasaba el día dormitando en casa y la mayoría de los perros de la protectora jadeaban a la sombra con pocas ganas de jugar y saltar. Con agosto a la vuelta de la esquina faltaban las manos de los voluntarios que ya estaban de vacaciones, apenas pasaban potenciales adoptantes y muchas casas de acogida habían devuelto a los perros y gatos que albergaban. Eran malas fechas, aunque Martín estaba empezando a sospechar que nunca serían buenas, ya fuera por un motivo o por otro.

Iba camino de la manguera cuando la vio organizando los medicamentos que tenía que repartir entre los ocupantes de distintos cheniles. El chico miró a un lado y a otro. No parecía haber nadie cerca y se atrevió a plantarse de cuatro zancadas a su espalda, demasiado cerca, casi rozándola.

– ¡¿Qué haces?! – susurró alarmada ella, apartándose a un lado.
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– Ver lo bien que escondes las pastillas en los trozos de salchicha – contestó Martín manteniéndose a distancia. Aún tenía presente el olor de Mal mientras hablaba, un olor cálido y perfectamente reconocible. El chico agradecía que ella apenas usara colonia. No tenía un olfato especialmente bueno, pero desde muy pequeño era muy sensible al distinto olor que tenían las personas. Algunos le atraían y otros le provocaban rechazo de una manera muy animal, carente de todo razonamiento lógico.

– Esta tarde estará mi madre en casa, pero puedo bajar a echarte una mano con los michis – dijo Martín sabiendo bien que los gatitos filósofos no eran ni mucho menos los únicos a los que deseaba poner las manos encima.

– Yo tampoco estaré, tengo guardia en la tienda. Hay dos compañeras de vacaciones y otra se ha puesto enferma – dijo Mal sin dejar de rellenar salchichas, sin apenas mirarle.

Martín volvió a acercarse, se puso justo a su lado, como si fuera a ayudarla con las salchichas, pero lo que hizo fue colocar su mano sobre la de ella y acariciarla con delicadeza, por la cara interior de la muñeca, alrededor del pulgar… Mal no se movía, incapaz apenas de respirar, hasta que Martín percibió un ligero temblor bajo las yemas de los dedos.
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Capítulo 37 de #Mastín: con los ojos cerrados

Todos los viernes desde enero publico en este blog un capítulo de Mastín, una novela juvenil apta para adultos con la protección animal como fondo.

CAPÍTULO 37:

Mal siempre cerraba los ojos cuando él la tocaba, cuando la besaba. No debería darle importancia, por su limitada experiencia sabía que muchas chicas lo hacían. No, no debería darle importancia, pero en ocasiones no podía evitar pensar que, cuando bajaba los párpados, ella estaba imaginando a otro que no era él, a un tipo con su misma altura, con idéntico color de piel, con su olor y su voz, pero con diez años más. Una versión adulta, con casa y trabajo. Un hombre diferente. Tal vez sencillamente un hombre porque él aún no lo era. ¿Cuándo se convierte un chico en un hombre? ¿Cuándo se deja toda la niñez atrás? ¿Cómo se sabe? Había leído unos cuantos libros en los que el protagonista era un adolescente, puede que incluso menor que él, que tras pasarlas putas de diferentes maneras acababa el libro hecho un hombre. Pero tenía la seguridad de que en la vida real no era así de sencillo. Puede que en realidad eso nunca sucediera del todo, que por dentro siempre fueras el mismo chico pero con más experiencia, más responsabilidades y más arrugas. También puede que esas experiencias, esas responsabilidades y esas arrugas te convirtieran en otra persona, que el Martín de casi treinta años no guardara más que un recuerdo vago del de diecisiete. No tenía ni idea, pero sí que sabía que no le gustaba nada pensar que Mal preferiría esa otra versión de si mismo mientras exploraba su cuello o sus labios, así que procuraba apartarlo todo a un pequeño rincón oscuro y peligroso de su interior y concentrarse en disfrutar de las sensaciones que le producía tenerla al fin bajo sus caricias.

Tampoco es que abundaran los momentos en los que podían entregarse el uno al otro. En la protectora, por la calle, incluso en el portal en el que ya se habían estado besando largo rato aquella madrugada, fingían que nada había pasado. Era desesperante lo fácil que a ella le resultaba tratarle como siempre, bromear manteniendo las distancias. A Martín en cambio le costaba no bajar la guardia y ya se había descubierto en varias ocasiones mirándola embobado, acercándose demasiado o a punto de tocarla. En dos semanas apenas habían tenido alguna ocasión de ponerse las manos encima en el coche de ella o en su casa. Por eso se lanzaban como lobos uno contra el otro en esos escasos momentos, pero ella cerraba los ojos y luego lo frenaba. “No, aún no. Para”. Y Martín paraba, aunque con Manu hubiera llegado más lejos, aunque supiera que ella había llegado con otros mucho más lejos aún, aunque subir luego las escaleras hasta su piso fuera una tortura y tuviera que encerrarse en el baño. Entonces era él el que cerraba los ojos y pensaba en ella, en una versión de ella más joven y menos preocupada por lo que dirían otros o por lo que debía o no hacer con un chico tan joven. Porque no lo habían hablado, pero Martín sabía bien que esos “no, aún no”, esos “para”, no hubieran existido si él no tuviera sus ridículos diecisiete años.

No era el único problema. Martín tenía todo el tiempo del mundo, y quería estar con Mal tanto como pudiera, que era mucho. Aunque fuera fingiendo que no había pasado nada. Ella, en cambio, seguía teniendo un trabajo al que atender, además de amigos, familia, compras y sus obligaciones en la protectora. Y, lo que le costaba aún más entender a Martín, quería estar a ratos tranquila y sola en su casa, leyendo o viendo la tele.

– Me gustas mucho Martín, más de lo que sería razonable, pero no podemos estar juntos a todas horas– había dicho ella una vez que él había protestado.

– No quiero que estemos juntos a todas horas, es que estamos muy poco tiempo, es que quiero estar contigo. Estoy en casa sin nada que hacer en todo el día –

– Pues búscate cosas que hacer. Hay gente que mataría por tener esas horas libres. Yo misma, sin ir más lejos. Tú dentro de unos años no entenderás como podías malgastar así el tiempo. Lee, estudia idiomas, sal por ahí con Logan, ve a echar una mano a Miguel, queda con tus amigos, haz deporte… ¡Qué se yo! –

– No soy ningún crío aburrido, es que no entiendo que no aprovechemos los ratos que podemos estar juntos – había objetado él.

– Sé que a tu edad cuesta, pero tienes que tomártelo con calma – replicó ella sacudiendo la cabeza mientras jugueteaba con la funda que cubría su viejo sofá. Y Martín había visto la duda bailar en sus dejos, en el vaivén de su rostro, y el miedo a lo que podría pasar si forzaba la mano le había hecho callar y no insistir más.

Era poco, sabía a poco; pero poco con ella era mejor que nada.

Lo de guardar el secreto no le jodía tanto como el notar que ella dosificaba aún más sus encuentros desde aquella charla. Dudaba mucho que ella se lo hubiera confesado a alguien, y solo había una persona a la que él se lo hubiera contado.

– Joder tío, si me molaran las tías serías mi héroe. ¡Una de veintiséis! – había dicho Juan deteniendo el partido en la Play.

– Sí, menudo héroe. A escondidas, a cuentagotas y a pedales –

– Da igual. Sigue siendo una de veintiséis. Y no es ningún orco –

Martín le había lanzado el cojín sobre el que estaba sentado a la cara antes de replicar.

– ¡Un orco! Está muy buena y lo sabes, por mucho que pases de las tías –

– Vale, es mona. Pero que conste que el que está más bueno de los dos eres…- había querido contestar antes de interrumpirse entre risas para frenar el aterrizaje de otro cojín.

Juan era un buen tío. Alguien de quien te podías fiar y con un sentido del humor muy de agradecer. Él tampoco estaba precisamente muy ocupado esos días previos a irse con sus padres a la playa y comenzar la universidad, así que Martín había cogido la costumbre de coger al viejo pitbull e ir dando un paseo hasta su casa para atrincherarse con él frente a la consola y bajo el aire acondicionado.

Resultaba curioso pensar en cómo apenas estaba viendo a los que pocos meses antes habría considerado sus mejores amigos del instituto y, en cambio, buscaba la compañía del que había sido el paria oficial de la clase, al que había estado ignorando cordialmente tanto tiempo.

Durante una de esas mañanas le había explicado su teoría sobre los cumpleaños.

– En realidad ya tengo dieciocho años, ¿sabes? –

– ¿Pero no habíamos quedado en que los cumplías el mes que viene, en agosto? – dijo Juan llenando dos vasos de hielo y coca cola zero.

