Runstorming Runstorming

Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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Un día, sencillamente, las piernas no van

Ese día parece que las piernas han decidido declararse en huelga. No van. Sales a correr y, en un momento, que pueden ser diez segundos o cien metros o doscientos, nada. Y tiras de corazón, al que sometes un poco más y decide que hasta ahí has llegado.

Nada va.

En algunas ocasiones le hemos echado la culpa a los cambios estacionales, a la variación de la luz y ese estado mohíno que nos invade. O empezar a correr con los fríos que dificultan el calentamiento de los músculos. O los primeros calores que aplatanan y deshidratan. También se habla de la incidencia de las alergias, asmas o de otros patógenos, antibióticos que exprimen hasta el último hálito de un corredor, cien factores.

Ya. Pero ayer podía correr sin tanto problema.
Ha sido un ‘ploff’ repentino.
¿Qué hago?

Ahí el drama. Ahora, ¿qué hago?

¡Qué hago! ¿Se termina mi carrera de corredor hasta que no llegue el invierno? ¿Voy al médico? ¿Voy al neurólogo? ¿Cómo voy a parar de correr si es lo que mejor me sienta?

El corredor se convierte en un Woody Allen a la búsqueda de un coach, de un experto corredor, de un bloguero-curandero o de lo que sea. Y la espiral puede terminar, efectivamente, generando algo más estructural. Una dolencia psicosomática o un trastorno somatoforme: cuando una persona percibe el estrés puede generar respuestas emocionales y de conducta que derivan en dolencias físicas. Con que no seamos burros. La generación de pensamientos negativos no ayudará mucho. Así que, como primer paso, no te tortures.

¿Y si no es eso? ¿Y si vivo feliz, mi entorno me apoya y quiere, y únicamente me preocupo de hacer el bien? Los síntomas son que, simplemente, no voy.

En este momento declaramos inaugurada la ronda de Junio de consejos del abuelo corredor.

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1. Ponte a pensar en otra cosa.

No he dicho «busca otra carrera más adelante en internet, que a esa seguro que ya llegas en mejor forma si acomodas ligeramente el entrenamiento del mes que viene». He dicho «ponte a pensar en otra cosa» ¿Hay otra cosa aparte del correr?

Sí. Repasa el jardín, haz limpieza en los armarios, comparte un ciclo de teatro con tu pareja o lleva libros que no uses a la biblioteca o asociación benéfica de tu barrio. Hay otras cosas. Os diré una más: cuando han pasado dos días o tres sin pensar en correr, superado el síndrome de abstinencia que tu cuerpo sufre pidiendo su dosis de endorfinas, recuperas el cerebro. Y, acto seguido, él se encarga de ir reparando tu físico.

2. Esconde la báscula.

Yes. Esa báscula a la que presentamos nuestros respetos a diario, porque lo dicen endocrinos, planes de entrenamiento o revistas especializadas. Sin darte cuenta, subes a ella a diario como examen de conciencia. Si aparece medio kilo más, algo estás haciendo mal. Si aparece medio kilo menos, será una ventaja competitiva en tus entrenamientos. Es un grave error.

Estas semanas previas se ha caído un cinco que vivía cómodamente instalado en mi pesada casi diaria. Casi de puntillas sobre el cuatro ha venido a vivir conmigo un tres. Ahí una de las razones de cierto cansancio de los últimos días y de que hayan asomado sobrecargas y molestias generalizadas.

Es hora de parar y levantar el pistón. En un mes, saliendo a correr de manera habitual, kilo y medio en mi asquerosa carcasa suponen una pérdida de masa muscular, en depósitos de grasa y de líquido. Por lo tanto, a darme un descanso de dos cosas, porque la temporada es larga, es eterna: fuera palizas durante una o dos semanas, fuera la báscula. En un par de semanas os prometo contar mi regreso al cinco.

3. Esas meriendas-cena, esos gazpachos.

Habitantes deportistas del hemisferio norte, cuidado con las comidas de verano. El calor, los cambios de horario y picar y llenar con cerveza fresca las comidas normales son un pequeño lujo. No podemos permitirnos muchos lujos a no ser que -de nuevo- paremos de correr un poco.

