Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

Archivo de la categoría ‘En La Red’

La Nube ataca

Se mire como se mire, hay una nube en nuestro futuro. Cada vez hay más servicios que ofrecen almacenar nuestra información en servidores ajenos pero de confianza, a cambio de una modesta cantidad o simplemente del privilegio de conocer nuestros movimientos y pensamientos, con el fin de enseñarnos publicidad. En el fondo nos cobran el servicio en la moneda más cara de la Era de Internet: nuestra atención, por la que los anunciantes están dispuestos a pagar cada vez más. Muchas empresas (casi toda la llamada Web 2.0, por ejemplo) ya han hecho la transición, y operan desde máquinas ajenas. Ahora empieza una feroz competencia por ese negocio, y dentro de muy poco tiempo las ofertas se dirigirán directamente a nosotros, los consumidores.

En el ámbito empresarial Google ha lanzado su App Engine, que permite a cualquier compañía o particular alojar aplicaciones en el superordenador mundial que Google lleva 9 años construyendo. El objetivo primario es Amazon, que ofrece algo similar desde hace tiempo, pero ya de paso Google apunta más arriba: si las aplicaciones en Red se extienden y cada vez pueden hacerse más cosas a través del navegador, el sistema operativo se hace menos valioso, y Microsoft pierde. Mientras esta guerra se libra en las alturas, otras empresas se preparan para desembarcar en el mercado del consumidor de a pie. Por ejemplo el banco estadounidense Wells&Fargo, que prepara una oferta de caja de caudales digital llamada vSafe que permitirá almacenar con seguridad nuestras propiedades digitales más valiosas. Lo cual tiene sentido: si cada vez una mayor parte de nuestra vida está en la Red, querremos asegurarnos de que no es destruida por accidente o descuido, y ¿quién mejor que un banco para tranquilizarnos a ese respecto? Habrá más de este tipo de servicios en el futuro, y ofrecidos por más compañías. La Nube está aquí para quedarse.

Una Internet a su medida

La SGAE, y en general el lobby de la ‘propiedad intelectual’ dura son como los Borg de Star Trek: No sólo no se dan por satisfechos con nada (¿sólo 120 millones de euros anuales? una miseria, dicen), sino que quieren convertirnos a los demás en algo similar a ellos. Como a los ciborgs más mecanicos de la galaxia, no les basta con que nos rindamos: quieren la asimilación. Porque la única manera de proporcionarles lo que piden sería tirar Internet y hacerla de nuevo, esta vez a su medida. Lo cual incluiría que todos los intenautas nos convirtiésemos en lo que ellos son. Sólo de esta forma obtendrían lo que desean: el control total sobre los contenidos de la Red, y la capacidad de decidir quién es autor y quién no. Si tan interesados estaban en las redes de ordenadores, que las hubiesen construido ellos en lugar de poner todos los palos en las ruedas que han podido. Pero además sus absurdas pretensiones se basan en un modelo retrógado, carente de lógica y falaz. Su propio modelo: el autor mercenario.

Teddy Bautista, horror, tiene razón cuando afirma que Internet es grande gracias a sus contenidos. Pero no dice la verdad cuando afirma que esos contenidos hay que pagarlos. Y su frase insinúa algo ridículo; que Internet es grande gracias a ‘sus’ contenidos, los de él y gente como él con el carné de ‘verdadero autor’ expedido por su institución. Internet es grande por sus contenidos, pero la inmensa mayoría de ellos no han sido creados por autores con carné ni con el objetivo de ganar dinero con ellos, sino que se han hecho por amor. Amor a la polémica, a escuchar la propia voz, a demostrar la superioridad, a la fama, a la justicia, a los animales, a la ciencia ficción o a la verdad. Los centenares de millones de blogs que se publican en el mundo no se hacen por dinero. Wikipedia no se hace por dinero. Los millones de vídeos de YouTube no se hacen por dinero. Amor a muchas cosas diferentes, una para cada autor, pero amor en fin. Los contenidos creados por autores ‘profesionales’, el tipo de autor que Teddy Bautista tiene en la cabeza, tan sólo son una parte mínima de lo que hace grande a Internet. Y los verdaderos responsables de su grandeza no quieren dinero por ella, sino otras cosas. Sobre todo, amor.