– Sí, pero lo he estado pensando y creo que la mayoría estamos equivocados con esto de cumplir años. Mira, cuando eres un bebé y cumples tu primer año, en realidad lo que estás haciendo es terminar tu primer año y empezar a vivir el segundo. Vivirás tu segunda Navidad, tu segundo verano, hasta que cumplas dos y comenzarás a vivir el tercer año –

– Hum. Vale, sí. Pero no tienes dieciocho años –

– Tengo diecisiete terminados. He vivido diecisiete años enteros y estoy en mi dieciocho –

Juan le tendió un vaso y fueron hacia el salón seguidos del perro, que ya tenía elegido su rincón para dormitar en aquella casa desde la primera visita.

– Pero no tienes dieciocho por que para tenerlos tendrías que haber vivido ese año entero –

– Vale, no los tengo, pero estoy en ellos, en los dieciocho. Cuando los cumpla en tres semanas tendré los dieciocho enteros y estaré empezando mi año diecinueve de vida – sentenció Martín con un entusiasmo excesivo.

– Así que pasamos de golpe de tener diecisiete a tener diecinueve. Me da que eso no funciona así, colega, por mucho que quieras acortar distancias con esa chica – rió Juan.

– No paso de tener diecisiete a tener diecinueve. Son matemáticas puras. Y también lengua. Fíjate que decimos que cumplimos años y cumplir significa, terminar, como cuando cumples un contrato o una promesa. Cumples dieciocho, así que terminas los dieciocho y empiezas los diecinueve.

– Me estás poniendo la cabeza como un bombo. Anda, coge el mando y escúchame bien, no se te ocurra soltarle todo este rollo a ella – dijo su amigo dejando el vaso en el suelo y encendiendo la consola.

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Aida es una preciosa podenquita de cinco años, desecho de un cazador que no la quería. Ahora se encuentra en casa de acogida y ha demostrado ser una perra muy tranquila, sociable, noble y sumisa. Apenas se le escucha, solo quiere tranquilidad. Le encantan los paseos y recibir cariño constante. Es sociable con otros animales.Con niños se porta de maravilla. Es tamaño pequeño, unos 13 kilos de peso.

Está esterilizada. Se encuentra en Los Barrios (Cadiz) pero se envía a toda España.

Contacto: huellasgaditanas@hotmail.com

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Capítulo 36 de Mastín: Cinco perros que no eran de nadie y que nadie quería

Todos los viernes desde enero publico en este blog un capítulo de Mastín, una novela juvenil apta para adultos con la protección animal como fondo.

CAPÍTULO 36:

En aquel saloncito no podía entrar más gente. Miguel y Violeta estaban sentados en el pequeño sofá; encaramada en el brazo de un sillón, a su lado, estaba Alicia; Mal se había sentado en el suelo frente a ellos; Mario y Fran ocupaban las dos únicas sillas y Lobo e Irene se apoyaban en un mueble que contenía unos cuantos libros y la escasa vajilla de aquel peculiar hogar.

Podría haber sido peor. Eso había dicho Mal. Menos mal que estaba Miguel allí durmiendo. Menos mal que los perros se habían puesto a ladrar y le habían despertado. No habían sido unos gamberros, tampoco unos borrachos en busca de diversión a costa de lo que se les cruzara por delante. Los que habían acudido sabían lo que se hacían. Habían aparcado una furgoneta al lado de la protectora y accedido por la parte más alejada de la casa en la que vivía Miguel, saltando del techo del vehículo a los tejados de las casetas. Habían ido derechos a por los pitbulls. Cinco se habían llevado a toda velocidad, dejándolos caer desde lo alto del murete al suelo, metiéndolos en la trasera de la furgoneta y saliendo por patas en cuanto vieron que se encendía luz en la casa.

– Tenía que haber ido a oscuras, así hubiera pillado a esos hijos de puta – repetía Miguel sacudiendo la cabeza, con un acento eslavo más acusado de lo normal, sobre todo cuando profería insultos.

– Si hubieras ido a oscuras y te los hubieras encontrado de frente, tal vez tendríamos algo peor que lamentar – dijo Alicia, que también había acudido a la llamada del guardés. Violeta, siempre silenciosa, se limitaba a asentir mirando a su marido.

– Tengo que poner alambre de espino sobre el muro. O unos cristales rotos, que será más barato – dijo Miguel – No puede volver a pasar –

– No le des más vueltas. Gracias a ti no se han llevado más perros y no ha habido destrozos ni gamberradas – apuntó Mal – Deberíais acostaros e intentar dormir algo. Y nosotros también tendríamos que irnos. Aquí ya no podemos hacer nada más –

Pero nadie hizo amago de moverse. Aquello parecía un velatorio. De la ira se había pasado a la impotencia, y con ella había llegado el desánimo.

Allí dentro hacía un calor infernal. Martín salió de la habitación atestada. Resultaba curioso como aquel lugar conocido parecía otro distinto en plena noche. Las puertas de la perrera seguían abiertas y él estaba agotado, física y mentalmente. ¿Por qué tanto y tan distinto en una noche? Otra vez sentía que unas pocas horas contenían una vida entera. Se sentó en aquella tierra seca, con la pared apoyada en el muro. Sacó el móvil y mandó un mensaje a su madre avisando que volvería pronto; las flechas azules no tardaron en aparecer. Cuando había hablado con ella contándole lo que había pasado, había insistido en que durmiera, que estaba bien, que no pasaba nada; pero sabía que era inútil y que ella esperaría despierta hasta que llegase, aunque no saliera de su cuarto y se conformase con oír las vueltas de llave en la puerta de casa. Martín guardó de nuevo el móvil y miró al frente. El firmamento allí nunca era negro del todo, apenas había estrellas. Desde allí podía ver parte de la silueta de la gran ciudad de la que habían venido, la culpable de ese cielo gris y enfermo, como se sentía él en aquel momento. Ascuas de una rabia que se había agotado pronto.

La Policía se había ido al poco de llegar Martín, y al chico le daba la impresión de que poco iban a poder hacer. Cinco perros robados. Cinco perros que no eran de nadie, que nadie quería, que casi con toda seguridad serían usados para peleas. A Martín seguía sin entrarle en la cabeza que hubiera hombres que disfrutaran viendo como dos perros se destrozaban, que apostaran sobre la sangre de los animales. Era incapaz de comprenderlo, pero era incapaz de no creerlo. Durante aquellos meses había visto con sus propios ojos demasiados perros procedentes de ese mundo, animales con las orejas casi cortadas al ras de mala manera, con marcas de mordiscos, con el cuello en carne viva. Algunos realmente complicados de manejar, incapaces de relacionarse con otros perros, pero la mayoría sorprendentemente nobles. Los cinco perros que se habían llevado eran así, sociables y dóciles. Los recordaba bien, había dos hembras de color canela que habían aparecido vagando juntas por la carretera, un stanford procedente de un decomiso, otro casi cachorro que era cruce con algo de caza y que había nacido en la protectora y uno blanco y negro, como Logan. Pitbulls, cruces de pitbulls y de otras razas de presa. Perros como cualquier otro con la maldición de una mordida poderosa y un aspecto imponente. Aunque no solo esos le servían a los hijos de puta que los querían para pelear. Le habían contado que también usaban perros grandes de cualquier raza, incluso pequeños como entrenamiento de los futuros campeones. No solo eso, por lo visto en otras regiones había una modalidad de peleas en la que apostaban a ver cuántas ratas mataba un perro pequeño. Le habían contado también que no era la primera vez que robaban animales. Antes de que Miguel y Violeta fueran a vivir allí, y precisamente por eso lo hicieron, habían entrado una noche y se habían llevado todos los galgos que tenían, las pocas cosas medio útiles que había en la oficina y habían metido tres perros en las gateras solo por divertirse; ningún gato había resultado herido, pero uno de los perros se llevó un buen arañazo en un ojo y el hocico. Le habían contado que casi todas las perreras y protectoras habían sufrido robos, intentos de robo e incursiones de gamberros, en algunos casos dignas de una película de terror. Le habían contado que hacía unos seis años unos monstruos habían entrado en una protectora valenciana y habían torturado y violado a una pobre mastina, la habían dejado allí, destrozada y moribunda para que los voluntarios se encontraran con el horror a la mañana siguiente. ¡La habían violado! Tampoco eso le cabía en la cabeza, pero también eso lo creía. Regina se llamaba aquella pobre perra le había dicho Alicia.

– Adiós –

Martín se incorporó sobresaltado.

– Adiós – respondió sin pensar.

