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Un empate que me sabe a victoria

Al año de la muerte de Emilio Ontiveros y al día siguiente de incinerar a Ramón Lobo, no estaba yo hoy muy acertado con la raqueta. Perdía la concentración que, en el tenis, es más importante que la técnica y el físico. Mi hijo Erik, que vestía la camiseta de «La prensa libre no fue un regalo», me empezó ganando el primer set que llamamos «de calentamiento». Yo defendía los colores de 20 minutos.

Un empate 1-1 que me sabe a victoria. En el Polideportivo de La Bombilla no se habla de otra cosa.

A Ramón Lobo no le habría gustado que perdiera hoy al tenis y utilizara como excusas la tristeza y el desconcierto que aún me embarga por su fallecimiento tan prematuro. De modo que reaccioné y le gané a Erik el segundo set que llamamos «el oficial». Dos horas intensas que me han dejado como nuevo. Y con un empate 1-1 que me sabe a victoria. No como la del pobre Feijóo, que sigue creyendo (o nos lo quiere hacer creer, sin éxito) que ha ganado lo suficiente como para formar Gobierno cuando nadie le quiere salvo los bárbaros de VOX.

Feijóo debería preguntar a los barones del PP que han formado gobiernos siendo los perdedores en votos y escaños.

Os parecerá que esta mini crónica del empate al tenis frente a un joven es una minucia. Ya, ya. Cuando lleguéis a mi provecta edad, veréis a qué sabe este resultado en la pista.

Las futbolistas españolas celebran hoy su gran victoria. Pasan a cuartos en el Mundial.

Me siento tan feliz como la selección española femenina de fútbol que hoy ha ganado 1-5 a Suiza. Orgulloso de nuestras jugadoras. Menudas atletas. ¡Vamos España! A por la semifinal del Mundial.

 

 

Crisis y defensa del Estado del Bienestar

Joaquin Estefanía, uno de los mejores divulgadores económicos que conozco, nos ofrece hoy un análisis espléndido de la crisis del Estado del Bienestar en los países que lo disfrutaron desde el fin de la II guerra mundial.

Estefanía firma en la portada de El País de hoy. Un espléndido análisis, pero…

Soy fan de Estefanía, pero hoy peca de cierto pesimismo. Habla, sobre todo, (con gran erudición) de la crisis profunda que sufre el modelo socialdemócrata, que salvó al capitalismo desde el crack del 29 hasta la caída del muro de Berlín en 1989 y venció al fascismo y al comunismo. No le falta razón. El declive es cierto, y las razones que lo explican son claras en su análisis, pero las reacciones potentes en su defensa, también. Y eso le falta.

Análisis de Joaquín Estefanía, en la portada de Ideas, en El País de hoy.

Cientos de miles de ciudadanos se manifiestan hoy mismo en Madrid y ayer lo hicieron en París reclamando sanidad publica y jubilaciones dignas. El laborismo británico está en auge, enterrando a los conservadores matarifes del Estado del Bienestar. Donald Trump perdió las elecciones y Bolsonaro, también. Tanto Trump en EE.UU. como Bolsonaro en Brasil fracasaron en sus respectivos asaltos violentos a los pilares sus respectivas democracias, después de haber dejado el Estado del Bienestar hecho un guiñapo. Y el presidente Joe Biden prometió solemnemente hace unos días subir los impuestos a los más ricos para luchar contra la desigualdad rampante en EEUU donde «los multimillonarios pagan menos impuestos que un bombero o una enfermera». Por tanto, hay motivos para cierto optimismo, querido Joaquín. «Los males de la Democracia se curan con más Democracia» (no recuerdo al autor de esta frase). Amén.

Joaquín Estefanía (con barba), presentando mi libro («La prensa libre no fue un regalo») en el Ateneo, junto a Manuel Saco, autor del preámbulo.

Joaquín y yo hemos compartido años de trabajo, codo con codo, en El País y de lucha anti franquista, y hemos defendido con convicción el Estado del Bienestar desde los años de la ominosa Dictadura de Franco. Nunca faltaron en esos debates nuestros amigos Emilio Ontiveros e Iñaki Santillana, entre otros ilustres miembros del «circulo de Rascafría». A pesar de los pesares, lo que ha ocurrido en España desde entonces hasta hoy (pasamos de 1.500 a 30.000 dólares per capita) ha sido casi un milagro. La realidad, en ocasiones, parece increíble.
Sin embargo, por muy pesimista que nos parezca su análisis, vale la pena leerlo y subrayarlo. Lo recomiendo vivamente. Es una llamada de atención, casi de alarma, a los ciudadanos y a los líderes políticos para que espabilemos y no nos dejemos robar lo que queda en pie del Estado del Bienestar que tanto trabajo y sacrifico compartido nos costó construir. Y felicito a Pepa Bueno, directora de El País, por llevar este asunto a la portada. Ya era hora. Gracias.

Portada de mi libro (aun hay disponibles algunos ejemplares😀) en el que dedico un capítulo, cargado de ingenuidad y buena fe, a la construcción del Estado del Bienestar en tiempos de Adolfo Suárez y Abril Martorell.

El primer trabajo que Iñaki Santillana y yo hicimos en 1979 sobre el Estado de Bienestar (inexistente) en España («Informe sobre necesidades sociales básicas») me costó una cariñosa bronca de Fernando Abril Martorell, vicepresidente económico del Gobierno Suárez.
Copio y pego las páginas de mi libro de memorias sobre ese asunto:

Página 356

Página 357

Página 358

Página 359

Como colofón, no puedo evitar copiar y pegar (sin apenas rencor) un sabroso párrafo textual que Estefanía  nos regala del ex presidente José María Aznar, calificado de «hombrecillo insufrible» por su correligionario el canciller alemán Helmut Kohl. Es una pequeña joya del amigo español del ex presidente George W. Bush, con quien nos llevó a la invasión ilegal de Irak…, al trágico 11-M-2004 y a las mentiras de ETA y no Al Qaeda en el 11-M que le costaron al PP perder, con razón, las elecciones generales.

«Nuestro país quiso entrar en Europa, pronto hará cuatro décadas que lo logró, no solo en busca de las libertades perdidas en el franquismo, sino también para disponer del mismo sistema de protección social que los países más avanzados de nuestro entorno. Así fue en casi todos ellos, excepto en los que se oponían de hecho al Estado de bienestar por motivos ideológicos aunque lo defendiesen de palabra.

«En el año 1991, apenas un lustro después de la entrada de España en la Unión Europea, el líder de la derecha José María Aznar escribía: “Sólo aspiran a un resurgimiento del Estado de bienestar quienes siguen deseando ese modelo dirigista. ¿Merece entonces la pena hablar de Estado de bienestar? Es necesario hacerlo porque hay algo incuestionable: el Estado de bienestar es incompatible con la sociedad actual. Tenemos que tenerlo muy claro: el Estado de bienestar se ha hundido solo por su propia insuficiencia y anacronismo. Al llegar a este punto, es difícil evitar una sugerencia electoralista: ¿qué encubre el debate apropiado y mantenido por los socialistas sobre el Estado de bienestar? Un complejo de inferioridad” (Libertad y solidaridad, Planeta).

Reconozco que sobre «complejo de inferioridad», Aznar puede hablar con autoridad, por su propia experiencia. De eso, sabe.

Perdonar, siempre. Olvidar, nunca.

 

 

 

El tiempo agiganta la figura de Ontiveros

Muchos personajes importantes hablaron ayer de la figura imponente de Emilio Ontiveros, catedrático, economista, divulgador, escritor, científico, empresario…

Recordando a Emilio Ontiveros

Para mí, fue el Keynes español del siglo XX. Todos alabaron, con razón, su grandeza en cada campo que tocó, en sus libros, investigaciones, análisis, innovaciones. A los tres meses de su muerte, tan prematura, apenas presté atención a los discursos espléndidos, en fondo y forma, a los halagos póstumos merecidos de mi amigo Emilio.

Con todo el público aplaudiendo en pie, la vicepresidenta del Gobierno, Nadia Calviño, entrega a los hijos de Ontiveros la Medalla de la Orden del Mérito Civil, concedida al maestro a título póstumo.

Mi mente voló a tiempos pretéritos cuando nos conocimos, hace medio siglo, en un bar, modesto pero limpio, de la calle Toledo. Todos hablaron de sus logros, de sus aportaciones a la ciencia y a la divulgación económicas. Sí, pero apenas mencionaron su bondad natural, sin impostura, ni sus abrazos apretados con golpes sonoros en la espalda, su amable sinceridad, su fino sentido de humor y sus carcajadas, su forma apasionada y humilde de disfrutar del conocimiento y compartirlo, su curiosidad voraz, su generosidad y su amor por la gente.

Emilio en mi casa con media pandilla. En primer plano, mi hijo David que ya tiene 34 años.

