El nutricionista de la general El nutricionista de la general

"El hombre es el único animal que come sin tener hambre, que bebe sin tener sed, y que habla sin tener nada que decir". Mark Twain

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Listado de todos los nombres de todos los pescados en España

PescadoEn Asturias se le conoce como mono; en Baleares, Catalaña y Valencia  como bacora aunque en Baleares también se puede aludir a él como ullada; en Canarias barrilote; y en el País Vasco recibe el nombre de hegaluze… si quieres una pista más te diré que el código FAO que alude a esta especie pesquera es ALB

Supongo que muchos seguirán perdidos, se trata del atún blanco, también llamado bonito del norte y albacora. Su especie concreta, la que debiera despejar todas las dudas es Thunnus alalunga

No me digas que a ti no te parece un galimatías importante eso de nombrar de forma diferente las mismas especies pesqueras en virtud de la región o zona en la que nos hallemos. No voy a entrar en las implicaciones de que los habitantes de un mismo territorio hablen lenguas distintas, en sus ventajas, en sus inconvenientes etcétera. Tan solo me propongo haceros llegar un documento con el que me tropecé hace unos días y que refleja todas (al menos esa es su intención) las denominaciones comerciales de especies pesqueras y de acuicultura admitidas en España. Y no se trata solo de aplacar tu curiosidad o tus dudas al respecto de cómo se llama este o aquel pescado o marisco en España. Hay más.

Habida cuenta de la introducción de nuevas especies pesqueras en nuestros mercados y lonjas también conviene estar al tanto de qué es “eso” nuevo que ha aparecido en tu pescadería de toda la vida. Se trata de que puedas estar más informado, de que no te traten de dar gato por liebre panga por lenguado y todo lo demás. Así, has de saber que tal y como reza la presente resolución:

El nombre comercial [el primero que se cita a la derecha en la tabla] se considerará como denominación oficial en todo el territorio nacional. No obstante, las diferentes acepciones de los nombres comerciales que constan en el listado y que han sido reconocidas por las Comunidades Autónomas serán complementarias de aquel.

En cualquier caso y como te decía antes, lo que no deja la menor posibilidad de duda a este respecto es su nombre científico. Es decir, el genero y especie reflejados en el etiquetado debiera ser la prueba última para saber a ciencia cierta cuál es el pescado (o marisco) concreto que tienes delante. Todo ello sin entrar en conspiraciones y malas prácticas consistentes en falsificar el etiquetado. Que de todo habrá, pero quiero pensar que esta sería una práctica anecdótica.

Pez sable

Con esta información como punto de partida me enteré el otro día que lo que compré en la pescadería era “pez sable” (bueno eso ya me lo anunció Raúl, mi pescadero) y luego a partir de ahí, tirando del hilo (Trichiurus lepturus), me informé de qué tipo de pez era, dónde se pesca, cuál era su temporada, etcétera. Ni que decir tiene que, entre otras, también me apoyé en esta entrada para averiguar más cosas. Y, por cierto, si te lo encuentras en tu pescadería podrías probar este pez sable: semigraso, piel sin escamas, de sabor relativamente suave sin llegar al punto de ser soso y con una presencia muy “compacta”. Yo probé sus lomos hechos una vez a la plancha con un refrito de ajos (un clásico dónde los haya) y también a la plancha acompañado de una salsa de soja. El resultado fue bastante satisfactorio, teniendo en cuenta que es un pescado que, en lomos, se puede servir fácilmente sin espinas, y por tanto muy aprovechable en especial al precio que yo lo adquirí, 10 €/kg, que para los precios que suele tener el pescado de calidad hoy en día no está nada mal.

Si te ha gustado esta entrada y igual te interesa consultar:

Útil herramienta para comprar y preparar pescados y mariscos

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Imagen: Tamorlan y Gdr vía Wikimedia Commons

El mito inagotable de la Candidiasis y los hidratos de carbono

Hay mitos que se resisten a caer. Será porque suenan bien, será porque son acogidos con una especial complacencia. No lo sé. Y no importa lo absurdo de sus postulados y justificaciones. Pero el caso es que no caen.

Uno de ellos es el de la dieta anti-cándida. Un supuesto patrón dietético que hace remitir las infecciones propiciadas por un microrganismo que recibe el nombre de Candida albicans (C. albicans). Antes de empezar hagamos una breve introducción.

¿Qué es la candidiasis?

Candida albicans

Por Candida albicans se conoce a un hongo, en concreto una levadura, ubicua que vive en casi todas partes entre las que se incluye nuestro propio cuerpo. Por lo general, nuestro sistema inmune mantiene a raya este microrganismo e impide una excesiva proliferación.

Cuando por la causa que sea este control no es lo suficientemente eficaz como para mantener bajo control la población de C. albicans (uso de antibióticos, estados deprimidos del sistema inmune…) el hongo puede multiplicarse hasta el punto de hablar de una infección. Estas infecciones por C. albicans pueden afectar a distintas partes del cuerpo y de forma diversa. Así, la candidiasis oral afecta a esta zona anatómica que suele presentar manchas blanquecinas; una infección que puede llegar al esófago y provocar una esofagitis; al mismo tiempo en el caso de las mujeres, estas pueden sufrir infecciones vaginales por C. albicans que cursan con picores, dolor y secreciones anormales; al mismo tiempo la infección de esta levadura puede interesar a la piel y ser causa de picazón y erupciones cutáneas; sin embargo la más grave de todas las infecciones en este sentido es aquella sistémica y que implica la candidiasis en sangre pudiendo suponer un importante peligro para la vida.

¿Cómo se tratan los distintos tipos de candidiasis?

La respuesta a esta pregunta sería compleja y además no se halla dentro de la temática de este blog ya que ninguno de los recursos terapéuticos comúnmente aceptados como válidos al respecto de la infección por C. albicans implica las cuestiones dietéticas. Así, los diferentes tipos de infección se abordan con distintas estrategias que puedes consultar en este enlace: Clinical Practice Guidelines for the Management of Candidiasis: 2009 Update by the Infectious Diseases Society of America o en este otro documento más breve y práctico que a modo de síntesis recoge los diversos tratamientos. En general, se trata de la aplicación y dosificación de distintos remedios antimicóticos.