Lobo lo miró con una sonrisa imperceptible, de nuevo con ese aire de “sé lo que estás pensando”. Luego se cerró la chaqueta, se puso el casco, arrancó aquella moto que parecía sacada de Sons of Anarchy y desapareció por el camino que conectaba la perrera con la Nacional. Martín se lo quedó mirando como si fuera la versión de extrarradio del final de una vieja película de vaqueros, en la que el protagonista se perdía cabalgando y levantando polvo por el horizonte. Se lo quedó mirando como un gilipollas, decidió el chico sacudiendo la cabeza y buscando cualquier otra cosa en la que centrar su atención.

– Nosotros también nos vamos – dijo Irene poniéndole la mano en el brazo – Creo que Alicia se encarga de llevaros a ti y a Mal a casa-

– Ha sido un placer conocerte. Y también ha sido una noche de sábado rara de cojones – dijo Mario.

Mastín se despidió de ellos. También lo hicieron Mal y Alicia, que habían dejado al matrimonio de guardeses recobrando la calma y el sueño perdidos. Mal cerró las puertas mientras Alicia maniobraba con su coche para enfilar la carretera.

El breve camino a casa transcurrió en silencio, no había mucho más que decir, estaban cansados y la madrugada invitaba a la introspección. Alicia los dejó al pie del portal. Martín abrió la puerta y dejó que Mal pasara, y ella pasó, muy cerca, con su vestido corto y el maquillaje borrado. El portal estaba agradablemente fresco, una suerte de panteón de mármol que velaba el sueño de todos sus vecinos. Mal se dirigió a las escaleras sin encender la luz y Martín la siguió. No eran como aquellas otras escaleras, Martín apenas veía nada, pero ella sí era la misma y el chico no pudo evitar recordar la sensación de su piel en la punta de sus dedos apenas un par de horas antes, el sonido de aquel suspiro que había querido oír. Mal se detuvo frente a su puerta, al otro lado ya se sentía a Trancos esperando. La chica se giró para despedirse y Martín no lo pensó. Por segunda vez, casi en el mismo sitio que la primera, la besó. Un beso temeroso al rechazo, a no encontrar respuesta. No fue así en esta ocasión. Ella respondió primero con sus labios, luego con su cuerpo, apretándolo contra el suyo. ¡Era tan pequeña! ¡Parecía tan frágil entre sus brazos! Pero no lo era. En aquellos instantes podría haber logrado que él hiciese lo que fuera. Martín se atrevió a enredar las manos en su pelo, sintiendo las de ella aferrando sus brazos. Y allí estuvieron, besándose, perdidos el uno en el otro contra la puerta tras la que el galgo se había tumbado, sin importar el cansancio, los años que tuvieran, la rabia y la impotencia de momentos antes.

Pararon y Martín vio que ella mantenía los ojos cerrados.

– ¿Porque no abres los ojos? – susurró en la quietud del descansillo.

– No tienes la voz de un niño, ni el tamaño de un niño, ni las manos de un niño – dijo ella buscando sus manos – con los ojos cerrados puedo imaginar que he encontrado mi hombre de treinta años perfecto –

– Bueno, has encontrado a uno de casi dieciocho que está loco por ti – dijo él sobre su pelo.

– Me costó mucho no responder a aquel primer beso, no creas que no. Tuve que luchar contra mi misma para no reaccionar – confesó ella abriendo al fin los ojos para mirarle.

– Ahora no tienes que hacerlo – dijo él besándola de nuevo.

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1 ARGOS SEÑALA Argos me lo presentan como el mastín más bueno del mundo. Está en Salamanca, en el refugio de la Protectora de Animales de Salamanca (ASPAP).

A Argos lo rescataron con una señal de tráfico enorme colgada del cuello, que le habían puesto para que no se escapara (tremendo), sin comida ni agua por que su dueño insistía en que «los perros aguantan bien sin comer», en un lugar cochambroso. «Encontramos un precioso mastín muy jovencito que en cuánto nos vió empezó a mover el rabo y a poner su cabeza contra los barrotes de la puerta para recibir una caricia de dos extrañas».

Argos es noble, bueno, cariñoso, obediente, le encantan los niños, «es muy delicado cuando le damos las chuches y sobre todo el perro ideal para dar abrazos».

Contacto: Asociacion Salmantina Protectora de Animales y Plantas protectora_salmantina@hotmail.com

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Capítulo 35 de Mastín: confesiones

Todos los viernes desde enero publico en este blog un capítulo de Mastín, una novela juvenil apta para adultos con la protección animal como fondo.

CAPÍTULO 35:

– No jodas más y dame las llaves – insistió Irene con una mano en la cintura y la otra extendida.

– Estoy bien, de verdad – aseguró Fran sin hacer el menor amago de entregar nada a nadie.

– ¡Mira que eres coñazo! Irene no ha bebido nada y conduce de puta madre, no le va a hacer nada a tu flamante coche nuevo – dijo Mario arrebatándole las llaves de la mano, accionando el cierre centralizado del Yaris plateado y empujando a su amigo – Anda, siéntate detrás conmigo que sufrirás menos. En días como hoy hay mucho control de alcoholemia, aunque estés bien, conduciendo Irene te ahorras la multa –

Irene recogió las llaves y se dirigió al asiento del conductor, Martín se sentó a su lado, percatándose al hacerlo de que de perfil el escote se abría aún más y mirándose a continuación los dedos. Ninguno de los amigos de Mal habían estado jamás en la perrera y no tenían ni idea de cómo llegar, a él le tocaba guiarles. Ella se había ido con Lobo en la moto hacía ya un buen rato. La Triumph estaba aparcada cerca del garito en el que estaban, y ellos habían tenido que andar un cuarto de hora hasta llegar al coche de Fran. El chico agradecía que se hubieran prestado a llevarle a la protectora. De no haber sido así tendría que haberse buscado la vida para volver a casa en transporte público, pillar la bicicleta e ir a oscuras. Tenía clarísimo que no iba a quedarse en casa a esperar a que le contaran lo que había pasado. No quería que acabara la noche. No quería no estar ahí en lo que fuera que hubiera pasado. No quería que aquel motero silencioso estuviera allí con ella y él no.

Procuró no pensar en lo que encontraría en la protectora o en la imagen de Mal agarrada a Lobo sobre la moto y se fijó en cómo la conductora maniobraba por aquellas calles estrechas. También daba gracias porque Irene no bebiera, “estoy a dieta y beber alcohol es como beber chupitos de aceite” le había dicho. Si Fran, con sus dos cervezas y sus dos copas se hubiera puesto al volante, se habría encontrado ante la encrucijada de entrar en el coche contraviniendo directamente la orden expresa de su madre de no subir en ningún vehículo que condujera alguien que había bebido, u obedecer y tener que buscarse la vida para llegar a la protectora de madrugada jugándose también el culo en una carretera oscura sobre una bicicleta sin luces ni apenas reflectantes.
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Capítulo 34 de #Mastín: ¿A quién le importa lo que yo haga?

Calculo que antes de Navidad acabará Mastín, la novela juvenil por entregas que comencé en enero. Desde entonces no he faltado a mi cita de traer aquí todos los viernes un nuevo capítulo. Aquí está el segundo de septiembre.

CAPÍTULO 34:

11221665_10205262106854403_3075135547916268726_oSer alto en un sitio como aquel tenía muchas ventajas. De entrada había podido conducirles, tras otear sobre el mar de cabezas, al lugar más despejado. Aunque llamar despejado a aquello era ser francamente optimista. Había abierto paso, seguido de Mal, entre cuerpos que se juntaban para poder intercambiar unas pocas palabras y que se retorcían al ritmo de la música. Antes sonaba David Ghetta, ahora era Bruno Mars el que se desgañitaba, I’m too hot (hot damn). Say my name you know who I am. Conocía bien sus canciones, a Manu le encantaban todas y cada una de ellas y las ponía a todas horas. Había querido que la moñada de Just the way you are fuese su canción, Martín había tenido que insistir en que no era obligatorio para una pareja tener tal cosa como una canción y que, de tenerla, estaba convencido de que era algo que aparecía por algo, en plan revelación, no lo decidía uno así de fácil.

Costó llegar a la zona que había visto, tampoco le importaba haber tardado en alcanzarla. Notaba a Mal tras él, muy cerca, rozándole en su intento por aprovechar los huecos que él abría. Una vez allí llevaron a cabo un despliegue táctico, de tal forma que ocuparon todo el espacio posible. Lobo se apoyó contra una pared en la que había una pequeña repisa en la que dejar los vasos, las chicas y Fran bailaban.