Es normal que Teddy Bautista y quienes son como él no entiendan ese curioso concepto de crear textos, imágenes, músicas o vídeos por amor, ya que al parecer ellos sólo conciben hacerlo por dinero. Y está bien que quieran seguir haciéndolo, mientras puedan. Lo que es inaceptable es que no sólo nos metan mano en la cartera, sino que además intenten convertirnos a todos en lo que ellos son. Y mucho más inaceptable aún es que nos exijan a todos los demás, a quienes de verdad hacemos grande la Red, que les construyamos para ello una Internet a su medida. Su tiempo ya ha pasado, tanto el de las fonográficas como el de las asociaciones gremiales de autores profesionales y editores predatorios. Son un puñado y su negocio se extingue, en buena parte porque no han sabido conservar la única moneda que de verdad vale en la Red, y que ellos tuvieron en abundancia y desperdiciaron: el amor del público. No vamos a rehacer Internet a medida del sector que menos ha hecho por la Red, que más ha maltratado y calumniado a los internautas, y que más méritos ha hecho para ganarse el olvido. Ojalá que les vaya bonito, pero parafraseando a Rumsfeld, tendrán que hacer la guerra con la Internet que tienen, y no con la que quisieran tener. Es lo que hay: no seremos asimilados.

Rápida sí, Internet no

El bosón de Higgs, si existe, está escondido en el mismo centro de la materia. Y para sacarlo de allí hará falta una enorme capacidad de cálculo; muchos y enormes ordenadores para masticar, analizar y reprocesar las ingentes cantidades de datos que va a escupir el Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés: Large Hadron Collider) cuando empiece a funcionar este verano. Tanto y tan grande ordenador que no ha sido posible reunir esa potencia en un solo lugar, y ha habido que repartirla en decenas de centros de investigación repartidos por el mundo. Para que estos lugares reciban sus datos a la debida velocidad, ha sido necesario construir un nuevo tipo de red informática: The Grid, 10.000 veces más rápida que Internet, que se está proponiendo como modelo para la futura red informática pública; al fin y al cabo la web nació en el CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear; las siglas son antiguas y del francés), dueño del LHC. Pero no conviene alegrarse en exceso ni arrojar el módem ADSL por la ventana, por muchas ganas que tengamos de ello. Desde luego, The Grid es una red informática potentísima dotada de avanzadas tecnologías de transmisión pero, si tenemos suerte, no será la ‘Próxima Internet’.

Y es ‘si tenemos suerte’ porque The Grid sin duda será rápida, pero no será tan abierta como Internet. Los protocolos de Internet son del dominio público, y por tanto están al alcance de cualquiera; y los sistemas tecnológicos y de gestión tienen una muy limitada capacidad para impedir la publicación de cualquier tipo de información. Esto hace que Internet sea un campo abonado para plagas diversas (desde la pornografía infantil a los gusanos informáticos, el ‘spam’ y la propaganda), pero también ha hecho posible la red rica, vibrante y vital que hoy conocemos. Cuando alguien con poder controla un canal de información necesariamente hay algunos tipos de datos cuya circulación se prohibe o limita; el carácter diferencial de Internet con respecto a otros tipos de redes es que nadie tiene la capacidad de prohibir por completo un producto, una idea, un modelo de negocio, una publicación. Ésta es la razón de que haya centenares de millones de blogs publicando sin cesar; de que surjan nuevos proyectos e ideas, incluso cuando pisan los callos a alguna empresa o gobierno con poder. La gran ventaja de Internet es su falta de estructura, su anárquico caos; porque sólo de la falta de estructura puede nacer la verdadera libertad. Algunas veces la velocidad no es lo más importante.

Corregido un exceso de corrección el 8/3/2008; gracias, Pepehillo.