La dieta anti-candida

CharlataneríaSin embargo en el mundo de medicina complementaria-alternativa … o como quieras llamarla (en este caso yo me referiría a ella como magufa) es bastante frecuente aludir a un tratamiento dietético para las infecciones por C. albicans. En su esencia se trata de restringir la ingesta de alimentos con hidratos de carbono, especialmente azúcares ya que (argumentan quienes postulan este tipo de tratamientos) la C. albicans es un micoorganismo con una dependencia voraz de este tipo de sustratos. Así, no es infrecuente escuchar que la justificación del tratamiento pase por “matar de hambre a la C. albicans” a base de no aportarle esos hidratos de carbono que tanto demanda. En el colmo del despropósito este tipo de terapias explican que los pacientes con candidiasis sienten un hambre descontrolada por aquellos alimentos que aportan más azúcares y que esto se explica porque esto es lo que demanda el microrganismo. Si no me crees le puedes echar un vistazo a este tipo de planteamientos en esta página en donde se dice textualmente que:

El ansia continua por comer dulces o alimentos ricos en carbohidratos puede responder a una infección por hongos llamada candidiasis

O sea, que uno tiene ganas de comer dulce porque al hongo en cuestión le entra el “hambre” de dulce… A mí qué quieres que te diga, este tipo de “justificaciones” me parecen increíbles más allá de los relatos de ciencia ficción y sus extravagantes propuestas entre los parásitos y sus hospedadores. Claro. Allí sí; aquí, en el mundo real, no.

En una vuelta de tuerca más, a la hora de plantear dietas anti-candida libres de hidratos de carbono, me he encontrado con que algunos “profesionales” que la promueven hacen las siguientes indicaciones a sus pacientes:

Dieta de 25 días anti-cándida sin un solo gramo de hidratos de carbono complejos, ni integrales, ni refinados, pero fruta sí… Sin lácteos, salvo el queso del tipo havarti y gouda que si están permitidos.

En fin, sorprendente (e inexplicable, aventuro)

En resumen

  • Candida albicans es un microrganismo habitual, y normal hasta ciertos límites, dentro del ecosistema microbiano de nuestras mucosas.
  • Las distintas infecciones ocasionadas por este microrganismo suelen ser debidas a un sobrecrecimiento. Su localización determina el tipo de tratamiento de elección.
  • Ninguna, absolutamente ninguna, sociedad médica de reconocido prestigio acoge entre los posibles tratamientos de las distintas infecciones cualquier disposición dietoterapéutica.
  • Solo las ramificaciones más rancias de la mal llamada medicina complementaria plantean tratamientos basados en una supuesta dieta anti-cándida.

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Esta entrada participa en la VII Edición del Carnaval de la Nutrición

 que organiza el blog Una pizca de vida.

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Nota: De nuevo, quiero agradecer a una seguidora ejemplar, Geraldine, el hacerme partícipe de sus dudas para que sean tratadas en este blog

Imagen:  Y tambeKevin Dooley vía Wikimedia Commons

Estoy a dieta: ¿lácteos enteros o desnatados?

Leche y cerealesDurante mucho, mucho tiempo el consejo dirigido a aquellas personas que querían perder unos kilos de más o que “estaban a dieta” era claro: evitar, en la medida de lo posible, todo aquello que contuviera más grasa. En el caso de los lácteos, habiendo la opción, el consejo se traducía en una medida clara: consuma lácteos desnatados antes que aquellos “enteros”. Y yo, no voy a escurrir el bulto a estas alturas, mi formación «reglada» incluía estos consejos y era de los que defendía este tipo de medidas. Y lo sigo haciendo, pero ahora, con matices o si se prefiere, con reservas.

No es cuestión, en mi caso, de “nadar y guardar la ropa”; no. Tampoco se trata de hacer, otra vez, un discurso de lo absurdo del concepto “hacer dieta” tal y como está asumido en buena parte de la población general; tampoco. Mi opinión es conocida y bastante convencida a este respecto. Se trata más bien de, precisamente, poner sobre la mesa otro argumento más para desterrar ese erróneo concepto que es el “hacer dieta”, entre el imaginario colectivo cuando este se empeña en perder una serie de kilos.

El caso, no pretendo irme por las ramas, es que de un cierto corto periodo de tiempo a esta parte se está cuestionando la idoneidad de ése consejo, el cambiar lácteos enteros por desnatados, cuando se pretende bien adelgazar, bien mantener un peso adecuado. Si echamos un vistazo a los últimos estudios epidemiológicos, la realidad observada (nunca mejor dicho) apunta que entre el grupo de personas que consumen lácteos desnatados hay mayores tasas de sobrepeso y obesidad que entre aquellos que consumen lácteos enteros… ¿sorprendido? Déjame que te ponga en antecedentes.

En primer lugar te recomiendo que hagas una lectura comprensiva de la entrada La maleta de Asimov, o por qué lo que ayer era bueno hoy es malo (y viceversa). Con ella en mente, permite que te muestre alguna de las conclusiones de los estudios al respecto del uso de los lácteos en cuanto a su contenido en grasa y su relación con el peso de los consumidores. En este estudio, High dairy fat intake related to less central obesity: a male cohort study with 12 years’ follow-up  (Un alto consumo de grasa láctea se relaciona con una menor obesidad central: estudio de 12 años de seguimiento sobre varones) se pone de relieve en sus conclusiones algo que ya se deja entrever en el título: Una alta ingesta de grasa proveniente de los lácteos se asoció con un menor riesgo de obesidad central, al tiempo que una baja ingesta de grasas de origen lácteo se asoció con un mayor riesgo de obesidad central.

Más aun, en una vuelta de tuerca a este “sorprendente” dato, este otro estudio, un metaanálisis, The relationship between high-fat dairy consumption and obesity, cardiovascular, and metabolic disease (La relación entre el alto consumo de grasa láctea y la obesidad y las enfermedades cardiovasculares y metabólicas) concluye que:

La evidencia observacional no apoya aquella hipótesis que afirma que la grasa láctea o que los lácteos con alto contenido graso contribuyan al aumento de la obesidad o al del riesgo cardiometabólico. [Sin embargo, esta evidencia] sugiere que el consumo de lácteos con alto contenido graso dentro de los patrones dietéticos típicos se asocia de forma inversa con el riesgo de obesidad. Aunque estos hallazgos no han ser tomados de forma concluyente, pueden proporcionar un [interesante] punto de partida para futuras investigaciones sobre el impacto de la grasa láctea y la relación de elementos alimentarios de origen bovino, en especial el la grasa láctea, sobre la salud.