No era sitio para charlar. De todas maneras ya lo habían hecho bastante en la terraza. Allí solo tenía sentido observar, hacerse ver, buscar y tal vez encontrar, exhibirse, beber, dejarse llevar por la música.
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Capítulo 33 de Mastín: “¡Qué tipo de imbécil se llama Lobo!”

imageNuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una novela juvenil que guste a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 33:

Habían estado un rato más en la terraza, tomando otra cerveza y las tapas que la acompañaron. Desde el momento que llegó aquel tipo, Martín no solo había estado callado, sino hosco. Escuchó lo que hablaban sin meter apenas baza, pese a que Irene y Fran lo intentaron meter en la conversación unas cuantas veces. En un momento dado Irene le hizo la pregunta fatídica sobre su futuro. En esta ocasión no la odió tanto, tal vez porque ya podía responder que iba a estudiar Historia, aunque no supiera realmente mucho más que antes sobre lo que planeaba hacer con su vida. Puede que también influyera el generoso escote rebosante de carne suave y piel lechosa que Martín se esforzaba heroicamente en no mirar.

Supo que ella trabajaba en la tienda de muebles de la familia, vendiendo lo que podía, que no era mucho, y llevando la facturación de la empresa. Para eso le había valido estudiar Economía.

– Lo de la Historia mola, pasa de momento de lo demás – había dicho el barbitas, Mario. Era primo de Mal, algo más joven que ella. Había estudiado Periodismo y estaba estirando la carrera todo lo que podía, dejándose asignaturas primero y el trabajo de fin de grado después, para poder encadenar prácticas una detrás de otra. Por lo visto era casi imposible que te contrataran en ese gremio, así que las becas servían para acumular experiencia, contactos y sacar algo de pasta si había suerte y estaban remuneradas.

No sabía qué había estudiado Fran, el calvete cachas y simpático, pero sí que trabajaba con Mal. Ya había averiguado gracias a la camada de gatos filósofos que su vecina trabajaba en una tienda y que por eso tenía turnos y horarios variables. Esa tarde había descubierto que se trataba de un céntrico establecimiento de ropa, de una de esas marcas de alcance internacional que era difícil no encontrar en cualquier centro comercial.

Lobo era obvio que se trataba del mayor de los cinco. Había llegado en una moto, una lustrosa Triumph que a Martín le parecía una belleza. Se había sentado junto a Mal y habían estado jugando con coñas y dobles sentidos durante todo el tiempo. Se les notaba cómodos el uno con el otro y realmente felices de verse. Martín se estaba poniendo de un humor de perros a cada broma con coqueteo camuflado que cruzaban. Incoherente, absurdo, pero inevitable como que se formaran tormentas en verano. Cuando decidieron pedir la cuenta para ir a otro sitio el chico estuvo a punto de poner su parte e irse a casa, solo le contuvo el hecho de que Mal se descolgó junto a él del resto del grupo al ponerse en marcha.

***

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– Has estado de lo más sieso. ¿Me vas a decir qué te pasa? –

Martín miró a la chica. No tardo ni dos segundos en decidir que lo tenía que soltar.

– ¿Qué tipo de imbécil se llama Lobo? – ladró.

– Tú te llamas Mastín – replicó ella de buen humor.

– No, perdona. Yo me llamo Martín, eres tú la que me llamas Mastín –

Mal empezó a reír sin que pareciera que tuviera intención de parar.

– ¿Qué es lo que pasa ahora? – dijo el chico.

Mal recobró la serenidad justa como para poder contestar.

– Mastín y Lobo. No había caído. Parece un mal chiste. Normal que te erizases al verle. ¡Sois enemigos desde tiempos inmemoriales! – apuntó entregándose de nuevo a la risa. Martín, pese al mosqueo, no pudo evitar que asomara un amago de sonrisa.

– Eso te convierte a ti en una oveja, ¿no? – dijo él en un tono más ligero.

– De eso nada. No te confundas. No soy una presa. Tampoco algo desvalido a lo que defender – Mal remató la frase dándole un puñetazo suave en el brazo. – Ni tú ni él tenéis nada que hacer conmigo. En todo caso yo sería el pastor. Yo elijo. Y no quiero ni un mastín ni un lobo –

A Martín le daba la impresión de que las dos cervezas que habían tomado eran las culpables tanto de las risas de la chica como de su franqueza. Desde aquella noche que había acabado de forma vergonzante con el rechazo de Mal tras haber perdido a Manu y haberse metido en una pelea, no habían vuelto a hablar a las claras del interés que era obvio que él tenía. Había un acuerdo tácito de dejar soterrado todo aquello.

– Pues no era eso lo que parecía por cómo lo mirabas y las coñitas que os traíais. Se te iluminó la cara al verle – dijo Martín, sintiendo que había sonado más duro de lo que pretendía.

Mal suspiró antes de empezar a hablar – Mira, yo puedo hablar y mirar cómo me de la gana y a quién quiera sin dar explicaciones. Eso lo primero. No quiero tíos celosos a mi lado, me da igual que sean solo mis amigos –

– ¡Yo no estoy celoso! – protestó el chico, sabiendo que no podría jurar que aquello que sentía no tuviera nada que ver con aquel sentimiento que negaba.

– Ya, bueno… Por si acaso, que te quede claro que no me halagan los celos. Hay algunas y algunos por ahí que creen que si no hay celos no hay amor y chorradas semejantes. Incluso juegan a provocarlos para sentirse mejor. En mi opinión son unos imbéciles. Lo que me halaga es la confianza y que me den rienda suelta. ¿Eres mi amigo, no? – preguntó, pero continuó sin esperar respuesta – Pues Lobo también lo es desde hace muchos años. Le quiero mucho, aunque le vea poco. Y él a mí. Nos tiramos los trastos de coña todo el rato, pero no va a ningún sitio. Es muy buen tío, pero si nos liáramos sería un desastre y los dos lo sabemos. No aguantaríamos juntos ni tres semanas. Pero si mi objetivo de esta noche fuera tirármelo, tampoco tendrías derecho a estar de morros. Se detuvo un instante para observarle a su manera intensa que le hacía sentirse desnudo por dentro – ¿Y qué hago yo contándote todo esto Mastín? – concluyó confundida, con los brazos en jarras.
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Martín, incapaz de contestar a eso, siguió andando y se fijó con más atención en las cuatro espaldas que iban charlando por delante de ellos. Irene iba entre Mario, el barbitas, y Fran, el simpático. El tal Lobo iba en un extremo del grupo. A aquella hora y en aquella vieja calle del centro, abundaba la gente en los veinte y en los treinta decidida a pasarlo bien. Era la primera vez que Martín iba por aquellos garitos y no estaba seguro de si encajaba del todo en ellos. Por lo que habían estado hablando se dirigían en concreto a uno que tenía buena música y no tiraba de garrafón. Sus casi dieciocho años no debían ser un problema, aparentaba al menos un par más. Por cómo caminaban los cuatro amigos de Mal le dio la impresión de que no debía estar ya lejos. El chico imaginaba que no habría mucha diferencia con los que él conocía. Beber, hablar a gritos, bailar si apetecía y se podía, ligar… Eso sí, con una media de edad superior a la que estaba acostumbrado.

– Son buenos tíos todos ellos – dijo ella a su lado – Con sus cosas, como todo el mundo. Lobo es un adicto al trabajo. Curra un montón de horas, demasiadas. Y tiene algo especial, suele gustarle a todo el mundo pese a que a ti te haya entrado torcido. De hecho tiene un éxito con las tías que no es normal, aunque no le duran, en parte por lo mucho que curra. Dale una oportunidad –

– ¿Cómo se llama de verdad? –

– Ya te lo contará él si quiere –

– ¿De dónde viene lo de Lobo? –

– Ya te lo contará él si quiere – repitió Mal.

– ¿De qué trabaja? – preguntó ya en broma, recibiendo como respuesta que la chica le sacara la lengua.

Por delante de ellos, los cuatro colegas de Mal se habían detenido ante una puerta oscura. Los estaban esperando.

– Vamos, anda. Me apetece bailar –

Y Mastín siguió a Mal escaleras abajo, adentrándose en la oscuridad.

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Deneb está a salvo desde hace tiempo, pero se está volviendo invisible. Es un perro estupendo, sumamente cariñoso y agradecido, pero amenaza con pasar toda la vida en la protectora, cuando solo debería ser un lugar de paso.

Esta situación ocurre con demasiada frecuencia, se saca a un animal del abandono y parece que ya no necesita ayuda.

Los animales que viven en un albergue no están en una situación ideal, solo están a salvo, pero la verdad es que se tiran demasiado tiempo esperando una familia y por desgracia, para algunos nunca llega ese momento.

Deneb se entrega en adopción con seguimientos, contrato, vacunas, microchip, pasaporte, analíticas, desparasitación, esterilización y revisión veterinaria. Se puede trasladar a cualquier punto de España.

