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Ya están aquí las ‘quitameriendas’

Domingo Martínez

Hace 48 años que no he pasado un mes de septiembre en mi pueblo, creo que como yo hay muchos otros y otras nacidos y críados en Baños de Valdearados que durante todo este tiempo no han visto una “quitameriendas”. Solía ser en las dos primeras semanas de septiembre cuando se acababan las faenas de la era. Si caía un chapazo, en las eras ya barridas y limpias brotaba una flor parecía a la del azafrán, una hierba, pequeño bulbo, de la familia de las liliaceas, flores de tonalidad morada y muy tóxica, se solía utilizar en medicina.

Una 'quitameriendas' (WIKIPEDIA)

Una ‘quitameriendas’ (WIKIPEDIA)

En Baños la llamábamos “quitameriendas”. La flor, que quedaba a ras de tierra, no era ninguna maravilla, pero era la primera del incipiente otoño, señal de que se acababa el verano y con él que las tardes eran más cortas, a partir de este momento no se merendaba en el campo (eras, viñas, limpieza de corrales de ovejas en el campo, fabricación de adobes, etc).

Este 9 de septiembre, después de 48 años, dando un paseo con mi madre (tiene 92 años), he visto las primeras “quitameriendas” del otoño. Como yo he revivido viejos recuerdos me parece que hay muchos otros a los que este escrito también les puede servir para recordar. Para los más jóvenes, que tal vez no han llevado nunca merienda al campo, no han disfrutado de ese rato a media tarde a la sombra de una hacina o de un árbol, les puede servir para conocer la relación entre las plantas, los animales y las costumbres de las zonas rurales.

¿Vamos al cine?

Por Noemi Reyes

Sala de cine. (ARCHIVO)

Sala de cine. (ARCHIVO)

A estas alturas de la película no es ningún secreto que ver una película en el cine, valga la redundancia, ha dejado de ser una costumbre (semanal en muchos casos para los más aficionados), para pasar a convertirse en un petit plaisir, el cual, la mayoría de españoles, nos podemos permitir sólo de tanto en tanto. Ya son cosas del pasado las tardes dominicales en las que el cine era el plan por excelencia y sin discusiones. Muy atrás han quedado las palomitas tamaño XL para compartir y los debates sobre la última “peli” que habíamos ido a ver, o sobre cuál iríamos a ver la semana siguiente.

Personalmente, ya hace tiempo que me cuesta recordar la última película que vi en el cine, lo cual me hace sentir tristeza y añoranza de aquellos tiempos felices en los que ésta era una afición apta “para todos los públicos” y no sólo para unos cuantos. Y no se trata de una cuestión de moda, de tecnologías o de cambio de costumbres, sino de prioridades. Y si no, sólo hay que hacer números y calcular el gasto que supone para unos padres y su hijo/a (sólo uno/a), ir al cine (el fin de semana, eso sí, que el Día del Espectador se hizo entre semana para que padres e hijos precisamente no lo puedan aprovechar). Seguiremos apretándonos el cinturón, también con uno de los pequeños placeres que nos quedaban a los amantes del cine y de las buenas costumbres.

Fiestas veraniegas en España

Por Agustín Arroyo

Charangas zumbando por todas las esquinas, cohetería horrísona, paellas humeantes y multicolores, calderetas populares de carne de toro repartidas en platos de plástico, vino peleón de la tierra, bares atestados, adolescentes en pantalones cortos luciendo tersos muslos bronceados, peñas uniformadas desfilando como disciplinados batallones tebanos, 125181desfiles y simulaciones de batallas y escaramuzas entre moros y cristianos, músicos improvisados intentando emitir melodías aprendidas a oído y machaconamente repetidas, espectáculos taurinos en plazas portátiles, encierros encauzados entre talanqueras, corporaciones municipales y fuerzas vivas encabezadas por bandas de música, casas consistoriales engalanadas con polícromas banderas, bailes nocturnos que culminan con toma colectiva de chocolate con churros a altas horas de la madrugada, dianas floreadas y pasacalles, toros ensangrentados escupiendo sangre por la boca, cucañas vecinales, meriendas y ágapes colectivos, algunas borracheras memorables con resacas invalidantes varios días, y el sexo joven de los veinteañeros en plena ebullición incontenible y en oleadas, atracciones de feria con música de estridencia ubícua, algunas procesiones de santos patronales y misas con roquete, comidas familiares regadas de espumeante cerveza y tinto de verano, derroche y excesos gastronómicos, barbacoas crepitantes, competiciones deportivas. Todo esto y algunas otras prácticas adicionales forman parte de la esencia y la naturaleza de nuestras fiestas tradicionales en España.