José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Archivo de noviembre, 2006

Corsés

La mayoría de los analfabetos censados en 1900 son hombres porque al decidir la riqueza el destino de cada cual y reservarles la costumbre la patente de trabajadores, la miseria les expulsa pronto de la escuela. Pero en el sector de la clase media desahogada con facilidades económicas para estudiar, el sexo determina la enseñanza del burgués y mientras el hijo de acaudalada familia dilapida la fortuna que le proporciona ilustración en un internado aristocrático donde permanece a menudo hasta terminar del todo su carrera, la señorita no pasa de las cuatro reglas aprendidas en los conventos, los colegios extranjeros y con las institutrices en su casa y, aunque la ley lo autoriza, el caso de la mujer asistiendo a su instituto o a la universidad sigue siendo fenomenal.

El texto es de Manuel Longares, madrileño de ahora mismo, novelista, y de Felipe Trigo, novelista, y de Carmen de Burgos, novelista, periodista, diputada, y de Emilia Pardo Bazan, novelista y tantas cosas, los tres de hace un siglo. De todos a la vez, mezclados, citados, intertextualizados, hipervinculados, podria decirse; y mucho antes de época. El libro del que forman parte se titula La novela del corsé y es un texto sobre el amor, los sexos, los géneros y la política, los usos y costumbres, los boudoirs y la literatura, los cafés, los adjetivos y sobre el sexismo machista, brutal o disfrazado, de la época, puesto de manifiesto en todos los detalles. La prosa exquisita, absolutamente dúctil de Longares se mueve por encima y por debajo, y las abraza, de citas de otros, trenzadas, reordenadas y enlazadas, desde las novelas eróticas, sicalípticas de los años 30 del siglo pasado, (Trigo, de Zamacois, Belda) hasta la reflexiones femeninas y feministas de Colombine o la Pardo Bazán. Longares hace un texto sobre placeres y sobre el placer del texto. Se publicó por primera vez hace casi 27 años: en plena transición política atreverse a hacer un texto como ese para rebuscar en los de principios del siglo era también tantear los inicios de una época. Entonces las crónicas hablaban de Longares como un joven escritor seminédito; desde entonces le dio tiempo a dejar ser las dos cosas, las primera porque el tiempo se mueve como lo hace, y la segunda porque siguió escribiendo y escribiendo hasta conseguir, entre otros y por ejemplo, el Premio de la crítica Narrativa, con Romanticismo, en el 2001.

Siempre ha sido un libro casi secreto, de difusión difícil, con reimpresiones de cuenta gotas. Así que es una noticia excelente que Seix Barral lo haya reeditado con todos los honores y que incluso se plantee presentarlo, veintiséis años después, como entonces, en la misma librería de Madrid.

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En El run run de La Vanguardia, Quim Monzó, hablaba de www. mensactivism.com, una página que recoge cuestiones de interés para hombres y mujeres, que «empiezan a estar hartos del sexismo hembrista que arrincona las noticias que no den del hombre una imagen de machista asqueroso.» Y cita a la publicidad que trata a los hombres de idiotas, con el queso o con las lavadoras, o los jueces que de forma automática otorgan la custodia de los hijos a la mujer; de pruebas de adn para desmontar paternidades inexistentes o de iniciativas que prohíben a los alumnos masculinos de un instituto de noruega mear de pie. Habla de prejuicios y corsés que la gente inteligente no soporta.

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Tres retos

Uno de los cuadros de la exposición de Howard Hodgkin en el MACRS, la primera que como tal se desarrolla en España, recoge el interior de su dormitorio, de su habitación, de sus sábanas. La pintura de Hodgkin (Londres, 1932), definida por él mismo como cuadros que representan situaciones emocionales, tiene que ver con la memoria y la experiencia, va más allá de la dicotomía entre figurativo y abstracto y trabaja a partir de colores radicales, espacios dentro y fuera del marco, y un largo tiempo – años, en algún caso- para el desarrollo de la idea. En ese cuadro de las sábanas, de trazos verdes empastados, con alto contenido erótico según su propia apuesta, Hodgkin cita a Degas y su ideal de la práctica y la enseñanza del arte: para el maestro francés la escuela ideal sería un edificio que situase al modelo en la buhardilla y a los alumnos en los pisos bajos, más alejados cuanto más pericia desarrollen, de tal forma que visitaran la realidad sólo de tanto en tanto y para comprobar la relación con su obra, con su recuerdo, su elección.

