José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Archivo de noviembre, 2006

Bajada de bandera de realidad

Tengo al mesa llena de papeles, de cintas de dvd y de una lista: todas lasa películas candidatas a los premios Goya. Tengo que votar. Soy académico, que le vamos a hacer. Este fin de semana se acaba el plazo. Y no doy abasto. He ido mucho, mucho al cine estos últimos meses, he buscado huecos como he podido y, aún así, me queda mucho por ver y mucho que decidir.

Pero mientras me decido, una nota. Este año he contado 37 documentales. Hace cinco, seis años, ni la tercera, ni la cuarta parte. Hay, desde luego, una explicación industrial y técnica; es más fácil, más barato financiar una película documental aunque luego sea dificilísimo exhibirla en condiciones. Pero al tiempo y sin duda mucho del cine más interesante del año hecho aquí ( y en el mundo) viene de la cámara del los documentales y los documentalistas.

Mirar no es ver. La mirada es activa. Es un esforzarse por aprehender la realidad aunque duela. El ojo está herido y la mirada extraviada, no por exceso de luz sino porque la noche es gélida. Miramos la realidad para inventar una política nocturna. Ya no hay otra política. La antigua estaba hecha de luces, de sujetos, de conciencia que elevar. Todo eso está muerto. Miramos la realidad aunque duela. Debe doler. En estos casos la eternidad ha sido siempre el consuelo: la eternidad del instante, la eternidad de las pequeñas cosas.

Es una cita del manifiesto Por una política nocturna del que se habla en uno de esos documentales, El taxista Ful. Hace falta mucho valor para hablar así en una película. Mucho más para inventar un documental de mentira y contar así la historia de un hombre que tomaba de la calle un taxi cada noche, de prestado según él, robándolo según el atestado policial, y lo devolvía al amanecer, dejando una parte de la recaudación por el desgaste. Era una leyenda urbana o un hecho real. Ahora es una película, casi secreta, pero más que interesante. Y hay otras, La leyenda del tiempo, Mas allá del espejo, La casa de mi abuela, Las alas de la vida, La niebla en las palmeras, películas arriesgadas, distintas, que indican un camino. Hay que buscarlas, eso sí. Pero luego descubrirlas proporciona doble placer.

Son todas, con matices, herederas de películas como En Construcción, Veinte años no es nada, El cielo gira y de la sombra de Víctor Erice y de Joaquín Jordá. Todas, con matices, desde luego, son películas que recrean la realidad -que no la inventan, si aceptamos que en la ficción tradicional ocurre semejante cosa- que la buscan y la ponen en escena, la agitan y la colocan lista para luego ser absorbida por la cámara. Algunas rozan el manierismo pese a manejar realidades abruptas y todas dejan ver la mano de sus directores de manera más explícitas que en las ficciones tradicionales: la naturalidad corregida, la nueva ficción que se enseña en la Universidad Pompeu Fabra.

Embotados tal vez por la avalancha de ficciones que nos llenan la vida y todas las pantallas (el cine, la televisión, el dvd, el ipood, los vídeo juegos, las agendas electrónicas, las salas de espera de los hospitales, los pasillos del metro, el teléfono móvil…) parece que se abre paso una grieta de otra realidad.

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Actualización. 11,00. Para qué que vale el dinero. El porcentaje de dinero para educación baja durante el mandato de Esperanza Aguirre en Madrid, la región con menor gasto educativo en función de su Producto Interior Bruto. Dos puntos porcentuales menos en cuatro años. Veintitrés páginas más allá: El cuarenta por ciento del presupuesto del Ayuntamiento de Medellìn, Colombia, se dedica a la educación y cultura. Medellín, la mas educada es la propuesta de su alcalde: la educación, motor de la transformación social. La ciudad no tiene perdón, ni rendición, decía hace años el escritor Fernando Vallejo. Hoy, otro escritor, Héctor Facioline, aporta otro dato: la ciudad no es idílica, pero el número de homicidios anuales ha bajado a 650.

De los periódicos.



