Runstorming Runstorming

Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Archivo de la categoría ‘marathon’

Charity running: ¿qué es?


Foto. Children With Cancer UK.

Hace unos cuantos años me sorprendía el hecho de leer sobre los corredores británicos y esto del ‘charity running‘. Cuando vivía por las islas británicas (todavía otros pocos años más atrás) el charity era cualquier obra benéfica a la que se apuntaba el grupo de sea scouts de Harwich, donde pasaba yo mis veranos.

No me sorprendía saber que participantes del maratón de Londres corrían por una causa sino que me preguntaba cómo lo harían. Al principio creí que esto se trataba de ir corriendo con un talego y un cartel anunciando tu motivo benéfico y que la gente fuese echando sus donativos.

En seguida me pareció que la resolución que aportaba mi cerebro era una estupidez. De estos razonamientos-relámpago-estultos suelo tener bastantes. A veces tardo en reaccionar y tengo que preguntar. Ese día, afortunadamente, pregunté. Evidentemente se abría una cuenta en el banco y se anunciaba el ‘dorsal 0’ al que querías destinar los fondos.

El verano pasado me pasé unas cuantas horas leyendo sobre el Intermón Oxfam Trailwalker. No la versión que se celebra en  España, a lo largo de una estupenda vía verde y pistas aleadañas en la provincia de Girona (del monte al mar a lo largo de 100km). Se trataba de la competición que IO Trailwalker organiza en HongKong, a lo ancho, profundo y alto de las montañosas colinas de la bahía.

Tan leído que quizá en 2014 nos animemos a formar un equipo de 4+2 (4 corredores, 2 apoyos) para el reto de los cien kilómetros de la primavera de Girona. Pero no es este el caso. Lo gordo es:

¿Cómo operar y conseguir que tu ‘charity’ llegue a buen puerto?

Estamos acostumbrados a leer de triatletas y corredores se embarcan en una prueba benéfica. Esto ¿cómo se hace? ¿Esfuerzo individual en una ruta simbólica? ¿Me embarco en una prueba ya organizada y hago público el esfuerzo para que la personas me apoyen? ¿Construyo un equipo para una prueba específicamente diseñada así?

 Este es el enlace a un pdf que edita IO-Trailwalker con consejos de cómo conseguir recaudar fondos. Es una guía enfocada a la prueba de 100km que mencionamos pero podría valer.

Algo más sencillo, por si quieres empezar a pensar en ello. Lo publicó RunningwithKaren en la campaña que le llevó a recaudar fondos para la fundación TeamFox (sí, Michael J. Fox, actor de los años 80 que cayó enfermo de Parkinson):

1. Crea una website y asegúrate que tu historia personal está bien visible en ella.

2. Manda un Email a amigos y familiares. Punto. Pídeles un pequeño apoyo a tu donación. Consigas una donación o meras palabras de apoyo no olvides decirles «gracias». Nunca desestimar el efecto de esa sencilla palabra.

3. Imprime un papel para la donación y repártelo entre compañeros de trabajo. Mucho más fácil atender a alguien que te viene cara a cara que leer un simple email.

4. Anúncialo en Facebook. Que tus amigos compartan tu enlace.  Nunca sabe el poder de expansión de tu enlace, donde puede terminar.

5. Arranca con tu propio blog o, al menos, envía las novedades en plan newsletter. Envíaselo a tus donantes.

¿Tienes algo ya en mente?

¿Te atreves a pensar en tu propio ‘charity’?

¿20? No, 42195. ¿Minutos? No, metros

Nos hemos inscrito. El mismo viernes en que las inversiones del millonario Adelson aterrizan oficialmente en Alcorcón. No a fumar, echar monedas de euro a las tragaperras o a contratar servicios de compañía por un módico precio. Nos hemos inscrito para correr.

No existen registros históricos o legajos que haya desvelado la arqueología aunque se sabe que por la redacción hay algún corredor que otro. Paco, el jefe de distribución, ha hecho incluso alguna de 100km. Peeeero, por primera vez en los anales de los blogueros de 20minutos nos vamos a meter dentro de la carrera para contar las tripas de un maratón, como componentes del equipo «Diario 20Minutos».

¡Jefe, que se sepa!

Hemos escogido una carrera en expansión creativa y con un reto por delante: lograr que una ciudad como Madrid no sea un esquivo y gruñón vecino al que lo de los tipos en pantalón corto y camisetas técnicas monocolor le resulten un incordio. El próximo 28 de Abril a las 9 de la mañana, a la hora en que madrileños de ambos sexos se recogen después de una noche de farra primaveral y, otra retahíla de madrileños comienza a montar los chiringuitos del Rastro, participaremos en el maratón de Madrid, hoy día bajo la denominación de origen tal que Rock ‘n’ Roll Madrid Maratón & 1/2. Ou yeah.

Así las cosas, tendremos que contar qué vicisitudes y qué preguntas nos asaltan antes de pasar de veinte minutos a unas cuantas horas. De 20 a 42.195 sería un título tan bonito para un libro… ¡No!, ¡Es ironía!

Pero quizá esto tenga truco y mi experiencia no dé para tantas cuestiones.

Por ello, lo transformaré en un personalísimo compendio de esos tremendos dos meses previos al maratón, que no lo son tanto.

Si queréis saber cosas como las siguientes, seguidme, pollos. Recomendad este blog a vuestras amistades.

¿De qué preocuparse cuando entrenas para un maratón? ¿Entrenar para mejorar o para terminar contento del esfuerzo? ¿Corro mirando al reloj o a los monumentos? ¿Calculo la ingesta de agua y bebidas isotónicas o me paro en un bar y me doy un capricho espumoso? ¿Lo digo en mi trabajo o espero a que se enteren o a que me echen?

Prometo no ser muy cargante ni monopolizar los temas habituales con ese tonillo.

Querría incluso ser de utilidad.

 


Foto: Facebook RNR Madrid Maratón

¿Acompañas a tu pareja a ver cómo hace deporte?


