Me atrevo a intuir que me llevaría bien con el señor David W. Niven, del que nada sé excepto lo primordial para cimentar una fructífera amistad: le gustaba, como a mí, el jazz polvoriento y aún rugoso previo a la revuelta del bop post Parker; los desvaríos, deliciosos pero con exceso de pompa del modal post Miles, o locos pero demasiado chirriantes del free post Ornette.
A mi invisible amigo Niven le agradaba, por ejemplo, esta colección de lamentos de Louis Amstrong grabada entre 1028 y 1929, es decir, cuando el trompetista más sudoroso del mundo todavía era un músico para garitos donde sólo podías entrar, so peligro de paliza, si te acompañaba un negro con influencia entre la parroquia.