No es fácil definir lo que supone la música de Clara Peya para el que se acerca a ella por primera vez: las teclas, la nota, el arreglo rítmico, todo se mezcla con voces que dispersan el miedo por toda la habitación, como una manera de abrazo melódico, como en el tema que abre el disco “Sota les dents” con la voz de Leo Rizzi, la suavidad de poso porteño en la colaboración con Momi Maiga, con el fraseo del senegalés, minimalista en recursos, piano etéreo y unas pinceladas de sintetizador, casi algodón nuboso que se entrona en la belleza con “Estat Salvatge”, donde Alex Serra acompaña en una emulsión mediterránea de soul y trance, elevando el texto hacia la plegaria, soltando gotas de sudoroso dub en los movimientos básicos del tema. Estremece ese afán de perfección, de piel sedosa, de vibración electrónica alimentada por un piano nutricio en las manos de Clara Peya, artista visceral, trascendente y prolífica, capaz de llevar en “El plor d’un cavall” la angustia del abismo con Pol Batlle, el que fuera líder de una de las propuestas más interesantes del subterráneo barcelonés, Ljubliana & The Seawolf, y que en la pieza juega con el piano de Clara Peya en espacios de tropicalismo epiléptico, donde la tensión se recibe a través del texto y el arreglo, en esa intencionada busca de transformación social. Salvador Sobral en su aportación, “Alta traïció”, con una presencia de sintetizadores primordiales y ambientes de violenta epifanía electrónica nos acompaña hasta el último tema del LP, «Nana para mí«, cantado por Sílvia Pérez Cruz, donde el susurro lorquiano de Pérez Cruz, arrullado como una nana de mar y sal, encaja entre la docencia de expresionismo pagano, que encuentra su plena expresión cuando se complementa con el maravilloso videoclip que acompaña el lanzamiento del disco: un ejercicio de hermetismo teatral, cautivador y herético, una manera perfecta de cerrar esta obra, deslumbrante y estremecedora de la pianista y compositora Clara Peya.