Desde dónde se mira

Lo cuento como me lo contaron. En los primeros años de la posguerra española, cuando el mundo era siempre gris para casi todos menos quizás para los daltónicos, un corresponsal extranjero se instaló en Madrid y comenzó a enviar sus textos, crónicas brillantes, expresivas, cargadas de detalles, con la mejor literatura que dan los hechos. Pero, hablara de lo que hablara, escribiera de los que escribiera, de armas o de abastos, de fiestas o de uniformes, aquel hombre colocaba siempre un párrafo habitado de ciegos: en medio de la crónica, al final, de salidilla, o como pretexto para empezar el relato, ciegos de pasos balbuceantes, ciegos que tantean las paredes, ciegos que piden ayuda. Todo Madrid estaba atiborrado de cuencas perdidas, de ojos huecos, de miradas tachadas. Tantos ciegos que llamaron la atención del censor de prensa internacional. Desconcertado, amoscado, siempre atento, aguzando la vista, el funcionario franquista reclamó la presencia del corresponsal en su despacho: quería saber, lo necesitaba, si aquella obsesión por los ciegos y la ceguera era una metáfora ladina sobre el destino oscuro de la victoriosa España, una, grande y libre. Si así fuera, que el corresponsal se despidiera de sus crónicas, de sus permisos, de su pasaporte, de su libertad. El periodista defendió su profesionalidad con la elegancia que dan los datos y se limitó a relatar que cada día al ir y volver de su hotel se cruzaba con decenas de ciegos, la calle, el barrio, la ciudad parecía un hormiguero de ciegos que él no podía borrar de su vista ni de sus crónicas. El funcionario le pidió el nombre del hotel. Cuando el periodista se lo dio, el otro enseñó una sonrisa con el tufo condescendiente que da la victoria y dijo: su hotel, querido amigo, está al lado de la organización nacional de ciegos, puerta con puerta, caballero, delegación provincial, una obra social, una caridad del Generalísmo; pero ni toda la ciudad ni toda la Patria ha perdido la vista, así que cambie de hotel, cambie de itinerario o cambie de oficio.

Me acordaba de esa historia delante de la exposición Corresponsales de Guerra en España, en la reluciente sede del Instituto Cervantes, en Madrid. Palabras mayores: Saint-Exupéry, Orwell, Dos Passos, Montanelli, Gallagher, Hemingway, Portela, Koltsov. Matthews y Carney, enfrentados en los bandos y en las páginas de NYTimes. Guernica, el Alcázar de Toledo, los muertos del Poum, Belchite, la masacre de Badajoz con ojos sin graduación, hospitales de campaña, mazmorras, cunetas, un jerez con Miaja, los moros de regulares y los negros de las brigadas internacionales, Franco dictando sus primeras entrevistas victorioso, Durruti sus penúltimas declaraciones., teléfonos, maquinas de escribir, salvoconductos. Y fotos y páginas, prensa. Una clase de de historia, de periodismo, del compromiso moral de una profesión, la edad de oro de los corresponsales, dice el historiador Hugh Thomas; y una pista para saber de dónde salieron, de que palabras, de qué miradas, algunos grandes éxitos literarios que vinieron después.

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La paradoja del vídeo sobre Aznar. Da la sensación de que el PSOE se ha equivocado porque ha llevado la cuestión al terreno de los partidos, de la mirada de los partidos, precisamente donde al PP le interesaba que estuviera, o al menos donde le molesta menos, en los rifirafes: hasta ahora las afirmaciones de Aznar, su condescendencia lógica a hacer política con el terrorismo, la misma que ahora anatematizan él y los suyos era un hecho objetivo: ahora sólo es un vídeo con mirada de partido. Todo lo visto ya estaba dicho, publicado y transmitido antes por periódicos, revistas, radios y televisiones, por los periodistas, por el periodismo. Se sabía. Pero me temo que ya nadie cree a los periodistas, excepto en todo caso a sus propios periodistas -a los que llevan las mismas gafas, las mismas que el partido- los mismos que han perdido una de las virtudes claves del oficio, la capacidad de sorprender, porque siempre dicen lo que se espera de ellos.

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La sala de central del Instituto donde está colgada la exposición enlaza con otro espacio en la misma planta también grande donde hoy esperaban decenas de periodistas para inmortalizar al elenco al completo de una película importante que se estrena estos días. Los actores, el director, eaguardaba detrás de una mampara, defendidos de los rugidos de impaciencia que se adivinaban del otro lado, y a escasos metros, muy, muy pocos, de donde estaban expuestas las crónicas, las fotos, las primeras páginas de la guerra. Se veían., se podían ver.He estado casi cuarenta minutos en la sala; los de la película, casi media hora esperando a salir a la palestra. Ni uno de ellos se ha girado mientras tanto para ver lo que pasó hace setenta años.