Contacto: informacion@amigofielcordoba.org

Capítulo 32 de #Mastín: Gente como nosotros

imageNuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, que guste a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 32:

Una carta, algo anacrónico para anunciar el futuro. No dejaba de tener su gracia. Las únicas cartas que recibían eran las publicitarias, unas pocas facturas, alguna comunicación oficial y poco más. Su abuela seguía mandándoles una postal desde la playa todos los veranos. La costumbre había empezado cuando Martín tenía tres años y le hacía una ilusión tremenda tener algo para él en el buzón. Ahora esas postales le despertaban ternura, porque era su abuela la que esperaba ilusionada su llamada diciendo que había llegado. La de este año tenía que estar al caer.

– ¿Te ha gustado? – preguntaría ella.

– Mucho abuela – contestaría él, imaginándosela rebuscando la que le pareciera la mejor entre las postales del chiringuito, con las gafas de ver que no le gustaba llevar puestas en la punta de la nariz.

Estar con ella y con su tristeza le deprimía, las dos semanas que pasaban en su casa se le hacían más largas cada verano, decía algunas cosas que le sacaban de quicio, pero era su abuela, la madre de su padre, con su misma caída de hombros y las cejas definidas y espesas que recordaba en él. “Somos una familia muy pequeña, no podemos descartar miembros alegremente por cuatro tonterías”, le había dicho una vez su madre.

Entró en casa seguido de Logan, alegrándose de que su madre no estuviera en casa. Quería estar solo cuando abriera la dichosa carta. No sabía a ciencia cierta qué camino y menos aún su reacción.

¿Habría logrado Manu entrar en Biología? Seguro que sí. No podía concebir que se torcieran unos planes que tenía tan claros. Tal vez aún no le había llegado la comunicación. En el grupo de Whatsapp de los de clase, entre coñas varias, quedadas y fotos de las vacaciones, unos cuantos ya habían dicho si les habían dado la carrera que querían. Ella estaba en el grupo, pero llevaba muda desde que rompieron. Tampoco es que escribiera mucho antes. Resistió el impulso de preguntar por privado y se dirigió a su cuarto seguido por el pitbull.

– Bueno. Vamos allá. Es de imbéciles prolongarlo por más tiempo – dijo al viejo perro mientras rasgaba el sobre.

Y ahí estaba. Lo que se supone que quería, lo que se suponía que no tenía futuro. Lo que imaginaba que pasaría sin estar seguro de si quería que pasara.

Miró la carta largo rato, sin acabar de creerse lo que ponía. ¡De qué manera tan absurda estaba encauzando su futuro! Tras esa carta estaban varios años de estudios, un buen puñado de amigos a los que aún no conocía, tal vez algún enemigo, por dónde buscarse después la vida para tener un trabajo. Tras esa carta estaba el adulto que sería. Si pusiera Derecho, Informática, Económicas o Teleco acabaría convirtiéndose en otra persona.

Cogió de nuevo el móvil decidido a ser uno de los que anuncian la carrera obtenida en el grupo. Luego lo puso en su muro de Facebook y en Twitter. Una única palabra: Historia.

Y luego se fue a la nevera a calentarse el trozo de lasaña que su madre le había dejado preparado.

***

– ¡Alucino contigo! Me tengo que enterar por Facebook de la carrera que te han dado. ¿No podías llamarme para contármelo? O al menos mandarme un mensaje –

– No es para tanto mamá. Sabía que poniéndolo ahí lo vería todo el mundo. Y haz el favor de cerrar la puerta, que me estoy vistiendo –

– Claro, y yo me voy a escandalizar de ver a mi hijo en calzoncillos. O tú de que yo te vea así –

– Hoy voy a salir, me quiero arreglar tranquilo. Voy a ir por ahí con Mal y algunos de sus amigos – soltó Martín, aunque había decidido previamente no dar ninguna información a su madre y dejarla creer que iba con los del instituto. Casi funciona. La vio entrecerrar los ojos, abrir la boca, como si fuera a preguntarle al respecto, y luego cambiar de idea.

– No me cambies de tema – dijo ella sentándose en la cama. – Solo has puesto Historia, sin más explicaciones. ¿Estás contento? ¿Te doy la enhorabuena? Si te la han dado es porque tú la pusiste, pero no sé si era tu primera opción. ¿Querías antes otra y vas a reclamar o a intentar alguna otra cosa? Sé que la Historia te gusta como asignatura, pero también sé que no lo tienes nada claro –

El chico suspiró, sabiendo que la batalla estaba perdida. Se puso la camiseta que casi había ya elegido cuando ella llegó y se sentó a su lado.

– Estoy contento sí. Ya me ves que no doy saltos, pero es lo que me dice el corazón que estudie. No tengo ni puta idea de si lograré ganarme la vida estudiando eso, pero tampoco sé si lo haré estudiando otra cosa –

– ¡Esa boca! –

– ¡Mamá, que no tengo doce años! –

Su madre soltó el bolso en el suelo y le dio unas palmaditas en la rodilla.

– Me alegro entonces. No le des más vueltas, que te conozco. Si cuando estés dentro descubres que no es lo tuyo o que hay algo más que te gusta más, tienes margen de maniobra de sobra –

Martín sacudió la cabeza.

– No mamá. No quiero tener veintisiete años y seguir estudiando. Quiero aprender, pero también quiero trabajar pronto, tener ingresos y ser independiente. Por eso tal vez tengo esa relación de amor-odio con Historia –

– ¿Qué acabo de decirte? ¡No le des más vueltas, coño! –

– ¡Mamá, esa boca! – dijo Martín con su mejor sonrisa de Bruce Willis. Sabía que su madre no iba a poder evitar la carcajada.

– Te quiero y me gustas, pero tienes que ser más crío. Piensa en pasarlo bien y estudiar, no te compliques tanto, que tiempo tendrás de hacerlo cuando crezcas y la vida se te complique sola, No quieras correr antes de andar –

Martín se limitó a sonreír. ¿Qué se podía contestar a eso?

– Lo que me lleva a algo que habíamos dejado antes pendiente – continuó su madre – ¿Qué es eso de que sales con Mal? – inquirió suspicaz.

– No salgo con Mal – contestó el chico elevando la vista al techo de su habitación y alegrándose de nuevo de no ver a Buzz Lightyear. – Voy con ella y con sus amigos a dar una vuelta, todo seguro y tranquilo –

– Son gente de casi treinta años… –

– Ella tiene veintiséis – puntualizó él.

– Me da igual. Son bastante mayores que tú. No voy a soltarte ninguna charla, pero mira bien dónde te metes. Lo suyo es que salieras con gente de tu quinta –

– ¿Y de mi color de piel, mi religión y mis inclinaciones sexuales? – atacó él.

– ¡Vete a la porra! Ya sabes a qué me refiero – protestó su madre.

– No, no lo sé ni me interesa. Es una amiga con la que me entiendo bien y me apetece ir con ella y sus amigos. No veo el problema. Y me alucina que lo veas tú con lo moderna que se supone que eres – Martín echó un vistazo rápido al reloj del móvil – Y me tengo que terminar de arreglar en dos minutos, que he quedado con ella a en punto en el portal. Así que si no te importa… –

***

Allí estaba, con un vestido corto de verano, como si tal cosa, como si no fuera una chica perfecta y preciosa. Y estaba esperándole a él con una sonrisa.

Martín salvó el descansillo en dos zancadas y abrió la puerta para que ella saliera.

– ¡Vaya! Se te ve contento Mastín – dijo ella mientras salía a la calle.

– Sí, estoy contento – contestó él, sin atreverse a confesar el verdadero motivo por el que estaba exultante. En su lugar, decidió anunciar aquella otra noticia que empezaba a asimilar y convertir en una alegría sorda, como un agradable ronroneo lejano. – Me ha llegado la carta. Me han dado Historia –

– ¡Enhorabuena! – Mal le miró a su manera intensa e inteligente – Es una opción interesante. ¿Por qué Historia? –

Martín se encogió de hombros. – Me gusta. No tengo ni idea de qué podré trabajar, pero si tengo que dedicar cuatro, cinco o seis años de mi vida a estudiar algo, decidí que fuera a algo que me gustase –

– Bien – se limitó a decir ella crípticamente, sin dejar de mirarle. Martín aún flotaba, se sentía un gigante e incapaz de estar callado.

– Me gusta imaginar como vivía la gente en épocas pasadas. Creo que cuando nos enseñan Historia, con sus guerras, sus fechas, sus cambios de sistema de gobierno y formas de vida, se olvidan de contarnos que eran gente como nosotros. Puede que les tocase combatir y morir, tener hijos y envejecer prematuramente, pasar hambrunas y plagas, pero en el fondo eran igual que tú y que yo. Se enamoraban y desenamoraban, disfrutaban del primer sol de la primavera, se cabreaban como monos con sus cuñados y le hacían el cucutrás a sus bebés.

