Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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¿Quién teme al lobo feroz?

La tremebunda campaña de propaganda y legislación de las industrias fonográfica y cinematográfica contra sus clientes siempre ha sido un tanto surrealista. Esas apocalípticas acusaciones de relación entre la ‘piratería’ y el terrorismo, la drogadicción y la trata de blancas y menores; esos torturantes anuncios de las penas del infierno y la penitenciaría que anteceden sin remisión a las películas que ya les hemos comprado (las ‘pirateadas’, me dicen, eliminan esos avisos); esas lacrimógenas invocaciones a los cantantes y músicos que se mueren de hambre por las esquinas y a la inminencia de la desaparición del arte, la literatura y cualquier otra forma de cultura que distinga a la Humanidad de los animales inferiores… hay que reconocer que los argumentos que emplean para defender su negocio puede que no sean muy convincentes, pero entretenidos sí que lo son. Aunque lo ocurrido en los últimos días supera cualquier antecedente, desde la defenestración de Napster a las demandas masivas por intercambiar ficheros.

En efecto; en esta semana han perdido, como es su costumbre, un juicio clave que deja agonizante su peculiar interpretación de las leyes que afirma que el P2P es delito. Además, alguacil alguacilado, han pillado a la feroz exaltadora de las más draconianas leyes Sony BMG defendiendo su ‘propiedad intelectual’ mediante la violación y el ‘pirateo’ de obras ajenas. Su nuevo plan para conseguir un canon a través de las líneas de acceso a Internet ha sido recibido con general rechifla y oposición. Y por si fuera poco, la industria ha conseguido lo que ni siguiera las temibles amenazas de unos cuantos miles de activistas islamistas enfurecidos habían sido capaces de obtener: que el diputado holandés de ultraderecha Geert Wilders elimine imágenes de su polémica película antiislamista ‘Fitna’. Porque una cosa es provocar a fanáticos con intenciones asesinas y muchas ganas de entrar en su paraíso llevándose a quien sea por delante, y muy otra es irritar a alguien realmente peligroso. La libertad de expresión tiene sus límites, y estos no están en la barrera del buen gusto, ni siquiera en el respeto a miles de millones de musulmanes o la provocación de unos cuantos fanáticos: están en el derecho de copia. Puede que resulten algo patéticos, pero al menos tienen muy claritas sus prioridades, oh sí.