Dicho esto, creo que merece la pena contextualizar esta información:

  • La percepción de que las grasas, todas, “son malas” es una cuestión errónea que aun persiste (y lo que te rondaré… morena) de forma importante entre la población general.
  • Entre este “conocimiento” poco actualizado no se hace una mayor distinción entre el tipo y origen de esas grasas. Sin embargo, está claro que los distintos tipos de ácidos grasos tienen diferente efecto más allá de su origen y de que sean saturadas o insaturadas.
  • De este modo, buena parte de la población (general y profesional) se ha preocupado de no incluir en la dieta “tantas” grasas y ha dado la espalda al peso de otros elementos en la dieta, entre ellos y de forma principal los alimentos ricos en hidratos de carbono simples.
  • Así pues, poner en práctica acciones de estigmatización de las grasas sin prestar mayor atención a otros elementos dietéticos, por ejemplo, reemplazando grasas por una importante cantidad de esos hidratos de carbono no ayuda nada a la solución del problema. Es decir, tenemos un problema de similares consecuencias que el anterior pero con distinto origen. Sé que me entiendes, ¿qué te parece una merienda de café con leche (desnatada) con sacarina y una megatostada con mermelada? Es solo un ejemplo, pero creo que me comprendes.
  • Es posible, insisto, posible habida cuenta del carácter observacional de los estudios mencionados, que aquellas personas sobre las que se ha constatado un mayor uso de lácteos desnatados lo hagan así en base a su circunstancia previa de sobrepeso u obesidad. Es decir, los toman porque (errónea o acertadamente) quieren revertir esa situación, más que al contrario, es decir, que la toma de lácteos desnatados les haya conducido a padecer sobrepeso u obesidad.
  • Por último, y esto es parte del debate que queda abierto en base a los últimos datos observados, es posible que la grasa de los lácteos enteros contenga algún elemento que bien de forma general o a partir de un mecanismo desconocido, influya en el aumento de la saciedad de las personas que los consumen. De este modo, es posible y por tanto habrá de ser investigado, como bien se apunta en el metaanálisis mencionado, que algo en la grasa láctea influya para que las personas que los incorporan terminen ingresando menos calorías.

En conclusión

Leche nevera

A la espera de resultados más concluyentes, si se persigue una reducción del peso corporal creo que cualquier reducción del aporte calórico dentro de un marco dietético general bien planificado será bien recibida. Siempre y cuando esa reducción no implique el dejar de incluir elementos indispensables para el correcto mantenimiento de la salud. Hasta la fecha, ese elemento indispensable, o cuando menos benefactor, dentro de las grasas de los lácteos no se ha puesto en evidencia.

El proceso de perder peso (y después mantenerlo) no debería ser observado nunca como la suma de una serie de medidas excepcionales y transitorias, es decir, nunca como un paréntesis en nuestra vida (tal y como relata la compañera dietista-nutricionista Anabel Fernández@Anabel_Ferser– en este enlace). No vale cambiar cosas que hacíamos mal por otras que estén igualmente mal hechas y…

En el terreno de los lácteos, con sinceridad, no creo, ni de lejos, que la cuestión de que sean enteros o desnatados sea la madre del cordero. Ni la clave en la que hacer descansar el éxito o fracaso de esos loables propósitos adelgazantes.

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Notas: quiero agradecer a Mª del Mar Navarro (@marnavarro94), una alumna aplicada de 2º curso del Grado de Enfermería de la Universidad San Jorge, el saber “pincharme” para hacer esta entrada.

Al mismo tiempo, si estás con ganas de leer un poco más al respecto de estas cuestiones creo que te podría resultar interesante echar un vistazo a la opinión de Walter Willett, o a la recopilación que sobre este tema hace Luís Jiménez (@centinel5051) en su blog.

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Imagen: Ambro vía freedigitalphotos.net

La mala alimentación entre los niños españoles es patente y las soluciones claras

Niños comerLo he venido contando en infinidad de ocasiones, pero eso no quita para volver a recordarlo, máxime cuando nuevos datos vuelven a ratificar lo que ya sabíamos: nuestros niños ingresan más calorías que las que necesitan; entre ellos, la mayor parte por no decir la práctica totalidad estadísticamente hablando, no alcanzan las recomendaciones diarias de vitamina D; un 64% no llegan a esas recomendaciones de hierro y un 40% no alcanzan las de ácido fólico. Datos extraídos del  Proyecto Europeo Nutrimenthe, tal y como se hacía eco hace unos días este medio. Datos que ya se pusieron de manifiesto en otros estudios observacionales como este llevado a cabo en el marco de la Unión Europea, en el que además de los antedichos nutrientes se ponía de manifiesto una posible deficiencia en la ingesta de ácidos grasos de la familia omega tres y yodo.

Buenas soluciones vs malas soluciones

A tenor de los anteriores datos no me extrañaría que te entraran los miedos y que antes de terminar de leer este post ya estuvieras camino de la farmacia más cercana para proveerte de unos buenos y completos suplementos vitamínico-minerales que les rescaten a tus hijos de esas posibles deficiencias. Espera, no te precipites, hay una solución mejor. Y desde luego tampoco pasa por hacer acopio de alimentos ultraenriquecidos tal y como puse de manifiesto en la entrada Las mal llamadas “leches de crecimiento”: innecesarias y caras”; cualquiera de esas (malas) soluciones no harían otra cosa que incidir en la práctica del poco recomendable nutricionismo, mientras, además y probablemente nuestros hijos sigan comiendo más proteínas de las aconsejadas, más grasas saturadas y más azúcares, que son otras de las características de su alimentación y que se han puesto de manifiesto en el mencionado Proyecto Nutrimenthe.