– Piensas mucho, ¿sabes? Y piensas bien – dijo ella, dándole alas. Jamás había hablado Martín sin filtros de su afición por la Historia hasta ese momento. Incluso él estaba sorprendido por la pasión con la que hablaba. Tal vez la estaba descubriendo justo en ese instante. Solo sabía que no podía parar de hablar.

– A veces me gusta imaginarme cómo sería mi vida si estuviera en otra época y en otro país, con la misma edad que tengo ahora. Seguro que tendría muchas más responsabilidades, que sería considerado como un adulto. Fantaseo con qué tendría que hacer al levantarme, que seguro que no sería rascarme la barriga sin ninguna obligación a la espera de empezar la universidad como me pasa ahora –

Entraron en el vagón de metro, que estaba prácticamente vacío. Se notaba el verano.

– Se me ha ocurrido un juego. ¿Te apetece intentarlo? – dijo Mal.

– Claro – contestó él, preguntándose qué tendría ella en mente.

– Uno elige un país y el otro la época histórica. Y nos inventamos cómo estaríamos tú y yo entonces –

– Vale. Elige lo que quieras –

– Me quedo con el país, dejo la elección del periodo histórico al futuro experto. Elijo Francia –

– Es obvio, la revolución francesa – dijo él sintiéndose obligado a jugar a ser el historiador que aun no era.

– Vale. ¿Qué serías tú y qué yo? –

– Bueno, en mi caso lo mas probable es que estuviese labrando o cuidando animales. Tal vez ambas cosas. Y con muchas posibilidades de pasar hambre a rachas. Puede que incluso ya estuviese casado y tuviese algún hijo. También habría opciones de que anduviera batallando por unos o por otros. Eso, siendo un hombre de casi dieciocho años, es posible en cualquier país y cualquier época pasada –

– ¿Y yo? –

– Casada y con varios hijos. También campesina. Me temo que siendo mujer y con veintiséis años es la opción más probable –

– Y me temo que también en cualquier país y cualquier época. Me da que voy a tener que darle alguna vuelta a este juego para hacerlo más interesante –

No tardaron en llegar a su destino. Martín siguió a Mal hasta una terraza en la que ella pronto localizó la mesa en la que estaban sentados sus amigos. Había otra chica, pelirroja y con unas tetas enormes en un escote vertiginoso. Martín procuró mirarla a los ojos mientras Mal se la presentaba. También un par de tipos, uno pequeño, con barbita y aspecto cordial, otro prematuramente calvo y de risa fácil. Irene, Mario y Fran. Se sentaron a tomar una caña y a esperar al único que faltaba charlando. El chico habló poco y observó mucho, aún inseguro en compañía de aquellos desconocidos.

Antes de ver venir a ese único colega que faltaba, vio que a Mal se le iluminaba la cara.

Era delgado, fibroso y moreno, como un ciclista; aparentaba unos treinta años. Mirándole, Martín se sintió un crío blanco y blandito. Mal le saludó efusivamente y les presentó: – Mastín, este es Lobo. Lobo, Mastín es un amigo de la protectora –

“¡Qué tipo de imbécil se llama lobo!”, pensó Martín al sentarse, volviendo a pisar tierra.

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Rumbo apareció sin rumbo y sin chip en Madrid. Tiene ocho años y es cariñoso, casero y tranquilo. Es de tamaño pequeño y está castrado. Necesita una buena familia.

Contacto: adopta@animalrescuespain.es

Capítulo 31 de #Mastín: Estás en tu salsa cuando sales a defender a los que lo necesitan

imageNuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, que guste a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 31:

Había estado toda la mañana limpiando cheniles con Miguel. Y llevando a algunos de los perros mas acuáticos a que se refrescasen en una piscina plegable que les habían donado un par de años atrás. Estaba algo roñosa y parcheada, pero muchos perros agradecían darse un baño sin echar cuentas en ello. Martín se había sentido tentado de acompañarles, pese a los pelos flotantes y el barro acumulado al fondo. Ese año estaba haciendo un calor infernal. Al final se había conformado con mojarse la cabeza y el cuello con el agua fría que salía de la manguera y con sentarse un rato a descansar en una de las esquinas del techado en el que guardaban el pienso, que estaba estratégicamente situada en el camino de una mínima corriente de aire. Allí estaba, con uno de los perros que se habían estado bañando tumbado panza arriba a su lado, cuando llegó Mal y se sentó al otro lado del animal con las piernas extendidas, sin importarle el olor a perro mojado y a varias horas de trabajo al sol.

– Mira que te gusta que te rasquemos la barriga Percy, eres de los más rápidos aquí en colocarse patas arriba. Y mira que los tenemos rapidísimos. Deberíamos hacer un concurso y grabarlo en vídeo. Seguro que sería un viral – dijo Mal al mestizo de labrador, que en ese momento estaba en la gloria con dos humanos haciéndole carantoñas.

– Espero que este sea de los que encuentra un hogar pronto, es todo mimos –

– Yo también lo espero Mastín. Parece muy labrador. Y es de color dorado. Puede que tenga suerte, pero ya a partir de septiembre. Julio y agosto son meses terribles para lograr adoptantes –

– ¿Qué tal esa pareja que has atendido a primera hora? –

La chica resopló y elevó los ojos al cielo. – ¡Qué paciencia! Unos que venían pretendiendo encontrar un cachorro de alguna raza mini de moda. «Nos da igual que sea chihuahua, yorky, bichón maltés… con que sea pequeñito y tenga pocos meses nos vale». Les solté la charla de que no van a encontrar un cachorro de raza en una perrera, les hablé de lo maravillosos que pueden ser perros como éste, adultos, grandes y mestizos, les enseñé nuestros cachorros y nuestros perros pequeños. Ya sabes, lo de siempre y tan amable como fui capaz, pero estaba claro desde el primer momento que no les iba a cuadrar lo que vieran. Venían buscando un complemento a la moda, no un perro. ¡Ellos se lo pierden! Les dije al irse que al menos buscaran a un buen criador, que no compraran sin ver a la madre y asegurarse de que estaba bien tratada. En su conciencia queda lo que hagan –

-Al menos no fueron como los del sábado pasado – rió el chico – «No me extraña que los hayan abandonado, pobrecitos, son tan feítos todos»- terminó imitando la voz atiplada de la señora que Mal había tenido que aguantar pocos días antes.

– Calla, calla, que me tuve que contener para no decirle que ella no era precisamente Sharon Stone, pero menos delicadamente –

– No sé cómo no pierdes la fe en el género humano. Yo no podría atender a la gente que viene a adoptar. A mas de uno lo mandaría directamente a la mierda. Tienes mucha paciencia –

– Lo que yo no sé es qué haría si llega el día en que no pueda reír de todo esto – suspiró Mal. – En fin… Cuéntame qué tal anoche, anda –

Martín recordó la cena del día anterior. Se veía obligado a reconocer que no había estado mal.

– Nada que destacar. Cenamos sin prisa y volvimos a cada pronto. Es un tipo amable, listo. Iba con pies de plomo conmigo y no hubo ninguna metedura de pata. Ya te he dicho que es listo. Tiene una voz que acojona un poco, eso sí. Todo un vozarrón de sargento, da igual lo que diga o como lo diga. Y me dio la impresión de que es de los que tiene que saber de todo mas que nadie. Pero parece buena persona y que se entiende bien con mi madre, que es lo importante. Poco pinto yo en lo que ellos tengan. Fuiste tú la primera que me dijo que mi madre era mayorcita y tenía derecho a hacer lo que le viniera en gana. Y es cierto – concluyó encogiéndose de hombros.

Mal le observó con una de esas miradas suyas que parecían radiografiarle.

– No, ya veo que no debió ir mal. Me alegro. Si tu madre quería presentártelo es porque es importante para ella que lo conocieses y que la cosa fuera bien. Tu madre mola, ¿sabes? –

– Mi madre no está mal para ser una madre – reconoció Martín – pero a veces se pone muy pesadita y me toca los cojones. También tenemos nuestras broncas. Tú también las tendrías si tuvieras que vivir con ella –

– Toma, claro. ¡No te jode! Todos los que viven juntos tienen broncas. Mas o menos, mas fuertes o mas suaves, pero no se libra nadie. ¿Qué te habías creído? –

– Vale, vale – dijo él alzando las manos y riendo. Decidió no contarle las dudas que su madre tenía respecto a su entrega como voluntario en la perrera. Ya bregaría él con ello.
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De nuevo aquella mirada escrutadora. Martín se estremeció. Estaba muy guapa, con la piel dorada y las mejillas encendidas por el calor. Como le pasaba con frecuencia, se percató de lo pequeña que era a su lado, aunque no lo parecía: irradiaba algo que parecía dotarla de mas centímetros.

