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Recuerdo emocionado del maestro Marichal

Esta foto espléndida de Juan Marichal, obra de mi colega Bernardo Pérez, me ha traído recuerdos bellos y emocionantes de mi maestro por excelencia. No pude evitar acudir a la web con sus obras completas y leer el obituario que le dediqué en el BILE (Boletín del Institución Libre de Enseñanza) como recuerdo de sus conferencias en la Universidad de Harvard y de la última visita que le hice a su casa de Cuernavaca (México) poco antes de su muerte en 2010. ¡Inolvidable maestro!

Juan Marichal, fotografiado en Madrid por Bernardo Pérez

Con Juan Marichal, Solita Salinas y Amalia y Vicente Llorens, de excursión por Newburyport y Plumb Island (Mass)

Juan Marichal y Solita Salinas con nuestro hijo David en su casa de Cambridge (Mass)

Copio y pego las páginas de mi artículo «Marichal saca petróleo de Gongora», incluido en el volumen/homenaje del BILE a Juan Marichal.

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El Quijote cabalga de nuevo… en América

Excelente homenaje de Jordi Soler (que no es primo mío) al ingenioso creador del Quijote en el Día del Libro, aniversario de muerte. Hoy me desayuné, con mucho gusto, su artículo de El País y os lo recomiendo. También yo descubrí El Quijote (y a mí mismo) al otro lado del Atlántico. En la Universidad de Harvard (1976-77), de la mano del profesor argentino Raimundo Lida (un curso completo sobre el Quijote), del exiliado español Juan Marichal (en su curso Humanities 55) y de los escritores Carlos Fuentes y Octavio Paz (en reuniones y seminarios) recuperé el orgullo y el placer de compartir la lengua de Cervantes… y de Rubén Darío.  Un buen artículo de Jordi Soler al que solo descubrí una errata. Como dice mi amigo Manolo Saco, otro cervantino, «las erratas son las últimas que abandonan el barco».

Artículo de Jordi Soler, hoy en El País.

Una de mis primeras tallas de Cervantes en madera de cedro. Fue mi pequeño homenaje a Lida y a Marichal por enseñarme a amar El Quijote.

Con mis colegas de tallasmadera.com (en Bellas Artes Coronado) presumiendo de mi Cervantes.

El artículo de Jordi Soler me trae muchos recuerdos entrañables del otro lado del Atlántico.

Con Solita Salinas y Juan Marichal en su casa de Cambridge (Mass) dando de comer a mi hijo David, el padre de mi nieta Ana Isabel.

Con Solita Salinas, Juan Marichal, Vicente Llorens y su esposa Amalia, en una excursión a Newburyport y Plumb Island (Mass).

Juan Marichal y Solita Salinas, en mi casa, con el juez Garzón, celebrando la detención del dictador chileno, Augusto Pinochet.

Con mi maestro, Juan Marichal, en Cuernavaca (Mexico), donde falleció poco después de nuestro último encuentro.

 

 

 

España eres tú, querido Iñaki

Anoche vi, no sin cierta tristeza, la despedida periodística de Iñaki Gabilondo en Movistar con su «última» pregunta a varios entrevistados de campanillas: «¿Qué (diablos) es España?.

Iñaki Gabilondo , el gran escuchador

Desde mi sofá me dieron ganas replicarle al gran escuchador: «¿Y tú me lo preguntas? España eres tú». Eso pensé yo anoche. Y hoy leo la columna del joven Jordi Amat en El País que concluye con la misma línea: «España podrías ser tú». Sin conocernos, ambos hemos llegado a la misma conclusión, una conclusión cargada de esperanza y buena leche sobre el presente y el futuro de nuestro país. Aquí abundan los Iñakis moderados, dialogantes, esperanzados, firmes en sus principios, duros con las espuelas y blandos con las espigas… Aunque los entrevistados hurgaron, incluso se regodearon, en nuestras heridas históricas, el programa resultó equilibrado y digno del maestro Gabilondo. Me gustó.

Columna de Jordi Amat, uno de los invitados de Iñaki, en El Pais de hoy.