No, la solución no consiste en poner malos parches a una prenda, la de su alimentación, que en general tiene más agujeros que un tapete de ganchillo. La solución pasa por “cambiar de prenda” y usar una más acorde a sus necesidades. Como digo, la solución no pasa por recurrir al aporte “artificial” de estos nutrientes al estilo del ejemplo que puse en el post Sucedió en una farmacia.

Más al contrario el posible camino hacia el deseable cambio consiste en que reviséis en casa qué es lo que coméis todos, recuerda que un niño no come lo que no tiene, y solo come lo que tiene porque tú lo pones a su disposición.

Estamos donde estamos porque, probablemente, la alimentación de nuestros niños está cuajada de alimentos superfluos y es deficitaria en alimentos… básicos, normales, de esos que yo llamo mudos, sin alegaciones sobre la salud. Estaríamos hablando de lácteos básicos, frutas, verduras, hortalizas, frutas, pescados, carne, huevos, etcétera.

Tomar pastilla

Ya que he tocado el tema de los pescaditos, alimentos que constituyen una importante fuente de ácidos grasos omega tres, quizá te interese saber que antes de incluir en la dieta de tus hijos ese tipo de suplementos que tan torticeramente de moda se están poniendo, que incluyáis más pescado en vuestra dieta. Tal y como le oí decir el otro día a Aitor Sánchez (@MiDietaCojea), antes que dar este tipo de suplementos (que aportan la ridícula cantidad de 250mg de omega tres) igual compensa que te pasees de vez en cuando con tus hijos por una lonja de pescado… si van con la boca abierta es posible que metan para dentro más omega tres que la que aportan estos suplementos en una de sus pastillas. Sí lo sé es una exageración, pero es una exageración graciosa. Pero igual te interesa saber que con una simple ración de sardinas o de salmón, o de atún, o de caballa o de otros pescados similares, estarás incorporando de 10 a 30 veces más omega tres que con los comprimidos de marras.

Un dato y una puntualización

Y por último, un bonito dato para que tengas en consideración y una puntualización. El dato hace referencia a que los padres, con no poca frecuencia, suele subestimar el peso de sus hijos o, peor aun, que estando “gordicos”, “rellenitos” o “majos” (es decir, con un sobrepeso u obesidad clínicos en toda regla) piensan que están mejor que si estuvieran en su peso. El problema es que el estatus de “estar en el peso” es observado no pocas veces en el caso de los niños como un signo de debilidad, y en esas circunstancias se les considera más dentro del estatus de “delgados” que en el de “normales”. A este respecto te recomiendo que le eches un vistazo a este post de Julio Basulto (@JulioBasulto_DN), ¿Considera normal que su hijo esté “fornido” o “rellenito”? Se equivoca.

La puntualización hace referencia a las recomendaciones de una pediatra que se incluyen en la mencionada noticia. En mi opinión, Cristina Campoy, tras haber hecho una defensa bastante buena sobre los elementos que deberían estar presentes en la dieta de esos niños, vuelve la vista a los padres como responsables (perfecto) diciendo que estos han de mantenerse firmes (¿cómo en un cuartel?) para inculcarles buenos hábitos. Y ahí, la cosa, para mí, desentona un poco. Lo de firmes me ha traído a la memoria el relato corto de Carlos González “La carga de la brigada nutricional” (incluido en su libro “Mi niño no me come”) y el adoctrinamiento con el que a veces se persigue que nuestros hijos coman mejor. Y lo de inculcar, pues lo de siempre… por muy buena (o mala ya no lo sé) prensa que tenga este término, significa lo que significa: “Apretar con fuerza algo contra otra cosa” y otras definiciones poco amables. Supongo que esta pediatra lo habrá hecho con su mejor intención, en cualquier caso considero necesario hacer estas matizaciones.

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Imagen: stockimages y imagerymajestic vía freedigitalphotos.net

Programas para la calibración de dietas: más o menos como las escopetas de feria

Manzana nutritional factsTal y como puse de relieve en esta entrada las tablas de composición de alimentos aportan una serie de datos orientativos acerca del contenido nutricional de los diversos alimentos tanto en macronutrientes (hidratos de carbono, proteínas y grasas) como en micronutrientes (vitaminas y minerales) además de en otras sustancias de habitual interés presentes en los alimentos: fibra, colesterol, fitonutrientes varios, etcétera.

Así, a partir de las distintas tablas (hay bastantes) se elaboran programas de calibración de dietas que, en cierta medida, son empleados por no pocos profesionales de la nutrición y dietética en su labor cotidiana (no es ni ha sido nunca mi caso particular, todo hay que decirlo).

El tema en cuestión es que es posible que en su día fuera demasiado generoso cuando califiqué la información de estas tablas (y por extensión a los programas que las utilizan) como “orientativa”. Y lo digo así porque a pesar de ser un secreto a voces (el que haya no pocas diferencias en los datos aportados para una misma variable en las diversas tablas) un reciente estudio ha puesto de manifiesto y cuantificado esas diferencias entre muchas de las tablas y programas más utilizados en nuestro entorno. Hacía falta.

Con el título de Herramientas para la calibración de menús y cálculo de la composición nutricional de los alimentos; validez y variabilidad dos compañeros dietistas-nutricionistas Ismael San Mauro y Bárbara Hernández han realizado un estudio de varias de esas tablas y programas de uso habitual en España (Alimentador, DIAL, EasyDiet, la Red BEDCA, CESNID, Mataix, 2003 y Moreiras O., 2013) encontrando diferencias más allá de lo deseable.

Puedes consultar el estudio en el enlace anterior sin perder de vista que, a modo de conclusión, los autores ponen de manifiesto que:

Resulta coherente cuestionarse la rigurosidad y validez científica del uso de estas herramientas tan habituales para los profesionales de la nutrición […] demostrando una importante variabilidad, y por tanto su debilidad en la elección de su uso. Debido a la relevancia que éstas adquieren […] creemos fundamental la elaboración de consensos para el desarrollo de estas herramientas; así como una mayor transparencia metodológica (técnicas empleadas, número de muestreos por alimento, origen de las muestras, etc), con el fin de generar datos más objetivos y transferibles para la comunidad científica y población general.

Demoledora conclusión que se basa en los datos obtenidos; entre ellos, el haber constatado que: 1º muchos de los nutrientes no se pudieron comparar por la falta de datos en algunas de las tablas/programas en evaluación y; 2º que el rango de los datos comparables obtenidos para cada nutriente difiere entre un 8% y un 84%, siendo mayor en micronutrientes que en macronutrientes o energía.