Emilio con Ángel Berges, su amigo y socio de toda la vida.

Mi mente, cargada de minucias cariñosas y recuerdos entrañables, recordaba al amigo, no al genio. Fui repasando, como en una película interior, aquel día, cuando hablamos por primera vez, ante un menú económico, de cómo arreglar España e incluso el mundo si se terciaba. Emilio venía del PT (Partido del Trabajo). Era progresista y un poco más «rojo» que yo.

Con mi suegra Geraldine Westley, Solita Salinas y Juan Marichal, en primer fila. Lorenzo, Flavio, Joaquín y Emilio, al fondo. Ana Cañil da de comer a mi hijo David, su ahijado.

Luego convergimos en los ideales de la socialdemocracia para mejorar la vida de la gente y regular la voracidad de la mano invisible del mercado.

Amigos de Emilio: Joaquín Estefanía, Pepa Bueno, Miguel Ángel Noceda, Andreu Misé, Claudi Pérez y un servidor, al término del acto. Repoker de ases y reina de diamantes. Faltó en la foto nuestro Xavi Vidal Folch.

¡Tantos recuerdos inolvidables en mi casa de Almería y en la suya de Rascafría con Mencha y sus hijos! Sin su ayuda, y la de Iñaki Santillana, nunca hubiera concluido con éxito mi tesis doctoral sobre el mercado de la noticia, que comencé a preparar en la Universidad de Harvard (1976-77). El profesor Ontiveros formó parte del tribunal de doctorado de la Complutense ante el que defendí mi tesis. Cuando Televisión Española me despidió como corresponsal en Nueva York, tras la entrevista preelectoral que hice a José María Aznar en 1996 (con preguntas que el «hombrecillo insufrible» no apreció), Emilio me animó a buscar refugio académico en la Universidad de Almería, mientras amainaba la tormenta desatada por la Moncloa para expulsarme del periodismo. (Lo cuento con más detalle en mi libro «La prensa libre no fue un regalo»).

Ignacio Ontiveros glosó la figura de su padre. La intervención más entrañable del acto.

Emilio y Mencha reinaban en Rascafría (Madrid), junto a mis compadres Ana Cañil y Joaquín Estefanía, María e Iñaki Santillana y otros amigos que habían fijado allí su segunda residencia. Atraídos por el «Círculo de Rascafría», Ana Westley y yo quisimos reconstruir un pajar arruinado para convertirlo en nuestra cabaña de jubilación y compartir los fines de semana con nuestros amigos más queridos del valle del Lozoya. Emilio me dijo, entre risas, que mi presencia (yo salía entonces en el Buenos días de TVE) había revolucionado el mercado inmobiliario de los corrales abandonados de la sierra y disparado los precios. Dormíamos en su casa, o en la de los Santillana o de los Estefanía. Ese sueño de jubilación lo acabamos cumpliendo en Almería, junto al Mediterráneo.

Me colocaron en un sitio de honor, junto al joven Ignacio Escolar, hijo de Arsenio, y director de eldiario.es. Compartimos fotos de sus hijos y mis nietos.

Lo más emocionante del homenaje de ayer a Emilio Ontiveros fueron las intervenciones de su compañera Monserrat Dominguez, de su amigo y socio Ángel Berges y de su hijo Ignacio. Lo más divertido, que hubiera provocado sonoras carcajadas a nuestro Emilio, fue el discurso, agudo y certero, de Manuel Vicent, siempre genial.

Manuel Vicent cerró el acto con un retrato literario magistral de Emilio que nos hizo reír y… casi llorar.

Fue el broche de oro al homenaje que AFI (Analistas Financieros Internacionales) dedicó al gran hombre que fue el sabio Ontiveros. Solo dos economistas fueron mencionados varias veces durante el acto: Keynes y Ontiveros. No fue casual. La figura de mi amigo Emilio se va agigantando a medida que pasa el tiempo y, no sin dolor, tratamos de digerir su pérdida descomunal. DEP.

Fundación AFI Emilio Ontiveros

 

 

Ataque de nostalgia con estudiantes de Periodismo

Acudí al Salón de Conferencias de Periodismo en la UCM para aplaudir a mi colega María Ramírez, autora de «El periódico», libro que presentaba allí a más de un centenar de jovencísimos estudiantes y que yo os recomiendo. Ella había aplaudido mi libro en el Ateneo. ¡Qué menos! Ojo por ojo y libro por libro. Me lo pasé muy bien, aunque sufrí un ataque de nostalgia.

María Ramírez habló de su libro «El Periódico» ante más de un centenar de estudiantes de Periodismo.

Hacía décadas, desde la defensa de mi tesis doctoral, que no pisaba la Facultad de Ciencias de la Información. Imposible no pensar en mi gran amigo Emilio Ontiveros, economista miembro de aquel tribunal de tesis, que falleció este verano.

María, subdirectora de eldiario.es, estuvo genial en la promoción de su libro.

Cubierta del libro de María Ramírez

Chica lista, brillante en su exposición. Gran periodista, mucho mejor que su padre, Pedro J. Ramírez, quien no es santo de mi devoción. Ella, sí. Los jóvenes disfrutaron del optimismo de la autora sobre el presente y el futuro del periodismo. Comparto ese optimismo. A pesar de las «fake news» y la teorías conspiratorias que llenan de vergüenza las redes sociales, nunca estuvo el periodismo, con grandes jóvenes profesionales solventes, mejor que ahora. ¡Bravo, María!

El profesor Arturo Gómez Quijano, organizador del ciclo de conferencias (#NewPaper26), defendió el futuro de nuestra profesión. ¿Cómo iba a enseñar Periodismo a sus alumnos ni no creyera en su futuro? Mucho hablaron de la prensa digital online (el libro de María trata del periodismo en internet), como amenaza frente a la prensa tradicional de pago en papel, pero olvidaron mencionar el fenómeno revolucionario del boom de la prensa gratuita que, desde el año 2000, llegó a repartir 4 millones de ejemplares diarios, más que toda la prensa de pago junta en España.

Micrófono en mano, defendí el modelo del diario 20 minutos que fundé en el año 2000,

Ante tamaña provocación, no pude contenerme y, micrófono en mano, hice un canto al diario 20 minutos, que fundé en febrero del 2000 y sigue dando de leer gratis al sediento. Mi vieja tesis era que «pagar o no pagar, no es la cuestión». «Leer o no leer, esa es la cuestión». Y mi diario no era realmente gratuito, sino que el lector nos pagaba de sobra con su atención que valía, para los anunciantes, más que el euro y pico de los diario de pago. «La atención y la confianza del lector es oro puro», dije a los estudiantes y ese es el objetivo que debemos perseguir cuando somos reporteros de la realidad que nos rodea, tan poliédrica. Ya sabemos que la objetividad no existe, pero es una hermosa tendencia que debe dirigir nuestro trabajo.

Dos libros del profesor Arturo Gómez Quijano sobre los diarios gratuitos en España.

A la salida, el profesor Gomez Quijano, un especialista en la prensa gratuita, con dos libros preciosos en el mercado, me pidió que presentara allí mismo mi libro «La prensa libre no fue un regalo» y defendiera el modelo de 20 minutos. Acepté encantado, Faltaría más.

Con María Ramírez en un reportaje de Berna González Harbour en El País (1)

Con María Ramírez en un reportaje de Berna González Harbour en El País (2)

Con María Ramírez en El Pais (foto de Moeh Atitar)

 

Y la cubierta de mi libro. Que no falte.

Mis memorias, citadas en Harvard. ¡Qué detalle!

¡Vaya! Mis colegas de la Nieman Foundation for Journalism de la Universidad de Harvard se han acordado de mis memorias («La prensa libre no fue un regalo») y han publicado la noticia en la sección de notas del último Nieman Report.

Un detalle que les agradezco. Aunque jubilado, hoy me siento alguien. Gracias, colegas.

Nota de los Nieman sobre mi libro en el último Nieman Report de Harvard.

La Nota aparece bajo 1977, el año en que obtuve la diplomatura con la calificación máxima.

Recogiendo mi diploma Nieman de manos de Derek Bok, presidente de la Universidad de Harvard, en su despacho. Al fondo, con su diploma en mano, mi amigo Bill Wheatley, que se ha jubilado como vicepresidente ejecutivo de NBC News.

Mi tutor y luego amigo, recomendado por mi maestro Juan Marichal, fue Samuel Beer, profesor de Federalismo Fiscal y, en su juventud, redactor de los discursos del presidente F.D.R. (Franklin Delano Roosevelt). Todo un lujo de aprendizaje, en 1976 y 1977, que más tarde me sirvió para concluir mi tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid. Tuve entonces la fortuna de contar en el Tribunal de doctorado con mi gran amigo Emilio Ontiveros cuya muerte, tan temprana, tanto me duele.

