Capítulo 23 de #Mastín: lo más normal del mundo

imageAquí os dejo un nuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, capaz de gustar a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 23:

Puto Aristóteles, pero sobre todo, puto examen de matemáticas. En el resto de pruebas creía haberse defendido razonablemente bien, pero en filosofía probablemente la había cagado. En matemáticas la cagada era segura, no tenía la menor duda de haber hecho casi todo mal. Se habían pasado con el examen, incluso Mariano, su profesor del instituto, reconocía que había sido muy difícil. Al menos ya había pasado todo.

Recordaba como si fuera un sueño extraño los tres días pasados en aquel campus universitario tan moderno, con su césped, sus enormes y desconocidos edificios y los centenares de estudiantes repasando por las esquinas, bromeando y cariacontecidos. Había coincidido a ratos con Manu, a ratos con otros, habían comentado las preguntas y las respuestas a la salida, comido en una pizzería cutre que había junto a la parada de autobús, revisado esquemas y apuntes e informado por móvil a sus padres, que en muchos casos estaban más pendientes de aquellas pruebas absurdas que sus hijos.

Absurdas, sí, porque unos exámenes sueltos corregidos a contrarreloj por desconocidos suponían casi la mitad de la nota media para acceder a la universidad. Podías tener un día malo, podías sucumbir a los nervios o simplemente tener mala suerte con la elección de los examinadores y tener una nota de mierda. En su caso, que seguía sin saber qué hacer tras el instituto, tal vez no era tan grave, pero para gente que tenía clara una vocación, que no pudieran entrar en la carrera de su elección por todo aquel sistema era una mierda. Ahí estaba Manu, sin ir más lejos, empeñada en ser bióloga desde que estaban a punto de terminar Primaria. Era injusto que esos tres días le cortaran o dificultaran el paso.

El sistema no funcionaba y la prueba evidente era que la iban a quitar tal cual estaba. Ellos eran el penúltimo año de PAU, lo que hacía que muchos pensaran igual que Martín. Aquello era algo que tocaba hacer, igual que sus padres se enfrentaron a los últimos años de mili u objeción de conciencia. Unos iban mejor preparados que otros, la mayoría con cierto grado de resignación y todos con los dedos cruzados.

Lo curioso es que cuando aquellos tres días rarísimos terminaron, Martín sintió tal liberación que rozaba la euforia. No era consciente del peso que cargaba hasta que se lo quitó de encima. Y ahora que los exámenes estaban hechos casi daba igual ya el resultado.

Alea jacta est. La suerte está echada. Lo que sea será y se actuará en consecuencia. Si a Julio César, que se estaba jugando su cuello y el de muchos otros cuando se disponía a cruzar el Rubicón, le tuvo que servir, también tendría que valerle a él.

Tampoco en ese sentido estaba solo, por eso aquella noche casi todos los del último año del instituto saldrían con el mismo espíritu de una Nochevieja. Se habían ganado una noche de fiesta y de despedida, porque la graduación oficial que habían tenido, con la PAU aún pendiente a la vuelta de la esquina, no había sido precisamente un desfase.

Martín se detuvo ante las puertas de cristal, justo bajo la cruz verde. No era su farmacia habitual, no se hubiera sentido cómodo pidiéndole su primera caja de condones a Antonio, que le conocía desde que iba en el carrito y sus padres acudían a él para comprar potitos y Apiretal. Aquella era una farmacia mucho más grande, estaba en un barrio moderno cuyos edificios eran de reciente construcción y se encontraban desoladoramente vacíos. Tampoco había apenas locales abiertos: algunos bancos, algunos chinos, una pizzería… Patear esas calles era una buena manera de entender la crisis del ladrillo que había comenzado a afectar laboralmente a su padre justo antes de que muriese.