Cuando empezaba a salir a hacer grandes kilometrajes, con el cuerpo aún tierno y sin varear (imaginaos la de años que hace que me libré de ir al instituto la mañana siguiente) sufrí la gran pájara. En un entrenamiento de domingo de veinticinco kilómetros, pasada hora y media tenía hambre, se me nublaba la vista y tuve que regresar caminando durante casi nueve. La mañana del lunes, en la curva de azúcar de una analítica, seguía con los depósitos vacíos. Y os prometo por los huesos faciales de Chema Martínez que el domingo llegué a casa, comí, merendé, cené y vuelta a empezar.

Pero era mayo. Hicimos una merienda-cena el sábado demasiado ligera y demasiado temprano y, cuando salí a correr esas dos horas llevaba casi doce horas sin ingerir sólido. Los corredores, aunque apenas trotemos media hora, necesitamos mantener un nivel de ingesta calórica básica por muy burros que nos pongamos queriendo entrar en esas bermudas o ese bañador.

Ya sabes por dónde atajar una buena parte de los síntomas que no son específicamente de agotamiento por sobreentrenamiento. Éstos últimos merecen el paso por un entrenador y un fisioterapeuta.

Además de dejar de correr una temporada, animalito mío.

La sopa de ajo de la madre de un corredor

Pan del día anterior, ajo, una pizca de pimentón y unos trozos de jamón, caldo de cocido y huevo desliado. Cuatro cucharas y un camarero que sale a correr por el monte con camisas a cuadros.

Es inevitable pensar en las tendencias y en la super especialización del mundo del corredor. Acto seguido, acostumbro a dejar de lado esos pensamientos y coger una de las cucharas y reponer los líquidos perdidos. Mientras las prensas del mundo exprimen sin remedio todas las campañas tecnológicas, esas que nos permiten correr más, más lejos y -sobre todo- más bellos, Gabi se disculpa porque agotaron los judiones.

Uno es que que va pidiendo una cazuela de judiones cuando se nota que ya ha caminado y corrido todo lo corrible. Es Ley de vida y con ella tienen que convivir los míos. Siempre he dicho que la cocina castellana de cuchara templa el cuerpo. Y, como la castellana, otras muchas.

Sales y líquidos perdidos, grasa perdida por los minutos y horas en movimiento, temperatura si se da el caso de tener que recuperarla… pero en la generación de los setenta, decir «sopas de ajo» era mirar aquellos perolos que desayunaban nuestros abuelos mientras los urbanitas pedíamos colacao.

Y que nos colaran la leche.

Han pasado dos décadas y ahora somos maduritos a los que el deporte intensivo nos ha vuelto a entrar la necesidad de comer bien. Los del gremio venimos de estar cinco horas en carrera o de revolcar nuestra bicicleta por barrizales y sembrados y algunos han declarado la guerra a los suplementos artificiales.

Creo que quedan en sitios como este Asador donde se cocinan sopas de ajo que levantan un muerto.

Señores, Gabi. A la puerta de su Asador de Ángel. En Cercedilla (c/Pontezuelas).

Los chefs corredores

Guisar un diseño previo, pensar, resistir durante horas en un entorno sofocante, entrenar duramente para contener las ganas de rendirse. ¿Un plan de deportista de élite? No. Es la descripción de la jornada habitual de un cocinero.

Si añades que unos cuantos cocineros han alcanzado la categoría de chef y su responsabilidad se multiplica por diez, y que a las jornadas maratonianas de una cocina hay que añadir una notoriedad pública, ¿te extraña que solamente les quede tiempo para calzarse unas zapatillas?

 

 

Pues cada vez es más frecuente. Estos lobos solitarios de lo más alto de la pirámide de la cosa culinaria son, muchos, corredores. No sé por qué tenía que extrañarnos. Desde este lado de la mesa vemos pasar por delante de nuestras narices, qué sé yo, aceites estupendos para untar panes de naranja, de pasas, capuccinos de verduras o las archifamosas maravillas de carnes, pescados o espeluznantes arroces (ay, el de atún rojo, remolacha y aire de parmesano de Jesús Almagro). Al otro lado de la mesa, más bien en la cocina, un equipo que dirige un tipo que corre para soltar el estrés, para no volverse loco. Otro probablemente corra porque es lo único que le permite disfrutar de la ciudad. David Muñoz (propietario de Diverxo, entre los mejores según la guía Michelin) iba corriendo desde el barrio hasta el restaurante. La excusa de perder peso o de probar nuevas sensaciones llevan a conocidos cocineros como el madrileño Paco Roncero (el gobernante de los timones sobre el Casino de Madrid) o al archifamoso Gordon Ramsay (el iniciador de Pesadilla en la Cocina en su versión anglosajona) a meterse entre pecho y espalda kilómetros sin parar.

