José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Archivo de febrero, 2007

Magia de cerca

Me gusta que conmigo sean educados. El regusto satisfecho que me ha dejado El quinto en discordia, la novela del canadiense Robertson Davis(1913-1995) ha tenido un remate impecable. En la página siguiente a la última palabra del relato la editorial ha colocado junto a la conocida cita de Borges orgulloso de sus lecturas, un aviso. «Desde los Libros del Asteroide queremos agradecerle el tiempo que ha dedicado a la lectura de El quinto en discordia. Esperamos que el libro le haya gustado y le animamos a que, si así ha sido, lo recomiende a otro lector.»

He mirado en la estantería más cercana al azar. Ninguno de los libros que he rastreado tenía un guiño semejante. El último detalle de una edición esmerada para una historia que me ha tenido suspendido desde su comienzo.

El quinto en discordia es la primera parte de la Trilogía de Deptford a la que sigue Mantícora -que empiezo hoy mismo– y que concluye con Mundo prodigioso, editada en unas semanas. De la primera cata sólo excelentes resultados: una escritura estilizada y cercana, transparente; una exhibición de sabiduría, hondura y humor; y una muerte misteriosa. Hay vidas de santos, prestidigitadores, soldados, trincheras, mujeres gigantescas y fascinantes, simples y extrañas, y todo el mundo del siglo XX; un reto a los límites personales, los más peliagudos, un espejo moral y un registro de las religiones, de los poderosos y de la fuerza descontrolada y culpable de una bola de nieve, del azar que determina la vida de sus personajes -Ramsay, Boy Staunton, el gran Magnus Eisengrim-, como a Paul Auster, por ejemplo, o a John Irving, dos de sus seguidores más les gusta.

Robertson Davies, ese señor de arriba con toda la barba, fue autor de teatro, periodista y firmante de once novelas. Magnífica literatura para todos los gustos. Se editó en español casi sin brillo hace más de quince años; su nueva editorial pequeña pero con todo el fundamento y el olfato lo reinventa y lo ha colocado donde pueda verse. A mi la primera pista me la dio, como de tantas cosas, Jorge Br., pero he descubierto que el libro está muy bien recomendado, insistentemente aplaudido. Un placer.

¿Quieres saber que creo que eres, Ramsay? Creo que eres un quinto en discordia.

¿No sabes que es eso? En las compañías permanentes de ópera, como las que tenemos en Europa, se necesita una prima donna, siempre una soprano, siempre la heroína y a menudo una tonta; también se necesita un tenor para el papel de enamorado, y una contralto para el papel de la rival de la soprano, la bruja o algo así, y un bajo, que interpreta el papel de villano, del rival del tenor o de cualquier personaje que lo amenace.

Hasta aquí todo está claro. Pero no se puede desarrollar la trama sin otro hombre, que generalmente es un barítono, y que en la profesión se le conoce como el quinto en discordia, porque es el elemento ajeno, el personaje al que no corresponde otro del sexo opuesto. Pero es necesario que haya un quinto en discordia, porque es quien conoce el secreto del nacimiento del héroe, aparece para ayudar a la heroína cuando se cree perdida, mantiene a la reclusa en su celda o incluso puede provocar la muerte de alguien, si eso forma parte del argumento. Tal vez no sea un papel espectacular, pero te aseguro que es un buen trabajo, y que los actores que los interpretan suelen tener una trayectoria profesional mas prolongada que las voces de oro. ¿Eres el quinto en discordia? Sera mejor que lo averigües.

Foto

Infiltrados

De lo que me acordaré será de la foto. Qué concentración de taquillas y talento. Los tres y él. Subió al escenario y, antes de empezar con los agradecimientos, exigió que se volviera a mirar dentro del sobre para que Coppola, Spielberg y Lucas se aseguraran de que el nombre que acaban de leer, el del ganador del Oscar al mejor director era el suyo: Martin Scorsese, por The Departed.

No se lo creía. Obviamente. El director de cuarenta obras antes de esta tenía todo el derecho del mundo a pensar que la ceremonia de los Oscar se había transformado en un programa de televisión de sorpresas, bromas, y otras ridiculeces. Un ramo de flores por el engaño y otra palmadita en el hombro. Estaba acostumbrado a perder. Y esta vez, lo daba por supuesto. de hecho lo había dejado dicho: «ya no hago películas para ganar premios».

Después de haber sido candidato como director con Toro Salvaje o Uno de los nuestros, o de que Taxi Driver fuese la primera de las seis veces que sus películas aspiraron al máximo premio, que ganara por fin los premios más importantes con una versión farragosa de un éxito hongkones estuvo a punto ahogar a Martin Scorsese en el estupor: había hecho un largo pastiche infiltrado imitándose a sí mismo y con eso ganaba.

