José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

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Padres de los hombres

«Descubrí maravillado lo que es sentirse padre: es mucho mejor que ser una estrella de rock», confiesa ahora Steward Copeland, en algún momento creador y batería de The Police y hoy cineasta aficionado. Y hace semanas -todavía se puede encontrar en la pantalla grande- Win Wenders y Sam Sephard volvían a sus huellas, revisitaban Paris Texas y llamaban a las puertas del cielo para descubrir que la paternidad puede dar sentido al cabo a la más desconcertada de las biografías. Hasta el terrible Costello de Nicholson, Scorsese y sus Infiltrados tienen que ver con el asunto (ya se que es algunas otras cosas, pero ésta también): al final todo tiene que ver con ese rollo del padre y del hijo, escupe Matt Damon.

Dice un amigo ejecutivo de una gran productora internacional que esa obsesión matizada por la paternidad (de memoria y recientes: desde Vete de mí, hasta AzulOscuroCasiNegro, desde Tsotsi hasta, bueno, a su perversa manera, Palíndromos) tiene que con ver con la edad de los que escriben y de los que aceptan los proyectos. Puede ser, no voy a discutir ni tengo estadísticas, ni desde luego sé lo que les interesa a los estudios. Me cuadra más ligarlo a la trascendencia, a la necesidad, a la pregunta sobre ir más allá y dejar herencia. Esa es la gran preocupación de Hijos de los Hombres, imaginada por P.D.James y dirigida por Alfonso Cuarón, con todos los ingredientes para ser una de las grandes películas del año.

Hay quien piensa que el plato no ha cuajado, y lo respeto; hay quien la hace imprescindible: a mi me ha mantenido dos horas fascinado, entregado a una historia de un futuro de ahora mismo (el futuro y la ciencia ficción ya no es lo que eran), un mundo obsesionado por comprar belleza y duración donde se puede comprar el suicidio en pastillas, controlado por pantallas y policías de diseño, tensando por las migraciones y la supervivencia, con millones de personas enjauladas, un mundo aturdido por religiones de apocalipsis y condenado definitivamente a la esterilidad, a la nada. Ahí empieza un viaje, con todos los ingredientes de las grandes fábulas –héroes, donantes, pruebas, traiciones, dudas– desde la derrota hasta la defensa de otra vida, hasta la única posibilidad de futuro.

A Alfonso Cuarón le gusta mirar por las ventanas desde los vehículos en los que viaja y mezclar lo que se ve y lo que se debería ver; eso era lo más interesante de Y tu mamá también; lo es ahora en Hijos de los Hombres: un mundo en descomposición salvado por la decisión de criar a un niño. ¿Es una película sobre la paternidad? No exactamente. Es una historia sobre la rebeldía, sobre la necesidad de moverse, de no conformarse con la herencia y los papeles escritos, sobre la imposibilidad obvia de hacer los grandes cambios con moldes de muerte. Así que tal vez sí que sea, al cabo, una historia sobre la paternidad, sobre la responsabilidad.

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Andrés Neuman, argentino de 1977 ,y vecino de Granada desde 1991, publica Alumbramiento, una colección de historias, microcuentos y reflexiones literarias sobre el la masculinidad, la paternidad y el parto. En la habitación de un sanatorio, rodeado por médicos y enfermeras -y por su esposa- un hombre como todos intenta dar a luz: concebir a otro hombre que también es él mismo: del presente al pasado del personaje, un viaje de ida y vuelta en busca de otra clase de masculinidad.

«La sociedad nos dicta como tenemos que que sentir, pensar o comportarnos de acuerdo con nuestro sexo. Por eso dinamito el mayor limite de todos, el incuestionable, el que nos impone la biología: no podemos dar a luz. Y, sin embargo, si lo hiciéramos, sentiríamos lo mismo que una mujer, porque nada hay en nuestros genes que diferencia la concepción e la ternura o del dolor. La imagen me sirve de metáfora de la lucha por todo tipo de masculinidad, espero no tener que aclarar que, en mi caso, no soy gay».

En la puerta del colegio de mis hijas coincido a menudo con S, un padre amarrado casi siempre a un libro, defensor a ultranza de los nuevos padres femeninos y del paulatino pero definitivo cambio de rol del patriarca, de los modelos de convivencia que eso exige y provoca. El se pregunta qué clase de hijos estamos criando, todavía tan solos, con las máscaras desveladas. Por ahí va el alumbramiento de Neuman y tal vez el giro de la profecía de P.D.James.