Salvar a las telefónicas (de sí mismas)

En la historia de Internet destaca la falta de visión sobre sus posibilidades de futuro de las empresas más cercanas. Tanto los medios de comunicación como las telefónicas han luchado con vehemencia y sin éxito contra la Red, perdiendo con ello cualquier legitimidad que pudieran haber tenido. Y en ocasiones perjudicándose a sí mismos, o intentándolo. Una de las últimas manías de las telefónicas consiste en intentar violar la llamada neutralidad de Red, lo cual supondría en esencia que su proveedor de acceso a Internet le cobrara a Google, Amazon y otros servicios de éxito además de cobrarle a usted: dos pagos por el mismo servicio. Lo que las telefónicas no tienen en cuenta es que al cobrar por los contenidos que circulasen por sus redes tendrían que responsabilizarse de ellos, es decir, responder por cualquier violación de la ley o el buen gusto que ocurriese dentro de los accesos a Internet de millones de sus clientes. ¿Están preparadas las telefónicas para plantar cara a las fonográficas por la ‘piratería’? Lo cierto es que las telefónicas, que jamás creyeron en la Red, están ganando mucho dinero gracias a que Internet no es como a ellas les hubiese gustado. En este asunto hay que hacer como ya se hizo antes: ignorar sus opiniones, por su propio bien.

¿Quién teme al lobo feroz?

La tremebunda campaña de propaganda y legislación de las industrias fonográfica y cinematográfica contra sus clientes siempre ha sido un tanto surrealista. Esas apocalípticas acusaciones de relación entre la ‘piratería’ y el terrorismo, la drogadicción y la trata de blancas y menores; esos torturantes anuncios de las penas del infierno y la penitenciaría que anteceden sin remisión a las películas que ya les hemos comprado (las ‘pirateadas’, me dicen, eliminan esos avisos); esas lacrimógenas invocaciones a los cantantes y músicos que se mueren de hambre por las esquinas y a la inminencia de la desaparición del arte, la literatura y cualquier otra forma de cultura que distinga a la Humanidad de los animales inferiores… hay que reconocer que los argumentos que emplean para defender su negocio puede que no sean muy convincentes, pero entretenidos sí que lo son. Aunque lo ocurrido en los últimos días supera cualquier antecedente, desde la defenestración de Napster a las demandas masivas por intercambiar ficheros.

En efecto; en esta semana han perdido, como es su costumbre, un juicio clave que deja agonizante su peculiar interpretación de las leyes que afirma que el P2P es delito. Además, alguacil alguacilado, han pillado a la feroz exaltadora de las más draconianas leyes Sony BMG defendiendo su ‘propiedad intelectual’ mediante la violación y el ‘pirateo’ de obras ajenas. Su nuevo plan para conseguir un canon a través de las líneas de acceso a Internet ha sido recibido con general rechifla y oposición. Y por si fuera poco, la industria ha conseguido lo que ni siguiera las temibles amenazas de unos cuantos miles de activistas islamistas enfurecidos habían sido capaces de obtener: que el diputado holandés de ultraderecha Geert Wilders elimine imágenes de su polémica película antiislamista ‘Fitna’. Porque una cosa es provocar a fanáticos con intenciones asesinas y muchas ganas de entrar en su paraíso llevándose a quien sea por delante, y muy otra es irritar a alguien realmente peligroso. La libertad de expresión tiene sus límites, y estos no están en la barrera del buen gusto, ni siquiera en el respeto a miles de millones de musulmanes o la provocación de unos cuantos fanáticos: están en el derecho de copia. Puede que resulten algo patéticos, pero al menos tienen muy claritas sus prioridades, oh sí.

Vulnerabilidad del cyborg

Los buenos escritores de ciencia ficción, como el recientemente fallecido Arthur C. Clarke, literalmente crean el futuro. Sus predicciones se fijan en las mentes de tanta gente que al final alguien las acaba por llevar a la práctica; no es casualidad que los comunicadores de Star Trek se parezcan tanto a los actuales móviles, si consideramos que sus diseñadores eran, con certeza, fans de la serie. Otro ejemplo, algo más ominoso, lo hemos tenido la pasada semana, cuando se ha cumplido una profecía de Neal Stephenson, uno de los más apabullantes talentos de la ciencia ficción reciente. En su novela ‘Snow Crash‘ el protagonista, que da título al libro, es un virus informático capaz no sólo de arrasar ordenadores, sino de afectar a determinadas personas expuestas. En la realidad unos gamberros informáticos han utilizado imágenes centelleantes para provocar ataques epilépticos a los visitantes de un foro de pacientes de esta enfermedad. Es la primera vez que desde un ordenador se ha infligido daño a humanos utilizando pura información. Pero no será la última.