Foto: Alfredo Luna Corsair Staff Photographer.

Cuando éramos novios (y nuestro noviazgo duró bastante, creedme) solía decir a mi pareja lo ridícula que me parecía la esclavitud de esas chicas que asistían impertérritas a los partidos de fútbol sala de los colegas. El tercer tiempo al que eran invitadas por sus chicos se extendía al Gran Mesón. El Gran Mesón era un templo de las raciones de oreja y de las raciones de bravas. Si lo sigue siendo, perdonadme que no lo sepa corroborar pero no voy a bajar seis calles hasta ahí.

Pero la cosa cambió.

– «¿Te parece si aprovechamos para ver Sevilla el sábado? El club monta un viaje en autocar al medio maratón de Los Palacios«.

Sin maldad. De hecho cuando nos conocimos en casa ya se corría. Padre, hermana, todo quisque era, a ojos de mi novia, una compota simpática de desesperados con hábitos raros.

Aquel sábado en que acordamos acudir a la excursión de los corredores populares nadie vió Sevilla en condiciones. Ni mi novia, ni yo, ni las decenas de acompañantes que se trasladaron al remolino.

– «Una y no más» – me dijeron a la vuelta. Y fue prácticamente cierto. Solamente algún evento gordo o pintoresco. Nunca más, salvo que me sorprendieran con una propuesta de asistir a una carrera, ni mujer ni hijos tuvieron que esperar a que yo pasara. He organizado eventos y he corrido durante unos pocos años y siempre he mantenido esa verdad: correr gusta, ver correr es una variable indeterminada.

Pero que está ahí. Es el mundo de los acompañantes de papá, del churri, del novio, ese personaje deportista con grandes dotes de convicción. Ese adulto que ha descubierto que correr es su modo de vida, su pasión. Y luego están esas madres esperando a que superpapi cruce a lanzar un beso o pase raudo como la segunda oleada de un tsunami. Son segundos que al corredor le suponen una inyección de adrenalina tal que podría adoptar media docena de madres con sus churumbeles para poder repetirlo cada cinco kilómetros, como los avituallamientos.

Pero el código civil impide la poligamia y el alquiler de familias. Sobre lo que no dice nada es sobre el tiempo como dimensión elástica: para el runner son 10 segundos; para los acompañantes… suma veinte minutos de transporte público, veinte de análisis y escaneado visual del mapa de la ciudad, diez de buscar un buen sitio y treinta de esperar.

Al frío, viento, la lluvia o el solazo. Niños, hijos míos y vuestros, que se aburren, se asustan o se hacen pis porque no calculan todavía la verdad de las verdades: los dispares ritmos entre los corredores de cabeza y tu ritmo.

– «Y papá, ¿cuando pasa?»

Muchos otros corren los últimos cien metros de la carrera de vuestra mano, mientras una algarabía intensa pone a tu esposa a gritar y correr en paralelo a ti (salvo que te hayas equivocado de niño y la otra madre grite de pavor).

¿Ninguno lo habéis hecho? ¿No habéis sugerido a vuestra pareja que vaya a veros correr?

Hay que reconocer que las cosas suelen ser mucho más normales. Tu quedas, vas, incluso la carrera pasa dos veces por meta y ahí están tus queridos tomando café con amigos y que, posiblemente, los entornos familiares diverjan enormemente:

Habrá familias donde la pasión deportiva se comparte. Ellos, a tu maratón. Tu, a su basket o a fútbol.

Habrá familias en las que les pille ya mayores y con sus vicios. Tu repentina pasión por correr es tuya. Allá tu con ella.

Habrá familias donde lo normal sea el deporte y vayan o no vayan a verte en función de que coincidan los calendarios de él y ella. Entonces compartís expedición, ruta, carrera, todo.

Conozco algunas familias donde todo ha terminado con un amistoso divorcio.

¿Qué tienes que contar al mundo?

¿Alguna experiencia como corredor? ¿Eres pareja de corredor y quieres expresar desde el anonimato tus emociones más profundas?

Running USA. La tierra prometida

nyspeed

Hace unos cuantos años me entretuve echando cuentas sobre los maratones de medio mundo. No sólo mirando la cantidad ingente de corredores que participaban (esto ya es más común también en España) sino cómo se corría.

Calculé los tiempos de media que tardaban los puestos porcentuales 10, 30, 50 y algunos otros. En general, la conclusión era esta: salvo un reducido grupo de un primer 20 o 30%, el corredor de maratón (y distancias más cortas) aparecía en las clasificaciones con unos ritmos muy suaves. Yo vivía acostumbrado a darme palizas a ritmos más serios. De todos modos, entendí que era lo que en los primeros años se llamaba jogging, luego pasó a ser fun running. En fin, quien haya viajado un poco por Europa o los USA (más recientemente también en Asia) verá que la participación estándar es disfrutona.

Hay varias causas, entre las que destaca la cuasi igualdad de mujeres y hombres en meta (ronda el 40 o 50%), o la seriedad del concepto de deporte-salud frente al deporte competición (insisto, salvo la parte de muy delante de las carreras). Colócate un dorsal y asoma por una carrera de 21km por Philadephia con tu cara de hambre, tu cráneo y patas depiladas y tus tiempos cercanos a los 15km/h y estarás cerca de los trofeos.

El boom del correr arremetió contra la sociedad occidental de manera definitiva y para quedarse después de la victoria del estadounidense Frank Shorter en los Juegos Olímpicos de 1972, en Munich. Esto hizo que el americano medio fuera muy receptivo a una moda que difundieron los medios (¡quién no recuerda a aquella gloriosa Jane Fonda!) y que lanzó a todo hombre blanco a la calle o el parque.

Pero no es lo que tenía ganas de repasar ahora.

Estoy mirando en este paraíso estadístico las cifras medias absolutas de las carreras en Estados Unidos. Como cálculo en bruto (total corredores vs total tiempos), no hay muchas diferencias entre carreras de maratón.