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“¿Sabes los nombres de las estrellas, sabes qué pájaro vuela sobre tu cabeza y qué flor es la que se abre? Si no lo sabes, la angustia que produce no saberlo es un campo muy válido para el artista. Además, cuando uno aprende algo, es una buena cosa recuperar el estado de ignorancia original

Malcom Lowry.

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Autores de izquierdas, o revolucionarios, o simplemente críticos, terminan contradiciendo lo que sus ojos ven por miedo a incurrir en el tópico. Por un miedo legítimo a no incurrir en la ramplonería y en lo pueril y por un miedo, no tan legítimo, a contrariar a los dueños del orden, terminan disculpando el fascismo o mitificando el sexo y la alegría del pobre tal como hacían, y tal vez hacen aún, amplios sectores de la Iglesia Católica. O bien directamente se escapan, abandonan la posibilidad de tratar ciertos temas en la literatura y se enclaustran en lo exótico, lo visceral, lo exclusivamente familiar, cualquier cosa que esté lejos de la dialéctica política. Pero es posible, y si no tendremos que luchar para que lo sea, ser justo sin ser maniqueo, ser complejo sin ser cobarde, ser apasionado sin ser pueril.

Belen Gopequi. Más





Pie a tierra

Preparando unas notas para aun trabajo sobre realidad y ficción y nuevas formas en el documental cinematográfico, en la narración audiovisual, me encuentro con un nombre, Toni Serra, que acaba de recibir en Colonia, Alemania, el premio Nam June Pake, un reconocimiento fundamental en el mundo del vídeo arte. Serra ha hecho decenas de vídeos en Barcelona, en Nueva York y en Marruecos, donde vive buena parte del año. En El País había el domingo un interesante retrato de él y de su trabajo con referencias a sus historias, a sus formas de trabajar, «de hundirse en micro realidades o de crearlas», de transmitir las experiencias.

Muchos de las obras de Serra tienen que ver con el mundo de las fronteras o, mejor dicho con los lados de las fronteras, de los países, de las ciudades, de los barrios, de las, de las culturas, civilizaciones. Es uno de los coordinadores, además, el Observatorio de Vídeo No identificado, una convocatoria para películas fuera de la norma y que este último verano se dedicó en Barcelona a rastrear restos del mundo colonial y del colonialismo. Buena parte de su obra se puede ver en la mediateca online de la Fundación La Caixa. Hay mucho material, y hace falta detenerse un tiempo para recorrer toda la oferta, pero vale la pena. Los vídeos de Serra no son sólo para ver, se pueden leer, estudiar y hasta escuchar: más que un espectáculo.

Uno de ellos, que quiero utilizar para las notas se llama, Migra: son nueve minutos y en su mayor parte esta hecho a partir de largos y urgentes planos secuencia de la cámara recorriendo -puede entenderse que pisando- la tierra, el desierto, que hay que cruzar, para llegar al otro lado. Ese plano, y lo que supone de elaboración de una emoción, de contarla, de transmitirla, me ha llevado a otro de los nombres de mis notas: Chantal Ackerman, una cineasta belga, heredera de buena parte de los planteamientos de la nouvelle vague, que hace seis años realizó una película, Sud, en los territorios sureños de los Estados Unidos donde todavía el racismo más visceral está presente. Ella rastreaba el paisaje y el precio de llegar o de querer hacerlo…

“También tengo ganas de ir a ver allí cuál es el precio del milagro americano, sobre la espalda de quién se carga en este mismo momento la acumulación de riquezas más importante que se haya visto nunca pero también, y sobre todo, si este paisaje conserva los rastros o el recuerdo de alguna otra cosa que no sea su propia belleza.Filmar la naturaleza, naturaleza que esconde sangre y osario. Ese reflejo del sol sobre una ciénaga barrosa.”

.. pero, además, se encontró con otros precios: mientras ella rodaba en la zona, militantes del Ku Klux Klan secuestraron a un hombre negro: lo ataron, vivo, a una cuerda y arrastraron su cuerpo durante seis kilómetros hasta que, literalmente, se pulverizó. El plano final de Sud es precisamente el que Ackerman filmó a pie de tierra: la cámara rastrea el suelo y recorre el mismo sendero de la tortura, para sentirla sin ser vista.

