Los proyectiles de confeti absuelven a los corredores de la tensión, de la penitencia de esperar el momento la salida. Cada bloque de participantes recibe la bendición catártica pasados unos minutos. Diego, tinerfeño con quien me reencuentro cada año en un evento, se está dedicando a mirar al suelo, a mi lado, en uno de esos momentos previos a la salida de nuestro bloque, en el que siete u ocho mil maratonianos nos sumaremos a la oleada que bloquea la ciudad.
No es un buen día para ser taxista, como nos comentaría esa misma tarde un gremial por la zona de Sagrada Familia. Evidentemente el conductor entiende poco de la reflexión principal de Diego y de la cuestión última de los catorce mil llegados a la meta en la que han preferido dejar esos restos de color que adornaron la salida. Tanto Diego como Shinichi como yo contribuiremos a que todo se reduzca a ser felices durante unas horas. Sin sensiblerías por medio. No me gusta la floritura alrededor del «running«. Ser felices y expeler energía. El mundo mataría porque ese fuera su día a día.
Catorce mil personas desplazaron su energía por un recorrido en que se podía ver el progreso del motor modernista del país, el motor del paisanaje en pos de la modernidad y -finalmente- ese moderno concepto llamado ‘sinergia’. Y es que la prueba internacional de maratón de Barcelona ha logrado devolver las energías a los participantes desde las aceras, las vallas, los pretiles que clasifican el tráfico rodado. Por delante se recogían los aplausos boquiabiertos del público que ve deslizarse a corredores africanos a ritmos de gacela. Más atrás comenzaba la verdadera representación teatral de las carreras populares modernas.
En los evadidos años ochenta el público caía como goteando a las carreras populares. Dos centenares de familiares vitoreaban al héroe, al conocido. Entre cruce y cruce se habían caído metros de calle, licuados, en esa sombra vacía que algunos recordarán. En el siglo veintiuno esto va de diálogos. El corredor, más allá de unos cientos de rostros concentrados, charla con quien ha ido a verle pasar. Anónimo, circunstancial o conocido. La ciudad moderna lo ha terminado por entender y baja a la calle a dialogar.
Y empiezan a caer los vectores de ánimo, la palabra que rebota en la sonrisa de un corredor agotado y regresa. Los catorce mil llegados a meta de la Zurich Marató Barcelona comprenden esos gritos de ‘Som-hi’ o ‘Venga Jordi’ o ‘Go!’. Se convierten en miles de caras agradecidas. Es ahora el corredor el que se atreve a aplaudir al griterío. Es un paso más para que la fiesta se acomode definitivamente entre las más nombradas de Europa. La organización tendrá que explicar, si lo desea, sus políticas de precios o el retorno en material deportivo de una acción comercial extrema. Pero esa misma organización, recuérdenlo, consiguió rescatar una carrera que había caído al lodo. Hoy es la cuarta carrera de maratón por llegados a meta de toda Europa.
Sólo dialogando así se evita la derrota de unas aceras vacías. Barcelona y el maldito verano que tanto aborrecemos dos chalados y medio consiguen recrear el teatrillo épico de miles. Las cunetas de la prueba tenían una cifra nunca vista por mí en una carrera de maratón en España. Serpenteamos alrededor de los templos contemporáneos, y había gente animando. Nos hicieron cruzar por las zonas de paseo turístico y había una riada de público. Regresabas de las barriadas más escondidas del glamour y tenías que cerrarte contra el centro de la calzada porque se había colmatado la anchura de la avenida, como si la vegetación de un arroyo quisiera inclinarse sobre el caudal a beber, a refrescarse con nuestro paso, ya más rápido ya más lento.
Queda el postre, el dulce que todo organizador desea. Escribo estos párrafos con los pies en alto y dedos cruzados. La rúbrica de la perfección será la ausencia de noticias trágicas. Dejemos correr dos o tres días. Si por un casual estuviste viendo ese ejército de dolientes ayer domingo en Barcelona, ten en cuenta que no íbamos más exhaustos que felices. La Guardia Urbana, Cruz Roja y el ejército de voluntarios lanzaban las unidades de emergencia con rapidez y mitigaban lo único contra lo que no se puede luchar: la meteorología.
Dicen que ayer probablemente contribuyésemos al calentamiento de la ciudad. Yo vi mucha gente que lo agradeció. Ayer cada espectador, involuntario o relacionado con la carrera, hizo de sus manos y gritos unas mamparas refractarias y devolvió ese calor que irradiábamos.
Después de cuarenta y dos kilómetros en los que observé todos estos principios de la física humana, tenía que contároslo.
Tiempo final 3h55; Firmado el dorsal 10179.
Fotos: Zurich Marató Barcelona.