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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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¿Se muere, no se muere?

¿No se me muere? ¿se me muere? Ay, madre, qué momentos de drama da el ultra trail.

Sosteniendo su cabeza con las dos manos, Jorge se ha sentado a la orilla del pedregal. Como cuando uno ha perdido una guerra, o unas tormentas han arrasado sus cultivos, pero simplemente está vacío y agotado porque lleva corriendo unas ocho horas monte arriba y abajo.

La carrera Sierra de Chiva sigue tomándose sus peajes y los más de cinco kilómetros verticales de ascenso han dejado a mi compañero de viaje sin fuerzas. El estómago le ha dicho basta hace cinco o seis kilómetros (esta vez, más o menos horizontales) y no le entra más diesel.

A las siete de la mañana todo son risas y fotos con Quique, de los Corriendo x el campo, Rubén, otro colega de coche que nos ha conocido más a fondo y que nos ha dado la noche con la tos, Iván y Ana, la pareja del trail relajado y todos los que salen en las fotos bien cruzando por delante cuando las haces, bien detrás como recortados por photoshop. Por delante tenemos los 61km de sierras levantinas. Un monstruo calizo que sufre los azotes del calor y las lluvias estacionales y que destroza la roca convirtiéndola en pedregales desde que el tiempo es tiempo.

En uno de esos pedregales está Jorge medio muriéndose. Camina veinte metros, para, intenta vomitar y se sienta. Camina otros veinte metros de una ascensión criminal, con una pendiente del 100% (¡una rampa de cuarenta y cinco grados de inclinación!) que han colocado a seis kilómetros de meta. Trail running puro. Parece que no se muere esta vez y me aseguro que no se maree. Pasar de flojera total a flojera con mareos nos llevaría a evacuarle a toda leche.

Por ganas, no sería. Según llegamos al hotel reservado, me entran ganas de estrangularle porque ha hecho mal la reserva telefónica y ahora está poniendo caritas serias de abogado cruel al recepcionista. Terminaríamos durmiendo tres maromos en unas camitas de noventa. Como los tres cerditos. El periodista, el de los rayos uva y el que se muere. De todos modos le apreciamos lo suficiente como para dejarle con su pescuezo intacto y nos levantamos al día siguiente a esta particular forma de tortura llamada ‘carreras de montaña’.

Y es que los organizadores del club CXM de Valencia han decidido darnos el día. El comienzo alegre y callejero por Chiva nos dura menos que un caramelo masticable. En nada estamos ascendiendo y tomando las sendas marcadas con cartelitos tipo «Senda Mecagoentupadre, +30%». El marcaje, excepcional, te va poniendo en antecedentes de lo largas que serán las próximas diez horas, seis, claro, para los vencedores. Y doce para los últimos. Son las matemáticas crueles, crudelísimas, del correr por las escarpadas sendas. Pero hay un equipo completo de voluntarios, apasionados del senderismo, hay una directora de carrera de lujo, hay gente en los más recónditos cruces, hasta mozos disfrazados de moros con un jamonero y que beben y animan como en pocas zonas. Y, creedme, mientras hago memoria sobre si alguna vez se me ha muerto alguien en los brazos, no logro recordar que haya encontrado gente así de simpática y amable.

Que sí, que hijoputas hay en toda España, pero en la sierra valenciana no salen a animar a los sufridos corredores. Digamos que tienen otros horarios y otros gustos. El fin de semana completo que pasamos en Chiva y sus alrededores, oye, no nos topamos con ninguno. Y será por horas. Nueve horas y media pateando piedras, para sesenta y uno pedregosos kilómetros. Y un par de arañazos por un aterrizaje bajando una de las sendas verticales. Y dolores en varias partes de las piernas.

Hasta me traje – me las dió la enorme Manoli – pistas de donde comprar garrafons y judías verdes para hacer paella. Esto será objeto de otro post, sin duda.

Y no. Finalmente llevé a Jorge despacito al control de avituallamiento a lo alto del Morrón del Gitam, donde lo evacuaron. No murió. Quizá no estuvo ni cerca de ello. Es un gran actor. Abajo, a la izquierda, el cuerpo.