 

¿Hay un punto de celebrity running?

Quizá sí. Correr está de moda, como todo el mundo empieza a notar. Pero también hay un mucho de masoquismo perfeccionista. Es posible que la búsqueda última del plato ‘diez’, sometida bajo un rigor casi científico, sea lo que mueve a estos seres de chaqueta preferentemente blanca.

El corredor echado a perder -como quien os escribe- tendrá más o menos miramientos en inscribirse a una carrera o salir a correr solo por el campo. El cocinero es un animal del detalle, de la perfección. Cuando corre, corre con mayúsculas. Y esto no está ni bien ni mal. Es así.

Para un cocinero no solamente se trata de ofrecer un gusto sino un aspecto, una sorpresa a quien está repiqueteando nervioso con el pie en el suelo de la sala. Mirando de reojo a esos bacalaos confitados o los lomos de venado a los anisados, uno entiende parte de la pasión que estos artistas ponen en todo. ¿Quiere decir esto que yo nunca aplicaré esa obsesión en mis platos? Pues puede que sea también muy cierto. En ningún sitio dice que me queden energías para intentar la perfección a las cazuelas. Pero aquí estamos echando un rato.

¿Seguimos? Gracias.

Entonces, ¿no comen macarrones con tomate? ¿Se hinchan a taboulée con aire de mango?

Ni de coña. Si algo no son estos bestias de la cocina es idiotas. Echadle un ojo. Un corredor que se tira en plancha a por las tres horas y media como David Muñoz en el exigente recorrido de Madrid se aprieta un arroz con carrilleras.

El desparramo dialéctico de las nuevas cocinas amenaza en todos los frentes de la vida. Y nos lo hemos creído. Hemos asimilado que la cocina es vapor, es concepto. Lo mismo que al correr por el campo se le han adherido setenta etiquetas (trail, freestyle, ultra trail running, etc) y a un hecho tan cotidiano como alimentarnos le han salido bandos y facciones a ambos extremos del espectro conocido, al cocinar para estar listo para correr también. Si David Muñoz hace arroz con carrilleras antes de su maratón quizá tengamos que parar a entender qué nos está explicando.

Sí, en el correr hay mucha cosa energética y hasta cierta espiritualidad. Recientemente el dueño de DiverXo declaraba que «el deporte me aporta salud mental. Sin él, con todo lo que nos está pasando, sería imposible mantener la cordura. Tanta exigencia, tanta intensidad, tanto estrés… todo es tan bestia que sin el deporte no podría mantenerme».

Aún así y conocedores de todo ello, estos superdotados de los sentidos también gastan hidratos a partir de las dos horas de carrera. Se acalambran si les faltan sales. Dejan de lado una profesión y unos conceptos con los que investigan a diario. Es su trabajo. Conocer las reacciones del cerebro humano frente a todas las posibilidades que dan unos productos que sirven para comer. Que mi esposa me pille mirando al infinito y secándome los ojos porque hay un helado de uva garnacha, una carne, escuchar a mis hijos, que me derroten por los sentidos, no tiene que ver con que el deporte necesita una alimentación sana, sólida.

Os dejo con esta amalgama de pensamientos. Viene un bizcocho-tiramisú de naranja, perfecto.

Mañana podré correr durante horas. Los de las barritas sustitutivas os lo perdéis.

Corredor: Libros que te enseñarán a comer

Libros que te enseñan a comer, en caso que esta sea la auténtica preocupación de tu vida. Luego detallaré qué quiero decir con esto. Por motivos evidentes han llegado a mis manos algunos libros en los últimos meses. Alguna editorial y autores han considerado que en este blog se habla de lo que rodea al corredor. Y tengo un ramillete de lomos (soy de los del papel) con palabras combinadas en efectos con mucho gancho editorial: dieta, comer, correr, inteligente, runners.