El fallo del sistema nervioso que posibilita que personas sensibles sufran ataques expuestos a determinados parpadeos no es el único ‘bug‘ de nuestro cerebro. Es posible que otros fenómenos transmisibles vía pantalla sean capaces de provocar reacciones desagradables en nuestros cerebros; se sabe que hay armas de luz capaces de inmovilizar o incluso desmayar a personas simplemente exponiéndolas a poderosísimos focos, y los efectos de algunos sonidos son bien conocidos. Existe el riesgo de que bromistas sin escrúpulos o incluso gamberros violentos utilicen este tipo de trucos para dañar por dañar, o para obtener beneficios. Y esto en seres humanos sin modificar, porque el problema se complica enormemente cuando empezamos a utilizar prótesis, cada día más inteligentes. Ya sabemos que en teoría algunos marcapasos podrían ser vulnerables al ‘hackeo’, así que imaginemos lo que ocurrirá cuando se extiendan otro tipo de prótesis como miembros avanzados, o sistemas de ampliación de inteligencia. El camino del cyborg puede estar repleto de desastres si no prestamos tanta atención a la seguridad de nuestro cuerpo y nuestros anexos como le prestamos hoy a la de nuestro dinero. Será uno de los riesgos del ser posthumano: la vulnerabilidad a los errores y maldades del software. Y una de sus esclavitudes: la necesidad de tener al día un sistema inmunológico virtual que proteja a los cyborg de infecciones de software. El futuro será como el pasado, solo que más.

Desliz freudiano

Cuando uno realiza una acción o dice una palabra que sin querer revela lo que se piensa de modo inconsciente, se habla de ‘Desliz freudiano o parapraxis. Justo esto es lo que le ha pasado a la industria fonográfica estadounidense, que con una simple propuesta ha traicionado lo que en el fondo le gustaría que ocurriese en el futuro. Que es simple: quieren que todos les paguemos un impuesto, a través de los proveedores de acceso a Internet. Según este esquema, su telefónica le cobraría a usted unos euros al mes que luego le entregaría a las fonográficas, y a cambio tendría derecho a toda la música que quisiera escuchar. O que no quisiera, porque todo el mundo pagaría la tasa en cuestión. Si a alguien le suena esta idea, es por algo: es una traslación estadounidense del canon digital español, pero a favor de las empresas fonográficas y no de los artistas. Así que habría que ir apilando nuevos impuestos para satisfacer a todos los escalones de implicados en una industria agonizante. Si la idea se concreta, luego habría que ir preparando un canon para compensar a los fabricantes de agua embotellada por el agua corriente en las casas. Y después para los bares de oxígeno, y que todo ese aire gratis no les arruine el negocio. La industria fonográfica lo que quiere es un impuesto privado, como todos. Bueno, como todo el que tiene mucho morro.

¿Qué es una noticia?

Estos días se celebra en Huesca el noveno Congreso de Periodismo Digital y cientos de profesionales discutimos sobre medios, sobre el viejo oficio de la prensa, sobre la eterna crisis de la profesión y su inminente desaparición a manos del monstruo de Internet. Entre un suave y perpetuo susurro de teclas (más de 100 ordenadores conectados al mismo tiempo) directores, redactores, becarios y analistas intentan inventar el periodismo de mañana y para ello mastican ideas como la organización de las redacciones, la publicidad en la Red, la adecuada formación del periodista digital, la rentabilidad (o la falta de ella) de los nuevos medios… Como en cualquier reunión gremial, los cotilleos y las novedades de empleos y proyectos ocupan los tiempos de pasillo. Y ahora la negra nube de una sensación de crisis inminente ayuda a centrar el discurso y el debate. Los periodistas más implicados en el mundo digital están (estamos) preocupados por el futuro de la profesión. Vehementemente preocupados.