Portada del último Nieman Report de Harvard (verano 2022)

Segundo por la izquierda con los Nieman Fellows de Harvard. 1976-1977

 

Ha muerto Güero Duclaud, mi amigo mexicano

Horas antes de la muerte, a los 70 años, de Javier Marías, que seguirá viviendo en sus obras, me entero que ayer murió Alfredo (Güero) Duclaud, mi amigo, el hombre que me enseñó a amar a Mexico.

Con mi amigo Alfredo en Toledo luciendo la gorra de su empresa MMM (Medios Masivos Mexicanos) que representa a 130 diarios.

He disfrutado mucho con las novelas, ensayos y artículos del casi premio Nobel español y lamento su pérdida. Pero la ausencia definitiva del amigo Alfredo, de 53 años, ha sido un golpe mucho más duro que la de un escritor favorito y bastante mas difícil de digerir. No pienso en otra cosa. Era un gran deportista y, de estar vivo, seguramente estaría ahora esperando la final del US Open con Carlitos Alcaraz a punto ser ser el número uno más joven del mundo. Lo comentaríamos por whats app.  Entre tanto, con permiso, desahogo mi tristeza volcando algunos recuerdos en este blog.

Con Alfredo en Ávila

Hace casi 20 años, fui invitado a un Congreso Internacional de Prensa en Buenos Aires. Llegué un día antes y me apunté a un tour en micro bus por la capital argentina. A mi lado se sentó Alfredo Duclaud, otro turista desconocido con un gracioso acento mexicano. Compartimos muchas risas y muchas ideas sobre la condición humana y el «ego» argentino que no tiene nada que envidiar al mío. Fue amistad a primera vista. Terminó el tour y nos despedimos seguramente para siempre. Lamenté no haberle pedido sus datos de contacto. Era un gran tipo, listo, rápido, generoso y dulce, un joven empresario que soñaba con un futuro mejor para su familia y su país. Adiós y hasta nunca.

Con Alfredos Duclaud y su esposa Tita Gerrero en Segovia

A la mañana siguiente, con traje y corbata, subí al estrado desde donde debía dar mi conferencia sobre la crisis mundial de la prensa de pago y el éxito de la prensa gratuita como el del diario 20 minutos. Desde mi atril, antes de comenzar, en la primera fila de la sala, reconocí la sonrisa y la sorpresa de mi compañero del tour. A partir de ese momento no hemos perdido el contacto, ya fuera personalmente en Mexico o en España o por mensajes escritos o llamadas telefónicas. Le adopté, junto a su esposa Tita, a sus hijas Alexa y Andrea y sus hermana Odette y Paula, como mi familia favorita mexicana. Alfredo me llevó un día hasta Cuernavaca para que pudiera dar mi último abrazo a Juan Marichal, mi maestro y mentor en Harvard, que murió poco después. Hace poco, le faltó tiempo para felicitarme por el ascenso del Almería a la División de Honor del futbol español que él seguía con devoción. Gran deportista y corredor de maratones.

Toda la prensa mexicana se hace eco de su muerte tan temprana.

No sé cuanto tardaré en acostumbrarme a la ausencia del Güero (el rubio, su alias para los amigos). En el caso reciente de Emilio Ontiveros aún no lo consigo. Hace un par de meses, el Güero y yo comimos con su hija Andrea en La Cantina del Ateneo de Madrid y celebramos su finde carrera y mi último libro recién publicado. Quedamos para vernos pronto. Ya ves. Nunca más. Ayer le falló el corazón. Lo siento muchísimo, familia. La señora Anita (awestley.com) y yo os mandamos un fuerte abrazo y todo nuestro amor. Esta sigue siendo vuestra casa en España.

Alfredo Duclaud y su hija Andrea en el Ateneo de Madrid en Junio de 2022.

Ontiveros y el modesto «Círculo de Rascafría»

El profesor Emilio Ontiveros me enseñó, como Bernard Shaw, que la Economía es una ciencia que sirve para sacarle el mayor provecho posible a la vida. Nuestro Emilio también nos decía que servía para entender el comportamiento humano y para que fuéramos más felices, más prósperos. Y ahora, Joaquín Estefanía titula así su obituario en El País: Economía como si la gente importase. No podía haber elegido mi compadre un titular más acertado ya que Emilio amaba la Economía porque amaba a la gente.

Joaquín Estefanía en memoria de Emilio Ontiveros en El País

Joaquín Estefanía en memoria de Emilio Ontiveros en El País

Llevo varios días de luto por la muerte, tan prematura, de nuestro amigo y maestro. Y no paro de leer reflexiones magníficas, largas y breves, de derechas y de  izquierdas, sobre su vida y su obra. Ya sea en las redes sociales o en los diarios de postín de varios colores (El País, La Vanguardia, ABC, etc.) todos celebran la excelencia personal y científica del profesor Ontiveros.

Sus compañeros de AFI (Analistas Financieros Internacionales, que él fundó) destacan su carácter emprendedor. Lorenzo Bernaldo de Quirós le describe en ABC como «maestro de Economía, sabio de la vida».  Nuestro Xavi Vidal Folch titula su obituario en El País: Emilio Ontiveros, un economista sabio y sobrio. Y el profesor Rafa Myro, de su círculo académico más íntimo, que nos acompañó muchos años en el Consejo de la Revista Economistas que dirigía Emilio, dedica su blog a la memoria de Emilio Ontiveros. No caben aquí los elogios que, merecidamente, recibe Ontiveros en la prensa, la radio y la televisión. Lo que la letra impresa no transmite es el vacío que nos produce su ausencia. Dice Joaquín Estefanía que aún no la hemos digerido. Un papel escrito siempre es ingrato por incompleto. Más aún si es que escribimos, como hago yo ahora, en una fría pantalla. Una lágrima deja huella sobre el papel. Corre la tinta. Aquí, no. Lástima.

El «círculo» de la Tía Carlota

Y ahora, un recuerdo. En el último tercio del siglo XX, un grupo de amigos, economistas y periodistas en su mayoría, ligados a los montes y valles de Rascafría (Madrid) y a Los Calizos, hicimos muchas bromas sobre lo que entonces llamamos, con éxito inesperado, la «beautiful people», un grupo de economistas y empresarios, mayores que nosotros, que nació al calor del «círculo » de la Tía Carlota (los Bustelo, los Boyer Salvador, los Rubio, los Calvo Sotelo, los Salas, los del Pino, etc.). Ellos se consideraban, seguramente sin razón, los herederos de la burguesía ilustrada de la Restauración y la II República. O sea, que si no hubiera sido por el Golpe de Estado del general Franco, la guerra civil y la Dictadura, ellos deberían haber sido la élite política e intelectual encargada, por herencia, de gobernar España.

Algunos engatusaron a Felipe González y formaron parte de sus gobiernos. Otros prefirieron hacerse ricos. Algunos de nuestra pandilla llegamos a apuntar (¡qué error!) que aquellos «beautiful» pretendían emular entonces al prestigioso «Círculo de Bloomsbury» (John M. Keynes, Bertrand Russel, Gerald Brenan, Viginia Wolf, E. T. Eliot, etc.), que tanto influyó en Gran Bretaña en el primer tercio del siglo XX.

Cuando Miguel Boyer Salvador, nieto de Amós Salvador, ministro de Alfonso XIII, cayó en desgracia ante el presidente González y ante los jueces que investigaron su feo asunto de Ibercorp y Sistemas Financieros, se apagó su estrella. Su socio Mariano Rubio Jiménez (ex gobernador del Banco de España, que firmaba los billetes del banco emisor como Mariano Rubio y sus estafas como Mariano R. Jiménez) acabó en la cárcel. Miguel Boyer Salvador (ex superministro de Economía y Hacienda, que firmaba los decretos como Miguel Boyer y sus estafas como Miguel B. Salvador) se libró de ir a cárcel. Firmaban como gobernantes, por parte de padre, y estafadores, por parte de madre. ¡Qué escándalo! Luego, Boyer solo brilló en las revistas del corazón de la mano de Isabel Preysler, ex condesa consorte de Griñón. La «beautiful people» se desvaneció.

En el modesto «Círculo de Rascafría» (Emilio Ontiveros, Joaquín Estefanía, Lorenzo Ruiz, las tres Anas (Ramírez Cañil, Kuntz y Westley) Iñaki y María Santillana, Xavi Vidal Folch, Andreu Misé, Rafa Myro, José Luis García Delgado, Paco Ros, Clemen Millán, Marijé Orbegozo, José Luis Martínez, alias Flavio en la clandestinidad, etc.) nos producía risa (y tristeza, ¿por qué no?) la historia de aquella «gente guapa». Nosotros éramos más de pueblo y nos definíamos por todo lo contrario de lo que representó la «beautifull». Aunque algunos no ocultaban sus pecados de juventud (Partido del Trabajo, Bandera Roja, etc.) nos movíamos entre el liberalismo progresista y la socialdemocracia. Y siempre nos unía una gran amistad. Así como los de Bloomsbury estaban unidos contra la hipócrita moral victoriana, los de Rascafría éramos y somos claramente laicos y demócratas anti franquistas.