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Actualizado. Después de los periódicos. (11,30)

Claro que hay periodistas hoy. Y con historias, con hechos:

•La maldición de los Strojan. Una historia de xenofobia. Una familia de gitanos eslovenos perseguidos hasta su último refugio en un bosque. Todo empezó, años antes en el bosque. El padre de la familia era un nómada que junto a su mujer se dedicaba a recoger hierbas y setas y luego a venderlas. Pero, con la hiperinflación yugoeslava de los ochenta, ganó mucho dinero al vende sus setas en Italia. Al prosperar quiso comprarse una casa en el pueblo, pero no le dejaron. Luego llegó la decadencia familiar, varios miembros acabaron en la cárcel por robos, el patriarca murió, y se multiplicaron los incidentes, que llevaron al acoso a sangre y fuego. En el corazón de Europa, delante de nosotros, como un anuncio.

•Saharahuis ahogados. Treinta y uno en la madrugada del domingo. Salían clandestinamente en patera de El Aiaun. El único testigo tiene 11 años: su hermano no le dejó subir por el mar estaba malo.Buena parte de los muertos estan ligados a las protestas independentistas. La policía advierte a los detendios que lo mejor es que se vayan en patera, por eso sólo les cobran 20 euros los que manejan los viajes; antes costaban, 1600 euros. El naufragio acabó con su vida.

•Casi el 20 por ciento de la población española se sitúa por debajo del umbral de la pobreza.

Pero estas historias no forman parte del periodismo de prédica para convencidos que me aturde.

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Yo también. Gracias.









Considerando nuestra debilidad, otra vez

¿Y si, en realidad, todo es una enorme y espesa cortina de humo, desde Marbella hasta Mallorca, desde Seseña hasta Villaviciosa de Odón, hasta Murcia, hasta… ? ¿Y si nos estuviéramos enfangando como puercos en las exageraciones, en las exepciones pese a todo, en los exabruptos, en los granos cejijuntos y nos olvidáramos de las reglas, de la norma, de la clave, de la cuerda y del reloj, del sistema, del tema? ¿Y si todo está medido, sumado, controlado, meditado, calculado, equilibrado, elaborado?

El año pasado tampoco hicimos la revolución tal y como nos recordó con detalle el Colectivo Todoazen en una novela fascinante que deslumbró a los nuevos tirios de siempre y a exquisitos troyanos, es decir a jóvenes pensadores de la nueva izquierda y a exquisitos intelectuales expertos en ciudadanía y decepciones. El libro lo publicó Caballo de Troya y lo escribió un colectivo de tres no-autores que encajaron un puzzle de citas, cifras, datos, porcentajes de precariedad, accidentes de trabajo, beneficios, sentencias conciliatorias, despidos, complementos de consejos de administración, análisis de expertos, dictámenes de catedráticos y periodistas de barba recortada, protestas, ajustes, euros, muchos millones de euros, todo a cien en una novela de misterio, construida con un único sentido, plantear un enigma brutal: ¿cómo es posible que en un año en el que los beneficios empresariales se acercaron al 25 % y los salarios apenas crecieron un 3% no haya explotado la revolución social?

El libro terminaba con la Resolución de los Comuneros de Bertold Brech (para ponerse en forma) más dos párrafos de recordatorio y coda:

a) Un 0,16% de los contribuyentes españoles posee un 27,5% de los depósitos del sistema bancario.

b)Los Príncipes de Asturias anunciaron ayer que esperan el nacimiento de su primer hijo.

Hace un año. Dicho lo cual, tres noticias de ahora mismo:

a) Los beneficios de la banca aumentaron en lo que va de 2006 un 41,2%, es decir, 11. 5662 millones de euros, derivados fundamentalmente de los créditos hipotecarios y de las comisiones.

b) La pensión media de jubilación crece un 5,8% y alcanza los 727,80 euros. El salario medio de los españoles no ha variado desde 1997.

c) Viene otra niña.

Y si.

Foto

Olor a muerte

¿Para qué ir al cine? ¿Para qué entregarse a un espía inventado, estirado y de gimnasio, y con vocación realista? Difícil competencia con la realidad.Las noticias son la mejor ficción, el mejor ensueño, la aventura más redonda, la duda más resbaladiza. Toda narración es un proceso y hay más misterio, más relato, en el hueco que queda entre las fotos del espía ruso antes y después del Polonio que en en toda la saga 007.

