José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

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Entonces llegaron

Hay comienzos, obviamente para la historia, con años y hielo por conocer, madres que mueren hoy, o ayer, abuelas que explotan, gente a la que hay que llamar por su nombre, sea éste Ismael, Albinus o Lolita, luz de mi vida, felicidades familiares idénticas y desgracias con personalidad, lugares de los que nadie se acuerda, se llamen Comala, Poisonville, o se llamen como se llamen, con mañanas después de sueños intranquilos o mañanas que anuncian muertes. Tantos.

Pocos, para mí, sinceramente, privadamente, como éste:

Entonces- y maldita la falta que hacían ya- llegaron y me preguntaron que qué pasaba. Que no pasaba nada, les dije. Sólo había sido un susto, pero no pasaba nada. Tub, nada más sentarse, fue la primera en pedir copa.

Así: entonces.

Es el comienzo de El gran momento de Mary Tribune, la novela que en 1972 publicó Juan García Hortelano, la novela que le hizo un escritor enorme, gigantesco en su lenguaje, tan grande como Faullkner para algunos, inigualable en su manera de acariciar una ciudad, Madrid, desde los bares de sky hasta por ejemplo, la Plaza del Monje Comediógrafo, de atravesar una generación, de apalear un mundo alterado por la llegada de una americana loca, como una maga de andar por casa.

Una historia así, moderna todavía como muy pocas, imprescindible para cualquier lector al que le guste el idioma, las copas o no, y las ciudades, no es asunto fácil. Fácil de escribir, me refiero:

Fue horroroso. No son cifras exactas, pero la primera versión debía tener 1.300 folios; la segunda, 900, y la tercera, 700. Gasto bosques de papel […] En todo libro hay un fracaso para el autor, así se venda un millón de ejemplares y le digan que es un genio. En todo libro, y eso sólo lo sabe el autor, hay una diferencia extraordinaria entre el que se pensó y el que se ha hecho […] Gracias a eso se escribe un libro siguiente. Si uno escribiese un libro que más o menos coincidiese con el que deseaba, probablemente no tendría que escribir otro. Escribes otro libro para borrar el anterior, aun sabiendo que no lo vas a borrar.

Los escritores sudan, y nosotros disfrutamos. He tenido la novela esta mañana en las manos reeditada por Lumen, el primer paso para comenzar una reivindicación imprescindible – por ejemplo, hoy– de un autor de lujo. Y de Madrid, aunque hubiera llegado desde Cuenca.

Gracias por no ir al cine

¿De qué está hecha la información? De retazos sabiamente administrados. O sea, de spin, ese concepto anglosajón que también supieron manejar Tony Blair y Alaister Campbell en sus buenos tiempos y que se cuece de siempre en las oficinas del ala oeste de todos los centros de poder. Más o menos podría ser definido como la emisión, transmisión o divulgación de comentarios o acciones de un hecho o persona, de manera parcial y tergiversada para influir así en la opinión pública: retazos sabiamente administrados que provoquen desconcierto en el contrario. Vamos, mentir, un poco, lo justo; lo eficiente. Por ejemplo, decir que los fumadores mueran de cáncer no le interesa a las empresas de tabaco, porque eso les resta clientes, con lo que no puede haber relación directa entre el tabaco, el cáncer y los intereses comerciales de los que los fabrican. Ergo, no está demostrado que el tabaco provoque cáncer.

A eso se dedica el protagonista de Gracias por fumar, una comedia levemente ácida, rápida e inteligente (tambien levemente falsa: a nadie se le ve fumar) que cuenta la caída del caballo de un maestro de la cultura del spin cuando sus técnicas le estallan en las manos, el más brillante de todos esos ejecutivos de escuadrones de la muerte. Así se definen a sí mismos los portavoces de los fabricantes de alcohol, armas y tabaco cuando, una vez por semana, se reunen para comer y competir, con cinismo desinhibido, sobre quien de sus sectores es el que más muertes provoca.

Están orgullosos de su oficio que, de paso, les sirve pagar la hipoteca: esas exhibiciones del trío son los mejor de la película, junto con el desparpajo retórico del protagonista, que no negocia, dice, sino que razona. A su manera, desde luego, capaz de servir al tabaco, a los grandes contaminadores o las exterminadores de crías de foca, si se lo ofrecieran. Nada de lo políticamente incorrecto le es ajeno porque la libertad de elegir sabiamente administrada es su territorio, y aunque la película se reblandece en su parte final, tocada por los miedos del protagonista a dejar de ser un buen padre, (como José Bono) yo la recomendaría a los ejecutivos de las alas norte, sur, este y oeste, de la calle Ferraz, esquina Moncola, para que aprendan a administrar tiempos y retazos y vender lo invendible. Los políticos van poco al cine. A otros, como Ruiz Gallardón, desde luego, no les hace falta. El se limita a dar las gracias.

Por cierto, Christopher Buckley, el autor de la novela original escribìa discursos para Georges Bush padre. Pero estoy sguro de que los puede escribir para quien mejor le pague la hipoteca.