Un amigo francés me decía que cada pueblo tiene sus preferencias a la hora de comer castañas. En Francia hacían «marrón glacé» y en España, «castañas pilongas».  Los del Círculo de la Tía Carlota eran de «marron glacé». En el de Rascafría éramos y somos de «castañas pilongas». Estudiamos y escribimos de Economía, querido Joaquín, «como si importase la gente». Eso nos enseñó el maestro Ontiveros. Gracias, maestro y amigo. DEP.

 

 

Emilio Ontiveros, una herida difícil de cerrar

Ha muerto Emilio Ontiveros, nuestro Emilio, amigo y maestro. Su ausencia nos deja una herida muy difícil de cerrar. Entre los amigos de la pandilla de hace medio siglo, nos hemos cruzado mensajes y llamadas de desolación y dolor.

Con Emilio Ontiveros en algún acto de 20 minutos.

Luego vinieron las noticias. Muchos colegas del periodismo económico y catedráticos de primera fila han celebrado sus méritos académicos, pedagógicos, y han destacado su excelencia para la divulgación de los asuntos más intrincados de esta ciencia que, no sin razón, llamaron «lúgubre». Porque Emilio nos daba digerida la información económica para que nos fuera útil y nos hiciera más felices y prósperos. No solo era un gran economista, era mucho más que eso: era una buena persona.

Emilio nos dirige en un curso de La Magdalena en Santander. Soy el último de la fila.

Muchos, más sabios que yo, se quedarán cortos en este día tan triste que llaman de las alabanzas. Otros, por modestia, no mostrarán sus lágrimas por la pérdida del amigo. Fijaos. Toda la vida escribiendo y ahora me faltan las palabras justas que Emilio merece en ese obituario lleno de dolor y tristeza.

Así eran los abrazos y francos y cariñosos de Emilio Ontiveros

Pocos habrán resaltado que cuando Emilio te daba un abrazo era un abrazo fuerte, de los de verdad. Y cuando te apretaba el brazo y te atraía hacia sí era una muestra de cariño inigualable. Tantas risas compartidas en más de 50 años… Tantos recuerdos que se agolpan en mi memoria cargados todos de ternura y generosidad. Porque Emilio era tierno y generoso. Firme, también, en la defensa de sus principios éticos y políticos que tengo el orgullo de compartir.

Emilio en mi casa con media pandilla de amigos.

Recién licenciado del Ejército, a punto de fundar el semanario Cambio 16, allá por 1971, le conocí en una taberna, modesta pero limpia, de la calle Toledo. Era de mi quinta. Fue un flechazo a primera vista. Él era entonces más rojo que yo, pero ambos queríamos cambiar el mundo. Con la potencia de sus argumentos y su gracia y sencillez para divulgar sus profundos conocimientos científicos, Emilio ha contribuido a dejarnos un mundo mucho mejor. Ya lo creo. Le debemos gratitud eterna.

Con mi suegra, Solita Salinas y Juan Marichal, en primera fila. Lorenzo, Flavio, Joaquín y Emilio, al fondo. Ana Cañil da de comer a mi hijo David, su ahijado.

El 13 de julio pasado nos intercambiamos mensajes sobre su salud que parecía mejorar y para preparar una de nuestras tradicionales paellas con Iñaki, Joaquín, Paco, etc. ¡Qué golpe tan duro!

[13/7 20:41] E. Ontiveros: JA, venga esa paella celebratoria!!! Nos la merecemos: desde luego tu. Abrazo muy fuerte!!
[13/7 21:00] José A. Martínez Soler: Iñaki y Paco van a buscar fechas. Y nos dirán. Tengo muchas ganas de darte un abrazo
[13/7 21:01] E. Ontiveros: Yo también!! Enhorabuena por tu libro!
[13/7 21:15] José A. Martínez Soler: ❤

Pocos días después me escribió un mensaje… que borró nada más enviarlo. Decía: «Este mensaje ha sido borrado». El resto de mi vida me estaré preguntando que quiso y no quiso decirme Emilio con sus últimas palabras. Hoy he sabido que en esos días sufrió el último ataque que acabó con su vida tan fértil y generosa. Emilio era de esas personas que te ayudan a restaurar la confianza en el ser humano.

Con Ollora, Ontiveros y Santillana en Rascafría

Adiós Emilio, amigo y maestro. Mi más sentido pésame para toda su familia. No hay lágrimas para cerrar esta herida. Descansa en Paz.

 

¿Por qué voté NO a la OTAN en 1986?

Llevo varios días perturbado con la OTAN, sí; OTAN, no.  Y no es solo por el follón del trafico en Madrid, sino por mi propia conciencia, retorcida por aquel polémico referendum de 1986 sobre la OTAN. Por primera vez en mi vida, he revelado ahora en mi libro «La prensa libre no fue un regalo» que voté No a la OTAN. Luego comprobé que me había equivocado, puesto que yo estaba a favor de que España siguiera en la OTAN. ¿Por qué voté que NO? Felipe González tensó demasiado la cuerda. Se equivocó. No se somete a referendum una alianza militar. Eso se incluye en el programa electoral. Pasados los años, lo trato de explicar, no sin dolor, en este capítulo de mi libro que copio y pego. Hoy, naturalmente, votaría Sí a la OTAN.

OTAN Pag. 412 de mi libro «La prensa libre no fue un regalo».

OTAN Pag 413 de mi libro «La prensa libre no fue un regalo»

OTAN. Pag 414 de mi libro «La prensa libre no fue un regalo»

OTAN Pag. 415 de mi libro «La prensa libre no fue un regalo»

Con Felipe Gonzalez. Entrevista preelectoral 1986. jpg

Portada de TP. Martínez Soler, director-presentador del informativo Buenos Días de TVE.

Para quienes tengan dificultad para leer la letra pequeña de las páginas impresas,  copio y pego a continuación el mismo texto correspondiente al manuscrito (no solicitado) que envié a Marcial Pons.

 << ¡OTAN, no! ¡Bases, fuera!>>

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Un día soleado de primavera de 1985 llegué andando a la casa de mi infancia, en Almería. Algunos vecinos avisaron a otros. De pronto, mi calle se llenó de gente, y yo me llené de besos y abrazos antes de cruzar mi portal. Oí voces:

– << ¡Isabel, Isabel! ¡Sal, mujer, que ha venido tu hijo!>>

 Unos días antes de visitar a mis padres en Almería, escuché la señal de alarma del teletipo de la Agencia EFE. Era un flash muy breve. Algo así como <<Explosión en un restaurante de la carretera de Barajas. Se desconoce el número de víctimas>>. En cuestión de segundos, desde mi despacho de director del Telediario en el Pirulí, escuché la sirena de las ambulancias y/o de la policía o los bomberos, circulando a toda pastilla por la M-30. A esas horas de la noche quedaban pocos reporteros en la redacción. Llamé a un cámara, y ambos salimos pitando hacia la carretera de Barcelona.Fue una experiencia terrible. De pronto, me vi retirando cascotes, piedras, vigas, y avisando a los bomberos cuando veía algún resto humano. Así, hasta el amanecer. Dieciocho muertos y más de cien heridos en la explosión producida en el Restaurante El Descanso de Madrid. Felipe Mellizo, que dirigía el Telediario del día siguiente (fin de semana), me pidió que le contara, en directo, desde el lugar de los hechos, lo que yo había visto durante la noche. (1)

Esa crónica improvisada, cargada de la emoción del momento, fue la que debieron de ver los vecinos de mi barrio en el Telediario de Televisión Española, el 13 de abril de 1985. Habían pasado 17 años desde que dejé de presentar el programa matinal de Televisión Escolar para niños. Nadie lo recordaba. En cambio, salir en el Telediario de los mayores ya era otra cosa.

Si sales en la tele, aunque no hayas hecho nada de interés en tu vida, como muchos famosos de moda o parientes de famosos, que nunca han destacado por algo relevante, ya eres un personaje público. O sea, del público. Te toman por uno de su pueblo, de su familia. Esto merece una reflexión más reposada. Por ahora, debo recordar cómo y por qué acabé de nuevo en Televisión Española al cabo de tantos años.

<<Polanco te dio la puntilla>>

La verdad es que no pude evitarlo. La misma noche del verano del 84 cuando Polanco me dijo que sus amigos le habían pedido mi cabeza se lo comenté a mi vecino Pepe García Abad, ex subdirector y cofundador de Doblón. Agudo, como siempre, me dijo:

– <<Polanco te ha dado la puntilla>>.