He invertido tres horas en leerme todo lo que tenía al alcance de la mano sobre Alexander Litvinenko y su liquidación nuclear a golpe de isótopo radioactivo. Todas las teorías: la mafia rusa en cualquiera de sus poliédricos aspectos; el Kremlim porque el muerto sabía demasiado del asesinato de la periodista Ana Politkpovskaya; sus antiguos compañeros del KGB o los nuevos servicios federales de seguridad, los cazadores autónomos de la inteliegencia rusa, a los que había denunciado con nombres, cargos y apellidos; el millonario Berezovsky, su socio, para desviar la atención, o cualqueir otro de los megamillonarios de la privatización con egos como campos de fútbol e intereses anchos como la estepa; los chechenos, torturados, heridos, porque a pesar de que ahora estaba de su parte, en tiempos los persiguió devota y obedientemente; incluso, lo último pero no menos posible, un auto envenanamiento, accidental, o suicida, precisamente para fijar los ojos en cualquiera de las dianas anteriores.

Está estudiado una y cien veces el proceso de desmoronamiento del imperio soviético y la paralela consolidación de los nuevos poderes capitalistas heterodoxos, pero pocos como nadie lo había descrito con la inocencia de Litvinenko. Cuando, a finales de los años ochenta, fue elevado a la categoría de especialista en los servicios secretos rusos, el espía ahora asesinado definió así su trabajo: después de la caída del comunismo las órdenes eran reclutar a empresarios capaces de estimular el desarrollo económico, y contratar asesinos. Es una pista moral. Y es fascinante que se pueda unir en una misma oración esas dos afirmaciones, una imagen perfecta de lo que fue Rusia (y el mundo) – y es- en los últimos años: las mismas personas que otean a los grandes emprendedores otean a los mejores asesinos, como si esa clase de especímenes olieran a lo mismo. A muerte, claro, a grandes beneficios. Esa sinceridad le ha costado la vida.

Foto: imagen del polonio al microscopio.

Zapatos

Cosas que pasan en los rincones. Era un dìa especial. Louis Sebastian Leonard abrió los dos paraguas, amplios, acogedores, y los asió con energía, una en cada mano. Los miró como se mira a los santos, tal vez si, tal vez, no. Luego cerró los ojos, vació su mente y se dejó caer en 1783 desde en un primer piso. Aterrizó con bien y pasó a la historia, fue el primer paracaidista. Alejo Carpentier, que nació ese día, cientoveintiún años después, podría haberle dedicado un párrafo torrencial con vecinos vestidos de terciopelo esperando el acontecimiento; y Eugène Ionesco, que llegó ocho años más tarde, una obrita con los que se quedaron arriba, en el alfeizar, viéndole caer. Fue un dìa especial, como lo fue, luego se supo, cuando en 1865 se vio impreso por vez primera Alicia en el país de las maravillas y su conejo blanco y sus naipes uniformados que entraron definitivamente en el tiempo; y lo fue diez años antes cuando una cámara fotográfica y científica atrapó también por vez primera la cola inmóvil de un cometa. Fue un día especial, desde luego, cuando Howard Carter abrió a la luz la tumba de Tutankamon y los relojes volvieron a contar. Era el año de 1922 y faltaban veintidós más para que naciera Roberto Fontanarrosa, condición imprescindible para poder escribir son dos mil cuentos.

Es un día especial. Habría cumplido setenta y cinco años: mi madre no acabó la escuela y cada noche, en un rincón, limpiaba los zapatos a sus seis hermanos, todos hombres, incluso los domingos. Luego vino todo lo demás hasta 1992. Llueve y me voy a lustrar los zapatos como si fuera fiesta.

Grbavica, ahí al lado.


Me fascina la vida de cada día, pero comparada con la guerra, puede parecer aburrida, carente de dramatismo, incluso banal. Pero basta con rascar en la susperficie de la vida cotidiana para que empiece a fluir todo el poder de las emociones humanas, pasadas presentes y futuras.

El futuro es un autobús que se va de excursión. Pero hasta llegar a él primero hay que pagar el billete y ese billete tiene un precio muy alto: la verdad, la verdad entre una madre y una hija en el barrio de Grbavica, en Bosnia, donde la guerra y las huestes de Radovan Karatzic dejaron su huella.

Diez años después de la guerra las cicatrices son profundas, paralizantes. Una de ella atraviesa de lado a lado el corazón de Esma empeñada en conseguir dinero para pagar el viaje de su hija. Sería más fácil conseguir un certificado demostrando que el padre de su hija fue un mártir en la guerra. Pero ella prefiere no remover el pasado del que le es imposible hablar.

