Capítulo 26: Algunos se merecen que les partan la cara

11018339_10153996238773098_8383988440855262460_nAquí os dejo un nuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, capaz de gustar a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 26:

Tardaría aún unos días en contarle a su madre que había roto con Manu. Lo que no pudo evitar fue explicarle a la mañana siguiente de aquella noche para olvidar la razón por la que tenía la cara hecha un cuadro. Tal vez podría haber regateado la verdad sin demasiados problemas, pero le apetecía ser sincero y compartir aquello con alguien, aunque ese alguien fuera su madre.

– Tal vez deberíamos poner una denuncia – murmuró pensativa cuando Martín dejó de hablar.

– No, mamá, por favor. Te lo he contado todo, pero no para eso –

– Pues al menos debería contárselo a los padres de Juan, que sepan a lo que se enfrenta a diario su hijo en el instituto –

– El instituto ha acabado. Ya no se enfrentará más a ello. Podrá hacer borrón y cuenta nueva. No creo que sea buena idea tampoco. Tal vez ya lo sepan. Y si no se lo ha dicho él, sus motivos tendrá –

Su madre reflexionó unos segundos, girando la taza de té entre las manos.

– Vale, no habrá denuncia ni hablaré con sus padres, pero quiero que hables tú con él, que te asegures de que está razonablemente bien. Cuando defiendes a alguien asumes en cierto modo algo de responsabilidad hacia él –

Martín asintió. Para como podía haberse desarrollado la charla, no había salido mal parado. Lo de hablar con Juan no le apetecía demasiado, pero era poca cosa teniendo en cuenta que había confesado que había estado peleándose en plena calle.

– Y no quiero más peleas – continuó ella – Desde muy pequeño te he dejado claro que no se debe pegar a nadie nunca, bajo ninguna circunstancia. Incluso a los que se lo merecen. Hay otras vías de acción mejores –

– Llamar a mamá o a la profe – dijo con más sarcasmo del que hubiera deseado.

– Pues sí, aún sigue sirviendo –

– No estoy de acuerdo mamá, tal vez a los cinco años fuera un buen consejo, pero cuando creces y la cosa se complica creo que los hay que se merecen a veces que les partan la cara o cosas peores –

Su madre aceró el gesto, soltó la taza y cruzó las manos sobre la mesa.

– Sí, muchos se merecen que les partan la casa o cosas peores, pero no es tan fácil ponerlo en práctica. ¿Quién decide qué es lo que les hace merecedores de ello? ¿Quién decide el alcance del castigo? ¿Quién y cómo lo dispensa? Sobre todo: ¿Cómo puedes explicar mediante la violencia que el camino no es el de la violencia? Efectivamente, cuando te haces adulto las cosas se complican, pero a veces cuando nos hacemos adultos lo que pasa es que las complicamos nosotros –

– No me arrepiento de haber salido en defensa de Juan – dijo Martín callándose que tampoco se arrepentía de haber derribado al tipo que arrojó los gatitos por encima de la valla de la protectora, que en todo caso se arrepentía de no haberle descargado un buen golpe entre esos ojos de monstruo por las vidas que había truncado. Ella no sabía que todo aquello había pasado.

– No, yo tampoco me arrepiento de que salieras en defensa de ese chico. De hecho me siento tentada a sentirme orgullosa. Demuestra que tienes buen corazón. Poca cabeza, eso sí, pero buen fondo que es más importante. Actuaste en caliente y eso te disculpa, hasta cierto punto. Pero esos castigos en frío y por las autoridades que gobiernan son inadmisibles. Y volviendo a tu caso, aunque lo hicieras porque las injusticias te superan, lo razonable es solucionarlo de otra manera. Pidiendo ayuda a la Policía, a algún adulto de confianza… y haciéndolo antes de verle acorralado en la calle –

– Así que un policía sí que les hubiera podido meter caña –

– Un policía podría intervenir, podría adoptar las medidas que la ley disponga. No podría tampoco soltarle una paliza a esos chavales. ¿Recuerdas a Javi, el amigo de tu padre? –

– ¿El guardia civil? –

– Ese mismo. No lo recordarás, pero él siempre insistía en que son los garantes de la ley y en que se requiere de personas templadas para ese oficio, personas como él. Lo fácil dejarse llevar, pero lo correcto es saber controlarse. A mayor poder, mayor responsabilidad como dice Spiderman – terminó ella aligerando el tono del discurso.

