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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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Fútbol. Hala, ya lo he dicho.

No voy a escribir sobre qué me parece que el mundo esté aguantando la respiración ante la Copa del Mundo de Brasil 2014. Ya lo ha dicho por mí Issac Rosa en su artículo. No seré el coñazo antifútbol.

Cuando veraneábamos en aquellos ochenta del Valle Amblés, yo jugaba bastante al fútbol. El ser ya un atleta escolar me había regalado mi primer estirón (os recuerdo que empecé a correr para dejar de ser un niño de diez años con evidente sobrepeso). En los partidos en el pueblo agrupábamos los bandos en el simplista ‘los de Madrid’ contra ‘los del pueblo’. La verdad es que, al ser niños del baby boom, aquello permitía que salieran suficientes unidades como para partidos enteros de fútbol en campo grande.

Y en el campo grande que el pueblo tiene en las eras, lindando con unos pivotes de granito, aquella banda izquierda era dominio de Luis. Corría y recuperaba con suficiencia en medio de una adolescencia en la que los primeros alcoholes eran sintetizados por la edad. Correr me daba fondo como para subir, centrar y bajar a dar una amable tarascada a Ismael, otro amigo al que le encomendaban subir por su carril. Suyo o mío, no estaba muy claro.

Pero aquello era un juego. Entonces, jugábamos.

Lo que ahora entumece y ha convertido a la sociedad en imbéciles teledirigidos es un negocio.

Qué queréis que os diga. Me estomaga.

Se ha escrito mucho sobre la pureza de que te guste correr. Lo de ser aficionado al deporte más solitario y duro, sencillamente, no tiene sentido. Nadie es aficionado al ‘running’ sino que se abrocha un par de cordones y arranca a trotar.

Por contra, hay más gente aficionada a la pulsión de ver -incluso de hablar de ello sin verlo- esa mezcla de drama televisado y deporte llamada ‘el fútbol de los huevos’. Que ni siquiera se parece a ver chicos jugar en un patio de colegio. O entretenerse dando patadas a un balón desinflado en un pasto. Ni se parece a ese arranque puro de una niña a dar un puntapié a una pelota antes de que le enseñen que las chicas y el fútbol están destinadas a pelearse.

Porque esto va de eso mismo. No de sudarla un rato con doce compadres y de beber un trago fresco de agua o cerveza. Esto va de que las masas se agrupan en bandos religiosos. Se comulga con la camiseta, se idolatra a los jugadores que presumiblemente sientan cien veces menos la camiseta que un impago de su salario.

Y, creedme, si convertís el correr en algo parecido, os lo cargaréis. Corred. Es algo que un futbolero no entenderá porque le está costando, incluso, ponerse a dar patadas al cuero.

 

¿Quién está detrás del running? Los grandes nombres

Mary.

Mi twitter me insiste en que debo seguir a Mary Wittenberg. En el nombre de Dios, ¿pero quién es la señora Wittenberg?

Mary es la heredera de las funciones que dejó más que encarriladas aquel mítico personaje de barba y gorra llamado Fred Lebow. Es, efectivamente, la CEO (presidente ejecutivo, en las siglas en inglés) del New York Road Runners. En conclusión, es la cabeza que mueve los hilos del maratón de Nueva York. El evento más famoso de todo el mundo de los corredores. Probablemente por encima de campeonatos oficiales.

Más que cuando Madonna sale a trotar al parque.

Las gestiones de Mary tienen como consecuencia directa la seguridad y ocio de 300.000 corredores cada año. Desde su sede en lo más granado de Manhattan, frente a Central Park, coordina su agenda para poder firmar contratos que garanticen millones de euros a una maquinaria. La laufmacht que saltó por encima del caso Sandy, el huracán que pareció estropearlo todo.

Tendré que añadirla a mi trend line. No todos los días te recomiendan que sigas a alguien que mueve trescientos cuarenta millones de dólares en su ciudad. Ni deja casi once millones de pavos en tax revenue (cifras de 2011).

 

Jos.

 

¿Está Jos?… Espero. Gracias – me atienden al telefonillo de entrada. Estoy de visita.