Lo que está ocurriendo en el mundo de la publicidad, una de las principales fuentes de ingresos de las empresas periodísticas, es una revolución. Las empresas necesitan conectar con su público potencial para ofrecerle productos y servicios, y los medios tradicionales (prensa, radio, televisión) se muestran cada vez menos capaces de cumplir ese papel vital. La parte más interesante de ese público, la gente más joven y con mayor poder adquisitivo, ha desaparecido de las audiencias. Los anunciantes recurren cada vez más Internet como canal, pero sus inversiones van a buscadores como Google o a otros sistemas de publicidad contextual, más económicos y rentables, y no a las páginas web de los medios. Los blogs, las redes sociales y otros sistemas de autopublicación del estilo de YouTube abren la puerta a que millones de personas se expresen, democratizando la difusión de información. La Red crece vertiginosamente y el público de los medios digitales también, pero más despacio; la vanguardia del avance de Internet no está ocupada por la prensa profesional. El hueco entre los medios profesionales y el futuro parece aumentar, y no reducirse. Los periodistas temen por sus empresas, por sus productos, por su profesión, y buscan soluciones. Está en duda saber qué es un medio, cuál es el trabajo del periodista, de qué forma se financia la información, cómo se relaciona el periodismo y los nuevos fenómenos de la Red. Y no hay muchos avances. El problema, tal vez, es que no somos lo bastante radicales. Porque cuando los problemas son tan graves como los que tiene esta profesión, hay que resolver las crisis desde la raíz.

Y la raíz del periodismo, lo que nos funda y define, es la noticia: el elemento básico que constituye los medios, la unidad mínima e irreductible de información cuya construcción es la esencia de la profesión periodística. Solo que ni siquiera tenemos demasiado claro lo que es o no es una noticia en el nuevo entorno digital.

Hay muchas formas de definir lo que es una noticia. Una de las clásicas, proveniente del periodismo de investigación, define noticia como algo que alguien quiere ocultar; otra sería considerar noticia cualquier sucedido lo bastante interesante, aunque eso nos pone ante otro problema, que es el de la selección; ¿qué significa ‘lo bastante interesante’?. El cómico estadounidense Seinfeld se maravillaba en una de sus bromas de que en el mundo ocurra cada día el número exacto de noticias para llenar The New York Times: la cuestión, claro está, es la selección. Pero los criterios de selección están basados, al menos en parte, en el espacio disponible en un periódico o informativo de radio y televisión, un problema que Internet (en principio ilimitada) no tiene. La voz de los blogs (¿son noticias los ‘posts’?) y de sistemas de clasificación como Menéame o Barrapunto nos indican que nuestros criterios profesionales no siempre encajan con lo que los lectores quieren. La estructura misma de la noticia se basa en la llamada ‘pirámide invertida’, un concepto con raíces en la época de las linotipias y la impresión con plomo. El modo de contar las noticias ha dependido siempre de los límites de sus diversos soportes: el papel no podía usar vídeo o audio, la radio no podía usar fotos ni aguanta textos largos, como le ocurre a la televisión. La limitación de la competencia, derivada del enorme coste de la impresión y distribución de los periódicos impresos (o de las redes de repetidores electrónicos de radio y televisión) forzó la aparición de un cómodo oligopolio en el que diferentes empresas en competencia no innovaban en exceso para evitar complicar las cosas al sector entero. La esencia de lo que es o no es noticia y cómo se construye ha dependido hasta ahora de la estructura física de los medios. Y hoy ese sustrato ha cambiado, con la Red.