Mucho más que un espectáculo.

Anuncios (muy) económicos

Cosas que pasan en los rincones. Hipoteca. Enfermedad. Realquiler. Centro terapéutico. Retorno. Habitación. Apremian. Se plantean. Sin vínculos. Suministros. Propaganda. Medicación. Debe. Tiempo parcial.
Variaciones y permutaciones.
Historias (muy) mínimas, sin fronteras.



Piano para el domingo

Me gusta el piano, y me duele: esas cosas inalcanzables. Chano Domínguez ha tocado cerca de casa pero no he podido escucharlo. Es un gran músico, tiene oído amplio, toque de talento y disco nuevo, New Flamenco Sound, el primero que un español graba en el sello Verve. Me conformo con él y con la variada colección de ingredientes que, según propia confesión, han dado lugar a su gusto:

de Paco de Lucía, Yo sólo quiero caminar y Monasterio de Sal; el primer tema del Misterio de las Voces Búlgaras; la versión de Keith Jarret de All the things you are y la de Brad Mehldau; el aria de la última versión de las Variaciones Golberg, de Glenn Gould; el primer movimiento del Concierto número 2 para piano, percusiòn y orquesta de Bela Bártok; From the begining, de Emerson, Lake and Palmer; de Camarón, Potro de rabia y miel y todo el Everybody digs de Bill Evans

Ingredientes medidos remezclados en su cerebro, en sus dedos, en su talento.

Nada garantiza que con todos los ingredientes precisos el resultado sea placentero. A Brian de Palma, por ejemplo, no le ha salido. En La Dalia Negra, hay policías seductores y corruptos, policías ingenuos y cargados de culpa, pasados que vuelven a crecer como rabos de lagartija, mujeres fatales, mujeres fuertes, garitos, boxeo, sombreros, sexo dislocado, esquinas, poder, música afilada, disparos, carreras frustradas a la fama, una ciudad, por supuesto, y un misterio: toda la estantería de especies. Pues no. Hay estilo, sí; citas, como siempre; dios, pero ni pizca de emoción verdadera, de orden propio, de sentido. Sólo carcasa. Los dos tipos están perdidos en sus trajes, más pendientes de sus mandíbulas que de sus personajes y Scarlett Johansen parece un ama de casa despistada, inexistente. Hillary Swank se salva, pero no salva la película, aunque su aroma y su voz perduren después de apagada la pantalla.

Es domingo. Hagamosun paréntesis para la música excelente, haciéndole caso a Chano.
Con Bill Evans, tal vez el más dotado, y su Vals para Debby.
Con Keith Jarret, tal vez el más entregado. All the things you are, por supuesto.
Con Glenn Gould, tal vez el más volado, el genio. Las Variaciones, al completo. Increíble.
Y una vuelta de tuerca, Peace Piece, uno de los temas de Everybody Digs, de Evans, traducido nota a nota con una caligrafía de mimo, por la guitarra de Niño Josele.

Me voy a cocinar. Tengo los ingredientes, la compañía y el hambre. Ya veremos.

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Pongo la radio. Aquella cosa: en la guerra contra los caníbales no está permitido comerse a los caníbales.

A menos que de lo que se trate sea de alimentar (más) la guerra.

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Vuelta atrás

Bruscamente la tarde se ha aclarado
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado

Tiene razón Borges. Arrastraba sueño. Llueve, he dormido y me he despertado nuevo.

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Calor y frío

Uno. La película de Al Gore sobre las investigaciones científicas y las consecuencias el cambio climático que se estrena hoy, se llama Una verdad incómoda y es de terror; y no por el apellido de su patrocinador.

Dos. Cuando los ejecutivos de Warner vieron por primera vez Batman return decidieron elevar exponencialmente promoción y márqueting. Gastar mucho en publicidad era la única manera de recuperar lo invertido en producción. Una verdad incómoda es, desgraciadamente, la película contemporánea con una campaña de promoción más larga e intensa: un tsunami, varios huracanes fuera de nivel, sequías, inundaciones, veranos estirados, inviernos desacomplejados, termómetros esquizofrénicos, temporadas fuera de temporada. Será un éxito; o un fracaso global.