A primeros de septiembre recibí la llamada de Enrique Vázquez, director de Informativos de TVE. Fue mi jefe en el Arriba, el diario oficial de Franco, cuando yo aún estaba haciendo la mili en el ministerio del Ejército. Jefe y amigo. También fue colaborador mío en Cambio 16 desde el primer día. Siempre le profesé afecto y admiración. Me dijo:

– <<Lo sé todo. Quiero invitarte a unas cañas esta tarde>>.

 Nos vimos en La Dolores, cerca del Congreso. Me convocó para la mañana siguiente a una reunión en el bar del Hotel Palace con él, con José María Calviño, director general de RTVE, y con Ramón Colom, subdirector de Informativos. Asistirían también José Luis Martínez (alias Flavio) y Joaquín Estefanía. Me pilló un poco descolocado. Tendría que hablar urgentemente con Flavio y con Joaquín. Claro que, en las condiciones en que me encontraba, ni lo dudé. Acepté encantado.

Por tercera vez, me fui de El País

En una mesa apartada, en un rincón del bar del Palace, nos reunimos los tres amigos (Flavio, Joaquín y yo) con los tres jefes de TVE (Calviño, Vázquez y Colom). Flavio (de la Vanguardia) y yo lo teníamos claro desde el primer momento. Hay trenes que solo pasan una vez en la vida. Joaquín tenía que pensárselo un poco más. Aunque le apetecía probar suerte con nosotros, le gustaba mucho lo que hacía en Economía de El País.

Poco antes de concluir nuestra reunión, se acercó a nuestra mesa un personaje sonriente, muy conocido por todos nosotros, y muy querido por mí: Paco Fernández Ordóñez. Se nos acercó dando voces:

– <<Os he pillado en plena conspiración. ¡Ja, ja, ja!>>

Una cosa teníamos clara todos los asistentes a aquella reunión casi secreta: ya no sería secreta. Entre risas nerviosas, Joaquín Estefanía se preocupó, y creo que, en su caso, aquella aparición, tan inoportuna, pudo haber inclinado su balanza a seguir en El País. Yo dije que sí a todo. Flavio prometió incorporarse en breve al proyecto de <<dar la vuelta a los telediarios>>. Así nos lo había resumido Calviño:

– <<Queremos que los telediarios cuenten lo que los periódicos publicarán al día siguiente, y no al revés. La televisión no puede informar de lo que ya ha publicado la prensa por la mañana. Tiene que adelantarse. La radio lo hace desde hace tiempo. Y debemos hacer pronto este cambio antes de que nazcan las cadenas privadas>>.

Un tipo listo este Calviño. Mirada rápida, escrutadora, con los ojos entornados, listos para disparar. Mirada desconfiada. Quizás solo al principio, mientras nos conocíamos. Luego, nunca me falló.

Por tercera vez, me fui voluntariamente de Prisa, editora de El País. Todo un récord. El director del periódico, Juan Luis Cebrián, se enfadó. No le gustó mi dimisión ni se creyó las razones que le di para irme a la Televisión. Le hablé de mi curiosidad por experimentar la información en otro medio de comunicación distinto, y del atractivo que podría tener la imagen. No le dije nada sobre mi incomodidad a la hora de escribir de asuntos económicos que afectaran a los amigos de Polanco que habían pedido mi cabeza. Eso era un asunto privado entre el jefe máximo de PRISA y yo. Nunca lo conté hasta ahora.

Habían pasado casi cinco años desde que Cebrián me contrató en su piso de divorciado de la calle Cervantes. Cinco años espléndidos desde el punto de vista personal y profesional. Allí pasé días felices que recuerdo con cariño. En su despacho, siempre oscuro, con las cortinas cerradas y la luz de su flexo de mesa encendida, Cebrián me dijo, otra vez:

– <<Tienes que saber que El País no es un tren del que te puedes bajar en una estación y subirte en otra cuando tu quieras. Si te vas ahora, ya no volverás nunca más. Te lo advierto. Piénsatelo>>.

Traté de cerrar aquella despedida con algo de humor, para quitar hierro a la situación. Le repliqué:

– <<Menos mal que estamos tú y yo solos en este despacho, sin testigos. Si hubieras dicho esto mismo en público podrías quedar fatal, puesto que, tarde o temprano, volverás a contratarme. Por cuarta vez. Ya lo verás>>.

Al menos, le provoqué una sonrisa, y su despedida final fue algo más amistosa:

– <<Anda, JAMS, lárgate ya de una puta vez. Contigo, no se puede… No tienes remedio. Que tengas suerte>>.

Colom: <<Concha es la bomba>>

Diecisiete años en la evolución tecnológica de la televisión son muchos años. Cambié los estudios primitivos de Televisión Escolar, en la ribera del Manzanares, o los del No-Do de la serie filmada España Siglo XX, por los nuevos e inmensos de Torrespaña (o sea, el Pirulí, para entendernos). En esos diecisiete años habían cambiado muchas cosas. Las máquinas (cámaras, moviolas, montajes, sonido, comunicaciones, unidades móviles, controles, realización, etc.) y los sistemas de organización del trabajo eran muy distintos. Afortunadamente, las personas seguían siendo personas, y sus intenciones, por mucho que cambiara la técnica, eran las mismas. Yo creía conocer esas intenciones: la solidaridad, la envidia, la venganza, la cooperación, el afecto, la confrontación, el amor o el odio… Eso me ayudó a sobrevivir en un mundo nuevo y, en principio, algo hostil.

Lo primero que hice, como me ocurrió con Joaquín Estefanía en El País, fue pedir a mi jefe que me permitiera contratar a alguien de mi total confianza para poder dormir tranquilo. El mejor era mi amigo Manuel Saco, fundador de Cambio 16 y director de la revista Ciudadano de defensa del consumidor. Aceptó el puesto de jefe del área de Economía del Telediario, la más delicada, y luego se pasó a dirigir la de Sociedad, la más divertida. Poco a poco, fuimos haciendo un equipo de periodistas contratados de primera categoría. (2)

Para esta nueva etapa, no queríamos locutores sino periodistas presentadores capaces de escribir sus propias entradillas. Sus gestos, al contar lo que ellos habían escrito o corregido, eran más creíbles para el espectador que si leían como papagayos lo escrito por los redactores o por el director. Hicimos un concurso, y seleccionamos a Concha García Campoy y Manuel Campo Vidal para el TD 1, a Ángeles Caso y Paco Lobatón para el TD 2, y a la indiscutible Rosa María Mateo (que llegó a jefa máxima de RTVE) para el TD 3. La audiencia de los telediarios y su prestigio e influencia empezaron a crecer. También, -cómo no- nuestros enemigos de dentro y de fuera de la casa.

Inolvidable la prueba de cámara que hicimos a Concha García Campoy, una joven grandullona procedente de Ibiza, con pinta de pueblerina, que había llegado esa misma mañana de sábado a la estación de Atocha. Entró en el Estudio con su maletín de viaje. Vestía una rebeca como las de mi madre. En cuanto Concha miró intrigada a la cámara que tenía el piloto rojo encendido, Ramón Colom, sentado a mi lado, me dio un codazo:

– <<Esa chica es la bomba. Llena la pantalla>>.

No hubo más que hablar. La suerte estaba echada. Terminamos las pruebas poco antes de las 2 de la tarde. Subía yo con mi Peugeot 205 la cuesta del Pirulí hacia la calle Doctor Esquerdo cuando vi caminar por la acera a Concha García Campoy con su maletín de viaje. Paré el coche y la invité a subir para llevarla a alguna estación de Metro o cerca de su destino. Me dijo que no sabía adonde ir. Apenas conocía Madrid, había llegado esa misma mañana en tren, y aún no tenía pensión. Le dije que podía venir a mi casa a comer con un grupo de amigos. Me miró desconcertada. Desconfiada.

– <<Mi mujer, aunque es yanqui, está preparando una buena paella para muchos amigos. Donde comen 9 comen 10>>, le dije.

Al oír que mi mujer estaría cocinando, me miró más relajada. Sonrió y aceptó. No se trataba de ninguna encerrona de gente aprovechada de la capital. Durante años, ambos hemos recordado con cariño la primera entrada de Concha en mi casa. La presenté a mis amigos como una futura gran estrella de la televisión española. Nadie la conocía. Hoy, fallecida tan prematuramente (en junio de 2013), nadie la olvida. Fue, en efecto, una gran estrella del periodismo en radio y televisión. Joaquín Estefanía, Emilio Ontiveros, Iñaki Santillana y otros amigos, que compartieron aquella primera paella con Concha, siempre la recordaron como una chica de pueblo con grandes ojos capaces de asombrarse y asombrarnos con todo lo nuevo.