En un tebeo de Mortadelo y Filemón, precisamente, se decía que un exagerado boxeador tenía un gancho en el que se podían colgar veinte morcillas. Algo parecido me sugiere el repunte de lo que se escribe: un gancho editorial grande que hay que aprovechar. Pero luego hay que rellenarlo después con.

Patatas con. Y sopa de. En efecto. Porque posteriormente hay que llenar las páginas con información útil. Siendo el objetivo no el atleta de élite sino la difusión general entre los corredores del pelotón, toca meterse en harina. Veamos cómo.

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Hace meses pude leer a conciencia La Dieta Inteligente para Runners. Es un buen punto de partida que me llevó a buscar a conciencia y encontrar, Comer y Correr. Dos libros diferentes en presencia y tono.

La Dieta Inteligente para Runners basa en dar herramientas para planificar la ingesta nutricional en el caso que te dediques con más o menos pasión a hacer un deporte. El equipo de Alimmenta, radicado en Barcelona y bajo la supervisión de un nutrido (huy) equipo de nutricionistas, desmenuza y esquematiza el cómo hacerlo. La información parece bastante sensata aunque imagino que el enfoque editorial ha forzado a Juana M González y autoras a meter mucha presión runner. Elemento al que conocen, visto el resultado.

El corredor moderno, ese pez de fácil pesca.

Es un libro diseñado para actuar como manual, con mucha información esquematizada, tablas y guías. Recuerda las hojas grapadas en los corchos de la cocina o esa inmensa pila de notas adheridas con imanes a la nevera. Resumiendo, si tienes ganas de estudiar como si fuera una oposición o si no tienes bastantes quebraderos de cabeza, aquí viene uno. Eso sí, empaquetado con una buena factura por De Vecchi Ediciones. Casi un cuadernillo que podría llevarse en el metro o a compartir en el maletero del coche, camino de ese entrenamiento.

Comer y correr, obra de dos especialistas como Julio Basulto y Juanjo Cáceres, de factura más ácida, científica y con cierto aire a «desmontando leyendas urbanas», incide en algo complementario. La simple denominación de programación específica para cualquier gremio hace olvidar que la alimentación variada y sana es suficiente para vivir más y mejor. Una segunda pasada de este concepto nos hace ver que no es tan complementario a la planificación de La Dieta sino, quizá, el punto desde el que deberíamos comenzar.

El problema quizá sería qué hacer entonces con todos los negocios y profesiones que han ido creciendo alrededor del qué y como comer para correr. La transición hacia la lógica supondría romper con las necesidades falsas. Crear un requerimiento como el de qué hacer un siete de marzo de dos mil catorce si te quedas sin cobertura de teléfono móvil.

De su pág.157 cae como una maza ese título de sección «¿Cómo embaucar al corredor? Haciéndole creer que es tonto». Basulto y Cáceres ponen una carga de profundidad tal en los mitos de la alimentación que me llevó a un estado hipnótico perverso: todo es tan artificial que la misma lectura de qué comer para correr me supone un hastío. Estamos animando a miles de personas, millones, a que se calcen unas zapatillas y salgan a correr. No estamos formando astronautas ni especialistas en nanoalimentos.

Es correr y ya. Todo esto, todo lo demás, le viene grande. Al mismo tiempo, ambos libros me ponen frente a una lacra de la lectura específica de un deporte. Escribimos demasiado sobre ello. Todos.

¿Ha de ser todo tan complicado? ¿Somos tan incapaces de comer con lógica y tiempo para luego salir a correr, simplemente, bien alimentados? Al final, la lectura de estos ejemplares lleva a pensar que un corredor es algo parecido a un neurótico personaje de las series sobre Nueva York. Alguien con una tendencia suicida a buscar más problemas conceptuales de los que ya arrastra. O quizá es que no tiene establecido el rango de cuales son los prioritarios y convierte lo que rodea su mundo de «runner» en lo único.