Seguramente en la voluntad de sus compañeros que le aclamaban se estaba premiando al hombre que tantas veces se quedó a punto. Se aplaudía toda una carrera, claro, una manera de hacer cine que durante casi cuatro décadas—desde Malas calles, El último vals, hasta La edad de la Inocencia, desde New York, New York, hasta el viaje sin dirección de Bob Dylan- había dejado su impronta de veracidad, raíces, voluntad de cambio,prisa y violencia, cine inconfundible en cada plano. Premiaban así al último, al que quedaba virgen de la generación que cambio Hollywood: sus colegas más cercanos le entregaban la cosa, qué mejor representación.

También seguramente, de manera involuntaria y hasta inconsciente – y hsta injusta al persoanalizarla en un creador de su tamaño– se estaba premiado la consolidación de una tendencia de la mayoritaria industria hollywoodense: la copia, el remake, la secuela, la falta de ideas propias que determina su producción principal de los últimos años.

Las películas pequeñas e independientes que llegan de la periferia de la industria, por ejemplo Pequeña Miss Sunshine: la más original, o de otras periferias – Méjico, sin ir más lejos– se han quedado esta vez a las puertas. Pero están a punto de tomar el centro para darle una vuelta a una industria exactamente igual a como los cuatro de arriba y otros como ellos se la dieron hace treinta y cinco años. Por eso, seguramente, Sundance ahora es el imán, todos los estudios tienen ya su división independiente y todos tienes sucursales para producir en Pekin, en Hong Kong, en Berlin o donde haga falta. Ellos son los verdaderos infiltrados.

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Si pudiera hoy hablaría con Brian de Palma.



Rompecabezas

Hace cincuenta y seis años, una película japonesa ganaba por primera vez un premio Oscar. Era una historia contada cuatro veces; una muerte y tres versiones; y mucha lluvia. Clint Eastwood la vio muchas veces, tal vez para encontrar las dos caras de cada cosa. Alejandro González Iñárritu tuvo ahí, seguro, un espejo de historias cruzadas, pequeños acontecimientos que dan lugar a enormes tragedias. Martin Scorsese, tan oriental, tan amante de las mentiras, ha habitado los sueños de su director. Como en The Queen, aquella película se enfangaba con la verdad y con lo que se puede contar, y con todos los intereses que despierta una desaparición. Aquella historia, en fin, con su pretexto, hablaba de lo que somos y de lo que nos gustaría ser, como a su manera lo hace Little Miss Sunshine.

Hace cincuenta años. Más. Todo eso ha durado. Y como ahora, Rashomon sirvió para que se dieran muchas vueltas a su forma fragmentada de narrar, al ritmo adecuado con el que manejaba sus tiempos, a la posibilidad de que sólo exista lo que puede ser contado, lo que tiene testigos. Su director, Akira Kurosawa, tuvo que explicarse. Y sus palabras, cincuenta años después, siguen entendiéndose.

Los seres humanos somos incapaces de ser sinceros con nosotros mismos. No somos capaces de hablar de nosotros sin pavonearnos. Este guión retrata al ser humano, el tipo de ser humano que no puede sobrevivir sin mentirse para creerse que es mejor de lo que realmente es. También muestra la pecaminosa necesidad de mentira una vez en la tumba; el personaje que muere no puede renunciar a sus mentiras ni siquiera cuando habla a los vivos a través de un médium. El egoísmo es un pecado que el ser humano arrastra desde su nacimiento; es lo más difícil de liberar de nuestra persona. Esta película es como un extraño pergamino abierto representado por el ego. Decís que no entendéis este guión en absoluto, pero es porque es imposible entender el corazón humano. Si lo enfocáis bajo la imposibilidad del completo conocimiento de la psicología humana, y volvéis a leerlo una vez más, yo creo que podréis captar la idea.

Hoy, con oscar, juicios, y verdades, aturdido un poco ante tanto y tanto despliegue y promoción, resulta que Rashomon es de dominio público y sin prisas se puede ver desde aquí en Google y desde aquì, en archive.org, tranquilamente.