A título personal no puedo sino coincidir en la recomendación general de los autores que hacen un llamamiento a la creación de consensos para la elaboración de este tipo de herramientas, en especial al conocer que muchos estudios epidemiológicos al respecto del cumplimiento o no de una determinada población de las respectivas ingestas dietéticas de referencia para los diversos nutrientes en su dieta utilizan estas tablas y programas como referencia, no habiendo un mayor consenso a la hora de utilizar una u otra.

Además, no resulta muy práctico el desconocimiento que se tiene sobre la procedencia de los datos en estas tablas/programas, o la escasa utilidad que tiene el acceder a datos de distinta procedencia (difícilmente comparables) en una determinada tabla/programa, tal y como sucede, por ejemplo, con los datos de la Red BEDCA.

Por último, una reflexión ajena al estudio, pero derivada del mismo… ¿de dónde proceden los datos de la información nutricional presentes en la mayor parte de los alimentos que adquirimos?: ¿Son datos obtenidos de una tabla en concreto? Si es así, ¿de cuál?; ¿es uniforme ese criterio en todos los alimentos/fabricantes?; ¿acaso cada fabricante (cosa que dudo) realiza sus propios análisis bromatológicos? Si es así ¿utilizan el mismo tipo de analítica?

Son preguntas que me vienen a la cabeza y cuya probable respuesta no me deja otra sensación de que esa información nutricional en los alimentos es muy… pero que muy orientativa.

Así pues, si estás pensando en hacerte con alguna de estas tablas/programas, bien sean de pago o de libre acceso, ten en cuenta la utilidad que les vas dar. Máxime cuando no se conoce una referencia, un gold standard, con el que poderlas comparar.

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Imagen: Stuart Miles vía freedigitalphotos.net

 

Las aceiteras ¿irrellenables? un mes después: en general mal

Bien porque eres un fiel lector del blog, bien porque tú mismo te has percatado de los cambios acontecidos en el marco de la restauración colectiva en lo que respecta a las aceiteras, me imagino que ya te habrás dado cuenta que algo ha cambiado en este terreno. Hablamos de ello en estas entradas

Quizá sabes, como digo, que algo ha cambiado pero sin embargo no lo entiendes muy bien. Y no me extraña a juzgar por las diferentes formas que los distintos negocios han tenido para adaptarse (los que se hayan adaptado) a la nueva normativa (el Real Decreto 895/2013) por la que se establecen determinadas medidas de comercialización en el sector de los aceites de oliva y del aceite de orujo de oliva. En resumen, se supone que desde hace justo un mes, no se puede ofrecer al consumiudor el aceite de oliva en envases «rellenables» con independencia del tipo de negocio de hosteleria que se trate (el típico restaurante o cafetería, el comedor colectivo, institucional, etcétera)

No sé como ha sido tu experiencia en este tiempo, pero la mía se resume en que ese cumplimiento deja mucho que desear. Y conste que no es que esté a favor de la medida en sí misma, pero resulta curioso el contrastar las distintas estrategias que se estan siguiendo. Así, en líneas generales yo me he encontrado con estas “soluciones”.

1. Ofrecer el aceite de oliva en botellitas de unos 250 ml teóricamente irrellenables. Digo «teóricamente» porque de irrellenables no tenían nada de nada, al menos con las que yo me he encontrado. Cuando se piensa en este tipo de dispositivos adosados a la boca de una botella uno piensa en los típicos tapones irrellenables  de las botellas de licor. Pero no, en el caso de las botellitas de aceite estas tenían tapones en las que, en unos casos el sistema que impedía el rellenado era de risa, es decir, se podían rellenar con facilidad si se hace con tranquilidad (foto 1) y, en todos los casos, además, ese dispositivo era evitable a base de quitar con facilidad esa pieza de plástico, rellenar y volver a poner el tapón (fotos 1 y 2).

Aceiteras irrellenables pero poco

2. En otros casos, he contrastado la opción hacer desaparecer el típico convoy de antaño (aceitera, vinagrera, salero y pimentero) y dejar solo la sal y la pimienta (foto 3). En estos casos las ensaladas se servían ya aliñadas… Un despropósito para quienes nos gusta la ensalada (o lo que sea) aliñadas a nuestra manera, y más si la ensalada lleva ya apañada un tiempo, ya que el plato llega a la mesa nadando en una especie de agua vinagrosa muy poco aceptable. Solo si uno se ponía un poco terco, se le hacía servir una ensalada sin aliñar, acompañada de sobres mono dosis de aceite y vinagre (foto 4). Estos sobres son un coñazo, muchos se abren con dificultad, a veces sobra contenido (es decir, se despercidia); otras puede faltar, te pringas (propongo cambiar su nombre de «abre-fácil» por el de «pringa-seguro»), etcétera.

No aceiteras_si sobres

3. Y por último están los que han pasado olímpicamente de hacer cambio alguno y, como se puede contrastar en la foto 5 este el tipo de aceiteras que siguen usando. La imagen en cuestión está tomada en la terraza de una cafetería cercana a mi domicilio en la que se sirven desayunos a base de tostadas con aceite, tomate…

Aceitera de toda la vida

Otras estrategias posibles

Si eres un hostelero hasta el gorro de esta medida, no sé si considerar absurda, pero desde luego sí, irracionalmente arbitraria, te propongo algunas salidas para sortear esta medida y sin contradecirla, poder usar las aceiteras de toda la vida. Bueno, en realidad son dos estrategias una mejor que la otra, todo hay que decirlo.

1. Por un lado se trata de poner las aceiteras de siempre pero con un aceite que no sea de oliva. Recuerda que la norma afecta solo al aceite de oliva, así que si pones cualquier aceite de otro origen, adiós problema. Ya te digo que de los dos «trucos» había uno que me gustaba más que el otro y este es el que menos, no por la idoneidad desde el punto de vista de la salud de otros aceites como opción, sino en especial por sus cualidades organolépticas.