Los personajes tienen secretos pero Grabavica, la película no los necesita porque su directora, Jamila Zbanic, no juega a las intrigas, ni a los trucos, ni a las imágenes impactantes, reales. No las necesita, maneja mucho mejor la contención, los límites, los silencios y las dificultades de la protagonista, para construir una historia excelente, muy lejos de los panfletos.

En un mundo de hombres, de uniformes, de tatuajes, de mafias, de música guerrera, la batalla de Esma es contra su propia memoria. La directora firma su primer largometraje aunque se había preparado con vídeos, cortos y documentales: Birthay, por ejemplo, para acercarse a las vidas de dos jóvenes muy similares, uno bosnio, otro croata; Red Rubber, para viajar con mujeres que habían perdido a sus hijos en la guerra; Imágenes desde la esquina,que se detiene en los sufrimientos de una mujer herida de gravedad en la guerra y que soporta estoicamente convertirse en objetivo fotográfico. Aquí se arriesga a que su protagonista la interprete una diva serbia (Mirjana Karanovic, una fija de Emir Kusturica) y que a su lado estén una nueva actriz bosnia y una sólido actor croata. No todo el mundo lo ha entendido, ni lo ha aceptado: en zonas de Serbia no se ha podido estrenar, pero el top manta ha conseguido que se vea.

Ganó en Berlin y va camino del Oscar. Competirá allí con el Volver de Pedro Almodóvar, donde también hay mujeres solas, un padre desaparecido y un secreto.

Decir que no

Dice Alessandro D’Alatri que no hay que tirar la toalla. Por eso escribió y dirigió La fiebre una película que bebe de la mejor comedia italiana aunque no alcanza a reinventarla y que habla de sueños y de trabajo. Y de más cosas porque D’Alatri se la juega con apuestas visuales, interludios románticos, miniaturas cotidianas, videoarte funerario y ásperas críticas a la burocracia, a la envidia, a la mediocridad.

Todo para contar la historia de un aparejador obligado a ejercer un trabajo que odia, condenado a aparcar sus deseos. Una mujer fantástica, amante de poetas y de pistas de baile, le rescata del rencor y le ayuda, indirectamente, a decir que no y a cambiar su mundo. Y, aunque a veces es reiterativo y a veces cursi, Alessandro D’Alatri es también capaz de detenerse con verdad en las angustias de los protagonistas, en las pequeñas victorias y en los enormes riesgos que supone el negarse a aceptar lo que no se quiere, en la derrota diaria de lo contrario.

Mucho antes de conocer Bilbao a Frank Gehry le costó años de soledad y de paro disimulado decirse a sí mismo que no quería seguir haciendo una arquitectura que detestaba pero que le resolvía la vida. Lo hizo y empezó a arrugar papeles y a transformarlos en edificios. Sidney Polack es un director sólido, templado, afortunado. Hace lo que le gusta, por ejemplo, charlar con sus amigos -por ejemplo, Gehry- y acercarse con una cámara de aficionado al meollo de la creación: la angustia del vacío, el miedo al primer paso, la vanidad de los conquistadores, el talento líquido.

Los Apuntes de Frank Gehry , la película de Pollack,no son un máster de arquitectura, ni siquiera lo es de cine, pero se acercan con sabiduría al proceso de la invención, a como se pasa de boceto al acontecimiento. Y aunque roza la hagiografía, Pollack sabe colocar opiniones críticas, porque no sería un buen amigo si sólo supiera decir que sí.

(Para decir que no Gehry fue al psiquiatra. Cuando se hizo famoso muchos arquitectos quería ocupar el mismo diván y transformarse para ser Frank Ghery. El psiquiatra no quiso atenderlos, no sabía fabricar artistas. Y lo explica: la mayoría de los pacientes iban a su terapia para encajar con el mundo; los artistas, como Gehry, para cambiarlo.)

(Hoy es día de estrenos. Apoteósicos estrenos. Apostemos por las excepciones que todavía duran. Gehry es excepcional, desde luego. Y una película italiana es una rareza. He buscado y del año 2005 llegaron aquí tres películas italianas, entre ellas La fiebre. Del 2006, sólo una, la de Roberto Benigni. No están tan lejos.)

Qué difícil decir que no. Que imprescindible.