La pregunta, pese a pecar de repetitiva desde el Desastre del 98, es pertinente en estos momentos de zozobra por la polarización política (mucho de boquilla) y los discursos de odio de los extremistas. Sin embargo, no veo razón para tanto pesimismo y desasosiego como dejaba entrever Iñaki en su despedida (que no me creo) de los micrófonos. Basta con leer y/o viajar para comprobar que España no es diferente, como vendía Fraga, ministro de Franco y padre del PP. En lo fundamental, nos parecemos mucho a los demás países europeos y, en lo accesorio, podemos sacar pecho frente a varios de ellos.

Recordaba anoche una frase que, sobre la Transición de la Dictadura a la Democracia, me dijo el profesor Galbraith en los años 80, paseando por en el yard de la Universidad de Harvard: «Es increíble lo que habéis conseguido en España». Me sentí orgulloso y agradecido, por la parte pequeña que me tocaba. Ya vale de flagelarnos más de lo imprescindible.

Cito al profesor Galbraith en el Epílogo de mi libro «La prensa libre no fue un regalo»

Me sorprendió que, entre tantos sabios invitados, apenas se mencionaran los orígenes medievales de España (cristianos, musulmanes y judíos) que son la base de la posterior leyenda negra contra el imperio que tanta sospecha vertió sobre «limpieza» religiosa de los españoles. Aquel «melting pot» de las tres culturas (que convivían y se mataban, volvían a convivir y a matarse) tuvo una enorme influencia en los debates académicos sobre el ser de España que protagonizaron Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz, entre otros.

Durante largas y ricas conversaciones, tales debates se han repetido en las sobremesas de mi casa. Hace poco, encontré en una foto/joya de aquellas tertulias en mi sótano.

Juan Marichal, Solita Salinas, mi esposa Ana Westley, Gabriel Jackson y un servidor, en el comedor de mi casa.

Pese a mi costumbre de gran hablador, en esas reuniones con tales maestros y amigos yo me convertía en un obligado (y embobado) escuchador. Como el Iñaki de anoche.

Mi madre tenía la costumbre de hablarme cuando yo salía en la tele. Solía decirme: ¡Qué estropeado estás, hijo mío! Pues anoche estuve a punto de hacer de apuntador y hablarle yo al colega Gabilondo que aparecía en la pantalla. Me hubiera gustado contarle la frase que aprendí de Alfonso Escámez, un aguileño que llegó de botones a presidente del Banco Central, el primero de España. La atribuía San Agustín:

«Cuando me considero soy un pecador, pero cuando me comparo soy un santo».

Pues eso, querido Iñaki. Ya quisieran los colegas europeos tener entre ellos a un periodista, uno solo, como tú.  Levanta esa moral y disfruta a tope de la jubilación.  Que 80 años no es nada…

Y enhorabuena por tu carrera profesional que admiro y envidio (no sé en qué orden). Suerte en las próximas décadas.

 

 

El tiempo agiganta la figura de Ontiveros

Muchos personajes importantes hablaron ayer de la figura imponente de Emilio Ontiveros, catedrático, economista, divulgador, escritor, científico, empresario…

Recordando a Emilio Ontiveros

Para mí, fue el Keynes español del siglo XX. Todos alabaron, con razón, su grandeza en cada campo que tocó, en sus libros, investigaciones, análisis, innovaciones. A los tres meses de su muerte, tan prematura, apenas presté atención a los discursos espléndidos, en fondo y forma, a los halagos póstumos merecidos de mi amigo Emilio.

Con todo el público aplaudiendo en pie, la vicepresidenta del Gobierno, Nadia Calviño, entrega a los hijos de Ontiveros la Medalla de la Orden del Mérito Civil, concedida al maestro a título póstumo.

Mi mente voló a tiempos pretéritos cuando nos conocimos, hace medio siglo, en un bar, modesto pero limpio, de la calle Toledo. Todos hablaron de sus logros, de sus aportaciones a la ciencia y a la divulgación económicas. Sí, pero apenas mencionaron su bondad natural, sin impostura, ni sus abrazos apretados con golpes sonoros en la espalda, su amable sinceridad, su fino sentido de humor y sus carcajadas, su forma apasionada y humilde de disfrutar del conocimiento y compartirlo, su curiosidad voraz, su generosidad y su amor por la gente.