Jos Hermens. Fue atleta del año en los Países Bajos en 1975. Como por ese lado no llegaría muy lejos en el olimpo atlético, a pesar de acudir a los Juegos de Munich’72 (corría 5.000 y 10.000 en un nivel moderado para Europa) pronto se labró un prometedor oficio. Trabajó en Nike hasta 1985. Posteriormente se haría manager de atletas. Fundó la poderosísima Global Sports Communication. Sus clientes son hoy día chicos como  Haile GebrselassieKenenisa BekeleEliud Kipchoge o Gabriela Szabo.

Hoy hablamos de que el FBK Stadion de Hengelo ha logrado parar los proyectos de todo un equipo de fútbol. Mantendrá la pista de atletismo donde se celebra una de las grandes reuniones de atletismo del mundo. Ha dirigido los destinos de un maratón de Amsterdam que pasó de la crisis a ser esponsorizado por ING. Y su listado de atletas representados se trajo de los Campeonatos del Mundo de Moscú un buen botín. Tres oros, dos platas y cuatro bronces.

¿Y más cerca?

Se ha hablado mucho de Antonio, casi más que como cuando era maratoniano. Antonio Serrano fue el primer español que dio un bocado a las dos horas y diez minutos en maratón. Su récord de España de 1994 queda muy lejano aunque sigue asustando al 99% de los atletas actuales. Posteriormente se ha convertido en uno de los más prolíficos y sabios entrenadores de atletismo de élite. En su grupo corren y sufren a diario campeones como  Juan Carlos de la Ossa, Alessandra Aguilar, Diana Martín, Chema Martínez o Juan Carlos Higuero.

Podría ser otro perfecto ejemplo de la dedicación al deporte rey. De una presencia silenciosa que sigue fabricando generaciones de figuras para ese fantástico hobby que es ver correr a los mejores.

 

Campeonatos del Mundo de Atletismo (IV): España, historia de nuestra participación (y 3)

Cerramos el repaso a los atletas españoles que han participado en los Campeonatos del Mundo de Atletismo. Lo hacemos con las especialidades dentro del estadio (posteriores a Stuttgart’93).

Mediofondo y fondo corto.

Las pruebas de 800 a 5.000 traían las etiquetas de estrategia, avidez y ritmos de locura. Los tipos rubios y altos, que parecían sacados de ‘Carros de Fuego’, copaban los medalleros. Ellas, las potentes máquinas de los laboratorios rusos.

A partir de los años noventa se produce una explosión demográfica en el mediofondo. Británicos y españoles tienen que repartir el botín con atletas marroquíes, argelinos, los omnipresentes africanos del Este (Kenia, Etiopía, Eritrea, Somalia) y la nueva hornada de norteamericanos. Desaparecerán los atletas de la Europa de la postguerra pero su hueco, en hombres y mujeres, es ocupado por deportistas que parecen desplazarse levitando sonbre la pista.

 

Fermín Cacho se dió de bruces con dos genios de la distancia. Tras su título olímpico, en primera instancia tuvo que pelear el subcampeonato del mundo de 1.500 en Stuggart ante un infalible Nouredine Morcelli, que poseía ya los récords del mundo de la zona alta del mediofondo. Cuatro años después, en Atenas, se le colaría delante El Gerrouj. Fermín sería octavo en Goteborg Hicham, el más grande, le privó de un oro que habría redondeado la carrera de Cacho. Reyes Estevez, el atleta español que yo -confieso- he visto pisar con más elegancia sobre unas zapatillas de clavos, sería bronce en Atenas’97.

En la magia del estadio sevillano Estévez repetiría bronce en 1999. Para una carrera largamente discutida, un botín que nunca sabremos si correspondió a su clase. Fastidió la fiesta de los chicos de rojo que se colara N. Engeny, otro talento descomunal del altiplano con formación en EEUU, pero lo mismo podrían pensar los kenianos de Cacho (4º) y Andrés Díaz (5º). Las tres vueltas y tres cuartos es una de las carreras con menos justicia teórica del atletismo.

La producción de nuestro 800 masculino quedaba en similares peldaños que el nivel actual, con interesantes pero insuficientes acercamientos de Reina, Olmedo y demás atletas a una criba mortal en la que hay que dominar los 1m44. Un poco más arriba en la distancia estuvieron Enrique Molina en los 5.000m de 1997 con un estupendo octavo puesto. También la (posteriormente sancionada por un positivo) carrera de Alberto García con un cuarto puesto en 2001, incrustado entre lo mejor del fondo etíope y keniano.