Cuando tenemos dificultades para encajar nuestro yo en un entorno laboral, financiero, social y familiar agresivo, ponemos nuestra atención en si estamos en una situación normocalórica o si la ingesta de vitaminas compensará el plan sub 45 minutos en diez kilómetros. En otras palabras, contamos las calorías ingeridas y las consumidas entrenando sin pensar que el estrés o la insatisfacción nos podrían llevar a una lesión o una crisis de ansiedad.

Post data: Ruego a quien me lea que no me facilite más literatura científica sobre el mundo del corredor con tiempo libre y preocupaciones del primer mundo. O un día escribiré algo inconveniente y tendremos una bronca.

Comer y correr

Libro escrito por dos expertos en nutrición y que mi compañero de rellano, el Nutricionista de la general, ha reseñado con suficiente profundidad siendo, además, el punto de vista de la sensatez de los expertos en alimentación.

«Comer y correr» está enfocado desde las perspectivas de Julio Basulto(@JulioBasulto_DN) y Juanjo Cáceres (@juanjocaceresn). Ambos son expertos en desmontar muchas tonterías que tenemos en la vida privada sobre los alimentos. Ahora se han lanzado a desmontar otras pocas que haN ido recopilando, una vez que se metieron de bruces en el mundo del deporte. Juanjo Cáceres sabe, además, de qué va todo esto. Como corredor (o runner o ya no sé qué demonios escribir) está seguramente expuesto a miles de estímulos y lo que los británicos llaman hints. Come esto y tu rendimiento mejorará. Basándose en la sospecha constante, el libro te ayudará a añadir sentido común a esos trucos positivistas y que te dejan hecho un figurín, alto, guapo, rápido y resistente.

Poco más tengo yo que decir. Que, para colmo, soy un defensor de la supervivencia alimentaria. Esto es: come lo mejor que te dejen las circunstancias porque (1) no sabes cómo comerás mañana y (2) recuerda que otros matarían -y matan- por tener en su mesa la mitad de tus alimentos. Doy paso a los expertos mientras pienso en qué hacer con la cena de hoy.

Aquí está la reseña completa del blog de Juan Revenga.

Diario de un maratoniano: ¿Sabes qué es un pasta-party?

Una semana más de cara a ese maratón de Barcelona en que nos hemos embarcado. Entrenamientos, planes, mirar si las piernas soportarán el entrenamiento y todo eso que un maratón conlleva. Más que el maratón en sí, lo que lo rodea.

Después de haber metido el diente al espinoso asunto de los alojamientos (solucionado con una web de lujo) queda, entre otras cosas, saber cómo organizas dos asuntos cruciales. Recoger el dorsal en la feria del corredor y qué ingerir (y dónde) en las horas previas a la prueba.

Correr cuarenta y dos kilómetros, sea al ritmo que sea, es tarea que exige a nuestro cuerpo un esfuerzo. Entrenamiento aparte, queda qué y cómo comer. Y en esto que, en los años setenta, las pruebas del otro lado del Atlántico idearon un par de eventos: el breakfast run y la pasta party. A la primera acudían a trotar gentes de todo el globo, en representación de sus países. A la segunda cosa acudían los corredores participantes a representarse a sí mismos y a sus depósitos de glucógeno. Sin ir más lejos, unos 18.000 corredores acudieron a comer macaroni, turkey sauce & marinara en Nueva York el pasado año. En el maratón de Valencia la cosa va de arroz. En otros las soluciones no son tan rebuscadas.

Foto: OnTheRun, Blog NYTimes.

Qué es.

Una fiesta. Como en todas las fiestas, hay un ambiente fabuloso. El entorno maratoniano, el corredor en su clan, el familiar que acompaña a mamá o papá. No se fuma. El calzado más usado tiene siglas y letras que todos conocemos. Estás en la salsa y nadie se va a sentir desplazado si come un plato de pasta o de arroz con tomate, un yogur, una naranja. Es más, ¡hasta a los niños les encanta! ¡Qué crío no adora la pasta!

Qué no es.

Un lugar cómodo. Se suele organizar en pabellones, bajo las gradas de algún estadio, y las colas mortifican al más rudo corredor. No se come a la carta. Tampoco es un lugar muy imaginativo. Te costará encajar si buscas algo más que el puro placer ‘runner’.

Glamour tampoco tiene y la ciudad desearía que tuviera todavía menos. Estamos hablando de los cuartos. Espinoso tema.