No todos ven lo mismo

A Michel Gondry le gusta dormir. Mejor dicho, le gusta despertarse. Y ver y vivir entonces en esos momentos mínimos y eternos previos al mundo donde uno puede dirigir orquestas, flotar, vivir en una isla repleta de coros infantiles, ser estrella de televisión, manejar los relojes, comer nubes o enamorarse. Y contarse cuentos. La estrella del videoclip contemporáneo, el mejor traductor de Charlie Kaufman, ha optado esta vez por contarse a sí mismo, lo más adecuado en el caso de un habitante de un mundo de plexiglas y juguetes destripados. Para aceptar su menuda disertación sobre La ciencia del Sueño y entrar en su historia de amor con el tiempo, una vecina y el duermevela, hay que dejarse llevar por artesanías infantiles, mágicas de puro sencillas, fuera del mundo: y olvidarse de los contrapuntos reales, del relato, de lo que de verdad cuenta, tan vulgares que están a punto de arruinar la función. No ocurre esa desgracia porque en la película siempre es mejor no estar despierto, ser de plastilina o de tela basta, y ver lo que se ve en sueños. En un lugar de la cabeza en el que de los grifos sale papel de celofán, vale la pena vivir un rato, un minuto, un siglo. Hasta que aparezca el Koniec.

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Me gustan los clics, las gomas de borrar, las chinchetas, los objetos incluseros de los que escribí en tiempos. Ahora descubro como se hacían las ceras de colores hace treinta años. A Gondry le encantaria.

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Lo que se ve depende de lo que se pueda pagar. Y por lo que se ve, la propiedad (industrial) es un robo de vista: un estudio revela que el acceso a medicamentos genéricos salvaría a 55 millones de personas de la ceguera en la próxima década. Pero la patente manda.Intermón Oxfam y la Fundación Visión Mundi cuentan que el sistema de patentes condena a la ceguera a 30 millones de personas en los países pobres, con tendencia al alza por el aumento de la esperanza de vida en el mundo en desarrollo. Más vivos, más ciegos. Hay que tener vista para los negocios, nuestra cultura.





Dónde está el final

Sólo nos realizaremos plenamente cuando todos –todos- los humanos podamos entender y disfrutar y aun superar lo que con nuestro lenguaje consiguieron decir Einstein y Garcilaso. Es irrenunciable. Para eso estamos aquí.
Nos realizamos en la aspiración del conocimiento y esa es universal; no depende de nuestros talentos, sino de nuestra coherencia.
Si el saber es sólo cosa de élites; si Einstein y Mozart y Garcilaso sólo son para un grupo de privilegiados, entonces nadie, ni los propios privilegiados que entienden a Einstein y admiran su belleza, se realizan como persona.
¿Por qué la esclavitud no es humana? Porque convierte a una persona en un medio de la que otra se sirve para sus propios fines: el esclavo es un mero servidor. Pues mientras utilicemos a otras personas para lograr beneficios, las estamos privando de cumplir su fin como personas, que es fertilizar el lenguaje humano y crear. Sólo nos realizaremos el día en que todos los humanos desarrollemos esa capacidad. Por eso Chomsky anima a que nos rebelemos contra cualquier sistema que no permita a todos los humanos realizarse en el conocimiento. Y debemos seguir rebelándonos hasta que todos podamos realizarnos.

Víctor Gómez Pin, filósofo, preguntándose a la contra sobre la existencia en tiempos del hiperconsumo.

Ya sabemos hacia dónde; ahora falta saber cómo.

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Ibuprofeno. Más que décimas.






Catalizadores

De ahora mismo: las protestas contra el gobierno de Guinea Conakry pueden terminar en guerra civil. De momento hay más de 120 muertos en poco más de un mes y la tensión crece. ¿Por qué hemos de preocuparnos esta vez? Por el aluminio. El conflicto ha hecho que se dispare el precio del aluminio, cuya base de producción es la bauxita, de la que Guinea posee un tercio de las reservas mundiales.

Todo listo para otra película como Diamante de Sangre: una guerrillas en tensión, insurgentes, ejércitos, mercenarios, intermediarios, violencia negra y unos despachos difusos con ejecutivos occidentales: es decir, un poquito de didactismo al principio, unas gotas de mala conciencia, algunas mínimas referencias al mercado del aluminio en lugar de los diamantes de Sierra Leona, y luego mucho de lo siempre, incluida una grandiosa campaña de promoción. Y Africa, claro, el mejor escenario.

La productora es Paula Wagner, la mano derecha de Tom Cruise, y el director, Edward Zwick, el de su aventura samurai. Pero más allá de los nombres, la cuestión es cómo la transformación industrial hollywoodense de cualquier elemento, de cualquier punto de partida, da lugar a un producto idéntico a tantos otros. No se puede competir con su despliegue, con sus escenarios, con su puesta en escena, desde luego; pero hay algo en esa transformación, en la colocación imprescindible de los catalizadores para que la historia pueda ser contada de esa manera -en este caso Leonardo Di Caprio, muy profesional con el gesto y con el acento; Jenniffer Connely, un imán– y sus necesarias relaciones, la que determinan la pócima: un espectáculo solvente, desde luego, -y largo- unos textos funcionales que pueden valer para otro contexto, y la misma densidad final del viejo Reader´s Digest, renovando el antiguo exotismo selvático por escenarios neo-coloniales.