2. Por el otro lado se trataría de ofrecer un “aliño para ensaladas” elaborado con aceite de oliva en vez de un aceite de oliva «a secas». Es tan sencillo como poner en las aceiteras de toda la vida una ramita de tomillo, de romero o unas bolitas de pimienta… En estos casos el hostelero puede argumentar que el no ofrece aceite de oliva sino un aliño que el establecimiento prepara y dispone para el cliente. Piénsatelo, con una bolita de pimienta negra es suficiente.

Cualquier cosa antes de que nos tomen el pelo con aceiteras falazmente irrellenables, te den los típicos sobre con los que te vas a pringar seguro o te traigan una ensalada mal apañada.

¿Y tú, cuál ha sido tu experiencia con esto del (pretendido) adiós a las aceiteras de toda la vida?

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A vueltas con la caducidad de los alimentos

Parece mentira que a estas alturas aun andemos así. Me refiero a eso de no tener las cosas claras en cuanto a las indicaciones que normalmente llevan los alimentos sobre su fecha de duración mínima, fecha de caducidad y demás. Lo digo porque hace unos pocos días la Confederación Española de Organizaciones de Amas de Casa, Consumidores y Usuarios (CEACCU) hizo público un informe al respecto de estas cuestiones en el que el conocimiento general sobre el tema no salió nada bien parado. Para que te hagas una idea cito solo dos de sus muchas e interesantes conclusiones:

  • Uno de cada tres consumidores dice usar “si no han pasado muchos días” los alimentos que han sobrepasado la fecha de caducidad.
  • Un 39% no conoce con exactitud el significado o las implicaciones de la fecha de caducidad

Caducidad

Por eso, me pregunto yo, si con un tema a priori tan básico y sencillo no lo tenemos todo lo claro que las circunstancias merecen… qué será de otras cuestiones objetivamente más complicadas circunscritas también al marco de la compra, venta y uso de los alimentos (información nutricional, declaraciones de nutrientes, alegaciones de salud, origen del alimento, lista de ingredientes…)

Por eso me he propuesto empezar una de mis adorables sagas de entradas dirigidas al mejor conocimiento de estos temas, en especial también por la próxima aplicación del Reglamento Europeo 1169/2011 Sobre la información alimentaria facilitada al consumidor. Y digo bien aplicación (13 de diciembre de 2014) porque ya está en vigor aunque actualmente estemos gozando (ya acabando) de un periodo de gracia desde esa entrada en vigor.

Caducidad

Más de uno debería tentarse la ropa (industria alimentaria grande o pequeña, establecimientos de restauración de cualquier tipo, comercios de distribución de alimentos, etcétera) porque este reglamento viene con muchas sorpresitas. Todas ellas con el fin de proteger y mejorar esa información que obtiene el último eslabón de la cadena, los consumidores, y que me temo sea el más débil. Ya veremos también con qué éxito. Iremos por tanto desgranando una a una todas ellas o al menos una buena parte, porque ya digo que tienen su enjundia. Vayamos pues con el tema de las fechas.

Qué implica, cómo debe expresarse y qué alimento debe incluir una fecha de duración mínima (consumo preferente)

Tal y como señala el mencionado Reglamento, la fecha de duración mínima o cualquier otra expresión de similar significado (por ejemplo “consumir preferentemente antes del…”) es la fecha hasta la cual se considera que el alimento conserva sus propiedades específicas cuando se almacena correctamente. Esto quiere decir que se podría consumir un alimento una vez superada la fecha de consumo preferente sin poner en riesgo la salud. Ahora bien, eso no quita para que su sabor, aspecto, textura, etcétera estén alterados y sean los más adecuados para ser ingeridos.

La fecha en concreto consistirá en la indicación clara según este orden: día, mes y, eventualmente, año con el siguiente formato dependiendo del tipo de alimento que se considere. Así, aquellos alimentos:

  • Cuya duración sea inferior a tres meses, bastará con indicar el día y el mes,
  • Cuya duración sea superior a tres meses, pero sin sobrepasar los dieciocho meses, bastará con indicar el mes y el año,
  • Cuya duración sea superior a dieciocho meses, bastará con indicar el año.

Habrá además algunos alimentos que estarán exentos de la obligación de usar o de ofrecer al consumidor una fecha de consumo preferente, entre ellos y a modo de ejemplo: las frutas y hortalizas frescas, incluidas las patatas, que no hayan sido peladas, cortadas o sometidas a cualquier otro tratamiento similar […]; los vinos, vinos de licor, vinos espumosos, vinos aromatizados y productos similares obtenidos a partir de frutas distintas de la uva […];las bebidas con una graduación de un 10 % o más en volumen de alcohol; los productos de panadería o repostería que, por su naturaleza, se consumen normalmente en el plazo de veinticuatro horas después de su fabricación; los vinagres; la sal de cocina; los azúcares en estado sólido; los productos de confitería consistentes casi exclusivamente en azúcares aromatizados o coloreados; las gomas de mascar y productos similares de mascar.

Qué implica, cómo debe expresarse y qué alimento debe incluir una fecha de caducidad

Por su parte, en el caso de alimentos microbiológicamente muy perecederos y que por ello puedan suponer un peligro inmediato para la salud humana después de un corto período de tiempo se utilizará la expresión de “fecha de caducidad”. Así, y según dice el Reglamento, rebasada la “fecha de caducidad”, el alimento no se considerará seguro. Es decir, y a diferencia de la fecha de consumo preferente, superada la fecha de caducidad el alimento podría ocasionar algún perjuicio para la salud y no debe consumirse en ningún caso.

Al mismo tiempo la fecha de caducidad se completará con una descripción de las condiciones de conservación que habrán de respetarse en cada producto.

Fecha de primera congelación

Esta es una de las novedades que incluye el Reglamento 1169/2011, la obligación de que el fabricante incluya la fecha de congelación o de primera congelación (cuando sean productos sometidos a más de una) en especial en el caso de las carnes congeladas, preparados cárnicos congelados y productos de la pesca no transformados congelados. Esta fecha, aclara la norma, no podrá estar codificada, es decir habrá de dejar claro al consumidor su significado.

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Nota: El pasado domingo, con este mismo tema de fondo, participé en la tertulia del programa de RNE “No es un día cualquiera” conducido por Pepa Fernández, junto a Yolanda Quintana (@y_quintana ), representante de CEACCU y José María Iñigo. Aquí puedes escucharlo.