Ellos tal vez

Volvemos cargados de la biblioteca. De la biblioteca infantil. Al azar: Los derechos y deberes de los animales. Debemos buscar el equilibrio entre la selva y el campo, entre el bosque y la ciudad, sin que un espacio signifique la desaparición del otro. ¿De qué planeta eres, Ana Tarambana? Naturaleza y riqueza, riman. La ciudad agujereada. Un agujero negro para la basura. Ida B. y sus planes para potenciar la diversión, evitar desastres y (posiblemente) salvar el mundo. Somos los guardianes de la tierra. La montaña de las amatistas. El fuego ha llegado a los campos de trigo. El catálogo completo se llama en tierra de todos tiene más de 140 títulos de libros, dvd, vídeo-juegos y cd´s .

Ellos tal vez aprendan. A nosotros, quién nos enseña, si ya somos daltónicos.

De momento, Movimiento Clima, una mezcla nueva de organizaciones y ciudadanos, que busca más ciudadanos y organizaciones, para ir aprendiendo.

(La ilustración es de Run Wrake, y la pista gráfica de Elástico . Gracias.)

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Otra manera de ver la eternidad.



Qué pasaría

Al principio, veinte segundos, me gustó y caí en un ataque de curiosidad y de absurda nostalgia. Qué era. Ver a la gente caminar por la puerta del sol con tiempo que perder. Luego, Cibeles y la entrada a un añejo campo de fútbol. Un Madrid de museo, de barro y boina, coloreado y sacado a pasear. Por fin, el hachazo: que pasaría si nunca pasase nada: sólo era una campaña para vender años de infierno y obras.

Toda la historia de una ciudad para justificar unmandato. Ya lo dice Jorge Wagensberg: no hay mayor soberbia que la de pretender la eternidad. Ni la de usarla, añado. Preguntarse que pasaría si nunca pasara nada es preguntar nada. Ya lo dice Jorge Wagensberg: desde la primera bacteria y Shakespeare… algo habrá tenido que ocurrir. La campaña de Ruiz Gallardón equipara evolución y poder, naturaleza y administración y una tentación peligrosísima que anida cada vez en más y mas despachos de creerse por encima de cualquier contingencia o de saberse lanzado por la historia.

Porque no todo lo que se puede hacer se debe hacer, en todo caso, habría que preguntarse por qué pasa y si es necesario que pase. Porque pasar ha pasado Aníbal y los Alpes, la guerra de los Cien Años, Hiroshima, el Gulag, Islero, los jemeres rojos y la boda de Tom Cruise, yo que sé.

Me temo que en el territorio de la propaganda no se puede razonar. No está hecha para eso.

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Muy pocos como Robert Altman podían presumir, además de todo lo demás, de haber inventado un género contemporáneo. Gracias en nombre de Magnolia, Happiness, En la ciudad, Amores Perros, Historias mínimas, Nueve Vidas, por ejemplo. Y, claro, por Short Cuts.

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De madrugada, antes de dormir, cazo de refilón una de esas películas en las que la tecnología digital permite asistir al recorrido voraz y ciego de una bala hasta que alcanza la carne del enemigo; la misma tecnología virtual que exhibe entonces, en un tiempo minucioso, el desgarro de las fibras, la explosión de los capilares, la biología criminal en su absoluto esplendor vista al detalle. Y me pregunto cuando esa misma tecnología permitirá narrar con idéntica precisión, con espectacular poderío gemelo, millones de neuronas agitadas con una decepción, por ejemplo, millones de sinapsis puestas en marcha por una caricia. Tecnología visual para las emociones. Qué pasaría.

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Exactamente 322.000 espectadores asistieron a un streeptease masculino. Fue de madrugada, el lunes. Y sólo de cerebro y corazón.Lo he recuperado esta mañana. Que pasaría si estas cosas de la nueva masculinidad se dijeran cuando alguien (más) las pudiera ver.

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Laborable

De acuerdo, es desconcertante, metafórica, nada realista, en absoluto naturalista, desasosegante, maneja el extrañamiento como Kafka o Beckett, y es poco recomendada incluso por críticos abiertos que no se quieren quemar las manos. Pero La silla, la película de Julio Walovits, no merece la condena de ser estrenada traicioneramente un sábado por la mañana y ser despedida, definitivamente, al día siguiente, también por la mañana. Porque, con toda seguridad, una historia de rutinas, de ansiedades, de obsesiones que le salven de la monotonía de cada día a su protagonista, debería poder ser vista – y detestarla, por qué no– en día laborable.

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Modernos por contrato.

Esclavos por contrato.

Bellas por contrato