Edmonton pasará a la historia como quizá el campeonato más equilibrado del atletismo español pero, sobre él, caen las sospechas de uso masivo de doping. Algunos atletas se han visto afectados por sumarios resueltos de aquella manera. La medalla de plata de Marta Dominguez en 5.000m es un punto oscurecido por unos años salvajes. El velocista de EEUU Tim Montgomery abusaba de la EPO. El campeón de 200m K. Kenteris, terminó metido hasta las axilas en casos de prácticas de dopaje, y saliendo de espantada en plenos Juegos de 2004. La plata rusa en disco femenino lo mismo. La plata griega de Ekaterine Thanou estuvo en las mismas que Kenteris. El relevo estadounidense de ambas distancias fue descalificado por contener miembros con casos de uso de EPO, el subcampeón de 5.000 admitió uso de nandrolona y el caso BALCO salpicó a medio equipo de EEUU, que regresaba a casa cargado de medallas de Kelli White o Marion Jones.

El atletismo tenía que sobreponerse a sus propios fantasmas. Había demasiado en juego. Dinero, sobre todo.

Muchas de nuestras atletas femeninas brillaron de manera gradual. Sin ir más lejos, en Goteborg, con el cuarto puesto de Mayte Zúñiga en 1.500m. La vitoriana se quedó a centésimas del podio justo en el año en que una todavía Junior Mayte Martínez se estrenaba en competición internacional.

La vallisoletana Martínez sería medalla de bronce en los Mundiales de Osaka’07, vengando la injusticia cometida por el cronómetro con Mayte Zúñiga. Anteriormente Mayte Martínez había sido finalista en Edmonton’01 y Helsinki’05, y lo sería de nuevo en Berlín’09. Una de las grandes damas del anillo atlético.

Al añadir obstáculos al fondo corto se consigue una especialidad de espectáculo sin igual. Los 3.000 metros obstáculos han dado a la selección un buen tono. Antonio Jimenez ‘Penti’ sería sexto en Edmonton’01, detrás de toda la batería keniana. Repetiría puesto en la final de Helsinki’05. El aragonés Eliseo Martín fue bronce en París’03 metido en mitad de esa jauría de chacales africanos de los Kemboi, Tahri, Cherono, o el gran S. Shaheed (nacido S. Cherono) y su reluciente y dorado pasaporte de Qatar. El maño sería de nuevo finalista, séptimo, en 2007 en la edición de OsakaLuis Miguel Martín Berlanas, el africano de S. Martín de Valdeiglesias, habituado a codearse con cuartos y quintos puestos en esta ingrata especialidad en Juegos Olímpicos y Campeonatos de Europa, sería 4º en Edmonton’01 y sexto en la cita de París.

Concursos.

El lanzador Manuel Martínez comenzó a superar calificaciones en Goteborg y se asentó entre los mejores en 2001. Se le resistió el bronce. Fue 4º en Edmonton, pero estamos hablando de palabras mayores. Delante estaban J. Godina y A. Nelson, con sus largos 21 metros. El lanzamiento de peso, también bajo las convulsiones de las drogas deportivas, es un reducto casi imposible de dinamitar.

Similar competencia se encuentran nuestros discóbolos. En la última década contamos con Mario Pestano y ahora con el ex-cubano Frank Casañas. Ambos han estado muy cerca de la gloria. Pestano, octavo en París’03, y siempre entre los doce mejores durante los últimos cuatro campeonatos del Mundo. Casañas tiene que aprovechar su veteranía en quizá su último año en la élite mundial.

Edmonton conoció el fin de ciclo de la gran excepción del atletismo español: una participante en saltos en el podio, y de manera repetida. En Canadá se vió como la saltadora de longitud Niurka Montalvo se hacía con un bronce. Había sido plata compitiendo con Cuba en 1995, y campeona del Mundo en Sevilla 1999.

El foso de longitud había dado alegrías a España con el asturiano Yago Lamela, un extraordinario talento precoz que se puso casi a la altura de los gigantescos registros de Carl Lewis, Mike Powell, Conley o Myricks. Cedió el oro ante el cubano Iván Pedroso en Sevilla y redondeó con un ajustado bronce en París’03.