– Sí, lo decía Spiderman que repartía hostias como panes a diestro y siniestro sin pensárselo dos veces – comentó él lacónico.

Martín no tenía más interés en discutir. Lo que quería era olvidar todo lo sucedido la noche anterior, no filosofar con su madre a media mañana. Lo que quería era meterse en su cuarto, poner algo de música y dejarse a la deriva. A ser posible sin mirarse en el espejo del pasillo en el camino. Estaba confuso, no acababa de creerse que Manu le hubiera dejado de aquella manera justo cuando mejor estaban. Tampoco sabía si debía insistir en hablar con ella para procurar arreglarlo. Se inclinaba a no hacerlo, no porque no le apeteciese volver con ella, sino porque la conocía bien y sabía que no estaba hablando a la ligera y, por otro lado, porque era incapaz de mirarla a la cara tras haber besado a Mal. De hecho tampoco sabía si se atrevería a mirar a la cara a su vecina después del colofón desastroso a aquella noche terrible. La pelea y sus posibles enseñanzas morales era lo último que le preocupaba. Necesitaba irse, estar solo, así que se dirigió a la puerta de la cocina. Su madre, que había estado observándole, lo llamó de nuevo y el chico se volvió de nuevo muy a su pesar.

– Es la última pregunta que te hago sobre este tema, prometido. Al menos hoy. Por lo que me cuentas deduzco que esos chicos llevaban años amargándole la existencia. ¿Por qué no le defendiste antes? ¿Por qué no me contaste nada? –

Martín suspiró.

– No lo sé mamá, no lo sé. Probablemente debiera haberlo hecho. Tal vez si le hubieran cambiado de instituto hace unos años se hubiera ahorrado pasarlo tan mal. ¿Por qué no lo hice? Al principio no me parecía tan grave, en todas las clases hay algunos que lo llevan crudo con el resto. Se veía normal. Por otro lado, me da la impresión de que en el instituto cada uno va a lo suyo, como mucho nos preocupamos de lo que le pase a algún amigo muy íntimo, pero no dejamos de mirarnos nuestros propios ombligos. No es bonito, pero es así. ¿Por qué ahora sí? Creo que en las últimas semanas he empezado a pensar en los demás y no solo en mi mismo, por preocuparme por lo que les pase aunque a mí no me afecte. Siendo sincero, tampoco sé por qué – concluyó encogiéndose de hombros.

– Creo que yo sí lo sé – apuntó su madre sonriendo como el gato que acaba de comerse al ratón. – Por cierto, ¿vas a ir hoy a la protectora? Te llevo si quieres –

– No, voy a quedarme en casa. Necesito no hacer nada – no quería pisar la protectora, no de momento.

Su madre se levantó y le besó en la mejilla, haciéndole sentir de nuevo un niño que nada debía temer del mundo estando con ella.

– Vale, pero no lo dejes. Te hace bien –

***

En su cuarto hacía un calor horroroso, pero era dónde quería estar, tumbado en la cama y oyendo música. No había nadie con él, pero no estaba solo. Logan dormitaba en el suelo, pegado al canapé, al alcance de sus caricias. El pitbull jadeaba aún en sueños. En el salón, con su madre y el aire acondicionado, hubiera estado más a gusto, pero el viejo perro debía percibir que Martín necesitaba su compañía.

Allí, encerrado en la seguridad su baluarte, con la vista fija en Buzz Lightyear de su lámpara, tenía casi claro que no quería ver a Manu ni a Mal. Con la primera iba a ser más fácil. A fin de cuentas ya no iban juntos a clase. Pero algo le decía que tendrían que hablar de nuevo antes de dar lo suyo por cerrado. Con Mal iba a ser otra historia, aunque no volviese a la protectora, era su vecina. Y estaban los gatitos, la mañana siguiente tendría que ir a buscarlos para subirlos a casa y cuidar de ellos.

