Veinte Segundos Veinte Segundos

El big data del alma

El afán por ver el fin del mundo es el mayor riesgo de guerra nuclear

Datos contradictorios, paradójicos, vida eólica sana solar. Las energéticas no te van a dejar que las dejes. Nadie quiere perder nada, y menos la guerra. ¡Y menos las elecciones!

Pero todos queremos ver el fin del mundo.

Datos de bares a tope, poco gasto, pibs extraños, 0,2% y todo a tope, tiendas de saldos cutres en zonas de luxe, etc.

La logística, ciencia del alma, ha sustituído a la teología: fluye por internet, usa internet para su trasiego de paquetes que son deseos ardientes, inaplazables, todo para ayer.

Nadie tiene esa hora que te falta. Es el famoso lenguafuerismo. Fueros desaforados. También, leyes a toda prisa, chapuceras, para retocar un detalle imperioso, leyes que no llegan a sí mismas, sobreproducción de todo. ¿El lamentable estado de la justicia es solo español?

La logística es también, o principalmente, la ciencia del amor, la gran celestina, el mero azar enrutado.

Los afectos, sentimientos, ilusionismos esenciales para el ser vivo, necesitan la logística más que Amazon.

El mundo físico se colapsa porque las cosas tienen nombres equívocos, ni siquiera interesados. El poder, tradicional acuñador de nombres, va perdiendo poco a poco ese privilegio.

Las etiquetas y categorías, esenciales para ordenar el flujo de info y la locura mundi, están todas mal. Se desconfiguran por la propia velocidad de los seres vivos.

Las etiquetas definen y delimitan los mundos, el mismo universo. El adn y su arn van enroscados siempre rulando, las cuatro letras se engríen a veces, así que hay que buscar otras ilusiones para volverlas a su alfabeto original.

Van muy bien las ilusiones sin objetos, basadas en la pura nada. Tan fáciles de alcanzar como difíciles de desear.

Los nervios alteran y aceleran la logística del mundo. El vínculo entre los nervios humanos y los errores de las máquinas está por demostrar (excepto cada cual en su inaccesible intimidad). La logística, cuando se atasca, vuelve a reintroducir más nervios en la rueda y altera a las personas.

España es campeona de insomnios, quizá el sueño largo es una utopía, una superilusión que apela a nostalgia de tiempos que nunca existieron. ¿Dormían a pierna uelta en los años 50? ¿Y en el siglo II?

El insomnio es la otra cara del atasco de las cosas y de la aceleración de las almas, que funcionan y se comunican sin necesidad de internet. Las almas son inalámbricas, y cuando arrecian los nervios sus mensajes exceden la velocidad de la luz que Einstein topó (o topeo, del verbo topar) en vano.

La velocidad de las almas deja internet y sus routers y satélites y cables en el mundo que les es propio, que es el de las cosas (y los cuerpos), cuya mayor virtud es su dependencia de la gravedad: si todo fuera tan rápido ya habría llagado el fin del mundo, así que la lentitud, la pesadez y sus molestas fricciones y la exasperante velocidad lentitud de la luz mantienen el mundo en el formato célula, que casi linda con lo inmaterial, pero debe acatar las reglas de Newton y, peor aun, las cuánticas.

Y por eso consumimos tantos somníferos y vamos tan acelerados, por ver si en nuestro breve tiempo individual (el único que manejamos de momento) alcanzamos a ver el fin del mundo.

Este anhelo celular por ver el tope del universo puede ser el principal factor de riesgo de guerra nuclear.

 

Los comentarios están cerrados.