Emilio en mi casa con media pandilla. En primer plano, mi hijo David que ya tiene 34 años.

Emilio con Ángel Berges, su amigo y socio de toda la vida.

Mi mente, cargada de minucias cariñosas y recuerdos entrañables, recordaba al amigo, no al genio. Fui repasando, como en una película interior, aquel día, cuando hablamos por primera vez, ante un menú económico, de cómo arreglar España e incluso el mundo si se terciaba. Emilio venía del PT (Partido del Trabajo). Era progresista y un poco más «rojo» que yo.

Con mi suegra Geraldine Westley, Solita Salinas y Juan Marichal, en primer fila. Lorenzo, Flavio, Joaquín y Emilio, al fondo. Ana Cañil da de comer a mi hijo David, su ahijado.

Luego convergimos en los ideales de la socialdemocracia para mejorar la vida de la gente y regular la voracidad de la mano invisible del mercado.

Amigos de Emilio: Joaquín Estefanía, Pepa Bueno, Miguel Ángel Noceda, Andreu Misé, Claudi Pérez y un servidor, al término del acto. Repoker de ases y reina de diamantes. Faltó en la foto nuestro Xavi Vidal Folch.

¡Tantos recuerdos inolvidables en mi casa de Almería y en la suya de Rascafría con Mencha y sus hijos! Sin su ayuda, y la de Iñaki Santillana, nunca hubiera concluido con éxito mi tesis doctoral sobre el mercado de la noticia, que comencé a preparar en la Universidad de Harvard (1976-77). El profesor Ontiveros formó parte del tribunal de doctorado de la Complutense ante el que defendí mi tesis. Cuando Televisión Española me despidió como corresponsal en Nueva York, tras la entrevista preelectoral que hice a José María Aznar en 1996 (con preguntas que el «hombrecillo insufrible» no apreció), Emilio me animó a buscar refugio académico en la Universidad de Almería, mientras amainaba la tormenta desatada por la Moncloa para expulsarme del periodismo. (Lo cuento con más detalle en mi libro «La prensa libre no fue un regalo»).

Ignacio Ontiveros glosó la figura de su padre. La intervención más entrañable del acto.

Emilio y Mencha reinaban en Rascafría (Madrid), junto a mis compadres Ana Cañil y Joaquín Estefanía, María e Iñaki Santillana y otros amigos que habían fijado allí su segunda residencia. Atraídos por el «Círculo de Rascafría», Ana Westley y yo quisimos reconstruir un pajar arruinado para convertirlo en nuestra cabaña de jubilación y compartir los fines de semana con nuestros amigos más queridos del valle del Lozoya. Emilio me dijo, entre risas, que mi presencia (yo salía entonces en el Buenos días de TVE) había revolucionado el mercado inmobiliario de los corrales abandonados de la sierra y disparado los precios. Dormíamos en su casa, o en la de los Santillana o de los Estefanía. Ese sueño de jubilación lo acabamos cumpliendo en Almería, junto al Mediterráneo.

Me colocaron en un sitio de honor, junto al joven Ignacio Escolar, hijo de Arsenio, y director de eldiario.es. Compartimos fotos de sus hijos y mis nietos.

Lo más emocionante del homenaje de ayer a Emilio Ontiveros fueron las intervenciones de su compañera Monserrat Dominguez, de su amigo y socio Ángel Berges y de su hijo Ignacio. Lo más divertido, que hubiera provocado sonoras carcajadas a nuestro Emilio, fue el discurso, agudo y certero, de Manuel Vicent, siempre genial.

Manuel Vicent cerró el acto con un retrato literario magistral de Emilio que nos hizo reír y… casi llorar.

Fue el broche de oro al homenaje que AFI (Analistas Financieros Internacionales) dedicó al gran hombre que fue el sabio Ontiveros. Solo dos economistas fueron mencionados varias veces durante el acto: Keynes y Ontiveros. No fue casual. La figura de mi amigo Emilio se va agigantando a medida que pasa el tiempo y, no sin dolor, tratamos de digerir su pérdida descomunal. DEP.