En la farmacia de Antonio podía pasar con Logan, siempre que no hubiese muchos clientes u otro perro ya dentro. Allí había un letrero enorme que prohibía el paso a perros y un ganchito para atarlos con el cartel “yo espero aquí”. No le gustaba tener que dejar a Logan solo fuera, era consciente de que se robaban muchos perros, con frecuencia para peleas o criar, pero al menos ahí le tenía en la misma puerta y, como todo era de cristal, no le iba a perder de vista. Precisamente por ese motivo no había entrado a comprarlos en el supermercado.

Enganchó la correa al soporte y Logan inmediatamente se tumbó. Martín se agachó para acariciarle. El viejo pitbull jadeaba como si hubieran hecho todo el camino corriendo. El calor y la edad le tenían aplastado.

Al cruzar las puertas y ver a la chica joven que había tras el mostrador con la bata blanca de rigor, comenzó a echar de menos a Antonio, luego recordó que su farmacéutico de cabecera aún a día de hoy seguía regalándole un puñado de caramelos sin azúcar cada vez que compraba algo y cambió de idea.

Más que una farmacia parecía un súper. Tenían un montón de estantes con los productos al alcance del comprador: cremas solares, tarritos prometiendo juventud y belleza, tisanas varias, tintes para el pelo, alimentos y juguetes infantiles… y también los condones. Solo los medicamentos debían estar lejos del alcance del cliente. Martín se acercó a la enorme oferta de profilácticos existente, estaba bien que pudiera escoger viéndolos y no contestando preguntas. Imaginó por un instante a la farmacéutica rubia preguntándole: “¿Desea Natural Confort, Mutual Climax o Sensitivo suave?”. ¡Qué sé yo! También vendían anillos vibradores y geles. Tomó nota mental de que había preservativos que generaban efecto calor y efecto frío y eligió deprisa una caja de doce de Durex Contacto Total, que eran los más baratos de una marca que le sonaba fiable y no parecían demasiado exóticos para una primera vez.

No se sentía cohibido ni nervioso, realmente comprar una caja de preservativos era lo más normal del mundo, algo recomendable de hecho. Sabía que podía parecer tres o cuatro años mayor de lo que era, que no había motivo para avergonzarse y que aquella chica estaría harta de venderlos y deseosa de hacer caja. Aún así era algo extraño tener que entregárselos en mano a una desconocida que no debía llegar a los treinta años.

– Buenos días – dijo la farmacéutica cogiendo los Durex para pasarlos por caja – ¿Algo más? –

– Nada más –

– 10,20 por favor –

“A menos de euro el polvo”, pensó automáticamente Martín. Mientras le cobraba y entregaba el ticket, estaba pensando que tal vez se podría hacer un buen guión de una peli porno sobre un tipo cuyo oficio fuera ser probador de condones. ¿Quién sabe? Tal vez su futuro laboral estuviera vinculado a escribir guiones para el cine para adultos, bromeó absurdamente consigo mismo.

Salió de allí con su bolsita en la mano. Todo tan fácil como lo había imaginado. Ya se vería si los siguientes pasos iban igual de rodados. No es que tuviera planes concretos, simplemente Manu y él había hablado de que sería buena idea tenerlos a mano por si acaso. Igual podía pasar un año como una semana. A saber… pero mejor estar preparados.

Martín también tenía en mente que esa noche habían quedado para celebrar el fin de los exámenes y de toda una etapa, que Andrés estaría solo en casa y que, siempre y cuando él hubiera conseguido de aquí a entonces su propia ‘pareja de baile’, podrían acabar la fiesta allí.

Le quedaban solo un par de meses para cumplir dieciocho años, Manu los tenía desde febrero, ya habían quemado varias etapas previas, lo habían hablado y estaban más que preparados. De hecho ya habían estado cerca en alguna ocasión.

***

Logan bebió toda el agua del cuenco y luego se tumbó sobre el frío suelo de la cocina abriendo las patas tanto como podía.

– ¿Dónde habéis ido? Has tardado mucho. Y mira como ha vuelto el pobre. Hasta que no se vaya el calor no podemos darle más que una vuelta a la manzana –

– Hemos ido despacio y por la sombra mamá. Pero sí, supongo que habrá que tomárselo aún con más calma –

image[2]El chico se dirigió al cuarto en el que tenían a los michis. Los habían cambiado de caja porque ya eran capaces de escapar y les daba miedo que se hicieran daño. Era sorprendente lo rápido que crecían. Abrió la puerta para encontrárselo vacío.