Entonces ¿debería ir a la comida de la pasta del Marató de Barcelona?

1. El argumento del cansancio (la vil excusa de nuestro rendimiento).

Acudí a mi primer plato de plástico con macarrones y tomate en 1989. He comido paella en Valencia y espagueti en Sevilla y llegó un momento en que dije basta. Además de economizar las horas que uno discurre en la ciudad, al paseo por la ciudad se unía una deficiente alimentación y un cansancio enorme. Uno prefiere, además, comer más o menos como siempre. De todo y variado. Más de una noche he discurrido digiriendo «de aquella manera» los macarrones y el tomate frito.

2. El argumento de disfrutar comiendo en la ciudad (la vil excusa del hostelero).

Mucho se ha escrito sobre el impacto del maratón en la ciudad. Que si la ciudad equis ignora su prueba. Que si qué envidia en Berlín que cortan la ciudad entera. Personalmente creo que es un esfuerzo que deberían reorientar. Como organizadores, corren con gastos, voluntarios y espacio dedicado a dar de comer a un 30 o 40% de los participantes de la carrera. Ese capital humano podría servir para la misma carrera en otros puestos clave.

Mi idea es que sería más interesante conseguir para cada dorsal un descuento determinado en los restaurantes de la ciudad. Comer bien, comer sentado y descansar. ¡Todo el mundo iría a probar los productos de la tierra o a comer «como en casa» – creo que muchos maratonianos no cocinarían esa pasta de combate si comiesen en casa el día anterior.

Imaginemos lo que cuesta que la ciudad se sienta parte de la fiesta. Convirtámosles en parte del negocio. Un ejemplo sin pies ni cabeza;  en la ciudad de la Torre del Oro este mes de febrero correrán unos 6.500 dorsales de participantes no-sevillanos. Suponemos además que los locales comen en su casa o en casa de su madre o suegra (esa surtidora de placeres). Si muchos, como media, irán acompañados de una persona para aprovechar el turismo de la ciudad, podrían generarse más de 10.000 vales. Si cada uno tiene un valor nominal de – digamos – veinte euros, calculemos el gasto medio añadido de cada comensal como extra a ese vale-regalo. ¿Quince pavos? Con las bebidas y los cafés y un buen descuento, es lo menos que quedará por tenedor.

Los potenciales 200.000€ de descuento atraerían 10.000 x 15€. Sí, otros 150.000€. Casi un cuarto de millón que va directo a la hostelería local en un solo servicio de comidas. En un maratón con unas cifras modestas y en tiempos de crisis.

Este tipo de cuentas son las que hacen que el negocio se acerque al evento. Con todo el respeto a los corredores que de algún modo quieren participar de la liturgia, treinta mil raciones de macarrones con tomate ¿qué aportan al conjunto de un maratón?

Con las manos en la mesa y los pies en el asfalto

Las manos en la mesa. La cabeza a pájaros, y los pies metidos en zapatillas. De asfalto o de lo que sea. Va de libros (los que odiéis leer, podéis salir de aquí).

9788493795221

He leído recientemente Con las Manos en la Mesa, de Juan Revenga. El Nutricionista, colaborador de este diario y experto en echarnos a la cara lo mal que comemos. Editó con la 1001 Ediciones un libro lleno de pistas.

¿Sirve alguna de ellas para los corredores?

Sí. Estos tipos que gastan miles de kilocalorías, que aprovechan la parada de comer en el trabajo para salir a entrenar y que miden (medimos) la forma física en los ángulos que se forman en los rasgos faciales. A más flaco, más en forma. A más cara de hambre, mejores prestaciones. Dí que sí.

Entresaco algunos hábitos de la recopilación del Nutricionista. Reflexionemos en voz alta sobre si nos tocan o no.

  1. Los deportistas comemos más alimentos que la población general, para reponer el esfuerzo extra de nuestros. Así que no necesitamos suplementos vitamínicos.
  2. Consumos proteicos de 6 y 7 gramos de peso corporal y día exceden la capacidad de los riñones (2gr/kg/día); los dineros de los botes de batidos van directamente al wáter.
  3. Ningún alimento engorda. Engordan los seres vivos.
  4. Gastamos menos energía que nuestros abuelos. Y tenemos un catálogo de alimentos casi infinito.