Durante toda la peripecia de Diamante de Sangre lo más difuso es quien es el propietario de las piedras. Hay algunos trajes con corbata, algunos pasillos y una referencia al protocolo de Kimberley, que en su momento quiso controlar el comercio de diamantes. En el caso de Guinea Conakry, la cosa es más fácil de contar -o más difícil de ocultar , si se le da la vuelta: las minas de bauxita guineanas son propiedad de tres de las más grandes compañías de aluminio del mundo, la estadounidense Alcoa, la canadienses Alcan y la rusa Rusal. Esos son los otros catalizadores. Da para una coprodución.

Temperatura de color

De tres días de Arco me quedo con la inflación de la fotografía. Creo que ni en una sola o en muy muy pocas de las 270 galerías no había fotografía y B.B. asegura que más de la mitad sólo tienen fotografía. Los rastreos inquietantes de Peter Pillar, los restos de paisaje vacíos de Xabier Ribas, los más vacíos todavía de Sergio Belinchòn, los abiertos de Hannah Collins, los estirados de Danny Singer, los despejados de Weng Fen, los desquiciados de Edward Burtynsky. La lista sería eterna. Esa enorme oferta se aprecia a simple vista pero B.B., que es del gremio, dice que ya es definitivamente una tendencia consolidada, que está de moda, que aporta más variedad y sorpresa que otras formas de artes y que cubre el abanico más amplio de inversores.

De eso se trata, claro. De comprar. Han pasado cerca de 200.000 visitantes y, claro, los coleccionistas disponibles. Sobre todo los de las instituciones. Ahí, en el dinero público, sigue estando el elemento financiero: por ejemplo, el Gobierno de Cantabria ha adquirido ocho piezas, españolas, precisan, por 185.000 euros; el Reina Sofía, más de dos millones de euros, el doble que el año anterior; la Junta de Andalucía, casi 150.000 euros en 25 artistas. Pero hay más, mucho más, en palabras de los que contables de arte. Carlota Fraga lo explica de manera transparente en la publicación oficial de la feria: en España hay un censo de 150.000 ricos, con patrimonio superior al millón de euros; una bolsa que no ha dejado crecer y que cada vez dirige más su siembra inversora hacia el arte, entre un 0,5 y un 1 por ciento de su patrimonio neto, alrededor de 5.000 millones de euros.

Yo no soy de esos. Así que me conformo con mirar. Dice B.B. que la fotográfica este año es perfecta e inquietante, pero fría. Es una sensación. Y la comparto: de memoria, en casi todas las imágenes está a punto de suceder algo, pero no ocurre. En casi todas, menos en el mundo intenso, radical y de denuncia de Regina José Galindo, , una guatemalteca de poco más de 30 años, que ha hecho de todo, incluso ganar en la última Bienal de Venecia; y antes se dejó perder en al basura, se dejo lapidar, recorrió con huellas de sangre las calles para protestar contra el viejo y feroz dictador Ríos Montt, se encerró en un psiquiátrico, restauró su propio himen con una operación quirúrgica para denunciar el machismo y ahora traía todo un montaje de fotografía y vídeo sobre las armas, el plomo, las dianas y lo fácil que es disparar a los más débiles. También se ha vendido bien.

Escuchando mentiras

Florian Henckel von Donnersmarck es un director de cine alemán y un hombre optimista. Confía en el poder de la música y en el corazón de los seres humanos, en su capacidad para hacer los correcto. No importa, dice, lo lejos que se hayan adentrado por el sendero equivocado. Hay un momento en el que dudan. Por eso su pulcro oficial de la Stasi, la vieja y metastásica policía de la RDA, el protagonista de La vida de los otros, es capaz de emocionarse con la música, ligarla al dolor y preguntarse por las razones de su oficio, de su Estado, de su existencia. Por la verdad. Educado para la utopía y programado para el control y la represión, en sus ojos, en los de un actor magnífico, Ulrick Mühe, está toda la historia, en como pierden la eficacia cuando aparece la duda y él empieza a poner nombre, por ejemplo, a los balones de fútbol. Florian Henckel von Donnersmarck trabaja siempre a favor de la inteligencia del espectador con sus actores, los colores controlados de la puesta en escena y una cámara ligera, escondida; y no necesita efectos especiales, ni persecuciones, ni un gota de sangre de más ni de menos, para fabricar esta película honesta y eficaz, espléndida, un thriller original que habla de amor, de traición y de conciencia, de fingir para sobrevivir en un estado donde la mitad del país vigilaba a la otra mitad.