– ¡¿Mamá, dónde están los gatos?! – vociferó apoyado en la puerta abierta.

– ¡Te he dicho mil veces que no me gusta hablar a gritos! ¡Ven aquí! – gritó ella.

Martín se acercó al baño en el que su madre se estaba aplicando aquella magia ritual y oscura que era el maquillaje. Aparentemente ella también iba a salir.

– Aquí me tienes, ni que viviéramos en un palacio como para no poder oírnos a una habitación de distancia –

– Es que con calor y las ventanas abiertas me da aún más coraje andar gritándonos. Se los he bajado a Malena. Daniel ha cogido un descuento por Internet en un restaurante y hemos improvisado una escapada. Tal vez hubieran aguantado ya sin la toma de medianoche, pero ella no trabajaba y no había necesidad –

– ¿Te vas ya? –

– En seguida, Daniel estará aquí en menos de media hora –

– Yo saldré más tarde. Creo que voy a ver a los michis mientras te arreglas, ya me ducharé luego –

Su madre le llamó con voz suave y el chico se giró para mirarla. Estaba guapa, con el pelo muy liso y los labios rojos. Recordaba bien que a su padre no le gustaba verla con los labios pintados, tal vez porque le gustaba besarla con frecuencia sin preocuparse de que un niño pequeño pudiera ver que se querían y que no había nada de malo en ello.

– Algún día tendrás que saludar a Daniel. ¿Lo sabes, verdad? –

– Algún día mamá, pronto, pero aún no –

image[3]image

Marina vive en la zona norte de Madrid, tiene dos perros adoptados, no le sobran recursos pero no es de esas personas que mire hacia otro lado. Por eso cuando se encontró a tres gatitos de una semana abandonados compró leche y se puso manos a la obra para sacarlos adelante. Estaban muy mal, con los ojos llenos de pus, desatendidos, y el más débil murio. Por suerte hay dos que están tirando para adelante.

Marina necesita ahora ayuda, alguien de Madrid dispuesto a ayudarla en la crianza de estos gatitos. También, por supuesto, adoptantes para ellos.

Contacto: marina_lafuente@hotmail.es 680978549

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Ya sabéis que podéis comprar mi primera novela, Galatea, una novela de ciencia ficción solidaria con los perros y gatos abandonados, ya que la mitad de los beneficios irán destinados a ellos.

Algunas reseñas y entrevistas sobre Galatea en Lectura y Locura, JotDown, Público, El Diario, Nuevo BestSeller Español, Microsiervos, 20minutos, PACMA o TodoLiteratura.

 

4 comentarios

  1. Dice ser PILAR B.

    Felicidades por este relato, te acabo de descubrir y me tiene enganchada. Me gusta mucho. No lo dejes terminalo porfa. Bsss

    26 junio 2015 | 8:46

  2. Dice ser Melisa Tuya

    Lo terminaré, no te preocupes Pilar B. Probablemente para Navidad. Me alegra que te esté gustando. ¡Nos leemos!

    26 junio 2015 | 8:57

  3. Uff Melisa!! Me ha encantado el artículo, mira que es largo pero me lo he leído de arriba a abajo. Acabo de descubrir tu blog y no tengo muy claro si estás haciendo una especie de libro o novela y vas publicando aquí los capítulos ¿algo así no?

    Te seguiré de cerca! 🙂

    09 julio 2015 | 13:58

  4. Melisa Tuya

    Hola y gracias Piensoparaperros 🙂

    Es una novela juvenil (apta para adultos) que estoy publicando desde enero todos los viernes por capítulos en el blog. Aquí puedes leerla entera: https://blogs.20minutos.es/animalesenadopcion/mastin-una-novela-animalista/

    09 julio 2015 | 14:03

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