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Muchos son un signo de la sociedad en general. ¿Aplica el corredor a su alimentación una mínima pizca de sensatez de esa sociedad de dementes?

Quién sabe.

Aquí el compañero Nutricionista en un encuentro digital.

 

Me comería un bisonte

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-«Con patatas y seis flanes»

Es la enternecedora frase con la que se quita la ropa y encamina sus pasos a la ducha. El corredor muy probablemente venga de correr durante bastantes kilómetros.

-«Y dos bandejas de lasaña y una ración de oreja»

¿Es normal ese hambre sin control?

¿Tantas calorías se han gastado en ese maratón?

El gasto energético es un multiplicación de tiempo y kilómetros por calorías consumidas. Calor y agua son los resultados de las ecuaciones químicas de nuestro cuerpo. En las referencias habituales se habla de que un corredor, puesto en condiciones de calor y kilometraje largo, podría estar perdiendo hasta tres litros de agua y sales diluidas. Es el límite de lo razonable, puesto en términos de un experto. Quizá un litro sería ya demasiado si estás dando tus primeros pasos. Por eso es tan importante la hidratación.

Pero eso debería conducir a ter más sed. Este corredor hace dos o tres días que dejó de tener sed y ahora está canino.

-«Y una fuente de papas con mojo y medio cochinillo»

Después de un largo esfuerzo, entrenamiento o competición, es evidente que el cuerpo está recuperando. Uno de los síntomas que asustan a propios y extraños es que, subidos en una báscula, al terminar esa larga carrera, ¡pesamos uno kilo menos que dos días antes! Y en plena ingesta de todo.

Pero es que, al terminar ese ultra trail donde la teoría marca que hemos consumido hasta 8.000 kcal, ¡pesamos un kilo más que en la salida! ¿Dónde está el problema?

-«Y una tarta de cinco pisos»

Va de sesos.

Hay varias explicaciones a estas variaciones aparentemente tan raras. Quizá os puedan servir y os veáis reflejados en alguno de estos puntos.

Cuando sudamos durante muchas horas se pierde una enorme cantidad de sales. La pérdida (hiponatrenia) durante, un ejemplo, la Madrid-Segovia o la Hiru Haundiak/Tres Grandes, hace que repongamos agua en cantidades industriales. Al llegar al déficit de sodio en las células comienza a entrar agua por las membranas que la recubren. Tanto de modo intracelular como extracelular, se produce una retención de líquidos. Si hemos trotado y caminado durante 18 horas, notaremos cierta hinchazón. Y ganaremos peso.

El límite son dos o tres litros, a partir de los cuales se manifiesta una patología seria. Pero ‘pesamos más’.

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El responsable de que todo eso se esté llevando a cabo es el cerebro. Y está acostumbrado a operar de mil maneras. Durante el ejercicio físico de larga duración puede atender las señales de fatiga, analizarlas y descartarlas. Tanto que puede hasta ser inducido a ignorarlas (así funciona la cafeína, por ejemplo, con el sistema nervioso central). En cualquier caso la función del cerebro es mantenerse alerta. Como hemos visto antes, para evitar la peligrosa pérdida de sodio y potasio, que puede venir por tres mecanismos biológicos independientes.

Y es muy posible que esas alertas hayan saltado. El corredor que ahora se comería unas brochetas de rinoceronte ha estado dos, tres, cinco y -por qué no- hasta doce horas caminando y corriendo. Y las temperaturas le han marcado otra alerta. Si la hidratación y la pérdida de sales ha sido muy grande, las lucecitas rojas habrán saltado como chispas.

¿Y si el cerebro se puso en «modo supervivencia» pidiendo que comiéramos de todo y gastáramos menos durante la carrera? Podría ser una explicación del aumento de peso. Extraña, sobre todo, porque los estudios se hartan de demostrar que un maratón o un ironman te hace perder unos dos kilos.

Al finalizar, ¿se «fiaría» el cerebro de nuestro amigo de que sí, que todo ha terminado? ¿Deja pasar unas horas hasta que sus niveles se relajan? ¿Es en ese momento en que ya deberíamos parar de comer como limas?