Por ejemplo. El exigente y calificatorio Maratón de Boston tiene unos 21.000 entrados en meta. De las 2h04 del vencedor al último corredor, que participa pasando una calificación previa por tiempos, resulta un tiempo medio de 3h50. Con la principal sección de tiempos (más de 8.000 corredores en 2011) entre 3h30 y 4h00.

Chicago, otro dominio de los superespectáculos. Casi 38.000 participantes en meta. Tiempos estruendosos en cabeza (habituales vencedores cercanos a 2h04) y un tiempo medio de 4h32 en 2012. La masa está mucho más repartida en la tabla del pizzero. Hay tres grupos de casi 8.000 corredores que llegaron en los tramos 3h30-4h00, 4h30 y 5h00.

NY. La maquinista de la generala. En 2011 llegaron 46.000 personas a Central Park y la media se fue a 4h28. Más de 11.000 finishers se agruparon de 4h00 a 4h30.

Cifras similares. Pasado un rato de toma de contacto me puse a jugar con las tablas. Nos encontramos con unos hechos estadísticos irrefutables.

En la tremebunda y elitista Boston, de nuevo, solo unos 6.500 corredores (de 23.500) bajaron de esas 3h30. Hey, what’s going on here? Se supone que – dividido por sexos y edades – es como participar en la milla de los Milrose Games. ¿Un 25% únicamente es capaz de correr por debajo de cinco minutos por kilómetro? ¡Pero si en mi grupo de rodaje solo hace falta un guiño para que nos pongamos a cuatro treinta«! ¡Si somos unos matados sin entrañas!

More.

En New York sólo 5.300 de los 46.000 corredores bajaron de las muy respetables 3h30. Los 4.50’/km sostenidos durante los cuarenta y dos kilómetros y pico. Apenas un 9%. La élite de la élite. Quizá me leas y sonrías con suficiencia porque este año estás embarcado en ese plan de entrenamiento sub 3h30 y ya no eres un lento futinguero. Un 91% de los finishers de la NYCM te verán como un tipo inalcanzable.

Echémosle la culpa a los turistas que quieran correr Nueva York como mero hecho social, sin ser realmente corredores batidos en el polvo y la estepa. A los sofocantes grados de la edición de Chicago de hace unos meses. A que los corredores hispanoparlantes somos más duros y ligeros que … No. Seguro que esto en Boston no sucede.

Quizá la ‘culpa’ es de esas masas que salen a la calle simplemente a terminar las 26 millas y media. Eso no es correr un maratón, como se suele leer. Veamos si las pruebas menos famosas tienen menos porcentaje de pachangueo.

Cleveland Marathon, (OH). No más de dos mil quinientos llegados a meta. Febrero, amplias avenidas, algo ondulante, sí. Pero esto no es un carnaval. Tiempo medio… 4h37. De nuevo el paquete entre las 4h y las 4h30 domina.

Richmond (VA). Finales de Octubre. Tiempo medio 4h24. A carreras más regionales o locales, menor participación y tiempos similares o más altos.

¿Es esta la tónica? ¿A qué se debe? 

Según marathonguide.com la media de todos los tiempos de finishers en 2011 en los Estados Unidos fue de 4h37. Más concretamente 4h26 para hombres y 4h52 para mujeres. Sin temor a equivocarnos, el país de las barras y estrellas acoge con cariño a corredores que merodean las dos horas en medio maratón. Quizá sus maratones incluyan un poco de caminata para recuperar la fatiga generada por el duro esfuerzo de estar casi cinco horas en movimiento. Posiblemente muchos mejorarían si se acogiesen a unos buenos programas de entrenamiento.

Pero los tiempos medios se mantienen en las carreras observadas desde hace unos cuantos años. En 2002 la media de los 325.000 corredores que terminaron un maratón era también de 4h38. Y eso que la ciencia del entrenamiento avanza. La mejora en los patrones de nutrición es un issue en los EEUU así que, por lo tanto, algunas mejoras deberían ser evidentes.

¿Es posible que la gente no desee correr más deprisa? Unos lo verían como una señal de madurez, mientras algunos como de incapacidad. Quizá sea el subcontinente norteamericano el Dorado del correr tranquilo. Sea como sea…

¿Ocurre lo mismo tu entorno? 

El primer gran maratón español

Nota de prensa del maratón de Barcelona. Las previsiones de corredores inscritos en el evento barcelonés, de seguir este ritmo actual, superarían los 20.000 corredores. Veinte mil a evento único. Notemos esta cifra.

En 1997 viajé a París para hacer turismo deportivo. Estaba todavía inmerso en los pecados de juventud. Mi pecadillo era correr deprisa. Prometo que bajo mi aspecto de mapache diseñado de mala manera hay acero de los barcos y corría. Bastante. Enganché a mi entonces novia y arramblamos mochila y camping (el calamitoso emplazamiento del Bois de Boulogne) para correr en un evento que se disparaba.

Después de media hora de desayuno y liberación de ropa y mochilas llegué a la Avenue Kléber, la zona de salida del maratón de París. Jean Baptiste Kléber aceptó el mando de las tropas de Napoleón en la expedición de Egipto. En refriegas varias fue herido y, para colmo, el mismo Napo salió por la puerta de atrás dejándolo allí plantificado. Digamos que pasó sus últimos días enfurecido hasta los tuétanos. Como fiel general del emperador (y porque le habían nombrado gobernador de Alejandría) le tocaron diez mil soldados para plantar una infausta batalla frente a los turcos. Pues bien. Al llegar servidor a la Avenue Kléber, allí estaban esos diez mil y nos estábamos amontonando otros diez mil más, además de una tolerancia aritmética que llenaba aquel asfalto de gente hasta donde se perdía la vista.

Veintiséis mil culos sentados en el suelo en mitad del abril parisino. Media hora sin calentar y sin entrar en batalla. Otro tipo de maratón, en la que no iban a contar las pretensiones del cronómetro (insisto, en aquella época yo corría).