Fundación AFI Emilio Ontiveros

 

 

Hace tres días que mi hermano Emilio no trabaja…

Su hijo Nacho nos lo anunció: «Se lo llevan». Luego se hizo un silencio profundo en torno a su ataúd y su última foto. Del velatorio de Emilio Ontiveros, mi amigo y maestro, me sobresaltó el silencio. Diez minutos de un silencio espeso, tan pesado como si la lápida de una tumba cayera sobre tantos bellos recuerdos compartidos.

Foto de Emilio

Foto de Emilio Ontiveros, puesta en un atril junto a su ataúd.

Antonio Machado escribió, en el entierro de un amigo, que «un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio». Eso era antes. Anoche, 2 de agosto, a las 23,10, no sentimos ningún golpe ataúd en tierra. Tampoco se rasgó la cortina del Templo, según dicen los evangelistas que ocurrió tras la muerte de Jesús. Lo que sí ocurrió es que un funcionario severo y ceremonioso del Tanatorio madrileño de La Paz dio a un botón y cerró lentamente la cortina que separaba a unos cincuenta amigos del féretro que contenía el cuerpo muerto de nuestro Emilio.

En ese mismo instante, nos estremeció el resplandor de varios relámpagos seguidos de rayos y truenos. ¡Ay, aquel rayo! Te estremece, sí, pero te ilumina a la vez. No hubo discursos. No hacían falta. Los llevábamos por dentro. Algunos no pudieron contener las lágrimas. Otros liberamos la tensión con un resoplido y algún suspiro. Nos faltaba el aire.  Luego, se despidió el duelo con abrazos, muchos abrazos, fuertes como los que nos daba Emilio. ¡Qué temple el de Mencha y Montse, la primera y la segunda esposa de Emilio y el de sus hijos!

Salimos del Tanatorio en silencio, arrastrando los pies, a paso lento, conscientes del crepitar del honro en el que, en esos momentos, ya estaban incinerando el cuerpo del maestro Ontiveros. Al salir a la intemperie del parking, una lluvia pesada, de gotas gordas, nos empapó a todos. Rayos y truenos en Tres Cantos, tras una tarde tórrida de agosto. Si Emilio tuviera evangelistas, en lugar de economistas y periodistas, narrarían la tormenta tremenda de anoche como un signo sobrenatural que marcó la hora de su entierro. Pero allí no abundaban evangelistas ni creyentes en cuestiones religiosas. Habíamos despedido a un hombre bueno, a un científico, que profesaba la investigación y la duda, y, como Pascal, también a un amante de «las razones del corazón que la razón ignora».

Por la lluvia, tan intensa, casi no veía la carretera. Aflojé la marcha hacia la M-40 y me puse en el carril de los lentos. Fui repasando de memoria mis poemas favoritos sobre la muerte de un amigo. La Elegía de Miguel Hernández en la muerte de Ramón Sijé y el de Antonio Machado dedicado a Giner de los Ríos. Me los aprendí de memoria cuando a los 20 años perdí a Manolo Do Campo, mi mejor amigo de la infancia. Los refresqué cuando en 2007, en trágico accidente de tráfico, murieron de golpe mi hermana, mi cuñado y mi sobrina. A los entierros acudes, lo quieras o no, con todos tus muertos a cuestas. Eso me pasó anoche. Un triple duelo.

Me costó dormir. Pensaba en la vida de Emilio, tan plena, tan llena de bondad, de ternura, de generosidad. Y otra vez, recordé a Machado: «Lleva quien deja y vive el que ha vivido». Pues sí. Emilio nos ha dejado mucho de él dentro de nosotros y seguirá vivo mientras le recodemos.

Al despertar me encuentro con este mensaje de Ana R. Cañil, la madrina de mi hijo David, que nos anima «a gestionar la orfandad en que nos ha dejado Onti».  Lo opio y pego:

«Qué fotos Jams! Qué jóvenes éramos. El reencuentro en  la despedida de ayer, la entereza de Montserrat Domínguez, esa compañera de Emilio que nos ha animado hasta el último segundo, y la fuerza de toda la familia Ontiveros.  Ah, y tu memoria y charla, querido JAMS. Como no te gustan los silencios los llenaste todos. Gracias Ahora, a gestionar la orfandad en que nos ha dejado Onti.»

