Un libro como este, un libro de exilio interior, habitado, habitable, en una Europa que solamente existe en los libros de texto de historia. A veces, ni en ellos. Tan lejos, tanta distancia en las dimensiones de la física clásica. Tiempo y espacio. Tanta tragedia acumulada. Amor imposible, amor destilado y atrapado en el frío de Moscú. Amor antes de la Revolución Rusa, antes de las Guerras Mundiales. Amor, de pureza, de nevisca. Eludir las fronteras del género cuando no existían distinciones, tiempo de pragmatismo y absolutos, de un romanticismo que se pierde en la noche. Diario poético donde el lego asume un paralelismo Verlaine&Rimbaud, pero es un error, porque entre tragedia y guerras solo hay cebada y achicoria, frío de nieve. Más allá de los pulmones de Europa, este libro de Pre-Textos nos propone adentrarnos en un espacio emocional y literario complejo, con la traducción de Reyes García Burdeus, en la disputa fonética y léxica, casi de alquimista, para ofrecernos la mejor de las versiones en español.
El libro es una resistencia contra el ciclo de la vida, como una cárcel con las puertas abiertas: «El anillo de hierro fundido en su pálida mano», tan cerca que se puede tocar, pero no se siente. En el amor, la batalla es, siempre, una ceremonia de confusión, mezcla de cuerpos y voces: «¿Qué sucedió? ¿De quién es la victoria? ¿Quién es el vencido?» La pelota, el gato, el cazador, la manera de jugar con los géneros.
En el frío completo de la distancia, en lo lejano del tiempo, en el lugar ignoto que no sabe todavía de la existencia de muros futuros, Marina respira el aire de nieve que quema y, su corazón desbocado, enfría cuando llega hasta el pecho, creando una escarcha de sangre y hielo: «Para el alma no es mejor ni peor/ que el primero que llega/que los nacarados charcos/donde se vierte el firmamento», lejos del lápiz, lejos de la luz, imitando con sus dedos el ritmo de un corazón que pelea. En la calle, el hielo, al fundirse, parece una lágrima.
¿Quién es el amor? ¿El que ama o el que es amado? Dos partes de un imán descompuesto: belleza y juventud: «Sobre todo la turbaba/caminar tan tarde en la noche y el frío». Moscú ríe con la nieve, es una revuelta de carcajadas que avisa de otra revuelta que está por llegar y ya, entonces, el cuento de la Reina de las Nieves existe, con el cristal que todos tuvimos, la esquirla injertada, alejando la pasión como mal social. Enumera besos y caricias, joyas y presentes, la luna es brillante como las ojeras del que no duerme, enamorado. Pero esa breve luna es tan sutil y joven, que parece estar a punto de apagarse. Esa luna protege de la invasión, del espíritu, del mal augurio, del sentimiento más poderoso. Sencillo el mercado, el amor se oculta entre los colores mates, en el rostro demacrado de una virgen: «Como le juré embellecer/hasta la vejez-derramé la sal/como a mí en tres ocasiones-usted se enfureció-/me salió el rey de corazones».
Descripción de lunas y látigos, de manos confundidas y confusas, una lucha entre lo prohibido y lo puro, falta la belleza, pero no importa: «Tú no eres una flores-eres un tallo de acero/más ruin que la ruindad, más punzante que un punzón». El color rojo, fuego de mujer entre el hielo de Moscú, sin maquillar. Su mano de amante errática es capaz de mantener el témpano sobre la piel. Ella escribe: «Duermo todo el día, todo el día río, sin duda/me estoy recuperando del invierno». Pero el amor no entiende de tiempo ni espacio, sin distracciones: «Apenas me he recuperado del invierno/y del verano ya me he enfermado».
«En la ausencia, donde los cuervos revolotean, hay una niebla que ciega, qué dirá la historia de los trenes y los barcos, ¿Qué distancia os empeñáis en medir? ¿Qué amas? «Los anillos en todos los dedos». Distancia y ausencia son hermanas que se confunden».
En la parte final se invierten los papeles, poetisa y enamorada, ahora es Sofía quien escribe de Marina o a Marina. Es como una película rodada con dos cámaras diferentes, enfocando el mismo plano. Vuelven a la misma Iglesia, a la Virgen que es ahora de incienso. Envidia del sexo y la juventud: «De mi muerte aléjame» y «¿Acaso no posee tu apasionado nombre/el viento de todas las tempestuosas costas?», y aquel cabello del que la amante suplica su canción, amor, en 1915, tras meses de tiempo que ya no se puede medir: «Miro la ceniza y el fuego de tus rizos/las manos regias, las más generosas»
Hay un destino fijado para ellas, pero no conocen el nombre de la estación y ni la última hoja que quedará pendiente en el calendario. La belleza.