Imagen: Sir James vía Wikimedia Commons.

¡Más fresco que una lechuga… viva!

Las lechugas, no sé muy bien porqué, son utilizadas como prototipo de lozanía, vivacidad, plenitud, jovialidad, salud… al fin y al cabo frescura, y es lo que ha quedado haciendo bueno el dicho ese de “más fresco que una lechuga”. Digo que no lo sé muy bien ya que desconozco cuanto más frescas son las lechugas que, por ejemplo, las espinacas, los berros, la rúcula las berenjenas o un frondoso ramillete de brócoli.

Bien, sea como sea y dando por bueno el dicho, al parecer y a partir de ahora (y mira que no me parece mal) habrá que matizarlo. Ya que el otro día me tropecé, literalmente (no las buscaba y, además estaban puestas a nivel del suelo) con una novedosa forma de comercialización de esta suculenta y verdosa forma de entender habitualmente las ensaladas. Te estoy hablando de “lechugas vivas”.

Lechugas vivas

Como lo oyes, lechugas que se venden con todo el cepellón de su raíz inmersa en agua, más en concreto en un cultivo hidropónico. Y tú te preguntarás… ¿Qué gaitas es eso de un cultivo hidropónico?

No te lo puedo negar, cuando se habla de cultivos hidropónicos mi cabeza se retrotrae de forma mecánica a la saga “Fundación” de Isaac Asimov, primera vez que trabé con este hidropónico palabro. Mitad por la originalidad de la sorpresa y mitad por la evocación de esas jubilosas (y juveniles) lecturas de ciencia ficción, quizá por todo ello, no podía dejar de dedicarle un post a las “lechugas vivas”. Bueno, por eso y porque, todo hay que decirlo, en mi opinión (y la de Carolina, mi pequeña gourmet de 5 añazos), una vez en el plato, este descubrimiento ha supuesto un gratificante valor añadido ya que estaban espectaculares (al menos las que me llevé a casa)

En general, la hidroponía, es decir, los cultivos o la agricultura hidropónica, consiste en un método utilizado para cultivar plantas usando soluciones minerales en vez de suelo agrícola.

Creo que no merece la pena aburrirte con más explicaciones de las necesarias y te dejo con un vídeo al respecto de las famosas “lechugas vivas” de mano del propio distribuidor y fabricante, el mismo de aquellas con las que yo he tenido el gusto de tropezarme y catar.

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Nota 1: Con el fin de mantenerla el mayor tiempo viva y habida cuenta de su volumen y del consumo que hacemos en casa, yo he optado por, sin quitarle la raíz (tal y como sugiere el vídeo) arrancar desde fuera y hacia dentro aquella cantidad de hojas necesarias para nuestra ensalada.

Nota 2: Solo el azar ha querido que precisamente el mismo día que yo me tropezaba y cataba en mi cocina estas lechugas una buena seguidora de “mondo twitter” (Raquel Blasco @RaquelBlascoR) me hiciera un comentario sobre ellas, en especial, frente a la “ridiculez” de comparar esta opción con aquellas “más saludables”… al menos en su aparente forma de comercializarse. Sin comentarios.

Conoce tu gasto energético total (4): El efecto termogénico de los alimentos

Cuarto y creo que penúltimo capítulo dedicado al conocimiento genérico de los elementos que intervienen en el gasto energético de una persona. Hoy hablaremos del gasto debido al llamado efecto termogénico de los alimentos. Quizá, antes de continuar te interese ponerte al día con los capítulos anteriores de la serie:

Comer uvas

¿Qué es exactamente el efecto termogénico de los alimentos (ETA)?

Creo que se puede entender fácilmente diciendo que este ETA es cualquier gasto por encima del metabolismo basal debido al procesamiento de los alimentos para su uso y almacenamiento. Es decir, considerando un metabolismo basal “X” (en reposo, se entiende) el ETA es cualquier incremento sobre ese valor que se produce tras haber comido.

Al ETA, tal y como comenté, también se le aplican otros nombres. Así, no es infrecuente referirse a él como termogénesis inducida por la dieta o acción dinámico-específica de los alimentos. A él se le atribuye el 10% del gasto total, llegando algunos autores a atribuirle el 15%. Es decir, sin eres una mujer media que como tal se estima que gastas unas 2000 kcal/día… el ETA contribuye a ese gasto cuando comes en unas 200 a 300 kcal cada día.

¿Qué factores modifican o alteran el ETA?

El elemento que más altera el gasto derivado de la ingesta de alimentos es, sin lugar a dudas, la composición en macronutrientes de la propia dieta y es mayor después del consumo de una dieta rica en hidratos de carbono o proteínas que después de consumir grasas.

Por otro lado, la mayor o menor regularidad o desorden a la hora de establecer un de consumo de alimentos también parece tener cierta influencia. Algunos estudios como este de aquí o este otro han contrastado que las personas que comen de forma más irregular tienen una menor respuesta sobre el ETA, que aquellas otras personas que tienen una pauta alimenticia más ordenada y sistemática, teniendo siempre en cuenta valores calóricos totales de la ingesta similares. ¿Quiere esto decir que para adelgazar o conservar un determinado peso conviene comer 5 veces al día, mejor que tres o que una? No tan deprisa, tal y como expliqué en esta entrada, de momento esta cuestión no está del todo elucidada, habiendo tanto estudios que respaldan y que no esta propuesta.

Un tercer elemento que creo va a resultar bastante curioso a muchos de vosotros a la hora saber qué altera el ETA resulta de conocer que la presencia de “picante” en los alimentos que se consumen es una cuestión importante a tener en cuenta. De esta forma, “dietas picantes”, con pimienta, chiles, mostaza, tabasco, etcétera pueden llegar a incrementar el ETA hasta en un 33% frente a la misma comida sin esos ingredientes, una cifra más que considerable si se tiene en cuenta que además este efecto “extra” puede prolongarse más de 3 horas después de haber comido tal y como señalan algunas publicaciones, por ejemplo, esta de aquí o esta otra. Aunque, al parecer, sobre esta cuestión puede haber una importante variabilidad interpersonal, ya no solo en lo que respecta a la tolerancia del propio alimento picante, sino también al propio efecto de este en el gasto.