Tres. Godard decía que los travelling son una cuestión moral. Para Gore y su director Davis Guggenheim toda la película es una cuestión moral: viene con deberes y recomendaciones. Más tareas pendientes. Culpabilizar (resposabilizar) a los ciudadanos sólo es una gota en el océano de la irresponsabilidad administrativa y corporativa.

Cuatro. Hay otra cara. Desde posiciones contrarias a las de Al Gore, otro documental da la vuelta a los argumentos conservacionistas para defender el derecho al desarrollo. Mine your own bussines: para los muy liberales.

Cinco. Después de la tempestad, mas tormenta, más fusiones. O, para completar la lección, un disco de calor y frío: fantásticas versiones habaneras, de la mano de los maestros de Buena Vista Social Club, de grandes temas con los artistas originales de Coldplay, Franz Ferdinad, Artic Monkys, Jack Jones, Thom Yorke y Radiohead, más Omara Portuondo, Ibrahim Ferrer, el loco Barbarito Torres, Cachaíto, Amadito Valdeés, entre otros. El proyecto está lanzado por una asociación de artistas contra los desastres políticos, económicos y climáticos, todavía no está en las estanterías, pero la página es generosa y aporta una pizca de cada: lo bueno del cambio climático hasta ahora.

La muerte existe, existe

…por la mañana recogieron los disfraces de Halloween y al final no fuimos al cementerio porque hay demasiados kilómetros. Pese a todo, era un día de trabajo y de poco tiempo. En la mesa pusimos buñuelos para el postre y hablamos de calabazas, de fantasmas, de costumbres y tradiciones, y recordamos a los tres abuelos que no están.

Por la tarde, un dolor de cabeza esquinado me liquidó durante un par de horas hasta que, disciplina es disciplina, logré acabar El año del pensamiento mágico, un libro sobre muertos y supervivientes. Son poco más de 200 páginas de prosa limpia, transparente, casi funcional, en las que la escritora Joan Didion se enfrenta al estupor – y lo transmite– que le provoca la muerte de su marido, fulminado por un infarto justo a la hora de la cena.

«Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba. La vida cambia rápido, la vida cambia en un instante».

El libro es un relato minucioso, sin paliativos, sin exorcismos poéticos, sólo la enumeración delicada y profunda de emociones y detalles vividos en salas de hospital, en dormitorios vacíos, en cocinas que ya no tienen sentido, para constatar que, efectivamente, la muerte existe. Es una primera persona que acompaña siempre al lector, que le deja entrar, mirar en los informes médicos, en la agendas, en los libros pasados, en los cuadernos de notas, hasta conseguir una fluidez de relato mucho más complejo y refinado de lo que aparenta.

Didion ha escrito novelas, ensayos, guiones de cine y televisión, es una escritora profesional, como lo era su marido, John Gregory Dunne. Ha dejado sus palabras en Vogue, en The New Yorker, o The New York Rewiew of books, para hablar de política, de literatura, del mundo. Pero en este libro habla de ella, de su dolor, de su peregrinación por la parálisis, la rabia, la paranoia que husmea la catástrofe, por los disfraces para amortiguar la pena, la obsesión, la culpa.

Mientras escribía y desmenuzaba sus sentimientos por la muerte del hombre con el compartió cuarenta y muchos años, su hija Quintana también entró en coma. Cuando salió de nuevo a la luz, su madre tuvo que comunicarle la muerte del padre. La chica se recuperó, asistió a los funerales, volvió a una vida regular. Ella terminó el libro, pero la recuperación de su hija fue un espejismo: después de un viaje en avión una embolia pulmonar la llevó de nuevo al hospital. Unos meses después, moría. Joan Didion no añadió más palabras al libro. Ahora, un año después, prepara un monólogo para el teatro y la voz de Vanessa Redgrave.

Una amiga me lo regaló, tal vez para aviso de otros fracasos. El librero, equivocado, lo había colocado en las estanterías de autoayuda. En tiempos de pensamientos frágiles, de emociones fabricadas, el libro de Joan Didion es mucho más que consuelo.