En Internet, por primera vez, tenemos capacidad infinita y la posibilidad de utilizar todos los medios (audio, vídeo, foto, texto) para contar una historia. Es posible ampliar hasta el infinito la información relacionada mediante enlaces; podemos utilizar bases de datos y hacerlas cantar, y podemos reutilizar y volver a poner en valor información del pasado. Tenemos la posibilidad de construir noticias en las que estén integrados todos los formatos según las necesidades de la historia a contar; en la que el contexto esté integrado mediante enlaces; en la que la información complementaria esté buscada y valorada por el periodista, para ahorrar al lector el trabajo de buscarla; en la que sea el usuario el que decida hasta qué profundidad desea navegar, y sea el trabajo del periodista el que ofrezca todas esas posibilidades. Hablamos de periodismo de enlaces, de pirámides infinitas, de noticias vivas que no son productos finales, sino que van evolucionando con el tiempo y con la aparición de nueva información. Hablamos de información sin noticias, de bases de datos noticiosas, de infografías y animaciones diseñadas para facilitar la comprensión de información. Hablamos de una noticia diseñada no sólo para comunicar lo nuevo, sino para ofrecer toda la ayuda posible a la comprensión.

La infinita competencia de blogs, páginas web empresariales, proyectos de conocimiento libres como Wikipedia, chats, foros y redes sociales ofrece un variadísimo ecosistema rico en posibilidades de enriquecimiento de la información. Nunca en la historia ha habido un potencial tan grande para la innovación y la mejora de los productos informativos. los límites que nos ataban han desaparecido. Los periodistas, los medios, podemos contar lo que queramos y como queramos. Y sin embargo seguimos contando todos lo mismo de la misma forma. Atados a un concepto de noticia que tiene sus orígenes en limitaciones tecnológicas del siglo XIX, la profesión entera parece incapaz de superar los estrechos muros que empequeñecen nuestros productos, y en última instancia nuestras empresas y nuestra profesión. Si no somos capaces de reinventar la noticia misma, si no sabemos adaptar a la nueva realidad la unidad básica de nuestra profesión, nos habremos merecido lo que nos ocurra. Que será primero la quiebra, y más tarde la irrelevancia.

A través de la Gran Muralla

En tiempos era fácil llevar una dictadura. Bastaba con definir unas frontera, guardarlas con celo y violencia, y asegurarte de que nada ni nadie pudiera cruzarlas sin control; personas, bienes o ideas. Lo que después hicieras dentro de esas fronteras quedaba en casa; podías amenazar, ejercer violencia, aplastar el pensamiento disidente o incluso asesinar a millares, o a millones con total impunidad. Total, ¿quién se iba a enterar? Los de dentro, seguro, pero ésos estaban a tu merced… Los gobiernos totalitarios valoran tanto su intimidad que hacen grandes inversiones para mantenerla. Por ejemplo el Telón de Acero que antaño dividía Europa costó un dineral, como en su momento la Gran Muralla China. Hoy el gobierno chino intenta cuadrar un círculo con Internet: permitir y fomentar su uso para desarrollar la economía, pero sin que se instaure el libertinaje electrónico. En Tíbet les está saliendo fatal: gracias a la Red y los teléfonos móviles los incidentes en esta región se están dando a conocer en todo el mundo, a pesar del carísimo sistema de censura conocido como la ‘Gran Muralla electrónica’. Y es que Internet interpreta la censura como daño; la información siempre encuentra el modo de cruzar cualquier Gran Muralla. Gracias a eso, todos somos más libres.

La Cienciología contraataca

Cuando te autodenominas Anonymous se supone que consideras tu privacidad como un valor importante. Así que los últimos contraataques de la Iglesia de la Cienciología contra el grupo que les ha enfilado tienen sentido. Elementos relacionados, según ellos, con la Cienciología han usado YouTube para distribuir vídeos en los que sacaban a la luz los nombres y apellidos de algunos de los miembros de Anonymous, mientras en los EE UU la propia Iglesia procuraba paralizar por orden judicial la siguiente ronda de protestas frente a sus sedes, usando de paso los papeles legales para identificar a sus rivales (equivocadamente, en algún caso). La controvertida Iglesia de la Cienciología lleva sufriendo el ataque de un disperso grupo de activistas basados en la Red autodenominado Anonymous desde hace meses. El grupo ha lanzado ominosos vídeos de denuncia y ha convocado protestas ante las sedes de la iglesia fundada por L. Ron Hubbard en todo el mundo, con cierto éxito. El enfrentamiento se está convirtiendo en un test de la viabilidad de Internet como vehículo político global, algo así como la Primera Guerra de Internet. Y parece que va para largo.

Añadidos un par de enlaces el 18/3/2008.