Tal vez sería preferible empezar por Juan como había pedido su madre. Pero no ahora, no hoy. Le mandaría el día siguiente un mensaje preguntando si estaba bien y le propondría quedar a charlar. En algún lugar tranquilo en el que no hubiera riesgo de cruzarse con algún imbécil del instituto. Tal vez el pinar se le ocurrió de repente. Podrían hablar, andar y buscar a aquel perrillo blanco y negro de ojos dorados con el que aún soñaba a veces.

Aparcó rápidamente a Juan. En cuanto bajaba la guardia volvían a su mente fragmentos de lo ocurrido la noche anterior, incómodos sueños en vivo en los que volvía a escuchar a Manu diciendo con toda la seguridad del mundo “no quería que fuera así. Me merezco esa electricidad. Y tú también”; se veía de nuevo cayendo con Alberto sobre el coche cuya alarma quebrando el silencio de la noche urbana le salvó de tener que lamentar algo más que una ceja cortada; recordaba lo que era encontrar lo labios de una Mal que no devolvió su beso, aunque él hubiera jurado notar la ligera sombra de una respuesta.

La había cagado. Había hecho el ridículo con Mal, había jugado a ser un superhéroe salvando a Juan y casi había salido trasquilado y se había cargado lo que tenía con Manu justo cuando más seguro estaba de quererla. La había cagado, pero bien. Y todo eso se sumaba a que seguía perdido, seguía sin rumbo definido.

Se llamó a sí mismo idiota varias veces y cabrón alguna que otra hasta que se serenó. Acariciar a Logan le ayudó en esa difícil tarea. Cuando se hubo calmado, volvió a prestar atención a la música.

Jamás hubiera creído ser uno de esos que se encierra en la letra de unas cuantas canciones para consolarse o fustigarse. Jamás lo hubiera creído hasta que se encontró a sí mismo volviendo a poner en Spotify la misma canción tres veces seguidas y entonándola en voz muy baja para su madre no le oyera.

Well you only need the light when it’s burning low
Only miss the sun when it starts to snow
Only know you love her when you let her go

Only know you’ve been high when you’re feeling low
Only hate the road when you’re missin’ home
Only know you love her when you let her go
And you let her go

Staring at the bottom of your glass
Hoping one day you’ll make a dream last
But dreams come slow and they go so fast

You see her when you close your eyes
Maybe one day you’ll understand why
Everything you touch surely dies

Sólo que cuando la cantaba no sabía en quién estaba pensando.


Martín es un mestizo
que entró en la protectora madrileña PROA el pasado mes de abril. Aún es un cachorro inocente y busca un hogar.

Con ese nombre no he podido resistirme a traerle aquí para ver si encontramos un buen hogar para él. Y si no es así, al menos algún padrino.

Todos los perros de Proa se entregan vacunados, desparasitados, esterilizados, con chip y con contrato de adopción. Solo en Madrid.

Contacto: adopciones@proaweb.org

Y si no podéis esperar al siguiente capítulo ya sabéis que podéis comprar mi primera novela, Galatea, una novela de ciencia ficción solidaria con los perros y gatos abandonados, ya que la mitad de los beneficios irán destinados a ellos.

Algunas reseñas y entrevistas sobre Galatea en Lectura y Locura, JotDown, Público, El Diario, Nuevo BestSeller Español, Microsiervos, 20minutos, PACMA o TodoLiteratura.

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2 comentarios

  1. Dice ser Andres

    Bonito final para el capitulo de hoy.
    Que necesaria la música siempre.
    Enhorabuena Melisa

    17 julio 2015 | 9:25

  2. Dice ser lola amigo

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    ……..
    queda claro verdad?
    y no soy ninguna adolescente, como bien sabes, pero me gusta un montón
    cuando empieces a pedir personajes favoritos, creo que tendré un problema …. o quizás no

    17 julio 2015 | 9:28

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