Dos trincheras: fijos y contratados

Las guerras entre familias políticas tenían su reflejo en Televisión Española. Buena o mala, era la única tele. Cuando, a finales de los años sesenta, empecé a colaborar con TVE en Prado del Rey, en el Manzanares o en NO-DO, pude comprobar que había estratos de personal fijo fácilmente identificables con las distintas etapas políticas de la Dictadura. Según su edad y sus tendencias ideológicas, en distintas capas superpuestas, podías ver a quienes entraron a trabajar allí de la mano de la Falange, del Movimiento Nacional, de los tecnócratas del Opus Dei, de la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez, del Partido Socialista, etc. Los nuevos sustituían a los viejos, y éstos se quedaban incrustados en capas superpuestas dentro del organigrama.

Desde que nació, la tele era un lugar nuevo e idóneo donde colocar a los amigos o a los políticamente leales. Cuando se producía un cambio en la cúpula de RTVE, solo eran despedidos los grandes jefes. Los demás de la tropa, presuntamente enchufados, quedaban abrazados a la nómica de personal fijo de por vida. Las oposiciones se hacían en oleadas para hacer fijos a los eventuales de cada etapa. Había chistes al respecto:

– <<No llaméis a los bomberos, si hay un fuego en la tele, porque los hacen fijos>>.

Fruto de esos ajustes políticos, Enrique Vázquez, presuntamente guerrista como Calviño, fue sustituido al frente de los Informativos por Enric Sopena, presuntamente felipista. Me pareció ver una operación de equilibrismo político entre Felipe González y Alfonso Guerra. Uno mío, uno tuyo, en cremallera. Algo así había ocurrido en el superministerio de Economía y Hacienda. El ministro, Miguel Boyer Salvador, era próximo a Felipe González, y el viceministro, José Víctor Sevilla Segura, era más cercano a hombres de Alfonso Guerra, como su ayudante Francisco Fernández Marugán, mi viejo amigo del SUT (Servicio Universitario del Trabajo). También en distintas áreas de la Administración del Estado y empresas públicas podíamos observar esos difíciles equilibrios políticos entre el personal contratado a dedo y los funcionarios fijos por oposición que tenían un destino de por vida. ¡Qué palabra tan fuerte, el destino, para referirnos a un empleo!

La verdad es que me llevé una sorpresa en cuanto al personal de redacción. Llegué convencido de que en TVE sobraba gente a porrillo. Pura leyenda urbana. Para dar información antes que los diarios, hacía falta más personal de redacción, de montaje y de realización. Acostumbrados al ordeno y mando de los gobernantes de turno, noté que no solo faltaban profesionales sino también organización del trabajo y criterio periodístico parar ganar credibilidad y audiencia. Poco a poco, Calviño fue componiendo un equipo nuevo de redactores y directivos, bastante compacto, para conseguir que la tele diera las noticias antes que los diarios del día siguiente. Naturalmente, con el sesgo casi inevitable del Gobierno de turno.

La costumbre, quizás heredada del franquismo, era fabricar los titulares de los telediarios en base a las primeras páginas de los periódicos de la mañana. Noticias viejas. Nadie quería decidir. Teníamos que cambiar esa tradición y asumir los riesgos de elegir las prioridades informativas por nuestra cuenta. No teníamos por qué esperar a conocer las opciones elegidas por los diarios para titular su primera página. Teníamos nuestro propio criterio para decidir los titulares del Telediario y el orden de prioridades en el minutado. Nos costó trabajo y no pocos roces internos. Pero pienso que lo conseguimos. Así pudimos influir, incluso, en la selección de noticias para las portadas de la prensa del día siguiente. En cierto modo, le dimos la vuelta a la tortilla.

El roce entre los distintos estratos, casi geológicos, afincados en RTVE era el pan nuestro de cada día. No sin costes, y con un derroche de buen humor (y de halagos), aprendí a hacer compromisos para sumar voluntades al nuevo proyecto que yo pretendía, sin mucho éxito, que fuera más profesional que político.

Calviñistas descalzos

 Tradicionalmente, los sindicatos defienden a los empleados fijos y se olvidan de los parados y de los contratados eventuales, a quienes tratan como intrusos sin derechos. O, peor aún, como una amenaza, un ejército de reserva al acecho para quitar el empleo a los fijos. Claro que de todo había en la viña del señor Calviño. A los nuevos contratados eventuales, como yo mismo, les llamé <<calviñistas descalzos>>. Los fijos, faltaría más, eran <<calviñistas calzados>>.

Entre bromas y veras, fuimos limando asperezas y generamos equipos magníficos de fijos y contratados que colaboraban de maravilla. La presión sobre los contratados, que podían perder su empleo con un soplo del jefe, era mayor que sobre los fijos, que disfrutaban de seguridad en el empleo. En consecuencia, al principio, tuve la impresión de que se esforzaban más los eventuales que los fijos. Como la seguridad en el empleo tiene un precio, los contratados eventuales solíamos ganar algo más que los de plantilla. Eso fue un agravio comparativo para quien no supiera entenderlo.

Por la forma de caminar por los pasillos del Pirulí, creíamos poder distinguir a los fijos de los contratados. Era como si unos tuvieran una <<F>> grabada en la frente, y los otros, una <<C>>.  Diluir esas trincheras y unir a casi todos en la misión común de mejorar la información en TVE, para sobrevivir al impacto inminente de las privadas, fue un proyecto ambicioso por el que valió la pena luchar. Defendíamos la televisión de todos, de los sin voz. Pronto me sentí orgulloso del equipo de redactores, realizadores, cámaras y técnicos con el que nos preparábamos para hacer frente a la llegada de la competencia. Las televisiones privadas hacían cola ya para establecerse en España. La pública corría peligro.

La entrevista del cambio, no solo de peinado

En el verano de 1985, Felipe Mellizo dejó de dirigir y presentar los telediarios de fin de semana. Enric Sopena me pidió que me hiciera cargo de la dirección de los mismos para probar fortuna en la modalidad de telediarios de autor que Mellizo, recurriendo a ciertas excentricidades, había creado con éxito. Elegimos a Luis Carandell, brillante cronista parlamentario y escritor consagrado con su Celtiberia Show, como presentador de los telediarios de sábado y domingo.

Al poco tiempo de hacerme cargo, como director, de los cuatro telediarios de fin de semana, el 15 de septiembre de 1985 por la tarde, recibí la llamada de Javier Solana, a la sazón ministro de Cultura y portavoz del gobierno socialista, con quien siempre mantuve una buena relación personal. Nada más saludarme, me preguntó quién mandaba en ese momento en los Servicios informativos de TVE. Esta fue, más o menos, nuestra conversación telefónica tal como la recuerdo:

– <<Me temo, ministro, que a estas horas soy la máxima autoridad de los informativos. Estoy preparando el telediario de las 9. ¿Tienes alguna noticia para nosotros?>>

– <<Bueno, quizás pueda solucionarlo contigo. Como sabes, el presidente acaba de aterrizar en Madrid después de su viaje a China. Podemos grabar una entrevista con él a partir de las 7. Pero tienes que tener clara una cosa. Al presidente solo le puedes preguntar por todo lo relacionado con el viaje a China. Nada de la OTAN ni de otros asuntos nacionales de actualidad. ¿Me entiendes lo que te digo?>>.

– <<Te entiendo demasiado bien, señor ministro. ¿Queréis que el presidente haga el ridículo esta noche y, de paso, deje también en ridículo a todos los que trabajamos en Televisión Española? ¿Crees posible una entrevista en la que no se le pregunte por el debate sobre OTAN sí, OTAN no, que está tan caliente en la opinión pública y en las calles, o sobre las protestas de la patronal CEOE y de los sindicatos durante los 15 días de ausencia de Felipe González, o tantas otras cuestiones de actualidad de estas dos semanas?>>.

– <<Lo que te digo, JAMS, solo le puedes preguntar por China>>.

– <<En ese caso, se trata de un comunicado o mensaje oficial del presidente sobre su viaje a China. Entonces, si no hay preguntas, yo no tengo por qué estar presente. Os envío una cámara al Palacio de la Moncloa y grabamos lo que diga el presidente. Está en su derecho. Profesionalmente, con el paripé de una entrevista limitada y amañada, yo no puedo perjudicar mi nombre como periodista ni el de Felipe González como un viejo defensor de la libertad de expresión. Conociéndote, estoy seguro de que me comprendes. En esas condiciones, yo no hago esa entrevista. Llama a mis jefes y que manden a otro. No luchamos tú y yo contra Franco para esto, Javier>>.

Hubo un corto silencio que a mí me pareció eterno. Su respuesta fue lacónica, como si estuviera enfadado. Simplemente, dijo algo así como <<ya veremos>>. Y colgó. Ya he dicho y repetido que no soy valiente. Más bien miedoso. Sin embargo, en ocasiones, tengo reacciones raras, chulescas e impulsivas impropias en una persona como yo. Inmediatamente me arrepiento. Pienso que me pasé de listo. Pocas veces acierto. Esta fue una de ellas.