Padres de los hombres

«Descubrí maravillado lo que es sentirse padre: es mucho mejor que ser una estrella de rock», confiesa ahora Steward Copeland, en algún momento creador y batería de The Police y hoy cineasta aficionado. Y hace semanas -todavía se puede encontrar en la pantalla grande- Win Wenders y Sam Sephard volvían a sus huellas, revisitaban Paris Texas y llamaban a las puertas del cielo para descubrir que la paternidad puede dar sentido al cabo a la más desconcertada de las biografías. Hasta el terrible Costello de Nicholson, Scorsese y sus Infiltrados tienen que ver con el asunto (ya se que es algunas otras cosas, pero ésta también): al final todo tiene que ver con ese rollo del padre y del hijo, escupe Matt Damon.

Dice un amigo ejecutivo de una gran productora internacional que esa obsesión matizada por la paternidad (de memoria y recientes: desde Vete de mí, hasta AzulOscuroCasiNegro, desde Tsotsi hasta, bueno, a su perversa manera, Palíndromos) tiene que con ver con la edad de los que escriben y de los que aceptan los proyectos. Puede ser, no voy a discutir ni tengo estadísticas, ni desde luego sé lo que les interesa a los estudios. Me cuadra más ligarlo a la trascendencia, a la necesidad, a la pregunta sobre ir más allá y dejar herencia. Esa es la gran preocupación de Hijos de los Hombres, imaginada por P.D.James y dirigida por Alfonso Cuarón, con todos los ingredientes para ser una de las grandes películas del año.

Hay quien piensa que el plato no ha cuajado, y lo respeto; hay quien la hace imprescindible: a mi me ha mantenido dos horas fascinado, entregado a una historia de un futuro de ahora mismo (el futuro y la ciencia ficción ya no es lo que eran), un mundo obsesionado por comprar belleza y duración donde se puede comprar el suicidio en pastillas, controlado por pantallas y policías de diseño, tensando por las migraciones y la supervivencia, con millones de personas enjauladas, un mundo aturdido por religiones de apocalipsis y condenado definitivamente a la esterilidad, a la nada. Ahí empieza un viaje, con todos los ingredientes de las grandes fábulas –héroes, donantes, pruebas, traiciones, dudas– desde la derrota hasta la defensa de otra vida, hasta la única posibilidad de futuro.

A Alfonso Cuarón le gusta mirar por las ventanas desde los vehículos en los que viaja y mezclar lo que se ve y lo que se debería ver; eso era lo más interesante de Y tu mamá también; lo es ahora en Hijos de los Hombres: un mundo en descomposición salvado por la decisión de criar a un niño. ¿Es una película sobre la paternidad? No exactamente. Es una historia sobre la rebeldía, sobre la necesidad de moverse, de no conformarse con la herencia y los papeles escritos, sobre la imposibilidad obvia de hacer los grandes cambios con moldes de muerte. Así que tal vez sí que sea, al cabo, una historia sobre la paternidad, sobre la responsabilidad.

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Andrés Neuman, argentino de 1977 ,y vecino de Granada desde 1991, publica Alumbramiento, una colección de historias, microcuentos y reflexiones literarias sobre el la masculinidad, la paternidad y el parto. En la habitación de un sanatorio, rodeado por médicos y enfermeras -y por su esposa- un hombre como todos intenta dar a luz: concebir a otro hombre que también es él mismo: del presente al pasado del personaje, un viaje de ida y vuelta en busca de otra clase de masculinidad.

«La sociedad nos dicta como tenemos que que sentir, pensar o comportarnos de acuerdo con nuestro sexo. Por eso dinamito el mayor limite de todos, el incuestionable, el que nos impone la biología: no podemos dar a luz. Y, sin embargo, si lo hiciéramos, sentiríamos lo mismo que una mujer, porque nada hay en nuestros genes que diferencia la concepción e la ternura o del dolor. La imagen me sirve de metáfora de la lucha por todo tipo de masculinidad, espero no tener que aclarar que, en mi caso, no soy gay».

En la puerta del colegio de mis hijas coincido a menudo con S, un padre amarrado casi siempre a un libro, defensor a ultranza de los nuevos padres femeninos y del paulatino pero definitivo cambio de rol del patriarca, de los modelos de convivencia que eso exige y provoca. El se pregunta qué clase de hijos estamos criando, todavía tan solos, con las máscaras desveladas. Por ahí va el alumbramiento de Neuman y tal vez el giro de la profecía de P.D.James.