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Fuente: Krause Dietoterapia 12ª ed. Elsevier-Masson

Imagen: tiverylucky vía freedigitalphotos.net

La “patata caliente”: sí en la pirámide pero no en el plato de la alimentación saludable

Mr-potato

He comentado en diversas ocasiones el problema que en ocasiones platea el uso de las guías alimentarias cuando se utilizan para dirigir un mensaje sintetizado y resumido a partir de una imagen. Lo que más conocemos en nuestro medio suele adoptar la forma (y nombre) de pirámide, sin embargo desde un tiempo a esta parte una nueva herramienta ha irrumpido con fuerza, se trata, de “los platos” [de la alimentación saludable] tal y como comenté en esta entrada, La era de los “platillos nutrientes.

Y de entre tanto “plato” mi preferido en cuanto a sus contenidos y forma de expresarlos ya lo sabes, es el Healthy Eating Plate de la la Escuela de Salud Pública de Harvard. Y resulta que uno de los elementos más o menos conflictivos que entran en directa contradicción con lo que tenemos en nuestra pirámide de la alimentación saludable SENC 2004 es el de las patatas (entre otros). Y no se trata de una cuestión de interpretación: en nuestra pirámide la patata es un alimento que comparte grupo con otros alimentos ricos en hidratos de carbono complejos en el primer peldaño, en la base, y que por tanto son el grupo cuyos alimentos con más frecuencia se recomienda consumir.

Patata_Palto vs pirámide

Sin embargo, por su parte, el mencionado Plato de la Alimentación Saludable es tajante con respecto a las patatas… son un alimento a controlar, a limitar su consumo si se prefiere, y que en ningún caso ha de interpretarse dentro del grupo de las hortalizas o de las verduras.

La propia Escuela de Salud Pública de Harvard (HSPH) lo explica de forma clara y acertada en su página web.

En esencia, viene a decir que la patata no forma parte del grupo de alimentos vegetales (aunque indudable y filogenéticamente esté claro que sea un vegetal) y, por tanto no ha de tenerse en cuenta a la hora de contar como una verdura u hortaliza en la mencionada guía del Plato. La razón, justifican, es por su alto contenido en hidratos de carbono y su facilidad para hacer aumentar rápidamente la glucosa y la insulina en la sangre, es decir, la patata es un alimento con un alto índice glucémico a diferencia en general de las verduras u hortalizas.

Así, explica la HSPH, una “taza” de patatas (unos 75 gramos) tiene un efecto similar sobre el azúcar en la sangre al consumo de una lata de refresco de cola o semejante al de un puñado de gominolas. Este efecto sobre el azúcar y la insulina puede ocasionar una sensación de hambre en más o menos poco tiempo después de haber comido, y esta sensación puede llevar a la sobre-ingesta. Así, según este probable razonamiento, a largo plazo, los estilos de alimentación que incluyan una cantidad importante de patatas, así como la de otros alimentos especialmente ricos en hidratos de carbono, podrían contribuir a la obesidad, la diabetes y las enfermedades del corazón. No son pocos los estudios que apuntan en esta dirección y que puedes consultar en esta página.

Diferencias a tener en cuenta USA vs España

Si bien lo hasta aquí dicho es cierto, creo que merece la pena observar las diferencias en el consumo de patatas entre los norteamericanos y los españoles, al menos en lo relativo a dos importantes aspectos: la cantidad consumida y la forma de hacerlo.

En cuanto a la cantidad hay diferencias notables. De entrada en los EE.UU. se consume un promedio de algo más de 57 kilos de patatas por persona al año, cuando en España este consumo apenas alcanza los 30 kilos. Es decir, los españoles consumimos algo más de la mitad de patatas que consumen los norteamericanos y, esto podría explicarse porque además, la forma de consumo de las mismas implica también diferencias significativas, lo que nos lleva al siguiente punto.

Además de la cantidad, la forma típica de utilizar las patatas también es distinta entre USA y España. A pesar de haber ciertas coincidencias en ambos países en cuanto al uso de la patata como un snack, en forma de aperitivo o de alimento de “conveniencia” (insisto que no sé por qué se dice a esta forma de consumo de alimentos “de conveniencia”) el uso gastronómico de la patata en España es radicalmente diferente al de los USA. No soy un especial seguidor de la gastronomía estadounidense (¿acaso tienen una gastronomía propia?) pero la culturilla popular te hace ver que, incluso cuando se trata de una planificación dietaria saludable en aquel entorno, la mayor parte de las veces que aparece la patata en los menús estadounidenses es en forma de puré de patatas o de patatas machacadas. Sin embargo, en España observo una riqueza culinaria en torno de las patatas que difícilmente la podría ver asociada al consumo típico norteamericano. Aquí gustamos de preparaciones (cuando hay esa preocupación, cada vez más en desuso) del tipo pisto, ensaladilla rusa, patatas rellenas, a la riojana, ensaladilla, en salsa verde, purrusalda, en forma de ensalada,  en tortilla, casi con cualquier verdura (coles, alubias verdes, acelga, menestra…), gratinadas al horno con pimientos rojos… etcétera. Es decir, preparaciones que si no todas una buena parte se suelen combinar con verduras y hortalizas que de forma indudable disminuyen el índice glucémico de la receta.

Para terminar un par de consejos

El primero. A pesar de su origen, no se te ocurra considerar a las patatas como un alimento dentro del grupo de las verduras u hortalizas (en esto al menos nuestra pirámide acierta). Mételas dentro de los alimentos ricos en hidratos de carbono junto al pan, el arroz, la pasta, etcétera, y

El segundo. De ese grupo se recomienda el consumo de alimentos en su forma “integral”, pero ya te habrás dado cuenta que no hay “patatas integrales”, así pues, cuando las utilices, en general, trata de acompañar la receta con patatas de una importante cantidad de “verdaderos” vegetales (verduras y hortalizas) que disminuyan el índice glucémico de la receta.

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Nota: Quiero agradecer al Dr Luis Almagro (@drluisalmagro) el debate del otro día en Twitter que finalmente ha promovido la pubicación de esta entrada

Imagen: Frédéric Bellaiche vía Wikimedia Commons