Son un guiño a la majestuosidad añeja de las arañas victorianas, pero con un toque oscuro que contrasta con el diáfano juego de cristales y forjados de esas antigüedades que se antojan entre delicadas y horteras.
Carolina Fontoura Alzaga, artista mexicana residente en Los Ángeles (EE UU), trata con material pesado. Con un mono de trabajo y en un taller que podría ser el de cualquier mecánico, modifica viejas cadenas de bicicleta en una versión industrial y algo punk de la estructura recargada de las arañas del siglo XIX.
El resultado es elegante y sobrio. La artista es capaz de hacerte olvidar que estás ante una estructura de elementos reciclados, despoja al trasto del estigma de inutilidad.
Reutiliza cadenas, ruedas, ejes y cualquier parte que le sirva para emular a las lámparas originales: aparatosas piezas que colgaban de techos con adornos de escayola e iluminaban viviendas de familias pudientes británicas que alcanzaron su estatus en la Revolución Industrial.
Fontoura recoge la materia prima de las chatarrerías, de «pilas que crecen, crecen y crecen» en las afueras de las ciudades. En sus obras, además de un sentido artístico, hay un fuerte componente de protesta, una llamada a la supervivencia. La artista denuncia que son muchos los que piensan que «la basura desaparece» cuando la tiran de sus casas, que no tenemos conciencia de que lo desechado tiene un solo destino: formar parte de un vertedero que sólo incrementa su tamaño.
Las arañas originales, símbolos de «riqueza, opulencia, poder e influencia», son la inspiración para darle un nuevo significado también a ese conjunto de palabras. Las lámparas de piezas de bicicleta representan el poder de dar un nuevo uso a lo que nos rodea, de no hipotecar nuestro futuro. «Podemos elegir el camino que nos lleva a la extinción de la humanidad o el que conduce a la evolución de la humanidad», dice la artista.
Helena Celdrán