Todas estas preguntas se abren al fascinante mundo del funcionamiento del cerebro. Sin ir más lejos, recientemente se ha desvelado (Matsui et al, J Physiol 590.3 (2012) pp 607–616) cómo, al igual que los depósitos de glucógeno -la gasolina- de los músculos, después de un ejercicio prolongado, las fuentes de energía para las neuronas (astrocitos) podrían recargarse para acometer un esfuerzo similar. Dicho de otro modo, igual que un corredor entrena a los músculos para llenarse o supercompensar con más glucógeno después de un largo entrenamiento, podría ser que el cerebro usara los mismos mecanismos de supercompensación que los cuádriceps o los gemelos.

Al menos, con ratas, funciona.

-«Y un yogur de beber. De los grandes»

Al menos, con las ratas.

Correr en Lunes es…

Se ha terminado la semana y ¡arranca otra!. Te levantas sin tiempo. Arreglarte, desayuno, tuyo y de los demás, si te toca. Es posible que tengas que ocuparte de preparar bolsas de trabajo, escolares o demás tareas.

#¡YaesLunes!

Eso. De nuevo y gracias a Dios, como decía el otro. Como dice mi amigo el @arquitectador, vecino de blogs, no tenéis ninguna gracia tuiteando.

Y como muchos de nosotros, probablemente tengas programada una salida a correr. Normalmente las obligaciones de los corredores con el comienzo de semana dependen si:

(a) Están siguiendo un plan de entrenamiento determinado
(b) Acaban de comenzar con esto del correr
(c) Adoran el trote bajo cualquier circunstancia, libres como los pájaros.

Si no te importa, vamos a dejarte a un lado si eres atleta profesional. Para tí es como para todos, hay que correr sí o sí.

Si estás metido hasta las cejas en un plan de entrenamiento los lunes son maravillosos días de descarga (si el tute te lo diste el Domingo) o de transición (si tu rodaje largo tocó el sábado). Salvo que vivas en un entorno donde las carreras las organizan los Sábados, el Lunes toca contar batallitas, soltar dolores varios o acudir a fisioterapia, masajista u osteópata.

Los corredores ocasionales o los principiantes miran al Lunes como jornada de descanso. Al igual que el caso anterior, son fáciles de encajar en la agenda semanal. Quizá seas un corredor de fin de semana y hoy sea una mañana en la que camines como robocop. No te preocupes. Entrar en esa 38 o mantener el tipo para el resto de la semana tienen estas pequeñas contrapartidas.

Los apasionados del running, que son cada día más, correrán sea Lunes de Pascua o Jueves del Día del Juicio Final.

Pero ¿con qué cara? y… ¿a qué hora?

A muchos os cuesta reanudar los ritmos de madrugar, preparar esa corbata o escoger los zapatos que peguen con el vestido. El Lunes está más cargado que de costumbre. Si es jornada escolar, tus chicos necesitan diez minutos más de activación y se te queda corta la matinal, si eres de los que corre antes de ir a trabajar.

Si esperas a la tarde, es posible que encuentres en la cocina alguna nota con una lista de cosas para comprar. O un post-it con recordatorios, ajenos si pertenecen a la esfera familiar o de la pareja, o propios si eres de los que se colocan ‘buenos propósitos’ en los imanes de la nevera.

Y es que la vida en la ciudad está llena de connotaciones y extras siempre asociados a los Lunes. Como más la población mundial tiende a concentrarse en áreas urbanas, un día el mundo oirá un grito a coro: » ¡A correr, que es Lunes!».

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Foto: 20minutos

Consultorio para el corredor: envíanos tus dudas

Vayamos con lo práctico. Día de dudas para novatos, experimentados o mentes inquietas.

¿Patinas con la alimentación en las largas distancias? ¿Dudas sobre cómo está afectando correr a tu sueño? ¿Zapatillas «que sí pero que no»? ¿Es bonito el maratón de París? ¿Quién dices que fue Peter Snell?…

Durante veinticuatro horas, intentaremos darte pistas sobre todas las preguntas que te asalten. Entrenamiento, sensaciones, material o pistas para tomarse unas vacaciones y encontrar «esa carrera».

Envíanos tu duda.

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