José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

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La muerte existe, existe

…por la mañana recogieron los disfraces de Halloween y al final no fuimos al cementerio porque hay demasiados kilómetros. Pese a todo, era un día de trabajo y de poco tiempo. En la mesa pusimos buñuelos para el postre y hablamos de calabazas, de fantasmas, de costumbres y tradiciones, y recordamos a los tres abuelos que no están.

Por la tarde, un dolor de cabeza esquinado me liquidó durante un par de horas hasta que, disciplina es disciplina, logré acabar El año del pensamiento mágico, un libro sobre muertos y supervivientes. Son poco más de 200 páginas de prosa limpia, transparente, casi funcional, en las que la escritora Joan Didion se enfrenta al estupor – y lo transmite– que le provoca la muerte de su marido, fulminado por un infarto justo a la hora de la cena.

«Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba. La vida cambia rápido, la vida cambia en un instante».

El libro es un relato minucioso, sin paliativos, sin exorcismos poéticos, sólo la enumeración delicada y profunda de emociones y detalles vividos en salas de hospital, en dormitorios vacíos, en cocinas que ya no tienen sentido, para constatar que, efectivamente, la muerte existe. Es una primera persona que acompaña siempre al lector, que le deja entrar, mirar en los informes médicos, en la agendas, en los libros pasados, en los cuadernos de notas, hasta conseguir una fluidez de relato mucho más complejo y refinado de lo que aparenta.

Didion ha escrito novelas, ensayos, guiones de cine y televisión, es una escritora profesional, como lo era su marido, John Gregory Dunne. Ha dejado sus palabras en Vogue, en The New Yorker, o The New York Rewiew of books, para hablar de política, de literatura, del mundo. Pero en este libro habla de ella, de su dolor, de su peregrinación por la parálisis, la rabia, la paranoia que husmea la catástrofe, por los disfraces para amortiguar la pena, la obsesión, la culpa.

Mientras escribía y desmenuzaba sus sentimientos por la muerte del hombre con el compartió cuarenta y muchos años, su hija Quintana también entró en coma. Cuando salió de nuevo a la luz, su madre tuvo que comunicarle la muerte del padre. La chica se recuperó, asistió a los funerales, volvió a una vida regular. Ella terminó el libro, pero la recuperación de su hija fue un espejismo: después de un viaje en avión una embolia pulmonar la llevó de nuevo al hospital. Unos meses después, moría. Joan Didion no añadió más palabras al libro. Ahora, un año después, prepara un monólogo para el teatro y la voz de Vanessa Redgrave.

Una amiga me lo regaló, tal vez para aviso de otros fracasos. El librero, equivocado, lo había colocado en las estanterías de autoayuda. En tiempos de pensamientos frágiles, de emociones fabricadas, el libro de Joan Didion es mucho más que consuelo.