Era la época de la expansión de los maratones europeos sobre los veinte mil participantes. Aquella edición de París me mostró cuanto ocupan veintiséis mil pares de glúteos y de codos. Londres venía viviendo episodios de una anormal popularidad desde los años 80 (en 1982 la prueba recibía 90.000 solicitudes y admitía a más de 18.000) y entre ambas y Nueva York, más un renacido Berlín (en 1996 más de 16.000 participantes) o la carrera de la primavera de Hamburgo (1997, 10.000)  componían aquellos paraísos de avenidas llenas de corredores. Riadas de gente ocupando las avenidas mientras la salida en Menéndez Pelayo o Mataró o el mismo Turia era… eran otra cosa.

¿Barcelona 92?

Recordemos que en esos días el hoy popular maratón valenciano de otoño tenía apenas dos mil participantes. Madrid no pasaba de 5.000 corredores hasta 1994 y rompía su techo de cristal pero sin hacer mucho ruido. Barcelona había tenido un magnífico empujón con la prueba del año olímpico (6.000 visitantes que usaron la excusa olímpica para asomarse por el Passeig Sant Joan) pero veía como se estancaba su participación a unos pobres (dignos los demás, pobre, yo) 2.500 en 1995.

Y es que no hemos sido nunca muy de participar. De ver, más.  Cada Abril de esa década el maratón de Madrid tenía una participación moderadamente… triste. Los fieles cuatro mil participábamos porque era ‘la carrera de nuestra ciudad’. Incluso los más aguerridos han querido posteriormente que fuera un patrimonio de la ciudad. Pero ese es otro debate: Europa, los EEUU, Japón, Oceanía, medio mundo popularizaba los tipos en pantalones cortos y estilos catatónicos como un hecho mitad comercial y mitad sociológico. La masa (nosotros, la masa, más la de pan).

Y pasó lo que pasó. Barcelona sufría la catarsis del año 2005. Como relata Miquel Pucurull, no se cumplieron los objetivos de participación que se habían establecido para 2004, no hubo entendimiento entre el Área de Deportes del Ayuntamiento y la entidad Marathon Catalunya y aquello se suspendió. Se suspendía por primera vez una prueba de maratón en España. Los motivos, puramente de desacuerdo político y organizativo.

Una nueva organización trabajó de otro modo más, digamos, europeo. Si se quiere, ‘a la americana’. Recordemos que, si bien las pruebas pedestres entre aficionados o profesionales apostadores son patrimonio franco-británico, el fenómeno de correr por las calles  se dispara en los EEUU tras el impacto mediático de la victoria de Alberto Salazar en 1972 (JJOO Munich). La ciudad del escorxador del Clot y de las granjas donde una señora limpísima y rubísima vende una de medio y una de cuarto, la Barcelona de los inmigrantes vascos que tomaban vino en el Paralelo en 1961 y de la plaza de la Bonanova, se lanzaba a una carrera sobre nuevos raíles. Barcelona americanizaba su prueba.

En 2010 se situaba a la cabeza de los maratones españoles con más de 10.000 participantes. En cierta medida era el punto de no retorno de la carrera. Personalmente creo que en esta cifra la carrera se retroalimenta con el efecto llamada de participantes, prensa y cifras. De 2010 a 2011 el aumento es de un 24% de participación. En 2011 se daba otro salto hasta los 19.000 participantes y 16.000 llegados a meta.

Cifras que este año amenazan con caer como un castillo de naipes. A dos meses de la prueba el pronóstico pasa de 21.000. A quienes dudaban cuando la suspensión, cuando el debate de hacia donde tenía que ir el fenómeno de las carreras de la calle, solo una cifra: en Barcelona participaron este año diez mil extranjeros. Es la misma situación que viví la torta de años atrás. Diez mil historias contadas con un «cuando llegué a la Plaza de España me encontré con veinte mil pares de glúteos».

Al final esto de correr va de contar glúteos.

Foto: Zurich Marató Barcelona.

¿Por qué me dan calambres?


Fuente Derek Zahler. Youtube.

– «A ver si paras quieto, amor»

Hasta no hace mucho tiempo yo creía que el mejor síntoma para saber si uno está a punto para echar a correr como un gamo, como un gusarapo o como un imbécil era, sin duda, que te sacudan terribles calambres por la noche. Pero de los gordos. De esos que te bloquean el gemelo y te ponen el dedo gordo del pie absoluta y peligrosamente tieso. Entonces, cuando te han dado dos calambrazos como dos pumas de salvajes y has despertado un par de veces a tu compañero/a de cama, te dicen esto:

– «Hijo/a. Tengo ganas que llegue el maratón y te desfogues»

Y no saben que es peor. Que corriendo nos darán más.

¿Qué es un calambre?

Es una contracción involuntaria de un músculo. Voluntariamente pocos (quizá existan masoquistas escogidos) desean contraer así ninguna extremidad.

Clínicamente se solían asociar a anormalidades de electrolitos en los músculos. El dificil equilibrio que guardamos mientras entrenamos para un maratón, los días de descanso, beber mucho, más, o hartarse, luego parar, cargar y descargar hidratos… toda esa tortura que ya conocemos todos.

Más recientemente se está comprobando que es una cuestión de transmisión neuronal. O sea, el ejercicio de correr envía demasiadas señales de estimulación a las neuronas extendidas hacia un músculo (motoneuronas). El músculo se fatiga por causas evidentes. Evidentes porque vas evidentemente jodido (estás corriendo una distancia anormalmente larga). El resultado es un desequilibrio frente a las sustancias que tenemos para inhibir la fatiga desde el sistema nervioso central.

O sea, vamos, corremos por fin el maratón que nos sugería nuestra pareja, y ¡entonces empezamos a conocer qué son calambres de los buenos!. King-size. Station Wagon. Full HD. Todas las putas siglas que conocemos para comparar lo más gordo se quedan cortas.