Antes de una hora, Javier Solana volvió a llamarme. Escuetamente, me dijo:

– <<El presidente se ha despertado de la siesta y está dispuesto, como no podía ser de otra forma, a responder a todas tus preguntas, incluso a las de la OTAN. Te esperamos a las 7 en Moncloa. Hasta luego, JAMS>>.

Respiré aliviado. Por ahora, nadie iba a despedirme de un empleo que me gustaba. Estaba contento. No solo por mi pequeña victoria sino por comprobar que, al frente del gobierno de mi país, había alguien con sentido común. Entonces pensé que había hecho bien al votarle.

Gato blanco, gato negro

 Para algunos colegas de la tele fue conocida como <<la entrevista del peinado>>. Me sorprendió comprobar que, después de 15 días por el Lejano Oriente, el presidente se había hecho un nuevo peinado. A todos nos llamó la atención su new look, su nueva imagen. Sencillamente, se cambió la raya de sitio. Mi comentario, medio en broma, no hubiera tenido ninguna importancia a no ser por su respuesta. Le dije:

– <<Ha pasado usted 15 días fuera de España y ahora le vemos regresar de China con esta nueva imagen para empezar el nuevo curso político. ¿Por alguna razón, o alguna moda china, ha decidido cambiar de sitio la raya de su peinado habitual?>>

Me interrumpió inmediatamente. Mientras negaba con sus palabras que se hubiera cambiado la raya al lado contrario (<<No, no, no>>, insistió), sus manos nos confirmaron instintivamente el cambio. Con sus dedos en forma de peine improvisado se peinó, atropelladamente, de la forma antigua. Así quedó despeinado hasta su última respuesta. Aquella pequeña broma marcó el resto de la entrevista. Estuvo más alerta y un tanto desconfiado.

 Para la mayoría de los telespectadores, el cambio de peinado pudo pasar inadvertido. Apenas una broma en busca de una cierta distensión. Lo que sí marcó aquella entrevista fue, sin duda, la cita que hizo, por primera vez, del líder chino Deng Xiaoping y que Felipe González celebró y asumió como propia aquella tarde en la Moncloa y en sucesivas intervenciones públicas. A mí me dejó de una pieza. Pensé <<éste no es mi Felipe, me lo han cambiado>>. Pero no dije ni pío. La cita vino a ser un punto de inflexión en el pensamiento y en la práctica política del líder socialista español. En un arrebato de pragmatismo, nuestro presidente repitió, con fervor, lo que le había dicho el autor de las reformas económicas que permitieron instalar el <<capitalismo comunista>> en la China que hoy conocemos:

– <<Gato blanco, gato negro, poco importa si caza ratones>>.

Ahí queda eso. Y se quedó tan pancho. Más adelante, en varias ocasiones, hemos comentado esa frase. Le pregunté si, como atribuyen a los jesuitas, estaba de acuerdo con que <<el fin justifica los medios>>. <<Yo nunca he dicho eso>>, me replicó.

 Cuando celebramos esta entrevista para TVE, algunos pacifistas habían completado el eslogan OTAN. De entrada, no, que favoreció la victoria del PSOE en 1982, con este otro, no exento de ironía:

OTAN. De entrada, no. De salida, tampoco.

Guerra, anti OTAN. Boyer, pro OTAN

 En mayo de 1982, los partidos políticos, los sindicatos y otras muchas instituciones seguían escondidos debajo de la cama, por efecto del reciente Golpe de Estado fallido del 23-F del año anterior. Fue entonces cuando UCD ganó la votación en el Congreso, y el presidente Calvo Sotelo, deprisa y corriendo, metió a España en la OTAN. Se vendió como un antídoto contra futuros golpes de Estado de los militares. La OTAN nos protegería de futuras dictaduras. Felipe González desmontó tal argumento (Grecia, Turquía y Portugal habían sido dictaduras dentro de la OTAN). Él votó en contra porque suponía <<menor seguridad>> para nuestro país y <<mayor riesgo de nuclearización>>. El País daba entonces un 18% de los encuestados a favor de la OTAN, y un 52% en contra. En eso, principalmente, basó el PSOE la campaña electoral que, cinco meses después, le dio la mayoría absoluta. Se puso de moda el grito OTAN no, referéndum sí. La UCD perdió 5 millones de votos y el PSOE los ganó.

Al año siguiente, en mayo de 1983, se recogieron más de un millón de firmas para que saliéramos de la Alianza Atlántica. El vicepresidente Alfonso Guerra mantuvo el tipo, y dijo que <<España debe salir de la OTAN>>. Añadió:

– <<Si alguien no está de acuerdo, que lo diga>>.

Precisamente, había dos miembros del Gobierno que opinaban abiertamente que España debía seguir en la OTAN. Eran Narcís Serra, de Defensa, y, mira por dónde, el antiguerrista Miguel Boyer, de Economía y Hacienda. Al año siguiente, 1984, cientos de miles de personas llenaron las calles de Madrid y Barcelona y de otras capitales con pancartas contra la OTAN. Fue entonces cuando, por primera vez, Felipe González habló a favor de la permanencia. Dijo que la OTAN era un club de países democráticos y desarrollados (se olvidó de Grecia y Turquía) donde nos convenía estar, y que su campaña del <<No>> fue un error. Se armó la marimorena.

En su entrevista conmigo, Felipe estuvo decididamente a favor de permanecer dentro de la Alianza Atlántica. Esta era su cantinela:

– <<En la Alianza están los países que tienen mayor ejercicio de la soberanía popular del mundo, mayor nivel de desarrollo económico, de democracia, de libertades y de respeto a los derechos humanos, y mayor nivel de paz>>.

Ese mismo año, Carlos Cano había cantado Las murgas de Emilio el Moro:

<<A ver quién me aclara a mí este rebujar: / Que si dentro, que si fuera, tú dirás / Que si bases, que si OTAN, que si Morón, / que si Rota y el Peñón de Gibraltar (…) Ay! Felipe, el de la OTAN, / cataflota verigües…/ llegará a ser gran torero / como Velázquez y Gregory Peck>>.

Carlos Cano estuvo sin actuar en Andalucía, en la lista negra de las autoridades socialistas, hasta que, según declaró él mismo, Alfonso Guerra le levantó el castigo.

  • https://www.rtve.es/play/videos/fue-noticia-en-el-archivo-de-rtve/atentado-restaurante-descanso/719690/

(2) También sumamos a favor a la crema de los realizadores: Juan Peña Encabo, Pedro Ricote, Isabel Malpica, Eugenio Calderón, Laura Díaz, y Jaime Garrido.

(3) La entrevista a Felipe González está en los archivos de RTVE. La emitimos el 15 de septiembre de 1985, a continuación del telediario de las 9, en un programa especial que teníamos para estas ocasiones, llamado <<Punto y aparte>>.

(…)

– <<En estos momentos, sale una unidad móvil de TVE hacia el lugar del atentado, que no está lejos de Torrespaña, para informarles en directo de lo ocurrido y ayudar a las víctimas, si las hay, en lo que sea posible>>.

No conocíamos ningún detalle cuando dije <<si las hay>>. ¡Madre mía! En cuestión de minutos, nos llegó la señal de la unidad móvil con las primeras imágenes terribles de la masacre terrorista que estábamos emitiendo en directo. No sabía qué decir. A tiempo, pude ahogar en mi garganta un grito salvaje de << ¡hijos de puta!>> y << ¡asesinos!>> que me salía del alma.

Las estampas de sangre y muerte hablaban por sí solas. Cuerpos destrozados de jóvenes estudiantes de la Guardia Civil de Tráfico eran extraídos por los bomberos de un autobús convertido en chatarra por los 50 kilos de <<goma 2>> de ETA. Al final, hubo 12 estudiantes muertos y sesenta heridos, todos ellos entre los 18 y los 25 años de edad. Lo cubrí, estremecido, desde el Estudio, a través de la señal que emitía la unidad móvil. Fue el segundo atentado con mayor número de víctimas en España. El primero fue el que, un año antes, destruyó el restaurante El Descanso, atribuido a un grupo yihadista, y que me tocó cubrir personalmente, después de retirar cascotes y escombros, desesperadamente, para ayudar a los bomberos a rescatar dieciocho cadáveres.

Ya sé que son gajes del oficio. Sin embargo, en ocasiones, ¡dios!, pienso que debí haber seguido mis cursos de Arquitectura.

El año 1986 marcó un punto de inflexión importante en la conciencia política de muchos españoles, incluida, cómo no, la mía: fue el año de la <<OTAN sí>> o la <<OTAN no>>. Por ello, fue el año en el que muchos de nosotros perdimos nuestra presunta coherencia, que es como perder nuestra virginidad en lo que se refiere a nuestros principios éticos juveniles.