Gracias, comadre. En efecto, Onti nos deja huérfanos… y un poco más solos.

Adiós, Emilio, amigo y maestro. Descansa en Paz.

Estas son las fotos que menciona la Cañil en su mensaje:

Emilio en mi casa con media pandilla. Mi hijo David, en primer plano, ya tiene 34 años.

Con mi suegra, Solita Salinas y Juan Marichal, en primera fila. Lorenzo, Flavio, Joaquín y Emilio, al fondo. Ana Cañil da de comer a mi hijo David, su ahijado

Emilio nos dirige en La Magdalena

Con Ollora, Ontiveros y Santillana en Rascafría

Así eran los abrazos de Emilio.

Con Emilio en algún acto del diario 20 minutos antes de jubilarme.

Emilio Ontiveros, una herida difícil de cerrar

Ha muerto Emilio Ontiveros, nuestro Emilio, amigo y maestro. Su ausencia nos deja una herida muy difícil de cerrar. Entre los amigos de la pandilla de hace medio siglo, nos hemos cruzado mensajes y llamadas de desolación y dolor.

Con Emilio Ontiveros en algún acto de 20 minutos.

Luego vinieron las noticias. Muchos colegas del periodismo económico y catedráticos de primera fila han celebrado sus méritos académicos, pedagógicos, y han destacado su excelencia para la divulgación de los asuntos más intrincados de esta ciencia que, no sin razón, llamaron «lúgubre». Porque Emilio nos daba digerida la información económica para que nos fuera útil y nos hiciera más felices y prósperos. No solo era un gran economista, era mucho más que eso: era una buena persona.

Emilio nos dirige en un curso de La Magdalena en Santander. Soy el último de la fila.

Muchos, más sabios que yo, se quedarán cortos en este día tan triste que llaman de las alabanzas. Otros, por modestia, no mostrarán sus lágrimas por la pérdida del amigo. Fijaos. Toda la vida escribiendo y ahora me faltan las palabras justas que Emilio merece en ese obituario lleno de dolor y tristeza.

Así eran los abrazos y francos y cariñosos de Emilio Ontiveros

Pocos habrán resaltado que cuando Emilio te daba un abrazo era un abrazo fuerte, de los de verdad. Y cuando te apretaba el brazo y te atraía hacia sí era una muestra de cariño inigualable. Tantas risas compartidas en más de 50 años… Tantos recuerdos que se agolpan en mi memoria cargados todos de ternura y generosidad. Porque Emilio era tierno y generoso. Firme, también, en la defensa de sus principios éticos y políticos que tengo el orgullo de compartir.

Emilio en mi casa con media pandilla de amigos.

Recién licenciado del Ejército, a punto de fundar el semanario Cambio 16, allá por 1971, le conocí en una taberna, modesta pero limpia, de la calle Toledo. Era de mi quinta. Fue un flechazo a primera vista. Él era entonces más rojo que yo, pero ambos queríamos cambiar el mundo. Con la potencia de sus argumentos y su gracia y sencillez para divulgar sus profundos conocimientos científicos, Emilio ha contribuido a dejarnos un mundo mucho mejor. Ya lo creo. Le debemos gratitud eterna.

Con mi suegra, Solita Salinas y Juan Marichal, en primera fila. Lorenzo, Flavio, Joaquín y Emilio, al fondo. Ana Cañil da de comer a mi hijo David, su ahijado.

El 13 de julio pasado nos intercambiamos mensajes sobre su salud que parecía mejorar y para preparar una de nuestras tradicionales paellas con Iñaki, Joaquín, Paco, etc. ¡Qué golpe tan duro!