Y se nos queda la pierna como un palo mientras los demás corredores nos adelantan y vuelves a tu pensamiento:

– «No vuelvo a correr esto nunca más».

Y luego sacan las imágenes en la televisión diciendo que correr maratones no es saludable. En consecuencia, en casa te comentan el carácter poco saludable de tu hobby/pasión.

– «Chico, un día te va a dar un perrenque, que lo han dicho en la tele».

Es que somos muy dados a interiorizar cualquier mensaje que nos den los medios de comunicación.

¿Por qué a mí?

Pero tú ya te quedas con la duda. Afortunadamente Mourinho dirá algo sobre Casillas, o llegará una inesperada ola de calor en Julio y se dejará de hablar de nosotros. Mientras tanto, te hincharás a repasar tus hábitos previos, leer sobre qué dice la ciencia especializada o a comentar tu experiencia con un psicoanalista.

– «Para mí que hay algo cósmico que envía ondas a los músculos, diciendo que la suerte está echada, que ya llegó la hora de ponerse a correr. ¿Cómo afecta la cosmología a los musculos? ¿Me receta drogas de las gordas que tengo un maratón en otoño?

Una cosa parece inevitable. Y esto ha de servir para novatos o experimentados. Los calambres te darán mientras tus músculos lleguen al extremo de la fatiga y les sigas exigiendo más. Beber más, entrenar mejor, tener más flexibilidad, son todo herramientas que mitigarán la aparición de las temidas ‘rampas’.

¿Le dan calambres a Pablo Villalobos o a Chema Martínez o a Rosa Morató?

La suya es otra esfera de esfuerzo. Superior, bestial. Pero su entrenamiento es tan demencial (en el mejor sentido de la palabra) que les permite afrontar esos riesgos. Nuestro mundo es el de salir a disfrutar de la carrera. Un calambre ocasional nos dará una alerta incómoda, cómica, dolorosa, pero sirve para avisarnos de que nuestro cuerpo alcanza una cota máxima de paliza.

Yo creo que lo mejor es invocarlos y que nos cuenten ellos.

Ochenta largos años de Maratón en Amsterdam (1928-2012)

Como regalo para el fin de semana, rescato un post con un rato de lectura histórica. Este artículo fue también cedido a la fantástica web de deporte de Martí Perarnau.

EL CHICO ARGELINO

El domingo es la carrera. Es una de las pocas ocasiones en que se podrá ver un deportista japonés, finlandeses (en el estadio se ha podido ver a Paavo Nurmi o Ville Rittola haciendo fabulosos diez y cinco kilómetros), o argelinos. Aunque uno de estos, que ya estuvo entre los mejores en Paris, corra con la bandera francesa. Es uno de los primeros resultados de la importación de corredores desde las colonias. Los signos de los nuevos tiempos. En la prensa local un periodista anónimo hace chistes sobre la distancia, consecuencia (o culpa) del ‘griego tonto’. El chico nacido en Argelia es Boughera El Ouafi y toma parte en el maratón olímpico. Hace un día más bien revuelto, ventoso. Es verano de 1928 y, de momento, no se sabe nada de la fiebre del correr.

Foto: Geheugen van Nederland, Biblioteca Real. Autor: desc. (1928)

En un esquinazo de Churchilllaan con Victorieplein hay cientos de espectadores que ven pasar a Steurs, el belga, el italiano Conton y sus pantalonse subidos hasta las axilas, al francés El Ouafi, detrás de un grupo en el que lidera el estadounidense Joey Ray y un finés de aquella cuadra fantástica del círculo polar ártico, Korholin-Koski. Detrás, la excusa para salir a la calle, el exotismo de ver el paso de corredores japoneses como Yamada. Detrás de la multitud está el portal de la vivienda en la que la familia Frank se instalaría el verano siguiente y la pequeña Anna viviría hasta tener que ocultarse con toda su familia en un armario trasero de la casa de sus tíos. Anna escribiría páginas tristemente míticas en su Diario de adolescente. Pero hoy es un fresco día de verano holandés en el que no hay cacerías de judíos ni marginación racial. Estos otros ‘nuevos tiempos’ están todavía lejanos, aunque no tanto como la crisis global de 1929 (otro paralelismo con el presente). El drama se ceñirá hoy al esfuerzo deportivo, únicamente. La ciudad ha preparado sus instalaciones para acoger a 2.800 deportistas y, por primera vez, pruebas femeninas en atletismo y gimnasia.

Amsterdam recibía para 1928 por fin el premio a su espíritu deportivo. Había tenido que bajarse del burro y ceder: el Barón de Coubertin había decidido que los JJOO de 1920 fueran al país con peor suerte en la Gran Guerra. Amberes se convertiría en el centro, esta vez y sin soldados alemanes, canadienses ni británicos por medio, del entorno europeo y mundial y organizaría los Juegos que casi tenía comprometidos la ciudad de los canales en anillo. Curiosamente los de 1928 fueron los juegos que un conde belga, Henri de Baillet-Latour, devolvía a sus vecinos del norte después de que París acogiese los de 1924 (precisamente cuando el barón francés de Coubertin se retiraba de la presidencia del movimiento olímpico). Todo un juego de billar que se gestionó a tres bandas, monopolizado en los apenas 400 kilómetros del esquinazo más pantanoso y torrencial del continente. El centro del universo era otro muy distinto al de ahora.

La preparación de los 42 kilómetros del maratón se encarga a los serios regidores de la federación atlética holandesa. La KNAU. La medición es cosa de un experto, el Sr Kellenbach. Personalmente recorre el circuito para ver dónde colocar los puntos de control, posibilidad de tener teléfono cerca para las comunicaciones, placas indicadoras del recorrido, avituallamientos en mesas apropiadas, ambulancia, médicos y lo que hiciese falta para un evento a celebrar sobre carreteras sin asfaltar. Más aún, la organización del evento olímpico mejoró el pavimento con nuevas capas de tierra, cosa que hizo levantar una densa polvareda y arruinar la mitad de las fotografías a tomar por la prensa. Las federaciones deportivas en el país son estructuras muy asentadas. El éxito estaba asegurado dado que se contaba con el trabajo de la federación de atletismo, un organismo fructífero que, ya en 1921, el año en que se decidía en el comité olímpico que había que esperar turno tras los belgas y parisinos, había más de cien clubs de atletismo en un país de escasamente seis millones de habitantes.