– También me alegra verte mejor a ti Mastín, llegaste a tenerme bastante preocupada. Pero ya no eres aquella alma en pena sin afeitar que me encontraba paseando a Logan entre partida y partida a la consola y que no levantaba casi la vista de suelo. ¿Estás quedando de nuevo con tus amigos? –

– No estoy saliendo a ningún sitio, la verdad. Alguna partida con Juan o con Andrés, poco mas. Por las noches, nada. La mitad de mis colegas no están y la otra mitad… – se detuvo intentando encontrar las palabras exactas para expresar aquello que sentía, esa mezcla entre el deseo de romper con todo lo anterior y la pura desgana sin parecer un capullo.

– ¿La otra mitad te odia a muerte? – bromeó ella. Le miraba divertida, con la cabeza inclinada. Se había cortado el pelo con la llegada del calor y varios mechones escapaban de su pequeña coleta. Martín contuvo el impulso de recogérselos tras la oreja.

– Solo un par, con los que me pegué por defender a Juan, ya sabes – contestó con lo que su madre consideraba su mejor sonrisa de Bruce Willis. Volvió a acariciar a Percy, que se había entregado a un sueño ligero.

– Estás en tu salsa cuando sales a defender a los que lo necesitan. He sido testigo. Creo que eso es lo que más me gusta de ti – dijo Mal con una sonrisa cálida.

Martín se concentró en el suelo, confuso. Nunca había sabido cómo reaccionar ante los halagos, ni siquiera cuando alguna amiga de su abuela saltaba con el «¡qué guapo y qué mayor está!» de compromiso. Le costaba creerlos, dudaba qué responder. En este caso le agradaba cualquier juicio positivo que partiera de Mal, pero también le turbaba cualquier paso que la inteligente, complicada y deseable Mal diera fuera de la zona de seguridad que ambos habían establecido sin palabras. Ella sabía que a él le volvía loco, él no podía evitar recordar aquel beso que ella dejó morir pero en el que había creído detectar un destello de entrega, y, en cualquier caso, ambos tenían claro que no había nada que hacer, que para ella él era un crío. No, no era tan simple. No era solo la diferencia de edad. Ahora que la conocía mejor sabía que Mal estaba convencida de que no era buena para él, que le acabaría haciendo daño. Martín querría poder decirle que no era tan tierno, que estaba dispuesto a correr el riesgo y seguro que sobreviviría si las cosas salían mal; no era tan sencillo, aquello también estaba fuera del carril que habían establecido por puro instinto para seguir tratándose con normalidad.

Martín cerró los ojos, queriendo salir de aquella hiedra de pensamientos que se extendía aferrándose a su estómago. Y para poder hacerlo volvió a lo que ella había dicho: «Estás en tu salsa cuando sales a defender a los que lo necesitan». Algo le decía que no era un cumplido hueco, que Mal estaba diciendo lo que veía y que había visto en él algo que tal vez a Martín se le había pasado por alto, algo que tal vez era importante.

– ¿Con Manu tampoco has vuelto a coincidir? –

El chico sacudió la cabeza.

– Pues puedes llamarme metomentodo, pero creo que deberías hablar con ella Mastín. Era amiga tuya desde que erais muy pequeños. Sería una pena perderla – Mal se detuvo un segundo y cuando volvió a hablar su tono era muy distinto – No me hagas caso, no tengo ni idea de si sería una pena o no. Haz lo que mejor creas. A veces hablo demasiado –

– No te preocupes, no me molesta. Yo también he pensado muchas veces que lo mejor sería quedar con ella y hablarlo. Al principio pensaba que para intentarlo de nuevo, ahora que ha pasado un tiempo y no lo he hecho me digo que no, que si tuviera la necesidad de que siguiéramos juntos ya la habría llamado antes, pero que podríamos intentar volver al punto de partida en el que éramos buenos amigos. Le doy vueltas sin llegar a ninguna conclusión. Y creo que esa conversación lleva camino de quedarse para siempre en el limbo –

– Mientras la que se quede en el limbo sea la conversación con Manu y no tú… – dijo ella, animada y animándole – tienes diecisiete años, no puedes pasar el verano como un monje. Tienes que salir y descasar un poco. Lo insano es sano a tu edad. Un tiempo de rascarse la barriga cuando la vida te cambia de cajón los calcetines no está mal, pero no es cuestión de prolongarlo, Esta noche he quedado con algunos amigos. Nada del otro mundo, alguna cerveza y a casa. No estaremos lejos de dónde vives. ¿Por qué no te vienes? Tal vez así rompamos el fuego y te animes luego a salir más con tus colegas –

Cuando Martín volvía mas tarde pedaleando a casa se sentía feliz y ligero. Algo había cambiando. Mal le había dicho aquello de «creo que eso es lo que más me gusta de ti» con una sonrisa que iluminaba el día, le había invitado a salir aquella noche y se había despedido apoyando la mano en su brazo. Podía parecer poca cosa; unas pocas palabras amables para un chaval algo alicaído, un plan con mas amigos de ella y un roce casual, pero a veces poca cosa es suficiente para lograr que el espíritu vuele.

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Esta pequeñaja se llama Mota. Con apenas 14 meses esta pequeña yorkshire ya ha pasado por tres casas, y ahora está en busca de un verdadero y definitivo hogar.

Su primera familia puso un anuncio en Internet para regalarla (problemas personales supongo). Luego, un chico contactó para regalársela a su madre de 78 años por el día de la madre (segunda familia).

Se veía venir lo evidente, esta mujer por su avanzada edad y problemas de salud no puede hacerse cargo de Mota, menos aún siendo una perra tan joven que necesita actividad, paseos largos, etc.

En su desesperación de encontrarle una nueva familia, la señora le dio la perra a un chico que conoció en el parque y se interesó por ella. A las dos semanas de esto Mota apareció atada en la puerta de la casa de esta señora, deshidratada, delgada y asustada.
No sabemos por lo que habrá pasado Mota.

La historia de Mota es un claro ejemplo de lo que no se debe hacer al momento de ceder o dar en adopción a un animal… Dar al perro sin entrevistas previas. Un animal no es un regalo. Adopción responsable es buscar un animal adecuado para cada persona. Falta de sensibilidad hacia el animal.

Aquí la única víctima es Mota, y es por ella por quién difundimos su caso. Queremos encontrar una familia que la quiera de verdad. A pesar de todo Mota es una perra cariñosa, sociable, un poco tímida al principio pero luego se acerca y quiere jugar.

Adopción responsable por favor.

Contacto: 618 77 62 95

Capítulo 30 de #Mastín: una cuestión de confianza

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Nuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, que guste a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 30:

– ¿Por qué no vamos al cine antes de cenar? Podemos ver la de Jurassic World si quieres. También está la de Inside Out

A Martín le apetecía más ver la de Pixar que la de los dinosaurios, pero no tenía el más mínimo interés de que su primer encuentro con el novio de su madre, aplazado por uno u otro motivo semana tras semana, fuera viendo una película de dibujos animados. Tampoco le apetecía especialmente verse a oscuras en una butaca junto a ambos.

– No me apetece mucho ir al cine, con la cena será suficiente mamá. Además, en el cine no podríamos apenas hablar –

– Precisamente por eso lo proponía. Imaginaba que sería más fácil. Y la película puede dar para un buen rato de tema de conversación durante la cena, sobre todo si es mala. Por eso precisamente muchas primeras citas son de cine y cena –

– Hablar de primeras citas suena muy viejuno mamá, como de peli de Meg Ryan – bromeó Martín.

– Es que yo soy una viejuna – dijo su madre lanzándole un cojín a la cabeza.

Aquella noche estaban todos atrincherados en el pequeño salón, la única habitación de la casa con aire acondicionado. Todos eran su madre y él, Logan completamente despatarrado justo frente al chorro del aire y los gatitos, que estaban hechos unos bichos de cuidado y no dejaban de incordiar al pobre pitbull y practicar dolorosas cacerías de pies. Ya habían dejado atrás los biberones y no paraban de jugar, parecía mentira que hubieran logrado salir adelante y convertirse en aquellos diminutos personajes peludos en unas pocas semanas.

Martín cogió a Aristóteles e Hipatia con una sola mano y los depositó sobre el sofá, a su lado. Inmediatamente uno de ellos se lanzó alegremente contra su mano, la abrazó con sus patas delanteras y comenzó a arañar con las traseras.

– No, no es buena idea que juguéis con las manos. Laura me lo ha dejado bien clarito –

– Van camino de convertirse en demonios de Tasmania – dijo riendo su madre. Ambos tenían las manos marcadas por los juegos de los gatitos.