[13/7 20:41] E. Ontiveros: JA, venga esa paella celebratoria!!! Nos la merecemos: desde luego tu. Abrazo muy fuerte!!
[13/7 21:00] José A. Martínez Soler: Iñaki y Paco van a buscar fechas. Y nos dirán. Tengo muchas ganas de darte un abrazo
[13/7 21:01] E. Ontiveros: Yo también!! Enhorabuena por tu libro!
[13/7 21:15] José A. Martínez Soler: ❤

Pocos días después me escribió un mensaje… que borró nada más enviarlo. Decía: «Este mensaje ha sido borrado». El resto de mi vida me estaré preguntando que quiso y no quiso decirme Emilio con sus últimas palabras. Hoy he sabido que en esos días sufrió el último ataque que acabó con su vida tan fértil y generosa. Emilio era de esas personas que te ayudan a restaurar la confianza en el ser humano.

Con Ollora, Ontiveros y Santillana en Rascafría

Adiós Emilio, amigo y maestro. Mi más sentido pésame para toda su familia. No hay lágrimas para cerrar esta herida. Descansa en Paz.

 

Exilio, oposición interior y transición democrática, según Villares

En el venerable salón de actos del Ateneo de Madrid, el profesor Ramón Villares rindió ayer un singular homenaje a los cientos de miles de españoles exiliados que perdieron la guerra civil y, desde su largo y penoso destierro, contribuyeron a la transición pacífica desde la dictadura de Franco a la Constitución democrática de 1978. Su último libro, «Exilio republicano y pluralismo nacional» (Ed. Marcial Pons), fue presentado ayer por el autor y por Ángeles Egido y Antonio García Santesmases.

Portada del libro de Ramón Villares.

De sus intervenciones y de la lectura del ensayo de Villares se desprende una cierta ingratitud por parte de la oposición interior al franquismo (el exilio interior) hacia los hombres y mujeres del exilio exterior, que mantuvieron vivos los ideales democráticos de la II República y nos cedieron una parte importante de su legado histórico. La deuda que tenemos los demócratas españoles con quienes sufrieron tan largo destierro y ayudaron a la Transición sigue pendiente. Los exiliados de la España peregrina, convertidos por Franco (con ayuda del «hisopo eclesial») en apátridas, en no españoles, mimaron durante décadas los valores republicanos y, en su momento, cambiaron incluso, no sin dolor, república por democracia, europeísmo, reconciliación entre vencedores y vencidos y pluralismo nacional. Este libro, con minuciosa documentación y rigor histórico, viene a saldar una parte de dicha deuda.

Contraportada de libro de Villares.

El profesor Villares une exilio y transición mediante un análisis de gran finura intelectual y delicadeza en el tratamiento de los hechos históricos. Me gustó regresar ayer a mi Ateneo, olvidado por la pandemia, y saludar a colegas interesados por los españoles «transterrados», tal como los llamaba mi maestro Juan Marichal que siempre llevó España a sus espaldas.

Con Solita Salinas, Juan Marichal y mi hijo David, en su casa de Cambridge (Mass).

Sus clases y tertulias, al otro lardo del Atlántico, me cambiaron la vida, cuando tuve que huir de la Dictadura, tras sufrir secuestro, torturas y un fusilamiento simulado, a los tres meses de la muerte del dictador, por miembros de la Guardia Civil del franquista general Campano. En algunos capítulos, el libro de Villares me ha producido varios ataques de nostalgia, pues cita a exiliados notables como Juan Marichal y José Ferrater Mora, con quienes compartí clases y veladas inolvidables en sus casas de Massachusetts y Pensilvania. O a Vicente Llorens, secretario del presidente Juan Negrín, experto en el exilio tanto como en la Literatura Española.

Con los exiliados Solita Salinas, Juan Marichal (con boina) y Vicente Llorens y su esposa Amalia, en una excursión a Plumb Island y Newburyport (Mass) a los pocos meses de la muerte de Franco.

El ensayo se cierra con un epílogo titulado «La canción del exilio» en el que escribe: «Los exiliados se habrían llevado, como cantó Léon Felipe, lo mejor de la cultura española. La España de Franco se quedaría con la «hacienda, el caballo y la pistola», pero qué importaría todo aquello, <<si yo me levo la canción>>.