En pleno dominio de países como Estados Unidos o Alemania y la pujanza de los nuevos países del deporte europeo como Finlandia o Suecia, no serían los de Amsterdam los mejores Juegos para el atletismo holandés. Un relativamente escaso botín de una plata en salto de altura, y Henri Landheer como 30º en el maratón (con unos respetables 2h51). Pero sí mostraron una participación de conjunto absolutamente compacta. Diecinueve medallas en nueve deportes para apenas 124 participantes. Y es que en el nublado esquinazo de Europa el ejercicio físico estaba absolutamente impregnado en las políticas sociales higienistas y de los principales gobiernos urbanos.

En 1928 los chicos que remaban, nadaban o corrían en los lyceums o gymnasiums eran los jóvenes que empezaban a crecer en casas decentes y dignas. Los Países Bajos habían tomado la cuestión de la dignidad higiénica de la vivienda en la Woningwet (Ley de Vivienda) de 1902. Un esfuerzo de conciencia social, de creación de microempresas inmobiliarias, de expansión del espacio de la ciudad.

Las consecuencias del pacto político general se podían ver expresadas en multitud de aspectos. Sin ir más lejos, una buena parte de los diecinueve medallistas holandeses habían sido criados en planes de expansión urbanística de principio de siglo XX, y habían jugado en plazas con sus compañeros de colegios posteriores a la pacificación educativa. Y es que hasta 1917 las diversas facciones religiosas holandesas pugnaban por la financiación gubernamental de los colegios. Repasemos el panorama. Para un español, en el que no han existido luchas de religión desde el siglo XV y donde la religión ha venido ligada e impuesta desde el poder, es extraño (aunque no ajeno) entender que los fondos públicos derivarían a escuelas protestantes, católicas o judías (las menos) dependiendo del gobierno de turno. Recalcar que los sucesivos gobiernos también surgían de partidos políticos con base religiosa y que hoy día aún coexisten etiqueta como la democracia cristiana o el liberalismo reformista. Pues bien, en 1921 se decidió pactar la separación de los fondos para educación de la confesión de cada colegio. Todos, públicos y privados, tendrían igualdad de financiación estatal.

En aquellos colegios se formaron ciclistas como Daan van Dijk o los chicos guapos de los barrios de Amsterdam que consiguieron la plata en hockey sobre hierba. Nadadores, boxeadores o jugadores de waterpolo eran el explosivo resultado de las políticas de bienestar de las diversas coaliciones en el gobierno. Tristemente, la segregación gremial de las ciudades holandesas en esos mismos colegios de itinerarios sociales y religiosos tan marcados también se guardaron registros de la filiación religiosa de cada uno. En colegios judíos estudiaron también las componentes del oro olímpico femenino en gimnasia deportiva – en la foto -, entre las que estaban jóvenes gimnastas como Stella Agsteribbe (aniquilada en Auchswitz en 1943), Lea Nordheim o Ans Polak (gaseadas en Sobibor en 1943).

PESE A TODO, SIGUE SOPLANDO EL VIENTO DEL ‘NOORDZEE’

El día no está menos revuelto al paso de los primeros por el punto de giro. Después de bajar en dirección sur por el borde del polder, el puente sobre el Amstel (el río con nombre de cerveza y calmado carácter de sopa de fideos) hace de cruce en el regreso a la ciudad. Los líderes ya no visten con calzones cuadrados ni llevan duras zapatillas de cuero, ni tienen la cara marcada por el hambre de la primera gran postguerra europea. Estos son finos, dan zancadas sobre aparentemente débiles juncos y, sobre todo, en su gesto hay una supremacía brutal sobre el resto de las bestias de la tierra. Se apellidan Kibet, Bekele, Assefa o Kipketer, y mueven infinidad de vatios sobre zapatillas de materiales de colorines.

En el 2012 los primeros clasificados ya no tienen que mostrar el camino a decenas de sudorosos corredores a través del Bovenkerkerpolder, atravesando el campo. Sí que se sigue la misma dirección trazada por el recorrido de 1928, hacia el sur, Uithoorn y Oudekerk a/d Amstel. El puente de madera sigue siendo admirado y por él hay que circular despacio. La de 2012 es también una edición de melancolía, como veremos después.

Cuando nos hicieron pasar por aquel puente de madera en 2000 había apenas quinientas personas en este punto de giro. Viendo con posterioridad las imágenes de setenta años atrás ¿dónde estaba el público? En aquellos días nos enfrentábamos a los intentos desesperados de la organización de dar un paso adelante tras los años oscuros. Toda una historia detrás.

DE LAAGSTE PUNT

El comienzo del boom del deporte de la zapatilla en Holanda es tan amateur como en el resto del planeta. La ciudad de los canales apenas había celebrado campeonatos nacionales de maratón en los años 30 y 1956. El diario Het Leven había recuperado en 1931 el recorrido olímpico y organizó un maratón internacional en otro gélido 13 de Abril. Y, después, el silencio. Hasta que el primer maratón de Amsterdam se organiza de manera popular en 1975 mediante la coalición de un conglomerado de clubes de atletismo: AV’23, Blauw Wit, Sagitta, ADA, ATOS y Startbaan. Entre la idea de Herman Olij y el impulso del AV’23 Jan Wijnbergen rescataron un evento que moría en las profundidades de la historia. Como resultado, unos centenares de participantes y la esperanza que los grandes de la década se asomaran a Amsterdam.