– No les durará mucho. En poco tiempo se dedicarán casi todo el día a dormir, igual que Logan – replicó Martín señalando con la barbilla al viejo perro.

– Es una pena que no vayamos a verlos en esa fase – apuntó su madre. No tenía que decir nada más para que el chico supiera a qué se refería. El trato era que acogerían a los gatos hasta que encontrasen un hogar o pudiesen entrar en la protectora. Apenas quedaban un par de semanas para que llegase la fecha límite, la de su viaje a la playa que a Martín cada vez le apetecía menos.

Observó a su madre acariciando a uno de los gatitos al tiempo que volvía a concentrarse en la televisión. Parecía de buen humor. Era un momento tan bueno como cualquier otro para intentarlo.

– La protectora está hasta los topes mamá, ahora la gente no está pensando en adoptar sino en irse de vacaciones. Y los perros no están del todo mal, pero lo de los gatos es un drama. Llegan avisos de camadas sin parar, y como en realidad se trata de una perrera municipal está obliga a recogerlos a todos. Hay demasiados gatos en poco espacio. Intentamos que estén lo mejor posible, pero se producen peleas, los gatos no están a gusto. Y no hay adopciones, ni una. Los cachorros van creciendo sin que nadie los quiera, los adultos siguen ahí muriéndose del asco. No es buena idea meterlos allí, si fueras conmigo un día te darías cuenta de que… –

– Martín, ya lo habíamos hablado – le interrumpió su madre – el trato es que fuera una acogida temporal, no una adopción definitiva –

– No te digo que lo sea, pero sigamos teniéndoles aquí cuando nos vayamos. Podemos dejarles con agua y comida en casa. Mal se puede pasar a echarles un ojo. Estarán mejor que en la perrera –

Su madre se giró para dedicarle toda su atención, de repente estaba muy seria.

– Mira, yo también les tengo cariño, también les he estado dando el biberón y viendo crecer. Vale, les dejamos aquí todo agosto. ¿Van a cambiar las cosas en septiembre? ¿En octubre? Pero no es eso lo que más me preocupa, ni mucho menos. Me preocupas tú –

Martín supo que los gatitos se quedarían, al menos todo el verano, pero no dijo nada ni se permitió alegrarse. En cambio, se preparó para escuchar a su madre.

– Ya sé que fui yo la que te animó a ayudar en la protectora, y creo que es genial que seas voluntario allí. Sé que volver a la protectora a echar una mano te ayudó a salir del bache cuando lo dejaste con Manu, te peleaste y estuviste un tiempo sin ganas de nada. Pero me da miedo que te estés involucrando demasiado. Estás yendo a diario muchas horas, sales muy poco con tus amigos y en cambio te relacionas todo el rato con la gente que va allí, que no son de tu edad, ni tienen tus intereses –

– Sí tienen mis intereses mamá, al menos el interés de ayudar. Si salgo poco es porque la mayoría están ya desperdigados en distintos sitios de playa – objetó Martín.

– Estás en un momento muy importante de tu vida. Vas a empezar la universidad y a dar los primeros pasos para labrarte de verdad el futuro de tu elección, pero no pareces interesado en todo eso pese a la importancia que tiene –

– ¡Sí estoy interesado! Me presenté a la Selectividad, aprobé y he solicitado varias carreras, pronto sabré cuál me han dado. Sigo el condenado camino correcto –

– ¡Por el amor de dios! ¡Has pedido en primer lugar Arquitectura, cuando ni siquiera te gusta! ¿Qué vas a hacer si te la dan? –

– ¿Cómo sabes eso? – preguntó Martín echando chispas. Era cierto que había puesto tres carreras en primer lugar que no le interesaban lo más mínimo. Las otras dos eran medicina e ingeniería aeronáutica. Una especie de broma contra el universo a la que aparentemente solo él veía la gracia, pero se suponía que ella no tenía que saberlo. Suponía que no iba a entenderlo y, según lo visto, había acertado.

– Oí que se lo contabas a Andrés cuando vino a casa a jugar a la consola contigo – dijo su madre, teniendo la decencia al menos de mostrarse algo azorada.

– Tranquila, que no tienes que preocuparte. Con mis notas mediocres no van a dármela, ni mucho menos –

– ¿Querrás al menos decirme de una vez qué es lo que has pedido con visos de que te toque? –

– ¡No! Cuándo yo lo sepa, lo sabrás. Ya te lo dije. Es un sistema absurdo mamá, me toca mucho los huevos cómo nos aceptan y nos descartan en función de una nota media. Es un sistema ridículo, nada objetivo. No funciona y es injusto. ¿Y si yo de verdad tuviera la vocación de ser arquitecto? ¿Y si tuviera el talento para ser un arquitecto cojonudo? ¡A la mierda por unas décimas, a estudiar cualquier otra cosa! – los gatitos al suelo, asustados por los gritos y por el golpe que el chico acababa de dar contra el respaldo del sofá.

– Lo que es absurdo es que no me puedas decir qué has pedido, que no tengas confianza conmigo –

– No es una cuestión de confianza mamá, no lo entiendes. No me entiendes –

– Claro que es una cuestión de confianza. ¿De qué si no? Y de qué te sirve pedir carreras que no deseas. ¿Crees que gestos así cambian el mundo? –

Martín calló. No, así no se cambiaba el mundo, pero tal vez sí cambiase un poco cómo era él. Y si él cambiaba, también el mundo lo había un poco. ¿No?. A él mismo le sonaba tan vago, tan intangible, que ni se atrevió a decirlo en alto.

– No quiero recordarte que la carrera que estudies la voy a pagar yo, pero es así – dijo ella incongruentemente – Creo que esto no te lo he contado nunca, pero en alguna ocasión discutí con tu padre, antes incluso de que nacieras, porque él decía que no estaba dispuesto a pagar unos estudios que no fueran útiles, prácticos a la hora de conseguir luego un trabajo. Que si un hijo suyo quería estudiar algo sin posibilidades no iba a salir de su bolsillo. Yo le decía que había que respetar su decisión, lo que él quisiera y confiar en que no lo lamentase, que no se podía elegir un camino solo por las posibles salidas. Y ahora que tengo aquí a mi hijo solicitando una carrera, no sé cuál es porque no me lo quiere decir – dijo exasperada.

– No te preocupes, que ya me buscaré un curro de lo que sea en cuanto volvamos de las vacaciones para que no te cueste tanto –

– No es eso Martín, no lo digo por eso – sonaba cansada y conciliadora, pero Martín estaba cabreado, incapaz de callarse.

– Ya te queda poco para que sea una carga, me buscaré la vida para que sea así no te preocupes. Y, cambiando de tema, no es que me apetezca demasiado ir este año de vacaciones al piso de la abuela. Puedes ir tú a la playa, que yo me quedaré aquí y así empiezo antes a buscar algo y te ocasiono menos gastos –

Su madre se acercó a él en el sofá y le acarició la mano. El contacto físico pareció destensar la cuerda que Martín sentía tirante en su interior.

– Si quieres trabajar, trabajarás. Estudiarás lo que quieras. O lo que te den entre lo que sea que hayas solicitado. No eres una carga para mí. Y me gustaría que este verano vinieras con nosotras a la playa. soy muy consciente de que tal vez será el último año que pasemos juntos como cuando eras un niño – la voz era dulce, pero seguía sonando preocupada

Martín suspiró para serenarse antes de hablar – Claro que me preocupa mi futuro, probablemente demasiado. Más que a muchos de mi edad que se lanzan a lo primero que les salta sin reflexionar. Creo que mi problema es precisamente ese, que quiero elegir bien hacia dónde seguir. Iré contigo y con la abuela a la playa, aunque es cierto que este año me apetece menos. Y seguir yendo a la protectora me viene bien, créeme –

– Entiende que me importe lo que te pase, lo que decidas, que me preocupe verte tan volcado en esa perrera y tan poco en todo lo demás. No pienses ya en la universidad, es que ni siquiera te veo detrás de las chicas de tu edad que es lo suyo con diecisiete años. Me asusta que te vuelques demasiado en el lugar y las personas equivocadas, pero confío en ti. Con la edad que tienes no me queda más remedio –

Cuando Martín se fue a dormir y a sudar a su cuarto poco después, iba pensando en lo equivocada que estaba su madre, sí que había una chica que le quitaba el sueño, aunque no precisamente de su edad.

Al menos los pequeños filósofos peludos seguirían de momento en casa.

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Esta gatita, de un color mágico, tiene unos tres meses y urge sacarla de la calle. Necesita con urgencia adoptantes o casa de acogida. Es miedosa, pero afable y juega mucho. Parece a simple vista que está bien, aunque aún no tiene resultados de las analíticas.

Contacto: Azur.ares@gmail.com