Si los problemas de la adolescencia ya son bastante jodidos, supongamos que encima somos un superhéroe. Para mayores señas, Superman. Tener superpoderes que no podemos controlar y no saber nada de nuestros verdaderos padres (que nos arrojaron al espacio en un huevo volador) son algunas de nuestras menores dificultades, sobre todo si lo comparamos con nuestro enamoramiento de Lana Lang, una lánguida animadora de almendrados ojos verdes, que elige para sus escarceos a los musculitos más populares del instituto.
Para mayor desgracia (además de vivir en una granja de Kansas −eso sí es la Fortaleza de la Soledad, my friends−), nuestro pequeño pueblo está infestado por todo tipo de frikis mutantes debido a una lluvia de meteoritos que también dejaron la cabeza de Lex Luthor como una bola de billar. Pero Luthor no es nuestro enemigo. Todavía no. Sino un treintañero que no tiene nada mejor que hacer que pasar sus veladas con unos adolescentes con las hormonas a flor de piel.
Para más inri, Luthor Junior, que tiene una relación conflictiva y malsana con su papá, Lionel Luthor, se huele que no somos el cándido granjero que aparentamos, y se dedica, además de tomar espirituosos en su mansión, a espiarnos en cuanto nos damos la vuelta. Pues bien: todos estos ingredientes dieron como resultado Smalville, una de las series más ligeras y entretenidas que he visto (vacíacocos hasta límites de Gran Maestro Zen de la Desconexión), y con la que me he hecho maratones antológicos.
Christopher Reeve |
Debo reconocerlo: SÓLO he visto ocho temporadas de las diez (¡diez!, habéis leído bien) que posee Smallville. Me enganché de casualidad. Estaba zappineando en un hotel y volvía una y otra vez sobre los mismos canales (como si de repente fuera a encontrar algo diferente por arte de birlibirloque). Y a la segunda vez dije, ¿ese no es el pobre Christopher Reeve? Lo era. Y le explicaba a un chico de mandíbula cuadrada y mirada ojiazul unos extraños símbolos que flotaban en una pantalla de ordenador. Entonces puse un poco más de atención. Cuando me quise dar cuenta había terminado el capítulo y sentía un ansia desmedida por tragarme otro. En cuanto llegué a mi casa me hice con las dos primeras temporadas y me pegué uno de los atracones más mayúsculos de mi experiencia seriéfila.
Unos ‘cliffhangers’ de alucinar berberechos
Si estáis flipando con los cliffhangers de la segunda temporada de Homeland (ya hablaremos, ya), os diré una cosa: no son nada en comparación con los de Smallville. Vale. Puede que esté exagerando. Pero de verdad que Smallville es una serie súper adictiva con unos finales de temporada de los que te dejan con la lengua fuera. En cuanto a su dinámica, sobre todo en las cuatro primeras temporadas, es muy similar a la de Expediente X:
- Un monstruito, previamente contaminado por Kriptonita, la monta gorda en el pueblo.
- Los chicos de The Torch, el periódico del instituto, liderado por la aguerrida Chloe Sullivan (donde también colabora Clark), buscarán la verdad con la ayuda del ordenador del colegio que SIEMPRE tiene acceso a bases de datos supersecretas.
- Con la ayuda inestimable de los poderes de Clark (que nunca son vistos por los otros), los intrépidos redactores acaban atrapando al mutante en cuestión.
- La forma más común de detener a los frikis −ya que Superman es un joven de buen corazón y no desea pulverizarlos con sus puños−, es lanzarlos unos cuantos metros más allá, a poder ser sobre algunas cajas de cartón que amortigüen el golpe.
- Luthor Jr. aporta su billetera para ayudar a atrapar a los monstruitos y, de estrangis, lleva su propia investigación sobre los extraños sucesos.
- Muchos de los freaks están enamorados de Lana, evidentemente para que nuestro superhéroe tenga que salvarla.
¡Todo por su culpa! |
Hablando de bichos raros…
Si Smallville es prolífica en algún aspecto es en tener más frikis por metro cuadrado que la Comic-Con. Además, los mutantes hacen de todo: te lanzan un rayo de fuego en cuanto les dices que Los Simpson son mejores que The Wire, te hielan hasta dejarte más azul que un arándano del Mercadona, te paralizan si no te gusta el último Batman de Nolan, te lanzan una nube de insectos si les quitas de su taquilla el póster de Lobezno, te pegan un calambrazo de alto voltaje si les ofreces amablemente crema para los granos, se transmutan en una tía buena para hacerte salir de tu habitación o te absorben la grasa corporal hasta dejarte más seco que Kate Moss.
¡Coño, si salto más que una pelota de goma!
Otro de los principales atractivos de Smallville es ver cómo Clark Kent va descubriendo sus superpoderes (así como uno descubre que ahí abajo se mueve algo y, además, es muy funny): los rayos X, lanzar fuego por los ojos, súper fuerza y velocidad, saltar más alto que Jesse Owens… Y, cómo no, el poder más molón del mundo: VOLAR. Porque eso de desayunar en Tokio un pulpito vivo y cenar un buen confit de pato en París, eso, amigos, no tiene precio.
Continuará…
Descubriendo los orígenes de Superman (especial Smallville II)