Ocurriría entre 1977 y 1980, los días en que los primeros espadas como Bill Rodgers o Gerard Nijboer aprovechaban la llanura para destrozar los cronómetros. Poco valor más tenía aquella prueba, que permanecía anclada en la tercera o cuarta fila de los maratones. Era una especie de San Sebastián o Valencia de los años ochenta. En la prensa solamente se hablaba de los vencedores y no había una sola referencia a los ‘runners’. Los años tristes de la prueba coincidían con críticas al grupo de clubes que organizaban el maratón. El Leidsche Courant apunta en Mayo de 1982 que todas las ciudades que se tienen un respeto y una proyección toman como un asunto de estado organizar un maratón sólido y abierto. Ese fin de semana Hugh Jones ha ganado en Londres ante 18.000 corredores. En 1984 Amsterdam atraía 1.800. De ellos, apenas 57 mujeres.

La prueba intentó meterse en mitad de la ciudad. La plaza del Dam acogía el escenario de la llegada. Los Países Bajos tenían al campeón europeo de maratón. Pero la cosa no despegaba. ¿Qué sucedía entonces para que la ciudad pareciese vivir de espaldas a la prueba?

Amsterdam tenía un presupuesto de 90.000 (36.000€) florines para la carrera. Poco esfuerzo más se podía pedir a la economía de la ciudad, dado que Amsterdam había sufrido enormemente las consecuencias de la crisis económica de los setenta. La ciudad basada en el estado de binenestar había sufrido el doble que otras, con una bajada global en las cifras de subsidios, un incremento enorme del desempleo y la reciente independencia de las colonias, que trajo miles de inmigrantes antillanos a engrosar las dificiles cuentas. Pero Rotterdam empleaba 800.000 florines. Diez veces más. En Amsterdam se vencía con 2h19, en Rotterdam Carlos Lopes acudía para hacer 2h07 (y nuestro Antonio Prieto 2h16 en su debut). La ciudad portuaria sentía el paso de los corredores por los barrios populares en los que apenas había más jaleo que en las expediciones de los chavales al partido del Feyenoord.

Amsterdam estaba cambiando demasiado rápido. Se iniciaba en los ochenta la suburbanización definitiva de la ciudad. Los barrios populares veían como se demolían las casas en peor estado y muchas áreas eran renovadas. Se vació la ciudad de parte de su carácter amsterdammer. Miles de antiguos habitantes de los barrios con más encanto (y menos metros cuadrados por vivienda) escaparon hacia las nuevas zonas promovidas como Hoorn-Purmerend, Almere, Lelystad o Hoofdorp. En 1975 arrancaban las primeras casas en Almere, ciudad que acogería al Este de Amsterdam a 40.000 habitantes en apenas diez años. Las Nota, macroplanes territoriales de los años setenta, reorganizaron la población de la Holanda del norte y crearon nuevos núcleos. El proyecto de vivienda pública a gran escala estaba llevándose asímismo la gente hacia zonas como el nuevo Oeste o Bijlmer. Si quitas la vida de una ciudad, difícilmente podrás pretender que salgan a las calles a animar en maratones, desfiles o fiestas. Corriendo a las nueve de la mañana por los canales de una ciudad que vive de noche y yace dormida, es fácil darse cuenta que determinada población ya no va a salir igual que cuando los campeones olímpicos pasaban por la casa de Anna Frank en 1928.

El centro de la ciudad se nobilizaba. Tras la recuperación de la economía de la ciudad en los 80, almacenes y casas se convertían en apartamentos de renta libre y de lujo en todo el área de los canales. La zona central se volvó en servicios y entretenimientos para esta nueva clase media. El giro hacia la noche era irrevocable. ¿Un maratón popular por el centro? Correr seguía siendo un mercado para tipos austeros y duros, no se había iniciado la expansión comercial del viajar para correr maratones. Los diez o quince kilómetros finales del maratón de Amsterdam transcurrían por canales preciosos pero desiertos. Puente tras puente, racimos de corredores penábamos esquivando patrullas despistadas de turistas a los que intentábamos acomodarnos.

‘TWEE KENIANEN EN EEN ANDERE VOORAAN!’

«Dos kenianos y otro vienen por delante», el entusiasmo de la masa. Noventa años atrás el drama venía encabezado por dos japoneses y un finlandés, un francés magrebí y un chileno, el dominador del cono sur, Manuel (o Miguel, según fuentes) Plaza. El retorno por las orillas del Amstel hacia la ciudad suponía abandonar los puntos más alejados y solitarios, sin apenas público salvo las mesas instaladas por los jueces determinados por el Comité Organizador de los Juegos de 1928. Alrededor de ellas se arremolinaban espectadores para ver cómo tal canadiense empleaba unos segundos para beber o coger una pieza de fruta. O tal japonés se avituallaba apresuradamente mientras los granjeros del polder observaban la rala tela de aquel asiático enjuto de tan oscura piel.

Los protagonistas que encienden al aficionado han cambiado. El asombroso último tramo del francés que venció en los Juegos de 1928 se ha sustituído por la agilidad inhumana de los etíopes que hacen los kilómetros a 21km/h. La prueba también parece haber cambiado en más de un aspecto. Ha recuperado una parte de ese seguimiento silencioso. La prensa de aquellos juegos mencionaba que los puntos de avituallamiento eran abarrotados templos en los que, «los allí presentes, eran testigos mudos de aquellos hechos dramáticos y miraban los rostros desfigurados por el cansancio, casi de rodillas».

El silencio es parte de la sociedad neerlandesa. Un país que interioriza desde el viento constante hasta las celebraciones. Pero una cosa es que la gente observe callada, con los ojos como platos, y otra que provenga de unas calles desérticas como el distrito por el que se accedía al final de la prueba. Desde siempre el retorno se había hecho por el Indische Buurt, una zona conflictiva lindante con un área industrial. Solitario, terrible. Incluso con el cambio total de organizadores del año 2000 (se lo aseguro) la entrada de los kilómetros posteriores al 25 era un caos total. Asfalto y aceras para una hornada de sufridores.