La colchoneta de salto de altura ha tenido un tardío renacer. El caso de Ruth Beitia, una vez que comenzó a rondar los míticos dos metros, es el de la solidez. Participante en cuatro campeonatos del Mundo, ha sido sexta en Osaka y quinta en Berlín, algo impensable en los tiempos en que los españoles éramos bajitos y recios.

Todo esto es historia. En atletismo todo lo contado sirve solamente para tomar más impulso y seguir entrenando.

Los nombres quedan y este repaso será un aperitivo de lo que acontezca a partir de las próximas horas en Moscú. Gracias a un acuerdo de última hora se podrá seguir en televisión para toda España. Aunque la televisión es ya solamente uno de los medios. La era de internet permite ‘estar’ en el estadio, tener la información en vivo de los resultados.

Recuerden, la cita es en el viejo estadio Lenin. Aquel donde Ovett y Coe y el boicot de los estadounidenses… Historia pura. El deporte rey.

Campeonatos del Mundo de Atletismo (III): España, historia de nuestra participación (2)

Los Campeonatos celebrados en Stuttgart suponían el acelerón hacia  la nueva fase del atletismo-espectáculo. En 1993 la IAAF los sitúa como -quizá- el tercer espectáculo deportivo del planeta. Y, desde entonces, dos años serán el intervalo entre Mundiales.

Ningún atleta perdería su ciclo dorado por mor de esperar cuatro años. Todas las generaciones de ‘superclases’ podrán saborear las mieles del triunfo y sus jugosas consecuencias. Ningún protagonista del gran negocio del deporte televisado perdería su parte del pastel.

En términos particulares los de 1993 también son el surgimiento de los nuevos nombres del cambio de siglo. Michael Johnson y su versatilidad sobre 200 y 400 metros, Haile Gebreselassie, el emperador, el religioso Edwards y su triple salto hacia el infinito o Marlene Ottey, una jamaicana eterna.

En esa maraña de nuevas estrellas los atletas españoles degustaron las medallas en un ciclo que se extendería hasta Edmonton en 2001. Serían ocho años en los que por un cúmulo de razones  brillaron los chicos y chicas de la Roja (antes era más blanca, cosas de los sucesivos patrocinadores de ropa deportiva, imaginemos). La federación enviaba contingentes de atletas en un número elevado. Viviéramos en la burbuja deportiva o no, hay que hablar de unos muy buenos momentos.

Por especialidades, hubo varios.

Maratón y Marcha.

 

Abel Antón había mantenido una regularidad desconocida en las finales de altas citas en 5.000 y 10.000. Su pugna con viejos conocidos del cross había sido llevada a los ránking de asfalto. El dinero había empezado a fluir a los grandes maratones durante los ochenta y Martín Fiz, Antón, como Fabián Roncero o Alberto Juzdado eran habituales en los glamourosos escenarios asiáticos y europeos (nunca hubo suerte con Chicago o Nueva York). En España si no corrías en 2h09 no te comías nada. Quizá esa acumulación de talento nos hacía más cercanos a los africanos que, sin embargo, preferían embolsarse dinero más inmediato en los maratones comerciales.

De cualquier manera Fiz se impondría en Goteborg’95 y sería subcampeón en Atenas’97. Abel lograría en su ciclo de oro vencer en el prestigioso Mall del Maratón de Londres amén de ser dos veces campeón del mundo en Atenas, en la carrera del dominio aplastante de Roncero y compañía hasta bien entrados en los caóticos arrabales atenienses, y Sevilla’99. La continuación natural de esta generación la daría Julio Rey con la plata en Paris’03.

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Con posterioridad desaparecieron los maratonianos españoles de unos puestos de cabeza imposibles. En el mercado había tal densidad de corredores de 2h07 que las citas de Osaka, Berlín o Daegu se plagaron de los líderes del ránking mundial. Y todos sabemos cómo está el ránking planetario, con hasta treinta mejores marcas realizadas por africanos por delante de cualquier europeo. Una -un tanto irreal- etapa dorada había dado fin.

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La marcha atlética es el caladero de los especialistas españoles. A pesar de la particular distribución geográfica de la especialidad (sin africanos a la vista, de momento), Stuttgart’93 dió doble título mundial de los ya laureados olímpicos Valentí Massana y Chuso García Bragado, en 20 y 50km. Daniel Plaza, medalla en Barcelona’92, sería bronce. Encarna Granados sería bronce en 10km. Massana repetía podio (plata) en Goteborg’95.