<<El legado político del exilio>>, según Villares, <<fue más decisivo del que los protagonistas en el interior de la transición democrática quisieron reconocer, porque, a fin de cuentas, en el pecado del adanismo se lleva la penitencia de descubrir que siempre hay una <<caja de música>> en la que se guarda otra versión del pasado que no pasa».  Ayer pudimos escuchar en el Ateneo de Madrid unas notas agridulces de esa <<caja de música>>

Gracias, profesor Villares, por su libro. También, por estampar en él su firma. Mi ejemplar, lleno de notas a lápiz, ya vale más.

Autógrafo. «Para José Antonio Martínez Soler, que conoce la transición de primera mano».

 

Desde el 78, la tolerancia no es extranjera en España

Un puente laico-católico bien aprovechado. Ya lo creo. Entre la fiesta (democrática y aconfesional) de la Constitución y la fiesta (tradicionalista y católica) de la Inmaculada, terminé la lectura de «República encantada», de mi casi paisano José María Ridao, nacido en Madrid (1961) de padres de Antas (Almería).

Portada de «República encantada», de José María Ridao, una obra cervantina, con marca páginas del Quijote que dibujó mi hijo David Martínez Westley con 8 años. Las casualidades existen.

Habíamos perdido el contacto personal desde hace años, pero la lectura reposada de su última y, a mi juicio, mejor obra me obligó a felicitarle de inmediato.

José María Ridao

Y ahora me obliga a recomendarla vivamente a todos aquellos españoles que valoren el debate, de mucha enjundia, que plantea el subtítulo de su libro: «Tradición, tolerancia y liberalismo en España». Ridao me transportó , de pronto, a mis clases en Estados Unidos con grandes maestros del exilio republicano cuyas lecciones me reconciliaron con España y su historia. En 1976-1977, por primera vez, sin mérito por mi parte, pude sentirme orgulloso de ser español. 

Con Solita Salinas, Juan Marichal, Vicente Llorens y su esposa Amalia, en Newburyport, Massachusetts. (Invierno de 1977)

Copio y pego unas frases de nuestro breve intercambio entre Madrid y Delhi:

«[7/12 15:52] José A. Martínez Soler: Gracias a ti por tus obras. Esta última es, a mi juicio, la más profunda. Me has recordado a mis maestros Vicente Llorens, Raimundo Lida y Juan Marichal (discípulo de don Américo). Y, por supuesto, a mi paso feliz por Antas donde fui pregonero, gracias a una Ridao y a una Celia Soler, hija del alcalde. No pares. Un abrazo.

[7/12 16:01] José Maria Ridao: Muchas gracias, José Antonio. Esa es la tradición que haría de España un país menos brutal, pero no parece que tenga muchos partidarios; la tradición a la que Azaña se refería como la «queja murmurante al margen de lo ortodoxo». Y añadía: «somos sus herederos». Esos maestros tuyos lo son sin duda, y los demás hacemos méritos para serlo. Un abrazo fuerte.»

Contraportada del libro de Ridao

No quiero destripar el libro, pero, en su último capítulo dedicado, con emoción, a Juan Goytisolo (otro casi almeriense), José María Ridao cierra el círculo. Copio y pego (pag. 313):

«…junto a la España desabrida del tradicionalismo, existe otra siempre derrotada, pero irreductible y perseverante. Amor a España, a esa otra España, ¿con qué expresión referirse, si no, al sentimiento que Juan dejaba traslucir al hablar del Arcipreste, de Rojas, de Delicado, de Cervantes, de Blanco, de Galdós, y, en fin, de la España a cuyo sueño todos ellos se mantuvieron fieles? Juan había vuelto a estos autores durante los últimos años de su vida para, según me dijo, despedirse de las obras en las que había encontrado el país que el suyo no le ofreció…»

Ridao recurre, al final, a Tucídides:

«La función de la política es evitar que el odio sea eterno».

Amén.

Con mi maestro y amigo Juan Marichal, en su casa de Cuernavaca, Mexico, poco
antes de su muerte. Me despidió con tres palabras de Azaña: «Paz, piedad, perdón«.

https://juanmarichal.org/assets/jose-antonio-martinez-soler-sobre-juanmarichal-en-harvard-%2c-para-el-bile-especial-(1).pdf