Porque el maratón está fundamentado en los sufridores. Dos docenas de caballos de carreras libran batallas en las que todo está en juego. Se emplea estrategia, se minimizan daños o se juega al doble o nada. Pero detrás vienen los que pugnan contra la distancia. Da igual si son 2h30 o 5h30. Obviamente en 1928 nadie hizo esperar tanto al público del estadio olímpico. El último fue el danés Madsen (58º) con poco más de tres horas diez. Pero yo les digo que en 2000 había corredores que a mediodía no habían franqueado siquiera la entrada a Vondelpark, el Central Park de Amsterdam.

Y la extraña mezcla de sufridores y turistas empezó a ser un hecho tras la edición de 1998. La promesa de regresar al renovado estadio de Stadionplein y una distancia menor con salida simultánea adornaron las bodas de plata. Se destituyó cuanto rastro quedaba de los años de la directiva anterior. Se olvidaron los experimentos como aquella caótica llegada en 1997 en el recinto ferial a cubierto del RAI. El hoy manager de cientos de atletas Jos Hermens (Global Sports es la principal agencia de fondistas del mundo) y Rob Pauel sacaron la carrera de la probable desaparición. A su manera. En el bote, un millón de florines por el récord del mundo – que la aseguradora de la carrera se ahorró al salir el grupo de africanos directos a ritmo de récord para el horrendo día que amaneció.

Tras la turbulenta época pasada, llegó el maná. ING firmaba e impulsaba una carrera que aglutinaba casi 10.000 participantes en tres distancias. La de 2012 ha sido algo así como la edición de la melancolía; la edición de la crisis financiera y del triste recuerdo de aquellos años en que ING era la base del patrocinio del maratón de Amsterdam. El peor año para remontar una vez que se había podido recuperar cierta gloria de aquellos Juegos. Durante seis años ING aportó un importante pellizco de medio millón de euros para el presupuesto de la prueba, además de ser una etiqueta de identificación fundamental. El naranja del banco sobre la ciudad de la gloria ‘oranje’. ING era tan holandés a los ojos del mundo como el riestorro naranja del Día de la Reina o la camiseta de Johann Cruijff.

De la mano de este patrocinador, entre 2003 y 2010 los corredores son ya 22.000, con una media maratón de tremenda belleza paisajística. En 2012 han sido 13.000 inscritos solamente al maratón y 36.000 participantes en una fiesta total del mundo del correr. La prueba está definitivamente lanzada a la proyección internacional y ha superado el bofetón de la caída de ING como patrocinador principal. El conglomerado de empresas hibdú TATA ha caído como lluvia mansa y, a través de su marca TCS Consultancy Services, aporta estabilidad monetaria. Tanta, que se ha pasado del horror total de la alcaldía a ser relacionada con la prueba, a la foto del apretón de manos orgulloso del alcalde Van der Laan y el gerente de las inversiones hindi.

El dinero de los dragones y de los países emergentes regresa a las viejas potencias coloniales en forma de mecenazgo. Es uno de los nuevos signos del mundo. Las ciudades que exportaban barcos con las bodegas llenas de armas y de hambre por el comercio, y desembarcaban rifle en mano para arramblar con las materias primas de las Indias Orientales, piden ayuda a sus ‘viejos cooperantes’.

TCS no ha desembarcado lejos de los rastros de ING como patrocinador. La compañía, uno de los líderes mundiales en servicios, que generó unos ingresos consolidados en 2012 de 10.170 millones de dólares, también ha metido la nariz en el jugoso maratón de Nueva York. El grupo de la familia TATA, que fabrica en la India desde tuppers hasta coches o lavadoras, está detrás de buena parte del éxito financiero de ambos eventos. No es casualidad que tal volumen de negociado entorno a los deportes de todo el mundo les haya llevado a alianzas puntuales con Ferrari, el equipo ciclista Garmin-Cervelo y muchos otros maratones como Bangalore, Boston, Chicago o Bombay.

El dinero sin fronteras ha contribuido definitivamente a popularizar la carrera del Amstel. ¿Logrará que la creciente popularidad de Amsterdam en el mundo ‘runner’ consiga sacar de sus casas a tantos habitantes que hasta hoy ignoran la fiesta maratoniana?

En 1928 el evento mundial por excelencia, si exceptuamos la crueldad exótica de las Guerras Mundiales, consiguió que una ciudad de medio millón de habitantes tomara la bicicleta y se asomase a ver aquellos tipos toscos y resistentes. Un repaso a las fotografías existentes, al vídeo de la carrera, muestran las orillas de las calles y carreteras plenas de público. En 2012 el repaso a los diversos ‘footages’ disponibles (incluida una retransmisión televisiva) por todo youtube dejan con mal cuerpo a quien ha deseado ver hileras de espectadores animando o, siquiera, mirando con cara de idiotas, en una ciudad supuestamente abierta y jovial.

Quizá el crecimiento de los participantes locales en las pruebas menores del (hoy) TCS Amsterdam Marathon arrastre a los amigos y familiares a la calle. Media marathon, 8km, carrera mini para niños… un completo menú que pone la ciudad al servicio del corredor o, al menos, el oeste de la misma. Es preciso recalcar que la ciudad impide, por razones obvias de logística de turismo, que ninguna de las carreras entre en los anillos interiores de Amsterdam.

Precisamente los anillos donde residen los habitantes de la ciudad deshabitada. La Amsterdam más blanca y de mayor poder adquisitivo que, en cambio, sí permite que el Gay Parade atasque los canales o el Grachtenfestival ocupe durante nueve días el área más visitada, con estructuras fijas para conciertos instaladas encima de las vías navegables. Es posible que las cosas no hayan cambiado tanto. Habrá que esperar en qué lugar del equilibrio de poder económico se sitúa el turismo maratoniano de la ciudad en los próximos años.

Ahora, disfruten del pasado porque, lo peor, parece haber quedado atrás.

Dentro vídeo:
http://www.geschiedenis24.nl/speler.program.7034780.html