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Así nos imaginaban en el siglo XIX: iríamos a la ópera subidos en coches voladores

En el pasado, los libros e ilustraciones de ciencia ficción creyeron que el siglo XXI sería un espectáculo glorioso, sugerente, lleno de sorpresas aéreas, pero hoy, 10 de octubre de 2018, los habitantes reales de aquel futuro imaginado sabemos que fracasaron en su predicción.

Los patinetes no vuelan. No hay replicantes huyendo ni coches policiales aéreos que los persigan. El hombre sigue viviendo en cuevas que llama pisos (aunque paga por ellos el coste equivalente a 20 mamuts).

Seguimos habitando en pisos, sí, y temiendo a la gran depresión.

Erramos, casi siempre, al predecir el mañana o imaginarlo. Prueba de ello es esta curiosa ilustración con tintes humorísticos.

Se titula La salida de la ópera en el año 2000.

Le Sortie de l’opéra en l’an 2000. Albert Robida.

Le Sortie de l’opéra en l’an 2000. Albert Robida.

Fue pintada a finales del siglo XIX. La Ópera de París retratada un siglo hacia adelante. Hay coches voladores, autobuses flotantes y limusinas, damiselas vestidas a lo vintage y militares decimonónicos, cabalgando sobre extraños peces eléctricos, que aún blanden su espada en busca de duelo, antes de descender hacia los restaurantes con terraza abierta a los cielos parisinos.

Es obra del artista Albert Robida, que imaginó el futuro para sus contemporáneos. Llegó incluso a soñar un aparato que bautizó como el Téléphonoscope, una pantalla que emitía noticias las 24 horas y con la que podías ejecutar videoconferencias.

Publicó una serie vanguardista en el periódico La Caricature. Entonces el futuro, recientemente iluminado por la electricidad, era brillante y simpático.

Hoy los futurólogos del futuro nos dividimos entre pesimistas y tecno-optimistas. Unos ven el cambio climático y el desierto que se nos viene encima; otros, máquinas y nanorobots que nos harán inmortales en solo 20 años.

Me gustaba más la idea de ir a la ópera volando en patinete. Era una visión naif y perfecta para mí. Nada tan aterrador como vivir eternamente, pasando mi conciencia de un disquete a otro, en un desierto infame.