El espía miserable y decente, el único, escucha y descubre que, al cabo, todo es sólo una mentira, cenizas después del Muro. Una novela. Tanto.

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Ayer estuvimos en un Carnaval de juguete contra una mentira. Me importa un bledo el golf; pero detesto las mentiras. Habrá que ser optimista como Florian Henckel von Donnersmarck y confiar en que el alcalde de Madrid y la presidenta de la Comunidad, a pesar de su conducta miserable y cínica, a pesar de lo lejos que se han adentrado en el terreno equivocado, pueden llegar a preguntarse sobre su oficio, a avergonzarse. Y cambien. Tal vez no lo hagan, tal vez no sean decentes, sólo sean mentirosos, golfos.



Efectos

Cosas que pasan en los rincones. En el Museo con la pequeña C. Delante de los colosales, minuciosos y titánicos retratos de Chuck Close, con la boca abierta ante el tamaño y la obsesión de comprimir el mundo en una cuadrícula, C. ha dejado salir su miedo desde un rincón. No le han impresionado las más mínimas, profundas arrugas, todas, ni el implacable paso del tiempo, segundo a segundo en cada rostro. Ha sido al mirar de cerca y descubrir que los ojos, también los ojos, están hecho de sumas.

Debajo del césped

No me canso de En la Habitación. La película de Todd Field me ha enseñado mucho y me ha servido para trabajar en talleres y seminarios. Hemos dado muchas vueltas a sus aciertos y a sus riesgos, a lo que se puede hacer con unas piernas, un muerto y una obsesión, a la solidez de sus personajes, a su capacidad de tramar, es decir de poner en relación acontecimientos, deseos e intenciones con sentido y significado, a su manera de mantener la atención y la dirección, de cuidar el desarrollo de las emociones y de hacer discurrir el tiempo, y a la inteligencia con la que siempre utiliza lo que tiene entre manos, a saber, la moral equívoca y el poder destructor de cierta clase de amor que nos obliga a comportarnos contra nuestra voluntad y ser otros.

Buscando todo eso me planté delante de Juegos secretos, la segunda película de Field. Demasiadas expectativas, enorme frustración. Debo ser yo, que estoy raro, porque la película ha conseguido un montón de premios y candidaturas. A la salida volví a acordarme de la primera. Esta vez hay muy poco de todo lo anterior, excepto, tal vez la intención. Juegos secretos, en el original Little Children, está basado en una historia de Tom Perrota, (el mismo novelista de Election, que dirigió Alexander Payne antes de About Schmidt y de Entre copas) y es otra fotografía amarga, otra más, de algo que se está convirtiendo en género: el reverso tenebroso del parcelismo suburbano.

Esta vez, me ha interesado muy poco ese adulterio casi rutinario en el mundo perfecto y medido de las urbanizaciones de clase media alta, con parques infantiles, tedio y partidos de rugby; y me ha parecido forzada la búsqueda de la rima con la presencia de un exhibicionista que vuelve a casa desde la cárcel patéticamente acosado por un policía rabioso, frustrado y lerdo. Las historias se cruzan con la mano y la voluntad del director presente. Y todos son lo que son, sin matices, sin cambios; todo está repetido mas que dicho, con citas de Madame Bovary y una voz en off que, de remate, explica todo lo que las imágenes deberían trasmitir y no hacen, sobre la parte podrida de ese mundo de césped impoluto, piscinas que se manchan con el diferente y grandes ventanales. El proyecto iba a ser en principio un serial para la televisión y sus acentos y subrayados dejan huellas. En fin, tiene más, como he leído, de la fábula falsa y fabricada de American Beauty, que de las farsas amargas y arriesgadas de Tob Solondz pero al margen de etiquetas le falta, sobre todo, la naturalidad transparente con la que el director conseguía manejar su película anterior. Insisto, debo ser yo.

En la habitación partía de Killings, un cuento de Andre Dubus, –un paralelo de Raymond Carver, mucho menos famoso, pero tan poderoso y tan poco traducido– que también prestó su material para la interesante Ya no somos dos, donde se movía en territorios de amores apagados y miedo a los cambios. De Perrota, no tengo el gusto. Y de Andre Dubus sólo conozco la edición de Edhasa de Adulterio y otros cuentos, me temo que agotada. Pero no hay como pedir favores a los amigos. Así que para quitar el regusto inútil de la frustración, me lo vuelvo a leer.