 Cuatro bombas atómicas cerca de mi casa

En enero de 1986, entrevisté en Buenos Días a Antonia Flores, de 26 años, alcaldesa de Palomares, una pedanía de Cuevas de Almanzora (Almería). Hablamos del aniversario del mayor accidente aéreo, con pérdida de cabezas nucleares, ocurrido en la Historia. En su pueblo, a 10 kilómetros de mi casa de la infancia en La Rumina (Mojácar), habían caído cuatro bombas termonucleares de 1,5 megatones cada una. Eran 65 veces más destructivas que las de Hiroshima. El accidente se produjo al colisionar en el aire dos aeronaves norteamericanas: un superbombardero B-52, del operativo estratégico de la OTAN, con la misión de sobrevolar la frontera ruso-turca, y un avión nodriza.

El 31 de enero, dos semanas después de mi entrevista con la alcaldesa de Palomares, el Gobierno convocó el referéndum sobre la OTAN, al que se había comprometido tres años antes, en la campaña electoral que le dio la victoria. La novedad consistía en que, como ya he comentado antes, en 1982 el PSOE prometió un referéndum para sacar a España de la OTAN, y ahora defendía todo lo contrario. Los Presupuestos del Estado tenían reservados 300 millones para los gastos del referéndum. El Partido Socialista necesitaba dinero, y se arriesgó a buscar nuevas vías, que luego resultaron de dudosa legalidad, para financiar su campaña a favor de la OTAN.

En esas circunstancias, la conmemoración del 20 aniversario de las bombas de la OTAN caídas en Palomares no ayudaba a las tesis del Gobierno. Claro que el Buenos Días lo hacíamos de madrugada. Los jefes dormían y confiaban en nosotros. Trabajábamos como si fuéramos libres. Hasta cierto punto.

Para mí, ese referéndum era una prueba de fuego. Quiero decir que me quemaba. A la mayoría de los periodistas de la tele nos planteó un gran dilema. Durante tres años, TVE era partidaria de salir de la OTAN. Ya no. Los empleados, y no digamos los directivos, debíamos lealtad a la línea informativa y editorial que marcaban nuestros jefes (o sea, los nombrados por el Gobierno de turno). Que nadie se sorprenda. Lo mismo ocurre en todos los medios de comunicación del mundo, públicos o privados. Los periodistas deben cierta lealtad a la cultura corporativa de su empresa.

Por tanto, estábamos obligados a ser exquisitos con la información sobre el sí y el no a la OTAN. No obstante, en enero de 1986, el sesgo inevitable era favorable a las tesis del Gobierno. En muchos casos, el desgarro interior estaba garantizado. Conviene sintonizar nuestra conciencia con la emisora o la publicación para la que trabajamos. Cuando chirría demasiado, y el ruido se hace insoportable, es mejor cambiar de emisora o de periódico antes que de conciencia. No siempre se puede. No todos pueden.

En público, hablábamos a favor de seguir en la OTAN. Faltaría más. Teníamos argumentos sólidos. Desde el 1 de enero, éramos miembros de pleno derecho de la CEE (Comunidad Económica Europea), un viejo sueño de todos los demócratas que identificábamos a Europa con Democracia. Eso era una garantía, una vacuna contra las veleidades golpistas de algunos militares franquistas. La sociedad española aún arrastraba, desde las guerras de Cuba y Marruecos y una larga dictadura militar, un cierto pacifismo y antimilitarismo. Era casi seguro que, dentro de la OTAN, nuestros oficiales aprenderían inglés y modales democráticos. La OTAN también podría obrar el milagro de adelantar las negociaciones con Gran Bretaña sobre la recuperación del Peñón de Gibraltar. El no va más. Por último, y no lo menos importante, creíamos que nuestros socios de la OTAN nos ayudarían a luchar contra ETA y a acabar con su santuario en el sur de Francia.

Entre el cerebro y el corazón

Todo eso, y más, lo decíamos en público. Incluso, llegamos a creérnoslo. Sin embargo, en privado, y en nuestros corazones, sufríamos la violencia de nuestras propias contradicciones entre el ser y el deber ser, entre lo que siente y lo que se hace, entre lo que manda el cerebro y lo que sufre el corazón.

La campaña del referéndum fue traumática… y fulera. Llena de artimañas, chantajes sectarios y preguntas sesgadas, propias de trileros. De entrada, o sea, de momento, nadie sabía si su resultado sería vinculante o no para el Gobierno. Lo que supimos todos es que Felipe González echó el resto. Por tanto, votar contra la OTAN se había convertido ya en votar contra el PSOE y contra Felipe. Votar por el caos.

Hubo gran confusión. El diario franquista El Alcázar y el comunista Mundo Obrero coincidían en su voto anti OTAN. ¡Menuda pinza! La Alianza Popular de Fraga, incomprensiblemente, promovió la abstención. Felipe González llamó a Adolfo Suárez para que pidiera públicamente el voto por el sí. No lo hizo y, según él, a los pocos días le visitaron los inspectores de Hacienda. El ambiente se fue enrareciendo y tensando al acercarnos al 12 de marzo, día de la votación.

Durante toda la Transición, nos pasamos media vida firmando manifiestos, asistiendo a concentraciones y marchas, repartiendo octavillas, gritando eslóganes (muchos en verso) y pintando pancartas. En esta ocasión, no íbamos a ser menos. Hubo firmas de famosos a favor y en contra. Las de rigor. Otras me chocaron. Mis admirados escritores Juan Marsé, el inventor del Pijoaparte, y Rafael Sánchez Ferlosio, el de Alfanhuí, firmaron a favor de la OTAN. Ya no sabía hacia dónde mirar, qué brújula seguir. Sánchez Ferlosio dijo luego que <<perdió el honor e hizo el imbécil para nada>>.

Pasado el susto, el propio Felipe González, ya vencedor, reconoció que convocar ese referéndum fue <<un error serio, serio>>. Dijo que había sido uno de los peores momentos de su vida. Así lo aclaró:

<<A los ciudadanos no se les debe consultar si quieren o no estar en un pacto militar, eso se debe llevar en los programas, y se decide en las elecciones>>.

Demasiado tarde. El daño moral, indeleble, ya estaba hecho. Con una participación del 60%, el resultado fue del 56,8 a favor de la OTAN y el 43,1 en contra.

El vértigo del referéndum

Han pasado muchos años, pero nunca podré olvidar el vértigo que sentí ante la urna del 12 de marzo de 1986. Después de haber defendido en público, y en mi trabajo, primero el <<no>> y luego el <<sí>> a la OTAN, me enfrenté a la papeleta definitiva con el corazón partido.

Sentí una cierta rabia histórica, embalsada desde el desastre el 98, causada por los ataques yanquis a la armada española en Cuba y Filipinas. Ahí nació el sentimiento antinorteamericano de muchos españoles, mucho antes que en la guerra del Vietnam. Luego, me vino a la mente la foto del abrazo entre el presidente Eisenhower y el dictador Francisco Franco en Barajas, lo que nos trajo las bases nucleares y las bombas de Palomares.

¿Por qué tendría yo que recordar, en aquel momento, la frase famosa del capitán Méndez Núñez frente al Callao?:

– <<Mas vale honra sin barcos que barcos sin honra>>.

Nunca lo he dicho en público hasta hoy. Entonces, tomé la papeleta, con decisión, y voté No a la OTAN. Ya había perdido, obviamente, la virginidad política y la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Me lo debía.

También lo fue para el ministro Javier Solana, el más feroz anti OTAN del PSOE antes del 82. En cambio, en 1985, Solana no quería que yo preguntara al presidente del Gobierno por las manifestaciones anti OTAN, mientras Felipe pasaba dos semanas en Extremo Oriente aprendiendo lo de <<gato blanco, gato negro>>.

Diez años más tarde, en 1995, cubría yo las negociaciones de paz para la antigua Yugoslavia, en el aeropuerto de Dayton (Ohio, EE.UU.).  En una conversación informal con Richard Holbrooke, el mediador norteamericano, no me dio el nombre, pero me dijo que estuviera atento a la noticia:

– <<Pronto habrá un español al frente de la OTAN>>.

Lo supe unos días después. Vivir para ver. Javier Solana, más converso que yo, fue nombrado jefe máximo de la Organización para el Tratado del Atlántico Norte. Entonces, ya reconocía yo haberme equivocado al votar no a la OTAN.

A pesar de todas mis contradicciones, recibí la victoria del <<sí>> a la OTAN con alivio. Otra vez, coincidí con el cordobés Ibn Hazm (994-1063) cuando escribió:

– <<… mi oriente es el occidente>>.       

                                          <<Yo estuve allí>>, decimos los del Buenos Días

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El día que dije adiós al informativo diario Buenos Días de Televisión Española brotaron algunas lágrimas compartidas con miembros de mi equipo. Hubo motivos para ello. Pasar todas las noches juntos, sin dormir, (…)