El mes de la nada ha parado el tiempo irreal de las instituciones, lo demás va lanzado como manda septiembre.
Unos se juegan todo / todos pagan a unos / el iphone nuevo.
El mes de la nada ha parado el tiempo oficial, el otro va más rapido que nunca, ya de los nervios.
Ambos están a punto de descarrilar… por el entrelazamiento natural.
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Presencias a tope, fantasmas del pasado actual, resucitaciones de quita y pon, vigencias urgentes, alarmaciones, seres vivos o muertos doblados por ia de alquiler, apps que crean cuerpos para suplantar a personas vivas y muertas, grandes y pequeñas, locura de intensidades y terrores de pacotilla. Y verdaderos.
Billonarios sin nada que hacer más que pensar en qué podrían hacer si quisieran hacer algo, tecnológicas de sí mismas, jaleos, barullos, trifulcas en cada cumbre y en cada pasillo.
Imposiciones del poder en sus caídas múltiples, imposiciones de los poderes en sus decrepitudes y caducidades, contubernios, conjuras, urdiciones, silencios.
El mes de la nada pasa despacio para los enormes poderes anquilosados y velocísimo para los extremos: ciudadanos bajo las inflaciones siempre a punto de fugarse a no se sabe dónde (a ninguna parte, las vacaciones, si las hubo, ya pasaron) y megaempresas que cambian de manos en un minuto y medio segundo.
En el bloque inmóvil de los poderes electos y sus derivados, que cada vez son más numerosos y menos fácticos, el mes de la nada pasa sólo con ruido y furia y amenazas y admoniciones.
Y el fingimiento propio de la decadencia.
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El PIB estaba mal calculado/a.