Simenon, el hombre que usaba las teclas de su olivetti desdentada como una fábrica de seriales, el vilipendiado vendedor de novelas al borde del pulp, de las historias intercambiables. Simenon y Maigret, de la Bélgica pobre que aguanta a duras penas despertar cada mañana con los recuerdos de las Ardenas ardiendo. Simenon recorre Europa y recorre el siglo. Pero es mucho más que una máquina productora de folletines. Es un hombre excesivo, un hombre que es literatura pura, destilada. Por eso es necesario a esta pequeña joya, La muerte de Belle con respeto y dispuestos a disfrutar con un ejercicio de narrativa psicológica, de fenotipos humanos, de realidades que se distorsionan hasta quebrarse en un simple instante. Acompáñenme en este deslizar supino al vientre de una bestia desconocida, escondida a simple vista, en la casa de al lado.
Edita Acantilado y se puede adquirir aquí.
Un hombre cualquiera, un hombre como tú y como yo, aburrido, profesor, con las clases mil veces preparadas. Un torno, el serrín, la monotonía. Una mujer que juega a las cartas. Una joven en casa por una razón confusa. El whisky como un personaje más. Nadie dice nada. Simenon primero de Lieja, el abrupto salto vital. Llegará el terror como una tormenta inesperada, el más mínimo error desmoronará una existencia. Lo que uno piensa que es una sólida construcción resulta un castillo mal construido con las cartas marcadas ¿Qué deseas en esta vida y en la que vivas mañana? Una vida aburrida o jugar con un arma cargada a la ruleta rusa. Porque esa bala puede resultar la más excitante vida o el final abrupto del juego. Profesores, ya lo he dicho, con sus clases mil veces explicadas, mil veces preparadas. Mira a su mujer como una desconocida, una amiga, alguien amable que abre latas de sardinas y prepara ensalada. Días que salen de una fotocopia estropeada. No son iguales, pero cada vez pierden más tinta, están peor definidos. No hay desnudez bella para los cuerpos simplones. La muerte iguala, la muerte es un agente vírico silencioso. Y el asesinato su vector de contagio.
«Simenon narra y construye, es lento, su prosa va y viene desde los ojos del protagonista. El profesor no siente pasión ni odio. Siente lo mínimo para vivir cada día. Para abrir una botella, servirse una copa, pero nadie habla de disfrutar. El cadáver no es lo importante. El cadáver es el cortocircuito».
El alcoholismo del padre. Los pecados del padre para el hijo. Sobriedad en el alcoholismo. Disparo que es muerte pero, ¿de dónde saca el arma la pistola? El ayer es más un sueño brumoso que un recuerdo y la lectura de la obra nos da a entender que el mañana está tan lejos que es posible que nunca exista. Miro a la vecina. No miro a mi mujer. El secreto, el tesoro. Las llamas del silencio que consumen una vida. A de asesino. Un golpe en una estación de correos. El policía. El policía y su secretaria. Como una canción lasciva que resuena en un bar de carretera. La única luz en mitad de la niebla. ¿De verdad pensaste que Simenon es un autor menor? Solo por unas páginas de interrogatorio, solo por un psiquiatra y sus dos o tres frases, solo por cómo desemboca todo en el abrevadero de la desgracia. Novela plana, dirás, novela aséptica, será por la cantidad de alcohol. Cada vez mayor, cada vez la sed es más fuerte. El whisky es un monstruo que asedia, la monotonía una amante exigente que somete a un continuo desaire.
La muerte de Belle es como encontrarse con un extraño y sentirse desorientado durante unos instantes. Luego te das cuenta de que te pareces tanto a él que podrían confundiros. Sexual y mortal, sabor a whisky y a mostaza. Ginebra o Inglaterra. Los sesenta cubiertos de nubes. Aburrimiento de la sociedad que lo abandona. Súbitamente, el abandono produce la aparición de una persona completamente diferente. ¿Qué habrá sido de ella?