Chuso era de nuevo plata en la tórrida edición de los 50km de Atenas’97 (sí, hubo atletismo en el verano ateniense). ¡Y de nuevo cuatro años más tarde, en Edmonton! Por su parte tomaría el relevo Paquillo Fernández, que siguió con la cosecha: tres platas en 20km en tres Mundiales consecutivos (París, Helsinki y Osaka).

Juan Manuel Molina añadiría lustre al medallero de los marchadores con su bronce de Helsinki’05. En Osaka, bajo la condiciones más tórridas y húmedas conocidas en campeonatos oficiales (se superó ‘lo’ de Atenas) María Vasco exprimió la distancia de 20km y consiguió un brillante bronce.

Miles de horas de entrenamiento acumuladas, kilómetros hechos a ritmos inhumanos, cuidados y la incógnita de saber cómo estarían ese día los rivales. Esa es la vida de los atletas profesionales.

En el último capítulo de esta serie sobre la Historia de los participantes españoles hablaremos del mediofondo y los concursos.

[continúa]

Campeonatos del Mundo de Atletismo (II): España, historia de nuestra participación

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Los Campeonatos del Mundo de Atletismo no son equitativos. Son crueles.

En los Juegos Olímpicos, la fiesta del deporte reserva un hueco a los países con representación en los comités olímpicos continentales. Por ello tenemos todos los Juegos esas imágenes en las que un velocista palestino o un nadador africano muestran la gran diferencia entre los mejores del planeta y los esforzados semiprofesionales.

En Moscú se verán pocos ejemplos así. En las series clasificatorias habrá todavía sitio para el romanticismo pero se verán hasta cinco atletas por país. Las condiciones permiten que los líderes del año en la Diamond League y los campeones de cada área acudan adicionalmente. El todopoderoso órgano (que hace lo que quiere con su evento, para eso es quien lo monta) de la Federación Internacional de Atletismo ha pensado en acumular lo mejor de lo mejor.

Y los espectadores españoles se llevan las manos a la cabeza.

-Pero ¿no somos capaces de ganar ni una medalla?
-En esa carrera ¿no hay más que (por ejemplo) negros? ¿Y los españoles dónde están?

La cultura deportiva está basada en la asunción del deporte como una realidad económica y social. Pero, cuando no hay cultura, esa realidad queda machacada por los medios de comunicación de los -pongamos- países-fútbol. Si no hay españoles ganando, no hay deporte. Si hay victorias, hay medios de comunicación. Portadas y minutos de noticieros. El waterpolo femenino, la Fórmula 1, el baloncesto femenino o el hockey sobre hierba. Ejemplos de deportes que no existieron durante décadas.

El Campeonato del Mundo no es el mejor escenario para que demostremos ser la crema de la crema. No se trata de invertir 300 millones de euros en la mejor cuadrilla posible de futbolistas. El atletismo trata de talento individual, al que se le inyecta apoyo, tecnología y dosis enormes de entrenamiento.

O sea, que no vamos a ganar mucho. Habrá que participar por estar entre los mejores del planeta, en el deporte más extendido entre la raza humana.

¿Ha sido siempre así de imposible? ¿Qué han logrado los atletas españoles en la corta historia de los Mundiales?

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Los hispanos que acudieron a la primera cita, en Helsinki.83, estaban inmersos en el desarrollo de la propia generación (la gran quinta del 57) y un semillero global gigantesco. El mundo estaba dominado por europeos que corrían y norteamericanos que volaban. Colomán Trabado no pudo superar su semifinal de 800m bregando contra el campeón mundial Willi Wülbeck (otro alemán) o el brasileño Guimaraes, de una generación donde no paraban de salir galgos de la verde-amarelha. Antonio Corgos superaba los ocho metros para ser séptimo en una final donde volaban bajo Mike Conley o Carl Lewis.

Abascal y González, que apuntaban alto en la crema del mediofondo europeo, tuvieron que manejarse entre los intocables Ovett, Aouita, Scott o Steve Cram. Aún así Abascal pudo ser un amargo 5º puesto en la final mientras que González, que había vencido en la versión de bolsillo de los Europeos de pista cubierta, quedó fuera de la misma. En 5.000 y 10.000 había, sencillamente, demasiada diferencia entre los puestos de podio y el nivel de Jordi García y el Taca, Antonio Prieto. Esto no era el cross sino que había un hueco imposible con los Eamon Cloghlan, Alberto Cova y compañía (la compañía, de nuevo, alemanes del Este como Schildauer o Kunze). Pilar Fernández quedaba lejos en las series de 3.000 y Mariajo Martínez en las de 110 metros vallas.

El maratón español enviaba al toledano Ricardo Ortega y a Juan Carlos Traspaderne. Los tiempos del récord nacional se movían en 2h11 (marca que mejoró el Traspa en Helsinki) y De Castella era un tiburón que ya corría en 2h08. La historia se repetía cada vez que afrontábamos la realidad mundial. Sólo una excepción. José Marín se hacía con la plata en 50km marcha tras el gigantesco marchador Ronald Weigel, responsable de los éxitos propios y posteriores con el equipo australiano.

Youtube: 1500m Roma 1987.

En los Campeonatos del Mundo celebrados en Roma en 1987 se pudo contrastar la voracidad de González, sacándose la espina con una medalla de plata en 1.500, y la polivalencia de Marín con un bronce en la siempre discutida prueba corta de la marcha.

Roma’87 fue una barra libre donde se batieron récords de los campeonatos, continentales y del mundo. Ben Johnson se salió de la pista y de la barra. Los jueces introdujeron un último salto de longitud cuarenta centímetros más largo de lo que había saltado en realidad el local Evangelisti. Las alemanas del este corrieron hasta quemar la goma del estadio. Todo era excesivo, muy romano, casi neorrealista.

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Contra tipos que saltaban casi 2m40 como Sjoeberg, Avdeenko o Igor Paklin, poco podía hacer Arturo Ortiz (2.27 en calificación). Un descomunal Jose Alonso Valero fue finalista en 400 metros vallas frente a nombres legendarios como Edwin Moses y Danny Harris o Harald Schmid. Merche Calleja y Maria Luisa Irízar hicieron un silencioso pero espectacular top20 en un maratón femenino donde imperó Rosa Mota. Abel Antón iría sembrando para recoger en el futuro sobre distancias superiores. Y una joven Mayte Zúñiga se exponía a esos procesos de aprendizaje que significan mandar a los leones a atletas con ajustadas mínimas B.

Para el atletismo español las cosas tenían que empezar a cambiar ya. En 1991 la IAAF mandó a los Mundiales a Tokio. Barcelona acogería los Juegos el año siguiente en medio de una expectación inusitada.

La cosecha en el más difícil de los escenarios atléticos fue la de una medalla de bronce de la nacionalizada Sandra Myers y unas sobresalientes actuaciones que quedaron en puertas. Fermín Cacho y Valentí Massana prologarían el libro de los éxitos en Barcelona un año después. Tomás de Teresa fué octavo contra, atención estadísticos y aficionados al atletismo, Barboza, Konchellah, Ereng, Mark Everett, Johnny Gray y demás sputniks. Y Antonio Peñalver fue octavo en el decatlón, dejando asombrado al país que leía algo más que los titulares.

Para evaluar el nivel de Tokio es necesario recordar que Sergei Bubka saltó casi seis metros en pértiga. Mike Powell batió con 8.95m de una tacada a Carl Lewis y el viejo récord de Bob Beamon. Dan O’Brien se acercó a los míticos nueve mil puntos de decatlón o que Alina Ivanova batió el récord de los campeonatos con 42 minutos en diez kilómetros …¡marcha!.

¿Medallas?

Hablar de medallas quedaba tan lejano como acercarnos a la tecnología que aquellos días desarrollaban en el MIT o siquiera saber qué demonios era aquello de Windows.

A pesar de ello, una oleada de energía recorrió los programas de ayuda al deporte español en la década de los noventa. Todo subía como la espuma y la cosecha de éxitos de Barcelona’92 debía recolocar nuestros atletas en la siguiente cita. Dos campeonatos olímpicos, una plata y un bronce, además de dos finalistas más, eran un buen paso adelante.

Esperaba Stuttgart. Solo dos años después de Tokio.

La Federación Internacional de Atletismo no podía dejar que el show se enfriase. El periodo de espera se reducía a dos años. Nuestros corredores, saltadores y lanzadores tenían que aprovechar aquella resaca olímpica del Amigos Para Siempre.